Esto es una entrevista antipromocional. O, quizás, como a Carmen Boza (La Línea de la Concepción, Cádiz, 1987) aún le queda un mes para sacar su nuevo disco esto sea una entrevista prepromocional. Es decir, una charla, pausada, única, para hablar de todo lo que no se habla en el carrusel de entrevistas que sirven para darle coba al último trabajo discográfico de un artista. La oportunidad para acercar la lupa a los pensamientos de una de las cantautoras más interesantes de la música española. La gaditana tiene ganas de hacer balance de lo que han sido diez años pariendo canciones; de hecho, La caja negra será el título de su nuevo álbum; «una resurrección», como lo define ella. Durante una hora y media, Boza desnudó su arte, explicó su vida, advirtió de los peligros que comporta el éxito –si es que alguien sabe lo qué es– y solo dejó de hablar para arrancarle unas notas a una guitarra eléctrica.

–¿Recuerdas tu primer día en Madrid?

–El primer día que recuerdo de verdad es cuando pude dejar de utilizar el mapa para llegar a los sitios. Ese día me sentí muy bien, fue como decir “ya formo parte de esta ciudad”.

–¿Cuánto tiempo llevabas en la ciudad?

–Un mes. Estaba viviendo en Lavapiés y para llegar a Sol necesitaba mi mapa. Me gusta mucho callejear y tengo mucha memoria espacial, me oriento bien. Cuando eres capaz de recorrer una ciudad sin plano sientes una sensación muy guay, de saberte poderosa.

–Entonces ya tenías tu público. Llevabas algunos años subiendo canciones a YouTube y a las redes sociales.

–Empecé en 2007 a subir vídeos y me mudé a Madrid en 2011. He tenido una relación con las redes sociales bastante intensa, sobre todo al empezar a hacer canciones como tal. Llevo tocando desde los quince años, pero no fue hasta los veinte cuando empecé a publicar cosas en la red. He reflexionado mucho sobre esto últimamente. Quizás sea porque me gusta mucho la ciencia ficción, pero me encanta analizar la influencia que tiene internet en las relaciones sociales y en cómo percibimos la realidad o cualquier suceso a través de la red. YouTube empezó en España en 2006 y yo subí por primera vez un vídeo a esa plataforma un año después. Ahora es muy común hacerlo porque YouTube es la plataforma insigne del músico que se autogestiona e intenta hacerse un hueco al margen de las multinacionales y el establishment. Me parece curioso cómo en diez años internet se ha popularizado [YouTube] de esa manera tan basta y bruta entre mi quinta, los nacidos a finales de los ochenta y a principios de los noventa, hasta desplazar totalmente el modelo tradicional de desarrollo artístico. Todo ha sido gracias (o por culpa) de YouTube.

–Algo parecido ha ocurrido con otros gremios de creadores. Un cómico ya no necesita actuar por los bares para darse a conocer. Es más efectivo colgar vídeos con sus monólogos o sus historias para crearse un público. Tú fuiste, en cierta manera, una youtuber mucho antes de que conociéramos y utilizáramos esa palabra en España.

–Sí, en cierta manera lo fui, y eso que no tenía la pretensión de serlo porque en aquellos años una no sabía el alcance y la vida que tendría una plataforma como YouTube. Nos hemos cansado de ver pasar redes sociales como Fotolog o Tuenti que han ido desapareciendo.

–Y que muchos hemos tenido aunque ahora lo neguemos por vergüenza.

–[Risas] Ese tema es un pozo negro que nadie quiere abrir. Algún día alguien rescatará el material que habíamos subido a esas redes sociales y alucinaremos. Surge una red social nueva y la carrera por la innovación [que se desata] entre las plataformas por conseguir una manera nueva de comunicar es bestial: vídeos cortos, que tienen caducidad, que se borran a las horas… Me interesa mucho saber cómo afecta eso a la comunicación entre las personas y a la formación de la personalidad artística de un creador: un escritor, un músico, un artista visual o, como has dicho, un cómico. Esa interacción es un arma de doble filo.

–¿Cuáles son los riesgos?

–Abandonar el punto introspectivo que creo que debe tener cualquier obra de arte. El artista tiene que partir de dentro, de su singularidad y experiencia, para comunicar. Ahora el peligro es que se invierte ese orden: lo primero es fuera y luego va dentro. En última instancia, quizás estoy siendo incendiaria al decir esto, pensar demasiado en el público empobrece la obra. La creación tiene que partir de la reflexión.

Boza2_Jon-Izeta–¿Ves prisa a la hora de mostrar? ¿Las canciones son como el arroz, necesitan reposo para que sepan mejor?

–Totalmente. De hecho, mi trayectoria en internet tiene un parón precisamente por ese motivo: yo sentía que ese proceso de madurar mi arte estaba viéndose afectado –para mal– por la urgencia de generar contenido, sobre todo por la adicción que puede generar el feedback inmediato. Ni siquiera eres tú el juez último para decidir si tu obra está bien o mal porque dependes de lo que opine la gente.

–¿Te has sentido una yonqui del like?

–Sí. Yo subía vídeos a YouTube con bastante frecuencia y tenía una mecánica muy precisa. Cuando tenía el borrador de una canción, ya bocetada con la guitarra, era el momento de publicarlo. Luego a lo mejor pasan dos semanas y te das cuenta de que la frase del estribillo no vale porque tienes otra mejor. Pero ya lo has publicado en internet. O, quizás, esa interpretación no es la apropiada porque está condicionada por la prisa, tocas demasiado rápido y fuerzas al cantar. Pero ya la has enseñado. Y no puedes volver atrás. Solo te queda, después de grabarlo en acústico, pasarlo por el estudio y [si haces muchos cambios] puede que se te vuelva en contra porque la gente ya ha asumido esa primera versión, se graba en su mente de forma romántica y, aunque luego haya un trabajo mucho más arduo desde que terminas ese boceto hasta que de verdad das por finalizado el tema, no van a recibir bien los cambios. Subir una canción a internet y olvidarse de la intención que tienes al crearla para llenar tu inseguridad, para cubrir la duda del ¿será buena o no será buena?, ¿será poética o no será poética esta manera de expresar mi idea?, te lleva a perder el rumbo como artista. La aceptación de tu obra es la que gana.

