– ¿De qué grupo racial eres?
La pregunta me abruma de tal manera que respondo con un seco. Can you repeat please? Inglés de tercero de primaria. Me lo vuelve a preguntar y sí, parece ser que había entendido bien a la primera.
A veces con mis amigos, con mi familia, pretendo no estar escuchando o no haber oído alguna pregunta o comentario para darme tiempo a pensar una buena respuesta. Pero en esta ocasión, no tenía respuesta, ni buena ni mala.
– I am white caucasian, mam’.
Me mira por encima de las gafas, y por el gesto, el ceño fruncido y la cara de pocos amigos que pone, sé que mi respuesta es errónea. Contextualicemos: Septiembre de 2011, Filadelfia, Estados Unidos. Me preparo para disfrutar de una beca Fullbright que me llevará a descubrir el corazón de Norteamérica durante un año. Un reto, ilusiones y algunos prejuicios dando tumbos por mi cabeza. Once y media de la mañana, oficinas del ¿registro? En todo caso, oficinas: funcionarios postrados tras un escritorio semivacío rellenando formularios online con los dedos índices. Un poco de mecanografía, por favor.
– No, tú no eres caucásica, tú eres Latina.
Empiezo a ver la punta del iceberg. Intentando ser polite, a sabiendas de que en algún lugar del país la CIA está estudiando mis respuestas en tiempo real. Miro al suelo, miro al techo y respiro hondo. Le digo titubeando:
– Bueno…, yo soy española, técnicamente no soy Latina. España está en Europa –(guiño, guiño)- y bien, pues creo que de ponerme en un grupo, debería estar en el de los caucásicos.
Pero no cuela.
– Darling, tú no eres blanca, eres muy morena de piel, no te puedo poner en white caucasian.
Contextualicemos de nuevo: tras pasar el verano trabajando en la playa… ¿Qué espera? Y vuelvo a la carga, esta vez ya para zanjar la conversación.
– Well, it has been summer, and I have been working in the beach, that is why my skin is so dark…– Y ahí, viendo que nos vamos a quedar estancadas en una conversación sin final le suelto…
– Mire, ponme en el grupo que quiera, si me quiere clasificar como afroasiática, me parece perfecto– Y pienso en cómo me gustaría ser afroasiática. La mezcla, el concepto.
Y ella intenta arreglarlo, of course.
– Mira a tu compañera, ella sí es caucásica.
Contextualicemos por última vez: mi compañera Christina, alemana de cabo a rabo, rubia y con unos ojazos azules de esos en los que te podrías perder una y mil veces. Alta, esbelta, alemana. Sí, ella sí es una pura raza. No yo, metro sesenta, con manchas del sol en la tez, piel raída por una vitamina D cancerígena, morena, ojos marrones. Marrón a secas, no marrón verde oliva, ni marrón miel, ni marrón café, ni marrón chocolate. Marrón vulgar. Marrón ordinario. Marrón. No judía, pero probablemente descendiente de aquellos árabes que tanto tiempo pasaron en nuestra querida península. Moros. Cuántos fueron ¿800 años? Sí, probablemente descendiente de alguna familia moruna. Igual por eso me gusta más el té que la cerveza. La mirra, las especias, el olor de las medinas, el kohl azabache. Igual por eso prefiero un Tajin de pollo a un Bratwurst o un buen hammam de barrio a un spa de lujo. Adoración por Mohammed Choukri, Tahar Ben Jelloun, aunque también por Herman Hesse o Goethe. ¿Por qué no? La mezcla, el concepto. Marrón, fruto de la obtención de colores por mezcla. Color terciario.
Resoplo, no tengo prisa pero quiero salir de esa cárcel burocrática lo antes posible, me estoy agobiando, me arde el estómago. Estoy empezando a perder la paciencia. Y le repito, ahora ya con desdén y antipatía:
– Póngame donde quiera, de verdad. Si cree que soy Latina, por mi perfecto. – Ojalá. Ojalá esas caderas de ébano, ese ritmo, salsa que supura por todos los poros de la piel, merengue, Juan Luis Guerra, Celia Cruz, ¿Don Omar? Mejor no. Ojalá Cuba, Colombia, El Salvador. Ojalá la alegría y la música. La dulzura de la bachata, la pasión del Tango, la sensualidad de la salsa, el romanticismo de los boleros, la vitalidad de la cumbia, el desgarro de las rancheras, la profundidad del son cubano. Ojalá Latinoamérica.
Con condescendencia y pensando que me hace un favor, la funcionaria mirona, clasificadora, me espeta:
– Bueno, te voy a poner como white caucasian…Porque sí, España está en Europa.
Bravo, ahora salgamos de aquí.
La alemana caucásica y de ojos azul turquesa de ensueño me mira y sonríe. ¿Unas cervezas?
Mejor un té a la menta. Pero mi cabeza ya está un poco más al sur, imaginándome por las calle de La Habana, disfrutando de los jugos brasileños servidos a ritmo de samba y forró, degustando ese gallo pinto costarricense, ese ceviche peruano, paseando por el casco histórico de Panamá, bailando una cumbia villera con un Fernet en una mano y un cigarrito en la otra.
Ojalá Latinoamérica.