La oficina en la que trabaja le permite observar durante nueve horas sin descanso. Observar es, sin lugar a dudas, una de sus actividades favoritas. Ver sin ser vista, escondida tras un escritorio y una pantalla de ordenador. A veces junta letras, a veces, pero sólo a veces, se deja seducir por la magia del audiovisual, la gran parte del tiempo mira al infinito, observa y deja la mente en blanco. Unos grandes ventanales, la hermosa Edith Cavell al fondo y paseantes a los que mirar. El plan perfecto para una jornada laboral.

La parsimonia de los meses de invierno en este agujero del mundo le ha traído la serenidad del no hacer nada. Saborear el aburrimiento hasta límites insospechados y dejar volar la imaginación mientas un calefactor made in China le recalienta el entrepierno. ¿Qué más se puede pedir? La vida moderna no nos obsequia con momentos de desasosiego demasiado a menudo, así que cuando el azar te brinda uno, hay que aprovecharlo. El placer de mirar, el placer de no hacer nada. Nos hemos olvidado de saborear el aburrimiento.

Ve la gente pasar y piensa en la ridiculez del ser humano, lo cancerígeno del turismo a ciegas, parejas que se miran de soslayo, familias interpretando los papeles de sus vidas. Los oriundos sacando pecho, orgullosos de haber nacido en este paraje de ensueño, en este rincón de flores silvestres y animales menos salvajes que los habitantes de estas tierras. Falsas sonrisas, la higienización de la conciencia. Puro Hollywood. Patética falsedad. Cuanto más te conozco, menos te entiendo, me frustras, me vomitas y te ríes de la absurdidad de mi inocencia marchita. Esencia hipócrita.

La vida moderna se le atraganta, sin embargo, no rehúye, mas la necesita.

Postura, gestos imitados, ensayados, gesticulación exagerada. Una película de serie B traída a la vida. Montaje, teatro de lo absurdo. El esperpento. Valle Inclán, ese grande.

Los mira desde su pequeña oficina, una ventana a un mundo que no le interesa, que le permite ser espectadora en primera fila y quedarse fuera.

La naturaleza la enmudece y la hipnotiza, la abstrae de este teatrillo de lo absurdo, le recuerda la fragilidad de los energúmenos que la habitamos. No hemos aprendido nada, hemos destripado la pureza con nuestras composturas de burdel de carretera. Nos hemos olvidado de saborear el aburrimiento.

La vida moderna nos mata.

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