–El ego.

–Exacto, el ego es la epidemia.

–¿El ego es la epidemia de los artistas? ¿O de cualquier persona?

–Es una epidemia social, yo creo. Estamos en un momento ególatra. Todo el mundo es protagonista y tiene su séquito de seguidores, o de voyeurs que están mirando todo lo que haces. Todo el mundo se cree bastante importante. ¡Nos creemos bastante importantes! Pensamos que todo el mundo necesita y espera nuestras tajantes e importantes declaraciones. Realmente, es una cuestión de autoafirmación, de pensar que tus diez likes son diez personas que tienen el mismo criterio que tú. No te importa el contenido, solo necesitas esa droga.

–En las redes sociales de los medios de comunicación ocurre una cosa curiosa. Los artículos que tienen muchos likes no son siempre los que más se leen. Mucha gente le da al me gusta pero no abre el enlace. Darle a ese botoncito es muy fácil, que te interese algo para consumirlo de verdad, no tanto.

–Cuando compartes o likeas algo no estás únicamente generando contenido: estás diciendo de alguna manera: esto es lo que me gusta. Puedo leer muchas cosas que no comunico a los cinco, a los mil o a los cien mil que me siguen. Los creadores debemos tener pies de plomo con ese tema. Después de la fiebre que supuso el descubrimiento del mundo del like y de las redes sociales, tenemos que reeducarnos para entender el escenario social y comunicativo en el que nos movemos. ¿Qué es lo que prevalece para mí? ¿Generar un contenido de calidad que me represente artísticamente o conectar con mucha gente? No necesariamente van de la mano, como tú dices. Al final, yo creo que es un tema complejo porque tiene muchas ramificaciones. Si tú quieres vivir de lo que haces y tienes ciertas aspiraciones artísticas, hay que cuadrar el tema económico y necesitas hacer un encaje de bolillos: ser honesto contigo mismo y coherente con tu arte a la vez que consigues ser un poco mediático y popular.

Boza6_Jon-Izeta–Hace unos meses estuve hablando en Zaragoza con José Luis Ibarra, un jubilado que sabe mucho de estas cosas porque es el padre de Kase O. Su hijo Javier tiene siete años más que tú, es del 80. Su padre me explicó que a él le tocaba ir a Correos para mandarle las cintas que Kase O y sus amigos grababan cuando tenían catorce o quince años a otros raperos que vivían en Madrid o Barcelona. El rap empezaba en España y esos chavales se habían conocido en algún concierto o quedada y luego se comunicaban con cartas y se mandaban paquetes llenos de rimas. Esto ocurría a mediados de los noventa. Solo diez años después una chica llamada Carmen Boza sube canciones a internet y conecta con miles de personas que viven a miles de kilómetros de distancia. Tenía que ser algo mágico para ti.

–Era impresionante. Recuerdo la sensación maravillosa de ver que era posible llegar a tanta gente. Y te vuelves adicta a eso. Porque, además, yo empecé a subir vídeos de forma totalmente inocente. Había ausencia de pretensión en lo que hacía. Era el punto romántico de decir “qué bonito, lo voy a grabar y lo cuelgo en la red”. Sin saber si te iba a ver alguien. El tema que más visitas tiene en mi YouTube lo escribí, lo grabé con la guitarra casi de una tacada con la cámara de mi ordenador y armé un evento en Tuenti para compartirlo con mis contactos, que no serían más de 150 personas. En dos semanas había llegado a 30 mil. ¡De repente sientes que eres alguien! Aprender a digerir esa situación sin tener ninguna experiencia previa de ese tipo no es fácil. Los picos de autoestima eran muy acusados. Primero, subidón y, luego, vértigo máximo por decir: esta gente me está viendo en mi casa, en mi cuarto, en la intimidad máxima. Y eso pasa después de escribir una canción en la que has llorado para componerla porque es mierda profunda, experiencias traumáticas que estás poniendo encima de la mesa. Entonces yo no tenía el callo suficiente para tomar distancia con mis canciones. Si lo piensas fríamente, es muy impactante tener ese alcance al alcance de un clic.

–¿Todas las canciones hablan de ti? La mansión de los espejos parece un ajuste de cuentas –entre la ironía y el desgarro– con una época pasada.

–Todos los artistas, por lo menos los que publicamos, tenemos un punto de ególatras inevitable. Yo considero que hay que crear desde la singularidad, desde tu propia experiencia. Con veinte años tenía solo una experiencia emocional, de complejos, de historias de amor y desamor, de decepciones y logros. Tu desarrollo artístico va paralelo a tu proceso de maduración personal. La verdad es que yo no sé escribir más que de mi propia opinión acerca de una situación, incluso de las que no he vivido porque puedo crear, falsear o fantasear para situarme en un momento de desengaño o éxito que no me ha sucedido, pero puedo preguntarme, ¿cómo me sentiría yo en ese caso? Hago un ejercicio de empatía con un yo futuro o pasado –porque no necesariamente tengo que escribirlo en el momento en que me está pasando. Soy muy mía. Analizo lo que me pasa y lo que pienso. Quizás lo hago de más. Y, de repente, un día, me viene un chorro de palabras inconexas porque estoy escuchando o leyendo algo que me lleva a un recuerdo. Y anoto una frase. Y luego otra. Y otra. Mira, a los raperos les pasa algo, creo que por deformación, que es hablar en rima. Obviamente, por trabajar la rítmica y la métrica. A mí me pasa algo parecido: escribo algo y me digo que tiene musicalidad dentro, pero los textos siempre giran en torno a mis experiencias, lo que me cuenta un amigo o lo que veo en la calle. Algunas veces, son opiniones pasajeras: escribo cosas y las sentencio. Luego, dos años después, pienso algo totalmente diferente. Lo bueno es que las canciones tienen la magia de retratar el momento. Una vez escuché en una entrevista a Vetusta Morla decir que son como fotos que se toman desde la emoción. Y estoy muy de acuerdo con esa definición.

Boza15_Jon Izeta–¿Cuándo escribes un verso siempre piensas en cómo va a sonar?

–Sí. Tengo una manera de escribir mis textos que es muy rítmica [chasquea dos veces los dedos]. Creo que la razón es que consumo mucha música anglosajona y el inglés, al ser un idioma más monosilábico y sonoro, tiene cierto ritmo.

