Serena fue una de las máximas exponentes del tenis moderno. Ganó mucho y pronto desde que era adolescente. Su espectacular condición física y la contundencia de sus golpes la convirtieron en la tenista más temida del circuito. Además: era afroamericana, la nota disonante en un deporte que siempre ha tenido que convivir con la etiqueta de elitista. Sin embargo, siempre fue incapaz de conciliar talento y educación: en su naturaleza lleva la sima de la discordia y de la insidia. Artera y sibilina, nunca ha sido capaz de admitir un fallo. Un ejemplo:la edición de Wimbledon 1998. Serena, en su partido de tercera ronda ante Virginia Ruano, perdía por 7-5 y 4-1 en el segundo set, y como no lo puede aceptar, se va su silla, recoge sus cosas y se va de la pista sin dar explicaciones. En el US Open del año 2009, en su partido de semifinales contra la belga Kim Clijsters, se encaró con una de las juezas de línea del encuentro, amenazándola de muerte. En el año 2011 y en la final del mismo torneo, ante la australiana Samantha Stosur, cuando había perdido la primera manga y en la segunda tenía una bola de break en contra 30-40, gritó un audible “come on!”antes de que finalizara el punto, lo cual está permanentemente prohibido, lo que le valió una amonestación por parte de la jueza de silla.
La jueza de ese duelo, Eva Asderaki, la amonestó al entender que su propósito era desconcentrar a su rival, y por ello le concedió el punto a la jugadora australiana.Serena, en otra muestra de soberbia, increpó a la jueza de esta forma tan dura: “Eres fea por dentro y estás llena de odio. Si te cruzas conmigo, mira hacia otro lado. ¡No me mires!”. No me malinterpreten: no tengo nada personal contra Serena Williams, considero que es una gran campeona y una luchadora nata: una mujer que en sus inicios tuvo que sufrir la condescendencia y el desprecio de los puristas de este deporte, pero me sorprende que, la que ha sido, quizás, una de las tenistas más antideportivas que han pisado una pista de tenis, sea ahora la Juana de Arco de esta competición teniendo en cuenta su historial con los jueces de silla. Quizás esto nos sirva para contextualizar lo acontecido el pasado 10 de septiembre.
El machismo en el tenis: tres argumentos a favor
He leído mucho sobre el machismo en el tenis a colación de la actitud de Serena y los artículos, hasta la fecha, me han parecido todos demasiado generalistas. El argumento de que la menor de las Williams fue sancionada por el juez de silla por su condición de mujeres una falacia que no se sostiene por una sencilla razón: la amonestación derivaba del coaching —las jugadoras no pueden recibir indicaciones de su entrenador—. Además, Patrick Mouratoglau, el entrenador de la norteamericana, lo admitió. Pero ¿machismo sí o machismo no? Voy a sintetizar aquí cuáles son las críticas principales que hay que hacerle al tenis en su lucha por la igualdad:
1. La desigualdad de premios. Sí: los hombres cobran más dinero. Eso es obvio y, además injusto por varias razones.Aunque las tenistas han hecho más conquistas en ese sentido, la desigualdad sigue siendo obvia. Su circuito es tan exigente como el masculino: viajan y compiten también once meses al año. Tanto Roger Federer como Andy Murray se han mostrado a favor de la medida. Y hasta Carlos Ramos, el árbitro de la discordia de la final del US Open de este año se ha manifestado a favor. Pero ¿por qué esa diferencia persiste? Pues porque algunos puristas consideran que las chicas no juegan a cinco sets. Es cierto, pero no lo veo un motivo de peso porque no todas tienen la resistencia física de las hermanas Williams. Y la prueba de ello es el caso que voy a relatar.
