La reforma energética de Enrique Peña Nieto empieza a dar sus frutos. Frutos negativos, por cierto. Por primera vez en décadas, México se ha convertido en un país importador de petróleo. Nada más y nada menos, que de 100 mil barriles diarios de crudo ligero de Estados Unidos, un auténtico despropósito, un síntoma innegable del fracaso de este gobierno.
¿Dónde están los beneficios de la reforma energética tan cacareados por Peña Nieto? ¿Cuándo empezaremos a recibir la bonanza de dicha medida? Tal vez, nunca.
Por lo pronto, los mexicanos pagamos una gasolina cara, muy cara. Y todo tiene su explicación. México importa casi la mitad de las gasolinas que consumimos. Se necesitan 803 mil 700 millones de barriles diarios de gasolinas y 400 mil 500 de diésel para el consumo local.
Pero da la casualidad, que las seis refinerías existentes solo pueden elaborar 418 mil 100 barriles diarios de gasolinas y 299 mil 600 de diésel, según cifras de Pemex.
¿Y por qué Estados Unidos nos vende crudo ligero si su gobierno lo prohíbe desde la ley de 1970? Sencillamente porque desde el año pasado Pemex presentó la solicitud al Departamento de Comercio de Estados Unidos. Y desde entonces, las refinerías de Salamanca, Salina Cruz y Tula reciben el crudo estadounidense.
El problema es que el gobierno de Enrique Peña Nieto pretende satisfacer la demanda nacional de gasolinas y diesel con otros mercados como el de África, Oriente Medio e incluso Colombia.
Ahora tenemos que agradecerle a Peña Nieto el haber convertido a México en un país importador. Tenemos que darle las gracias por haber pasado de país productor a importador. De ser el noveno productor mundial de petróleo, ahora es importador de crudo. ¿Era ese su objetivo con la reforma energética?
La pregunta siguiente es ¿por qué no nos lo dijo? ¿Por qué nos mintió, prometiendo que las gasolinas y el diésel bajarían de precio? ¿Por qué falto a la verdad? ¿Por qué no nos dijo que Estados Unidos, el principal comprador de hidrocarburo mexicano, se iba a convertir en nuestro vendedor?
Ante el desastre que se avecina, la sospecha de una negociación paralela que beneficie a funcionarios de ambos gobiernos, cobra mayor certidumbre. ¿A quién beneficia esta situación surrealista? Seguramente a los funcionarios y políticos que la propiciaron. Y a quienes la defendieron a capa y espada.
¿Dónde están los acérrimos defensores de la reforma energética? La mayoría de opinólogos y “periodistas” del sistema, aplaudidores del gobierno, permanecen en silencio y en modo avestruz, con la cabeza escondida.
Y mientras el gobierno importa petróleo, la caída en los precios del petróleo anuncia una severa crisis económica. Recordemos que una tercera parte del gasto del Estado mexicano se financia con la explotación de hidrocarburo.
Y para resolver la emergencia de un presupuesto federal que depende del precio del hidrocarburo, al señor Luis Videgaray Caso, se le ha ocurrido la brillante idea de recortar el gasto social y cultural. Con bajar los sueldos a la alta burocracia ayudaría, y también con limitar el robo a manos llenas de gobernadores, presidentes municipales y funcionariado en general que se enriquece al llegar al poder.
Pero no, ante la adversidad económica, al gobierno de Peña Nieto se les ocurre solamente recortar el gasto público, algo que definitivamente va dirigido al sector social y afectará a los sectores más desfavorecidos.
Y es que México sostiene su economía en el petróleo. Y ante la primera caída del 6 por ciento en los ingresos presupuestarios petroleros, se dejaron de ingresar nada menos que 253 mil 441 millones de pesos menos que el año pasado.
El panorama ciertamente es peor de lo que imaginaba Peña Nieto. La mezcla mexicana de petróleo de exportación paso de 90.65 dólares por barril a poco más de 40 pesos en la cotización de estos días.
Y la cereza del pastel será el incremento en las tasas de interés, tasas que desde 2009 habían disminuido a niveles mínimos. A este desastre, el señor Agustín Carstens, lo llama una mayor “volatilidad”, pero todos sabemos que eso significa un golpe a la economía de los mexicanos.
Y todo porque el gobierno de Peña Nieto no invirtió para reconfigurar las seis refinerías y procesar el crudo pesado. Tal vez, porque los funcionarios beneficiados con este desastre, tenían como objetivo precisamente que los ciudadanos de a pie pagaremos la gasolina más cara que los consumidores estadounidenses.
Increíble, pero cierto.
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