–El castellano, dicen muchos letristas, es una lengua difícil de domar.

–Las palabras son más largas, hay esdrújulas, tiene consonantes difíciles, las eñes, las elles, las dobles erres son muy sonoras… Pero, también, en ese grosor tan áspero que tiene el castellano hay belleza, un punto lorquiano, basto, que me gusta. Me parece bonito el reto que me marco al convertir en canción, con la influencia angloparlante que tengo (una estructura llena de métrica, casi hiphopera), un texto bello, poético, que tenga un significado. Me gusta escribir pensando en la rima. Algunos textos incluso los rapeo antes de cantarlos. La melodía viene después, al trabajar la canción con la guitarra.

–A Sabina le he escuchado varias veces decir que cuando tiene una letra intenta que funcione como ranchera, bolero o rumba. Si no, no vale para ser una canción. Me gusta que cualquier letra tuya se tenga que poder rapear para convertirse en canción. ¿Es tu prueba del algodón?

–A veces hay que hacer concesiones porque te encuentras con un texto que tiene tanta potencia que lo tienes que hacer así como viene. No admite cambios. Los compositores somos un poco esclavos de la música, que está por ahí volando, y te elige a ti para venir al mundo a través de tus canciones. Por eso, a veces no puedes cometer el sacrilegio de tocar un texto porque el ritmo te pida que metas una bisílaba –ta, ta– en el lugar de una palabra de cuatro sílabas que dice mucho. ¡Si no te cabe te tendrás que buscar la vida! A veces las concesiones las tiene que hacer la música, que es el vehículo para potenciar el mensaje, la palabra, lo que apela a nuestro intelecto, a nuestra racionalidad.

–Cuando te preguntan por lo que escuchas actualmente nombras a John Mayer o Nick Drake, pero al preguntarte por lo que escuchabas cuando eras adolescente no tienes pelos en la lengua para decir que eran discos de Christina Aguilera o Anastacia.

–¡Divas del pop!Boza9_Jon-Izeta–La cultura indie ha tenido un auge tremendo en los últimos diez años en España y, a veces, desde el indie se mira con desprecio a la música pop. Hay demasiado esnobismo. Pero a ti no te importa decir que has escuchado mucho pop. Incluso podríamos decir que tus canciones son pop.

–Claro que hago música pop. Y estoy muy orgullosa de hacerla porque creo que al final la música popular… [calla unos segundos] La separación entre la alta y la baja cultura ha existido desde siempre. La música clásica era alta cultura y los trovadores y la música que se cantaba en la calle era baja cultura. Sí creo que pueda haber un punto esnob en las referencias que puedan tener ciertas propuestas de la escena independiente. Por la necesidad de diferenciarse. Está todo muy conectado: las redes nos han obligado a posicionarnos de una manera a nivel público que nos lleva a prever cómo va a sentar lo que digamos.

–Se deja poco margen a la sorpresa.

–Queremos causar buena impresión y como tenemos la sensación que, por la música que hacemos, nadie nombra a ciertos artistas como referencias, yo no puedo nombrarlos porque no estaría dentro del cajón donde quiero estar. ¡Uno huye de las etiquetas pero está constantemente retratándose con las cosas que dice o hace! No la tengo muy masticada esta idea, pero puede ser que haya un punto en el indie en el que se dice: a mí me encantaba este grupo antes de que lo escuchara nadie…

–Y ahora que lo escucha todo el mundo ya no son tan buenos…

–¡Claro que no! [ríe] Volviendo a Christina Aguilera: ha hecho canciones que han sido megahitacos mundiales, para mí serán buenas canciones y para otra gente serán muy malas. Lo realmente importante es lo que te aporta esa forma de cultura, sea alta o baja, como individuo, ya seas consumidor o creador.

–Cuando caen las barreras que a veces tienen encorsetados a los infinitos estilos que existen en el universo musical un cantante como Raphael le puede pedir a un compositor como Iván Ferreiro que le componga una canción.

–Eso es maravilloso. Jorge Marazu, uno de los compositores que le escribió a Raphael en aquel disco, es amigo. Creo que eso para un artista como nosotros, que somos emergentes y estamos haciéndonos un sitio en este nuevo escenario que ha creado internet, tiene que ser una rotura de cabeza. ¡Este señor que le he escuchado cantar tanto porque mi madre lo ponía en casa me pide que le haga una canción! Todavía vas a una discoteca y te ponen Mi gran noche. ¿Sabes lo que te digo? Alguien como él, que ha estado siempre, que es una institución y que no forma parte de tu circuito, ¿cómo puede ahora, de repente, pedirme un tema a mí? Creo que eso habla mejor aún de Raphael que de sus compositores. A veces, ese tipo de jugadas corresponden a intereses comerciales de las compañías por conectar dos escenas…

–Pero hacerlo de forma artificial es un riesgo. Los dos públicos que se pretende conectar pueden tener la sensación de estar frente a un pastiche.

–Exacto. Y en el caso de Raphael fue diferente. Esa gira en la que interpretaba las canciones de Iván Ferreiro, Jorge Marazu o Mikel Izal se llamaba Loco por cantar. ¡Y me encantaba! Yo intuyo un entusiasmo casi adolescente, muy chispeante por su parte. ¡Estoy loco por cantar con los jóvenes! ¡Por seguir cantando! Esa es la chispa que debe mover a un artista. ¡No puedo seguir cantando lo mismo y para la misma gente! Tengo que conectar con las nuevas generaciones, además de seguir cantándole a las señoras de sesenta años que me han seguido desde siempre. Creo que es una responsabilidad artística estar pendiente de lo que sucede y, a la vez, formar parte de eso.

Boza11_Jon-Izeta–En alguna entrevista te he leído que para salir a un escenario hay que tener “mojo”, una palabra que para los que vimos Austin Powers en la adolescencia tiene cierta gracia. Hace unos años Andreu Buenafuente se autoprodujo un documental que se titulaba El culo del mundo en el que explicaba la frustración que le supuso la cancelación del último programa que tuvo en Antena 3 y las dificultades que le pusieron para sacar un nuevo programa adelante. Uno de sus colaboradores, creo que era Berto Romero, explica que llegó un momento, a fuerza de hacer un programa de forma diaria, que Buenafuente había perdido “la mirada del tigre”, un instinto televisivo que ha recuperado desde que presenta Late Motiv, un formato donde tiene más libertad para mostrar su talento.