En la final del Abierto de Australia de este año hubo muchas quejas hacia la organización del torneo. Las temperaturas este año en Melbourne, ciudad donde se celebra el torneo, alcanzaron récords históricos. Los tenistas pidieron a la organización que instalara ventiladores en las sillas de los jugadores, y que cerraran el techo para intentar paliar los efectos del calor. Para que se hagan una idea: el Abierto de Australia se juega en enero, en pleno verano y en el hemisferio sur. El termómetro durante el mediodía y la tarde puede superar los cuarenta grados; y las pistas de cemento del torneo, los 45 grados. Esta inacción por parte de los encargados del torneo propiciaron que Simona Halep —tuvo que solicitar la regla de la asistencia médica por temperatura extrema para no sufrir una lipotimia durante el encuentro—, la actual número uno del mundo, después de disputar una final durísima que duró tres horas, permaneciera ingresada durante dos días por deshidratación.
Pero hay otro argumento también para desmontar la teoría de los cinco sets en el tenis femenino: si bien es cierto que los varones juegan a cinco sets los torneos de Grand Slam o la Copa Davis, la inmensa mayoría de los torneos —Masters 1000, ATP 500 y ATP 250 copan gran parte del circuito del circuito— en el circuito masculino se juegan también al mejor de los tres sets como los mujeres. Si la competición comienza a principios de enero y termina a mediados de noviembre: los hombres juegan al mejor de cinco sets —ampliables o no depende de si juegan la Copa Davis —durante poco más de ocho semanas, ocho semanas de más de cuarenta semanas que tiene la temporada. ¿Tienen razón ellas? Por supuesto. El argumento de los cinco sets ya no es excusa. Pero sobre todo lo más importante: no hay que jugar con la salud de ningún deportista.
2. La dificultad de conciliar la vida familiar con el deporte del tenis: bueno, en realidad, esto le pasa a cualquier mujer trabajadora. Pero sí que es cierto que en el tenis es muy problemático, ya que los viajes continuos las colocan tanto a sus hijos como a ellas en una difícil posición. Y aquí hay otro caso que os voy a relatar: el de Victoria Azarenka, ex número uno del mundo y bicampeona del Abierto de Australia. La bielorrusa está sufriendo su viacrucis particular por la cuestión dela custodia de su hijo Leo. Azarenka no puede ira determinados torneos porque la justicia estadounidense no le permite salir del país. Ya saben lo complicado que es el Derecho Internacional Privado, y más cuando hay menores de por medio.
Victoria Azarenka está luchando para poder sentirse tenista de nuevo. Y si bien es cierto que la WTA está popularizando cada vez más el uso del ranking protegido —medida que beneficia no sólo a los tenistas lesionados, sino también a lasque acaban de dar a luz, y que tiene como objetivo que no jueguen engorrosas fases de clasificación—, la realidad es que para las que acaban de dar a luz la medida es insuficiente. Deficiente porque no todas las mujeres pueden acogerse a esta regla y, también, porque el ranking protegido no supone una gran innovación en el fondo. Hoy en día, para una mujer, la maternidad se ha convertido en una rémora, tanto en el tenis como en cualquier trabajo. Con estos impedimentos le mandamos un mensaje poco optimista para ellas: o tu carrera, o tu vida privada.
3. La cosificación de las mujeres tenistas: sí, esto se ha normalizado, pero no por ello deja de ser injusto. La belleza siempre ha sido un instrumento de dominación de la mujer. Naomi Wolf ya hablaba de ello en El mito de la belleza. La tesis de la obra era la siguiente: el físico de una mujer obedece a un anhelo platónico del hombre por la búsqueda de la perfección física del cuerpo femenino. Cuando ésta se libera de las cadenas del trabajo doméstico hay otro espacio del que los hombres quieren apoderarse: su belleza, despojándolas de su amor propio y dejándolas a merced de la aprobación ajena.
Aunque esto no es un problema endógeno en el mundo del tenis, es cierto que en este deporte la belleza cobra una importancia prácticamente trascendental. Las marcas de ropa buscan diseños rompedores para sus jugadoras: las combinaciones de colores, los pantalones cortos ceñidos o los tops que dejen entrever la forma de sus senos para hacerlas más llamativas al gran público son constantes. Y si hacemos una enumeración de las tenistas que más contratos y patrocinadores tienen o han tenido en los últimos años —Maria Sharapova, Daniela Hantuchova, Anna Kournikova, Ana Ivanovic, Caroline Wozniacki o, sin ir más lejos, Garbiñe Muguruza—, todas podrían ser fácilmente modelos de pasarela. Poco o nada importa que las carreras de algunas de ellas hayan sido, en algunos casos, discretas.
