Es lo que canta Jason “Spacemen” Pierce mientras el sintetizador de Peter “Sonic Boom” Kember se va apropiando poco a poco del espacio que hay entre los altavoces; y me gustaría decir el universo, pero suena muy poético. Diré el cosmos, que lo suena más.
Deben ser las 08:30 de la mañana y casi no se puede respirar en la habitación. El sol entra por la ventana con demasiada fuerza para ser invierno y por momentos parece que nos cura las heridas. Sentados en el suelo miramos el disco girar como hipnotizados y echamos la ceniza de los cigarros en latas de Estrella, casi vacías, que hay repartidas por todos lados. Estamos ciegos. Estamos cansados. Tenemos cerveza y tenemos tabaco de sobra. Está sonando The perfect prescription de Spacemen 3. Estamos en el paraíso.
Anton Newcombe , líder de The Brian Jonestown Massacre, la banda de rock psicodélico con más galones de las últimas décadas, aparece en un extraño vídeo de Youtube con más canas y menos pelo que en el imprescindible documental DIG! (2004) hablando sobre una tía que conoció hace poco y le dijo: «¡Tío! tienes que escuchar a esta banda de los 60, son la hostia, se llaman Spacemen 3». Obviamente, Anton conoce Spacemen 3, ya que a parte de una más que evidente influencia musical, alguno de sus antiguos miembros ha colaborado en varias ocasiones; tanto en discos como en giras con él. Y obviamente, Anton sabe que Spacemen 3 se fundaron a mediados de los ochenta. Pero no se sorprende de la confusión de la chica: Spacemen 3 a veces suenan a los 60, a unos extraños y melancólicos 60, a algo así como si en San Francisco hubiese triunfado la heroína y no el LSD. Aquella heroína del Jazz y el Parker’s Mood, de ese humo denso de los locales tristes y elegantes. Pero amigos, no nos olvidemos del ácido, el ácido sigue ahí, tras la puerta; se puede oír, solo hay que abrirla para que irrumpa como un trueno.
Beben tanto del garage lisérgico de The 13th floor elevators, como de la calma tensa y opiácea de la Velvet, pasando por el ruidísmo oscuro de Suicide o por el rock espacial pasado de vueltas de Hawkwind. Todo esto llevado al terreno y a la época en que les tocó nacer: el caldo de cultivo efervescente que fueron los círculos ‘underground’ de los 80. Un periodo en el tiempo en el que parecía que todo el mundo llevase una década recuperándose de lo que supuso la caída en picado hacía la mediocridad y el cabaretismo de la mayoría de los gigantes de los 60; y en el que las voces de los ya viejos gurús del Punk, siempre empeñados en que la ruptura con el antiguo régimen hippie debía ser total y sin mirar atrás, empezaban a sonar mucho más dogmáticos y reaccionarios que sus padres de pelo largo y pantalones de pana.
No son tres como su nombre indica. Son dos. Les acompañan otros dos, pero realmente no son solo dos, ni cuatro, ni tres. Son Jason Pierce (Jason Spaceman, que más adelante fundaría Spiritualized) y Peter Kember (Sonic Boom, que más adelante fundaría Spectrum). Son los dos drogadictos que balbucean incongruencias filosóficas en cada entrevista pendulando ante la cámara detrás de sus oscuras gafas de sol. Son los dos genios que encendieron la mecha del muro de sonido que tantos otros seguirían después en procesión: Jesus & Mary Chain, Primal Scream, My Bloody Valantine… Son los dos tipos ingleses delgados con camisas negras que hacen que entres en comunión con sus armonías densas y luminosas y las guitarras pausadas con delays infinitos que confluyen con el bajo lento y melódico que a ratos parece marcar el compás, y a ratos parece invitarte a otra canción completamente diferente. Son los dos guías que te acompañan en tu viaje en ácido por el desierto. Sin intervenir, saben que lo importante de ese viaje, es que sea revelador, pero solitario. Son una de las bandas más influyentes e infravaloradas de finales de los 80 y que a pesar de sus solo cuatro álbumes de estudio y de su ruptura en 1991 (tras solo ocho años de vida), marcaron un antes y un después en el panorama musical independiente internacional. Pero como siempre pasa entre yonkis, algo se quebró en algún momento, andando hacia la pirámide, pero tranquilos, no os preocupéis, dejaron un rastro de sangre para encontrar el camino de vuelta.
Y yo vuelvo a la realidad y doy otra calada al cigarro mientras miro la habitación con los ojos brillantes y digo en voz muy baja, casi susurrando, escuchad “Walking with Jesus” a la luz de una vela, y veréis lo bien que se está aquí abajo en la tierra.