–Si no tienes eso que explicas que le faltaba a Buenafuente, es imposible tocar en directo. Aún a pesar de lo muy atractiva que parezca la vida de un artista, por muchos aplausos y admiración externa que tengas, hay que contar con esa chispa para mostrar lo que te sale de dentro. Cuando la pierdes, no puedes actuar porque este oficio no es muy diferente de tener que levantarte todos los días para ir a una oficina y odiar tu trabajo. No digo que por trabajar en una oficina tengas que odiar tu curro, entiéndeme. Una de las prioridades de cualquier artista que ejerza o reinterprete su obra en público es adquirir buenas rutinas. Somos animales de rutinas pero las rutinas nos matan. Hay que luchar para mantener el equilibrio. Estar constantemente cambiando de proyecto es un riesgo. Hay que ser constante, metódico y perseguir un fin manteniendo la magia. ¿Dónde está el punto de saber si la rutina te atrapa o la necesitas para que te dé equilibrio? La línea es muy fina y hay que estar vigilante. Un escritor o un artista plástico acaban su obra y la obra está lista para consumir, no tienen que reinterpretarla. Los músicos tenemos que estar siempre inventando. Cada vez que tocas un viejo tema estás creando algo nuevo para generar un punto de interés que enganche a quien te escucha. Y con alguien como Andreu Buenafuente pasará igual: no te puedes plantar todos los días en el plató para leer un guión e interpretar a un personaje que no varíe ni evolucione. Empiezo a pensar que lo realmente artístico y subversivo nace de ese punto que te lleva a estimularte para que seas el crítico más feroz contigo mismo a la vez que eres el amigo más dulce. Eso tiene que motivarte para no perder la chispa.

–Decías que en una canción el mensaje lo lleva la palabra y la música la acompaña, pero en tus conciertos, sobre todo cuando actúas en solitario, tu guitarra transmite mucho. ¿Te has dado mucha caña por ser una buena guitarrista? Jorge Drexler cuenta que durante muchos años estuvo más pendiente de mejorar con el instrumento que de escribir buenas letras o trabajar la voz.

–¡Es fácil decir eso, quizás, siendo Jorge Drexler, que no le he escuchado ni un tema malo! [ríe] En mi caso, sí que es verdad que la palabra lleva el mensaje y la música la acompaña, pero no quiere decir eso que la música sea menos importante que la palabra; solo que a nivel emocional el trabajo groso recae en la palabra, en ellas hay que buscar realmente la sangre, ¿sabes? En mi caso, disfruto mucho tocando la guitarra. Cuando sangro lo suficiente en mis textos y tengo las ideas sobre la mesa (que se llena de papeles y bocetos) sé que tengo la primera parte del trabajo hecha. Entonces empiezo a embellecer esa masa para que la música le dé una estética a la letra que me sea familiar y conecte con mi mundo onírico, lleno de referencias que reflejan mi personalidad. La personalidad no se refleja solamente con las palabras que usas. También tiene que ver con tu manera de tocar. Cuando empecé a tocar la guitarra no hacía canciones. Me pasaba horas tocando. Me iba al instituto y, como sabía que mi madre se iba a trabajar una hora más tarde, me escapaba y me iba a casa a tocar.

Jon, el fotógrafo, interrumpe la charla para pedirle a Carmen que pose con una guitarra. ¿Prefieres acústica o eléctrica? Prefiero eléctrica, contesta ella. Y empieza a hablar sobre un instrumento que, para la gaditana, es una pasión:

–Ahora tengo que conseguir una guitarra de formato más pequeño. Yo, que soy chiquita, tengo muchos problemas de tensión en la espalda y el cuello por la postura. Las guitarras, en general, suelen tener una escala larga, de 24 pulgadas y media. Para llegar al traste 1 todo esto se me carga a muerte [se toca el omoplato izquierdo]. Me quiero pillar ahora una Jaguar o una Mustang, que tienen escalas más cortitas, y son otra cosa. Pero es que las Tele… Es que suenan de otra forma, ¡me encantan! ¡Tienen una mala leche que no tienen otras guitarras! Aunque tengan un sonido muy twang, muy finito… Las Telecaster son románticas para mí. Solo he tenido una eléctrica buena, la SG, que es un modelo que hizo Leo Fender cuando se fue de Fender y no quiero cambiar de guitarra…

Entonces agarra la eléctrica que le tiende Adrián Rodríguez, su nuevo manager, mientras Jon le fotografía los dedos que trastean sobre el mástil.

Boza4_Jon-Izeta–El sonido de las guitarras eléctricas, cuando están desenchufadas, es muy especial.

–A mí me gusta muchísimo. La acción es muy bajita… Lo que más disfruto es tocar la guitarra.

–¿Más que cantar?

–Mucho más. Me gustaría ser mejor guitarrista, la verdad.

–¿Fuiste a clases o aprendiste de forma autodidacta?

–Autodidacta. Me compré un método para aprender a tocarla que tenía unas fotos donde aparecían las posiciones de las manos para hacer los primeros acordes de forma muy ortopédica. Me aprendí todos los acordes y me hice un papel con el cifrado: C, D, F… Primero los mayores, luego los menores. Con mi conexión de 56 kilobytes por segundo, que tenías que desconectar para que tu madre llamara por teléfono, buscaba un par de vídeos de AOL Sessions, los dejaba cargando, y al día siguiente me veía dos canciones de Abril Lavigne. A mí me gustaba su disco y su rollo, pero lo que realmente me interesaba era ver los acordes que hacía su guitarrista para poder parar el vídeo y ver la posición de sus manos. Por eso me daba coraje que solamente la enfocaran a ella. ¡Si yo no quiero ver su cara sino al tío que está tocando a su lado! La verdad es que tocar la guitarra es para mí como meditar. Yo envidio los momentos de la gente. “Mi momento es sentarme en el sofá, fumarme un cigarro y leer”. “Cuando acabo el día, me doy un paseo por el parque de al lado de mi casa, me siento un rato en un banco y no pienso en nada”. El momento ese de que se para todo y tú estás en tu mundo lo tengo yo cuando toco la guitarra. [Apoya el torso sobre el del instrumento y le acaricia un poco el cuerpo y las seis cuerdas] La tengo a la pobre…

–Hartita.