El tenis es un deporte muy caro. Y si bien es cierto que las federaciones a nivel nacional están haciendo muchos esfuerzos en promocionar a jóvenes talentos otorgando mayor número de becas, o tienes dinero, o complicado que puedas costearte un entrenador. Antiguas campeonas y números uno como Amelie Mauresmo tuvieron problemas para ser amparadas por las marcas porque no eran atractivas físicamente; la italiana Francesca Schiavone —que nunca llegó a conectar con el gran público por su “masculinidad”, pese a ser campeona de Roland Garros en el año 2010— estuvo en una situación prácticamente idéntica durante bastante tiempo. Muchas veces en el tenis deja de importar tu nivel competitivo y tu trayectoria cuando otra tenista, por ser más bella y esbelta que tú, va a tener más y mejores opciones. Naomi Wolf tiene razón: “Los cuerpos tratan de adaptarse a los deseos (…) En una sociedad de ganadores lo imperfecto se aborrece. Sólo se admiten los cuerpos perfectos, y la perfección se define según ciertos cánones muy determinados, cánones que definen lo que es femenino y lo que es masculino según nuestra sociedad, y que descartan a los cuerpos que no se adaptan”.
La visibilidad del tenis femenino: malos tiempos para este deporte
Ahora que he argumentado sobre aquellas cuestiones que hacen del tenis un deporte machista, pasemos a uno de los grandes mitos que rodean a este deporte como el tema de la visibilidad del tenis femenino. En este ámbito hay una cuestión que no se comenta mucho:los grandes torneos, como los Grand Slams, la organización programa no sólo a los mejores jugadores en horarios de máxima audiencia, sino también a las mejores jugadoras en los horarios de máxima audiencia.Por ejemplo: en Australia y en Estados Unidos, los partidos importantes se juegan de noche. En Roland Garros y Wimbledon, lo mismo: la organización programa los encuentros más atractivos de tenis femenino entre las 15:00 o las 18:00.
Pero sin ningún tipo de duda, lo que diferencia al tenis femenino del masculino es que actualmente no goza del esplendor de décadas pasadas. En los noventa, los partidos entre Steffi Graf y Monica Seles, o entre Graff y Seles contra Gabriela Sabatini, Jana Novotna, Arantxa Sánchez Vicario, Conchita Martínez o Martina Hingis, amplificaron las bondades de este deporte. También los ochenta, con la rivalidad entre Martina Navratilova, Steffi Graf y Chris Evert o los setenta, con Margaret Court y Billie Jean King derribando mitos absurdos, hicieron mucho por este deporte. Pero si hablamos del tenis femenino actual, considero que ahora mismo, para poder rivalizar con el masculino, necesita forjar una rivalidad como las que he citado anteriormente. Y para ello, quizás sea necesario que Serena se retire, porque ha avasallado a sus contrincantes sin excepción. Tampoco ellas tienen la culpa de haber coincidido con los tres mejores jugadores de la historia de este deporte como Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic. Desgraciadamente, en un mundo basado en la oferta y de la demanda, en el que los ciudadanos somos porcentajes y estadísticas, el aficionado busca y ve partidos de estos tres jugadores porque garantizan incertidumbre y emoción.
Por ejemplo, los encuentros entre Federer y Nadal rompen audiencias —que se lo digan, si no, a las organizaciones del Abierto de Australia y del Abierto de Estados Unidos, que han tenido que cambiar la hora de las finales para acomodarse a los horarios de Asia y Europa—, han dado una nueva dimensión a este deporte, consiguiendo que nazcan nuevos aficionados, manteniendo además el interés de los aficionados más veteranos, huérfanos de una rivalidad tan apasionada que no veían desde los enfrentamientos entre Pete Sampras y André Agassi. En su momento, Graf y Seles generaban prácticamente el mismo dinero en contratos publicitarios que los dos tenistas citados porque el público sabía de la grandeza de ambas: la belleza cinética del tenis de Graf y el heterodoxo tenis de Seles, junto con el descaro de una adolescente Martina Hingis colmaron de dicha las exigencias de un público ávido siempre de leyendas. Actualmente no hay tres figuras dominantes que permitan que el espectador sienta la adrenalina que sí había con las rivalidades citadas. Esto, queramos o no, se traduce en una atención menor.
