Después de la resaca andaluza, donde la baja marea del Doñana se llevó por delante más de 600.000 votos del bipartidismo para dárselos a los nuevos babyboom de la política, habló ÉL. Así, en mayúsculas. Quién, ¿Dios? No, hombre no, Dios suficiente trabajo tiene con evitar que Francisco no acabe envenenado en el Vaticano antes de tiempo. Me refería a ese señor del Partido Popular con carné de repartidor de penas, ujier de la esencia del Bien y del Mal, mayordomo de Merkel, y maestro zen del silencio abisal como técnica política, pero más conocido como Mariano Rajoy. Tras las elecciones andaluzas, cuyos resultados le hicieron también hiperventilar a Susana Díaz -y no precisamente por su embarazo-, Rajoy finalmente abrió la boca para apaciguar a las hordas de antorchas que se le iban clavando a los pies de su atalaya monclovita. Una vez comprobado que no se trataba del “caloret” de ninguna falla valenciana, sino sus militantes exigiéndole explicaciones por la hostia andaluza, Rajoy salió con grandilocuencia por la ventana de su palacio para apaciguar a la turba popular con solo cuatro palabras: “Habrá que corregir cosas”. Toma ya. Qué liderazgo, qué golpe de timón, qué nivel y cintura. Y sin televisión de plasma. Sí señor. Marhuenda ya le tiene que estar escribiendo grandes editoriales de cómo Rajoy, en una mañana, se convirtió en Churchill.
Cosas. Para Rajoy la vida son solo cosas: “Todo es falso salvo algunas ‘cosas’” (sobre Bárcenas), “ojalá estas ‘cosas’ no vuelvan a ocurrir” (sobre el ataque a su sede en Génova), “el PSOE sabrá hacer muchas ‘cosas’, pero no crear empleo”, “no tiremos las ‘cosas’ por la borda” (sobre Podemos), “las ‘cosas’ están más tranquilas que hace un año” (sobre la independencia catalana), y así una larga ristra de más “cosas” en la hemeroteca. De hecho, uno llega a pensar que su próximo programa electoral -viendo el éxito de cumplimiento del presente-, podría resumirse en un ‘Si nos votas, haremos cosas’. Aunque todo indica que se decantarán por seguir con su clásico lema de esta legislatura: “Ciudadano, ¿truco o trato?”. Con el PP, todos los días son Halloween.
Sin embargo, el verdadero problema de Rajoy es que se ha autoconvencido de ser una genuina amazona capaz de aplacar a la plebe, cortar la cabeza de Medusa de la crisis, torear el Minotauro del paro o reducir a cenizas el Olimpo de Podemos, cuando nuestro presidente se parece más a un participante torpe y sin gracia de Humor Amarillo. Sumémosle además a su anti-carisma un hecho diferenciador del resto de presidentes del Gobierno que sufrieron el síndrome de La Moncloa: Rajoy no ha sucumbido a este mal pero se ha dejado atrapar por otro peor, el del síndrome de Estocolmo… consigo mismo. Fiel a su esencia, dirige el PP y España esperando sentado a ver qué hace el líder sin caer en la cuenta de que lo es él. Por agotamiento, cansancio o suicidio asistido, ha ido dejando muchos cadáveres políticos en la cuneta, auténticos gladiadores amigos que le pedían acción, sangre y circo, pero que se dieron de bruces con un espantapájaros de madera que miraba al sol para confiar la suerte de su destino. Paradójicamente, esta ¿estrategia? le ha ayudado a deshacerse de incomodidades en el Partido Popular. Cierto es que la costumbre interna de usar el “dedo divino” en lugar de papel, nombre y urnas para resolver sus problemas en casa, le ha ayudado mucho.
Ahora bien, una cosa es el partido y otra cosa es pilotar España; un país que todavía espera decisiones justas y certeras, pero sobre todo inmediatas para no desaparecer en el fondo del fango. Obviando la realidad de la gente, cuatro años después nada parece indicar que Mariano haya recuperado la vista para observar como el PP es ya un Titanic semihundido tras chocar con el iceberg de todo lo que significa la Democracia; apoyado por una Ejecutiva condescendiente con su ceguera, tacha de absurda o peligrosa la aparición de un cuatripartidismo inevitable. Increíble. Están a esto y menos de reducir su cuota de poder, menguar su financiación y perder el control de sus intereses, y solo se les ocurre meter la cabeza en un agujero. Su síndrome de Estocolmo -contagiado por Rajoy- les impide desde hace tiempo estar en condiciones de poder elaborar siquiera una estrategia política eficaz –a estas alturas ya solo podría ser de choque-, y entender que esto de que la gente vote lo que quiera no es una broma de mal gusto. Pero que no lo vea Rajoy, no significa que no lo vean sus barones y alcaldes, quienes a menos de dos meses de su revalidación o victoria en sus aspiraciones, ríen de forma nerviosa ante los medios, como si hubieran inhalado el gas de la risa, pero en realidad están llorando por dentro ante el desastre que se les viene encima.
En Moncloa, también están moviendo fichas, Rajoy no, su segunda. Soraya Saenz de Santamaría le lleva tomando las medidas a su jefe desde hace tiempo para devolverle con matasellos urgente a Santa Pola, donde tiene plaza como registrador de la Propiedad. Las próximas elecciones autonómicas son la Batalla de las Termópilas para el PP, y el entorno de Soraya cabalga sin riendas sobre estos comicios, pensando en la posibilidad de sustituir a Rajoy en caso de auténtica calamidad electoral y abriendo paso a una transición artificialmente tranquila de aquí a las Generales. El peaje al Palacio de Invierno lo pagará antes De Cospedal que con toda probabilidad dejará Génova si se produce el fiasco. Una vez caída la Reina del tablero, el Rey estará solo, y desnudo. Esperanza Aguirre es otra adversaria que lleva tiempo calculando el tiempo que se tarda en coche desde su casa del barrio madrileño de Malasaña a La Moncloa, con y sin policías municipales de por medio, pero todo dependerá de si será capaz de pactar con Ciudadanos en Madrid antes de que el PSOE se le adelante. No son los únicos en cobrarse su pieza, pero sí los más visibles, lo que nos promete un verano muy tórrido.
Puede que Mariano Rajoy lo haya sido todo en política –diputado, cuatro veces ministro, vicepresidente, presidente…- pero está claro que su tiempo no era éste y sí el de la Restauración del siglo XIX, en donde sin hacer nada se hacía todo. Pero no le quedará más remedio que conformarse con entrar en la Historia por la puerta de atrás sin repetir mandato. Qué eternidad hasta llegar a mayo.
Foto de portada: Viñeta de GUILLERO, de El Mundo