–¡La tengo hartita! ¡Manoseadísima! Se ha convertido en algo tan de mi piel, que forma tan parte de mí, que cuando empiezo a tocar la guitarra me pasan cosas tremendas. El otro día estaba, de noche, tocándola en el sofá, súper cansada, practicando algunas ruedas de acordes y sacando un riff nuevo… [ataca el motivo y calla unos segundos] que no es especialmente sencillo. Pero lo tenía tan interiorizado porque a lo mejor estoy una hora tocándolo seguido, en bucle…

–Que la mano le dijo al cerebro: apágate un rato que sigo yo.

–Tremendo. Al rato me desperté y… [vuelve a tocar el riff una vez con la guitarra]. Ahí me dije: ¿estoy sana yo de la mente o me pasa algo? [ríe] En ese proceso de trabajar la guitarra siento muchísima paz. Poco a poco, me voy fundiendo con ella. Es lo que me interesa más en este momento: mejorar como instrumentista.

Boza8_Jon-Izeta–¿Quién es para ti Paco de Lucía?

Paco de Lucía es un genio. Le escucho tocar y para mí es como escuchar cantar a Nina Simone, ¿sabes? Me parece que hay gente que consigue esa simbiosis espiritual con el instrumento. Eso es valiosísimo y, de alguna manera, obviamente Paco es historia de la música, es lo que yo persigo: con mi lenguaje, comunicarme con el instrumento, establecer un diálogo en el que no solamente oigas lo que estoy diciendo, sino lo que estoy tocando. Es lo que lograba Hendrix cuando decían que hacía llorar a la guitarra. Es que es más que un trozo de madera. Para empezar porque la madera está viva, es un ente orgánico que comunica muchísimo a través del lenguaje de la mano, de cómo haces la pulsada, de cómo rasgas las cuerdas… Un Sol Mayor [toca fuerte el acorde] lo puedes tocar de mil maneras [lo toca sincopado].

–¿Se nota el rastro de Paco de Lucía por Algeciras, tu nueva casa y la ciudad donde él nació?

–Mucho. Yo soy de La Línea de la Concepción, ahora he cruzado la bahía, y me he ido a Algeciras, donde Paco tiene una estatua. En teoría hay rivalidad entre las dos ciudades porque son vecinas pero eso se ha diluido mucho con el paso del tiempo. Las dos tienen los mismos problemas: mucho paro, poco trabajo y una salida muy fácil para muchos con el narcotráfico. Y se comparte la herencia de Paco, de Camarón, de Tomatito. En Cádiz, en Sevilla y en casi cualquier lugar de Andalucía la gente es muy flamenca y lo lleva con orgullo. Se escucha esa música de forma inconsciente. El flamenco no se consume, se vive porque está ahí, en tu día a día. Algeciras, además, es un crisol con la cultura árabe muy evidente.

–Cuando cruzas el Estrecho de Gibraltar y llegas a Algeciras, como pasa también en Ceuta, tienes la sensación de seguir en Marruecos.

–Y más en el barrio del puerto, donde está el mercado de abastos. Casi toda la comunidad árabe vive allí. A mí me parece muy pintoresco porque no sabes bien dónde estás pero es que al final el norte de África y el sur de España están tan hermanados que esa unión tiene un punto de riqueza impresionante.

–Vamos a hablar de lo que nunca habla nadie: del dinero. ¿Es difícil sobrevivir siendo un músico emergente?

–He tenido momentos malos y momentos mejores, pero no te diría que en mi caso ha sido difícil vivir de la música. No soy rica, nunca he estado en una situación boyante para decir que me sobra la pasta, pero es mi oficio y me ha dado suficiente como para dedicarme a ella. Con la música, a nivel económico, está pasando lo mismo que puede ocurrir con otras profesiones: se ha desprendido de ese halo de sentir que está en un plano superior y que solamente unos pocos pueden alcanzarlo. Se ha democratizado mucho el acceso a la grabación para que puedas exponer tu proyecto. Ahora más que nunca, si tú quieres vivir de la música puedes hacerlo pero tienes que currar como una hija de puta. ¡Como el que quiere hacer jarrones, escribir un libro o dedicarse a pintar! Durante mucho o poco tiempo tendrás seguramente que compaginarlo con otro trabajo para que te rinda económicamente. En mi caso, he estado mucho tiempo trabajando de diseñadora gráfica. Es lo que estudié y me dedicaba a eso. Cuando lo dejé y me fui a Madrid para probar con la música lo hice porque tenía paro y lo estuve cobrando un tiempo. Ese riesgo lo podía asumir porque tenía un respaldo económico, un colchón. Obviamente, cuando llegas a cierto estatus, reconocimiento o popularidad, va más gente a verte y puedes ganar más dinero pero también tienes una responsabilidad a nivel artístico. Creo que la retribución es justa a lo que uno va generando.

–Tardaste diez horas en conseguir los 8.000 euros que pedías en el crowdfunding con el que financiaste La mansión de les espejos, pero venías de años de mucho trabajo y de pasar por dificultades. Incluso dejaste de tocar, como has contado antes.

–Porque me entró la paranoia de no saber si lo que estaba haciendo era por un impulso creador o para contentar a la gente que me seguía. La relación que tenía con la música era tan íntima que no estaba preparada para que mi situación económica dependiera económicamente de ella. Tienes que currar mucho, tocar en mil garitos, irte a Segovia y que vengan cinco personas a verte y, no obstante, vuelves a revisitar constantemente un momento que para ti ha sido muy fuerte emocionalmente. Te puedes llegar a quemar. Pierdes la mirada del tigre. Y yo no quería perderla. No quería poner en riesgo mi vocación… y me fui a currar a un bar. El tiempo que estuve sirviendo copas vivía en Madrid con 400 euros al mes: trabajaba los fines de semana a cincuenta euros la noche, como todo el mundo. Con eso me pagaba el alquiler y la vida (porque la fiesta me la pegaba en el bar). Cuando volvía a casa, me ponía a escribir las canciones de lo que me estaba sucediendo, que no tenían nada que ver con los temas que compuse cuando tenía dieciocho años y mi situación era otra. Fue una época artísticamente muy prolífica.