El curioso “feminismo” de Serena
Serena fue grosera y maleducada con Carlos Ramos, el árbitro de la final. Hay una diferencia importante entre la discrepancia y la injuria: llamar al árbitro “ladrón” y “mentiroso”no es libertad de expresión ni tampoco “protestar por una decisión arbitral”. Estuvo tres minutos gritándole a Carlos Ramos como si se tratase de una colegial, tildándolo de “machista”,cuando el warning derivaba de una infracción cometida en compañía de su entrenador. Posteriormente, la jugadora norteamericana hizo un clásico ya en ella: usar a su hija y la lucha femenina para justificar sus desmanes en la pista. Serena no entiende que comete un error diciendo que juega “por todas las mujeres”, máxime cuando hay compañeras suyas como la checa Barbora Strycova que le han enmendado la plana, declarando que “no tiene estilo para perder”, o “decir que Serena luchó por los derechos de las mujeres es una estupidez”.
Los que señalan que los jueces de silla sancionan más a las mujeres que a los hombres andan también muy errados. John McEnroe se pasaba media vida sancionado; Jimmy Connors, igual. Podemos hablar de los warnings que Carlos Bernardes les ha pitado a Rafael Nadal y a Novak Djokovic por sobrepasar los veinticinco segundos del tiempo reglamentario para sacar; se puede hacer referencia a la multa que recibió en su momento Lleyton Hewitt por los insultos racistas a James Blake, la descalificación y posterior sanción a David Nalbandian en la final del torneo de Queen’s por darle una patada a una valla publicitaria y herir a un juez de línea. En fin: mejor adjuntar esta recopilación con las descalificaciones más flagrantes y veremos cómo apenas hay mujeres y sí muchos hombres. Pero como decía Derrida: “Lo relevante en la mentira no es nunca su contenido, sino la intencionalidad del que miente”. Serena ha sabido rentabilizar su condición de afroamericana. Su discurso manifiesta cómo el victimismo ayuda a conformar una identidad construida sobre la historia de una opresión para aleccionar moralmente a quien se tercie.
Para ella, el castigo nunca es consecuencia de un acto, por lo que toda estrategia de defensa es legítima para sus intereses. Por otro lado, apelar a la conciencia social para no hacer frente a la responsabilidad de sus actos sólo refuerza su prepotencia. Refugiarse en el feminismo es un error por su parte, y más cuando muchas de sus compañeras no le han dado la razón. El feminismo lucha por la igualdad, pero no ampara que se haga utilizando medios espurios como los suyos. Serena Williams pretende obtener réditos dela “teoría del chivo expiatorio”, que aplicado a su caso sería que es víctima por su condición de mujer y por su color de piel no tiene razón de ser: su compatriota Sloane Stephens, campeona del US Open del año pasado, también es afroamericana y goza de la simpatía de sus compañeras y de los árbitros; su hermana Venus, lo mismo. Se dedican a competir y no a convertir sus respectivas vidas en una tragedia griega en las que ellas son siempre unas heroínas que tienen que luchar contra los caprichos del destino, como sí hace Serena.
Serena le robó todo el protagonismo a una Naomi Osaka que la derrotó con mucha solvencia, haciendo gala de una mentalidad de hierro para su escasa experiencia en finales. Consiguió que el público estadounidense —irracional y chauvinista hasta el extremo, y la prueba es que pocos criticaron duramente a su jugadora y le dijeron que se había equivocado— silbara a una joven campeona que lloró y tuvo que pedir perdón por haber ganado a su referente tenístico en la ceremonia de entrega de trofeos. Y, quizás, sean este tipo de acontecimientos los que consiguen que Serena, cuya grandeza tenística es incontestable, no se vaya a retirar recibiendo el cariño que Graf, Navratilova, Seles o Evert sí obtuvieron en su momento: su soberbia y egolatría han hecho mucho.