Boza10_Jon-Izeta–Sacas el primer disco y, al rato, aparece una multinacional para ficharte y reeditarlo. ¿Qué aprendiste de aquella experiencia en Warner?

–Aprendí que hay cosas que tienen que llegar en su tiempo, aprendí lo que es tomar una decisión que no es la correcta y asumir la consecuencia. Y no porque la multi fuera mala y yo buena. En esta historia nadie es Robin Hood. En la vida no hay atajos. Tú puedes ser de una manera concreta, pero la industria funciona así. Puedes creer que porque hayas hecho cuarenta, cincuenta o cien conciertos sabes de qué va esto. No se trata de dar saltos en la música. Hay que ir caminando despacio, dando pasos y aprendiendo tus lecciones. No quiero decir que no sea válido dar pronto el salto a una multinacional, solo que en mi caso aprendí que ese no era mi camino.

–¿Es más fácil entrar o salir de una multinacional?

–Es más fácil entrar. Ellos se interesaron por mí. El principio siempre es bonito: te quieren, a todo el mundo le gusta tus canciones, esto va a ser la hostia, lo vamos a petar… pero cuando se pasa esa efervescencia vuelves al punto de que hay que trabajar mucho. Una multi tiene un brazo fortísimo, pero ese aparato enorme lo que conlleva es mucha lentitud porque hay una enorme burocracia dentro de esas compañías. En ese sentido, un artista independiente tiene mucha más libertad a la hora de decidir cuándo graba y dónde toca. Evidentemente, un artista no está tan indefenso cuando forma parte de una multinacional. Hay un entramado que da la cara por ti, te resguarda cuando hace falta y aprieta donde haya que apretar. Pero me reafirmo: en el desarrollo de un artista emergente son muy necesarias las hostias y esas te las das cuando te lo montas por tu cuenta y estás más expuesto.

–Ahora estás a punto de sacar un nuevo disco, otra vez de forma independiente. ¿Cómo se siente un artista ante una criatura que está a punto de nacer?

–¡Vaya proceso el de este disco, tío! Me siento muy resucitada. Una al final solamente tiene su vida. Es tu película y te puedes quejar de que hayas tenido mala suerte, pero es lo que hay. Ahora miro para atrás, algo que cuesta mucho, y hago un poco de abstracción para ver en perspectiva las cosas que me han pasado en los últimos cuatro años: saqué el primer disco; luego, la multi, reeditamos La mansión de los espejos; me fui de la multi (que estuve dos minutos, como quien dice, lo que se tarda en hacer un zumo de naranja, como dice Diego Pantoja) cuando tenía contrato con ellos para sacar el siguiente disco; grabé el segundo disco el año pasado; y me he vuelto a meter en el estudio para regrabarlo, encargándome también de los arreglos y la producción, porque no estaba convencida con el resultado. Ha sido una época muy loca. He cambiado muchas veces de banda hasta dar con los músicos que quería. Es que pasé de tocar en el Búho Real, yo sola con mi guitarra, a meterme en un estudio después de hacer un crowdfunding que lo petó. Yo no sabía lo que era tocar con un grupo y girar, eran mundos que desconocía. Después de que llegara la multinacional, firmáramos y pasara lo que pasó me di cuenta de que me había convertido en lo que más odiaba. ¡Era el cliché de la artista que es una promesa, la ficha una empresa grande y se va rajando de allí! Sentía que necesitaba un tiempo diferente del que ellos me daban para crear a mi gusto. Y no porque estuvieran encima de mí, pero es que yo ya me presionaba bastante.

Boza13_Jon Izeta–En ese impasse te vas a Estados Unidos a recorrer el Sur Profundo y empaparte del ambiente de ciudades como Nashville.

–Cuando era más joven consumía más música folk. Me encantaban esas sonoridades más acústicas. El sonido Nashville es eso y, algo que desconocía realmente, la cultura tan arraigada del country. Las estrellas del género tienen un reconocimiento brutal allí. Es su rock and roll. Ese viaje fue una acción promocional con Jack Daniel’s y lo disfruté muchísimo. Nos llevaron al Country Music Hall of Fame y flipé en colores. Tim McGroy y Faith Hill tenían una vitrina para que se expusieran las figuritas de Barbie y Ken de ellos dos. Había conciertos desde las once de la mañana en cualquier bar de la ciudad. Te encontrabas al cowboy apoyado en la barra del bar con el chupito de whiskey al lado. Era muy auténtico.

–¿Va a tener algo de ese sonido el disco nuevo o va a ser totalmente eléctrico?

–Eléctrico. Hace tiempo me cansé de la sonoridad acústica. No porque sintiera que había techo, pero sí veía que con los recursos que utilizaba estaba caminando en círculos. La guitarra eléctrica, aunque viene siendo lo mismo a nivel de digitación, no tiene nada que ver con la acústica. Es como comparar una trompeta y un trombón. Sentí que me podía permitir el lujo de cambiar de sonido, además de que necesitaba el impulso de sentir la potencia del sonido eléctrico, de salir a tocar en el Ocho y Medio delante de novecientas personas y no sentirme desnuda con mi acústica. En esa época estaba escuchando un rock más sucio, grupos como Alabama Shakes, a Brittany Howard rascando esa SG con una potencia… Me dije, yo quiero ese poder. La guitarra eléctrica es como una varita mágica enorme y mortal. No hay nada de ese sonido Nashville en el disco, pero el sonido acústico está en mi manera de tocar. Mi mano derecha es mi seña de identidad. Con la izquierda soy un poquito manca, la verdad. Cuando era muy adolescente consumía mucho esa música: me encantaba un grupo que se llamaba Jars of Clay, los jarrones de barro, que tocaban música cristiana y era muy emocionante escuchar la melosidad que le daba la guitarra acústica a esos temas, a la vez que sentías el bum de los acordes abiertos, del sonido a madera vacía que tienen las cuerdas de metal.

–¿Visitaste alguna fábrica de guitarras en tu viaje a Estados Unidos?

–No. Me encantaría mucho ir a Fullerton, California, que es donde está la fábrica de Fender. En el viaje que hice hace poco a Estados Unidos visité el showroom que tiene Gibson en Nashville. Me prestaron una guitarra para no tener que llevar la mía en el avión. Fue una visita muy guay. Era el típico showroom americano que ves en las fotos de promo: paredes de ladrillo, ventanales tremendos, una nave en medio de un barrio medio industrial…

–En tu resurrección eléctrica, ¿va a haber más fiesta y menos Culpa y Castigo?

–[Sonríe] Nunca va a dejar de haber culpa y castigo. Eso es el motor de mi forma de estar y de ser en la vida. Esa dualidad es una idiosincrasia que tengo presente siempre. Ni siquiera podría crear las canciones que he compuesto sin culpa y sin castigo. La mezcla es enfermiza pero es el precio que tengo que pagar para crear lo que he creado.

Boza12_Jon-Izeta–Te voy a decir una serie de nombres y me dices lo primero que se te pase por la cabeza.

–Venga.

–Patricia Lázaro.

–Mi hermana. Para mí, la mejor letrista que hay en este país. La conoce mucha menos gente de la que debería conocerla. Su discurso y su imaginario, las palabras y expresiones que utiliza, la manera que tiene de sentir, en ocasiones de forma lorquiana o almodovariana, muy de sangre, de raíz, de un montón de mujeres vestidas de luto y metidas en la cocina hablando de cosas… El costumbrismo es lo que la representa.

–La delicadeza en el costumbrismo más rudo.

–Muy sofisticado también, en ocasiones. Tiene una frase que cuando la oí me traspasó: “La vida es una persona cambiando de amor y de forma que firma autógrafos o se derrumba en la clase de yoga”. Eso es maravilloso. Me emociono y todo de decirlo porque me parece una forma tan simple de representar una complejidad tan grande que puede encerrar una persona, se siente fatal, va a yoga y luego alguien le dice: ¿Tú eres Patricia Lázaro, me firmas un autógrafo? Es genial.

–El señor con el grabaste ese dueto maravilloso que se titula Vengas cuando vengas.

–¡Es que ese es otro! Somos de la misma quintilla. Él es muy amigo de Patri y comparte con ella el gusto por el costumbrismo. Me parece que El Kanka está llamado a ser el poeta de esta generación. Le pone sentimiento a muchas cosas que necesita escuchar mucha gente que le oye para poder situarse. Kanka tiene una retórica, una manera de expresar las cosas que a mí me parece… [suspira] ¿Cómo te diría? ¿Como un Sancho Panza un poco Don Juan? Tiene esa simpleza, que te puede resultar entrañable, pero luego un lado poético que te toca por dentro y te hace llorar. Es complejísimo emplear esas palabras comodín con las que escribe sus canciones, palabras que pueden despertar tantas cosas a la vez.

–Cuando le vimos en Sueños de Libertad el año pasado, muchos dijimos: ha sido la Carmen Boza de este año. Le tocó salir el primero y se metió a todo el cine en el bolsillo.

–¿Tocó en el Regio también, no? Es que tiene un ritmazo cuando toca la guitarra… El tempo del Kanka es espectacular.

–Le entrevisté y le dije que me transmitía algo parecido a lo que sientes cuando escuchas los discos clásicos de Carlos Cano o Triana, ese realismo mágico de la Andalucía que se sale del tópico. Aunque luego el Kanka se suba a un escenario y te haga reír con sus canciones es un músico que rompe con el estereotipo.

–El Kanka representa un poco lo que muchas personas que no sean andaluzas pueden considerar que es baja cultura pero que, al final, es una evidencia de que el carácter andaluz, en el habla y en la cultura, es una de las representaciones más ricas del castellano o español. Muchos, al verle, piensan que es un tío de Málaga que toca la guitarra así como flamenquito. Hay que decirle a esa gente: “Siéntense y escuchen lo que dice El Kanka”. Estás leyendo poesía en sus canciones porque él es de los que trabaja mucho la métrica, todo está en su sitio y rima perfectamente. Su música es muy estética.

Boza1_Jon-Izeta–Janis Joplin.

Janis me parece un icono, una salvaje. Su fuerza está en su debilidad, en la manera de abrazar el ser que era, sus propias contradicciones. He visto Little Girl Blue, el documental que hicieron sobre ella donde se cuenta todo su proceso artístico y sus historias de amor en medio del libertinaje que había en aquellos años sesenta, y me recordó mucho a la vida de Amy [Winehouse] y de todas esas mujeres muy fuertes, pero con una fuerza que reside en su fragilidad y en cómo ellas se hacen abanderadas de su dolor, no intentan camuflarlo de tosquedad, no intentan ser masculinas en un mundo de hombres. Esa autenticidad que tienen, esa sangre –porque me gusta la metáfora de la sangre por el sabor y por el rechazo que te puede dar probarla, aunque sea algo que tengamos todos dentro– la muestran sin complejos.

–A Pedro Simón, un periodista de El Mundo al que entrevisté hace un par de años, le pregunté cuándo sabía que un reportaje estaba bien escrito y él me contestó parafraseando a Anica la Piriñaca, una cantaora de flamenco que decía que sabía que había cantado bien cuando la boca le sabía a sangre. Tú has utilizado un símil parecido varias veces en esta charla.

–La sangre solamente emana del dolor, la herida y el sacrificio. Cuando me dices Janis, yo pienso en ese punto de sufrimiento que te lleva a tirarte con todo a ese espinar porque te da igual que haya espinas y verjas. Puede que no esté bien cantado, que parezca una loca porque se le rompe la garganta y se ponga a gritar, pero es que le daba igual. Alguien como ella no podía hacer otra cosa.

–John Mayer.

–Me cambió la forma de tocar la guitarra. Es un compositor que creo que está muy infravalorado: ha podido ser muy mainstream y ha tenido un papel muy mediático durante una época porque ha tenido relaciones con actrices y ha estado en el foco de una manera ajena a lo musical. Mucha gente confunde ese tipo de cosas y te considera menos artista si estás muy expuesta. De los que están vivos creo que John Mayer es el compositor más completo porque tiene un dominio de la guitarra que es pasmoso, transmite unas cosas con su pulsación, domina espectacularmente el tempo y, luego, hace unas melodías que son pegamento para tu cerebro. ¡Es cocaína! ¡Se te meten aquí dentro y no puedes dejarlas! Vi una charla que dio en el Berkeley College en la que decía que él no toca un solo que no se pueda cantar. Me parece una premisa maravillosa que yo he adoptado totalmente.

–Paco de Lucía decía que en privado, en su casa, era el mejor cantaor del mundo.

–¿Ah, sí? Qué bueno. ¿Para qué quieres tocar un solo que no se pueda cantar?

Boza14_Jon Izeta–¿De Nick Drake qué dirías?

Nick Drake es el único artista que me ha hecho llorar a la primera escucha de un disco. Él me hizo perder por completo la objetividad. No podía escuchar como músico sus canciones. No podía fijarme en qué acorde hacía o cómo era su punteo. La atmósfera que crea su timbre de voz y esa guitarra me hacen querer estar en su mundo, un mundo en el que nunca he estado y quiero estar siempre. Cuando escuché el Pink Moon, ese disco, por primera vez, estaba mezclando yo La mansión de los espejos. Me tumbaba en la cama por la noche a escuchar mi disco para ver cómo estaban quedando las canciones y, en una pausa, me puse el disco de Drake para refrescar un poco la cabeza. Me lo habían recomendado y, aunque no había podido escucharlo aún, sabía que era tranquilito y acústico, así que pegaba para el momento. Me lo puse y me quedé estocada. Hay una delicadeza en su manera de tocar la guitarra y de proyectar la voz, como si su canto fuera enorme y sedoso, un melocotón gigante que me atrapó totalmente. Me sobrecogió un montón, fue como ver una obra de arte atemporal.

–Serrat.

–¡No tengo ni idea! ¡No le he seguido nunca! Conozco Mediterráneo y olvídate.

–Y el último nombre: Amaia Romero, la ganadora de Operación Triunfo.

–¿Esta es para cerrar la entrevista, eh?

Siempre hay un bonus track.

–[Ríe] Pues, mira, Amaia me parece maravillosa: tiene una naturalidad que, de alguna manera, está llamada a traer la verdad de vuelta al oficio y la vocación de músico y compositor. Yo no he seguido mucho Operación Triunfo porque el programa ha estado mucho en las redes y te lo acabas comiendo, pero cuando la he visto dentro de ese formato televisivo (y una ya sabe que en la tele está todo cuadriculado) siempre me la he encontrado cantando y tocando. Y, al final, es lo que yo hago cuando me paso el día tocando la guitarra. Me identifico tanto con ella porque sé que es verdad. El tiempo que ha estado dentro de la academia ha currado como una loca para mejorar interpretación porque, además, ella es músico de conservatorio y se le nota en el dominio del instrumento. La capacidad de sacrificio, el esfuerzo diario y la autocrítica son indispensables para dedicarse a este oficio. Ella representa eso muy bien y, teniendo en cuenta que ha estado expuesta a un público muy joven, es una luz para los chicos que quieren dedicarse a esto. Alguien como Amaia es necesaria para sacar a la música del punto tan extremo de banalidad al que ha llegado. Estamos en un momento en el que el compositor prácticamente no existe. Parece que solo importa el intérprete, que en muchas ocasiones da la sensación de que no canta y simplemente hace una coreografía. Ella tiene diecinueve años y ojalá no se la coma toda la vorágine que se ha creado alrededor. Es verdad que ha tenido la suerte de contar con un programa de televisión detrás, pero ahora le ha llegado la hora de trabajar y trabajar, aunque tengan una gira larguísima y estén a full durante un año entre conciertos y promociones. Después de OT, estoy segura de que va a seguir teniendo consistencia y persistencia; espero que no pierda la humildad y siga trabajando por cantar mejor y hacer grandes canciones. Puede ser un modelo.

–Junto a otros concursantes que también tenían un perfil más musical y menos comercial, Amaia ha impulsado un formato que estaba amortizado. Pero ella, especialmente, da la sensación de haber trascendido al concurso porque incluso gente, como tú misma dices, que no ha visto Operación Triunfo se ha enamorado de la musicalidad que desprende esta chica.

–Antes has nombrado a Sabina. Me contaron que dijo una vez que un cantante debía tener eso que nadie sabe lo que es pero que es lo único que importa. Amaia tiene eso. Lo que hay que tener, lo que te conecta con alguien. Y de OT creo que nadie más lo ha tenido. Mira, por ejemplo, Bisbal, un intérprete que es la hostia, que lo ha conseguido todo en su carrera, pero es que Amaia es creadora, es artista, su vocación es la música y ella lo exuda.

–Aunque internet, las redes sociales y el rollo underground os den libertad para crear, la televisión, y sobre todo la pública, sigue huérfana de un espacio dedicado a los cancionistas, como se refiere Drexler a vuestro oficio, que no participáis en concursos musicales.

–A mí me gustaría mucho que se volviera a tener un espacio mínimo. Lo que se pide es ya insultante por ridículo: un programa de una hora a la semana por donde pudieran pasar dos o tres artistas y se pudiera hablar y debatir sobre inquietudes musicales y culturales. Que se diera voz a los currantes de la música sería muy importante para que el público entendiera este oficio. Porque tú te levantas y te pones a currar: escuchas música, tocas, lees… He leído que Jorge Drexler se pone a estudiar diccionarios todas las mañanas, y me lo creo perfectamente porque es muchísima la información que suelta en solamente una canción gracias a las palabras tan precisas que utiliza. Sería maravilloso que hubiera un espacio donde se viera más humanidad y menos destello. Ya sabemos lo que es una estrella, tirar billetes, ir de guay y decir que lo estás petando o ir de transgresor porque crees que estás inventando la pólvora, pero nadie habla de lo que cuesta escribir una canción. Leí a Paco León en una entrevista que lo más subversivo ahora mismo era ser natural y aburrido. Me gustaría que se volviese a naturalizar la naturalidad, que le diéramos un sitio importante a los sentimientos de verdad, también a los malos, porque si no cada vez estaremos más cerca de un mundo de plástico en el que dudo que alguien pueda ser feliz realmente.

Boza5_Jon-Izeta

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