«Las únicas personas para mí son los locos,
locos por vivir, locos por hablar, locos por salvarse”
En el camino
Aquel día en el museo Georges Pompidou tuve suerte. Llovía con una rabia descontrolada sobre París y decidí refugiarme en aquella colección de arte moderno. En letras de neón anunciaban una exposición sobre la Generación Beat. La primera pieza era un mapa que mostraba una ruta por Estados Unidos, de este a oeste. De Nueva York, pasando por San Francisco, Los Ángeles, Kansas e Indianápolis. La meta era México, un país que poseía un regusto a libertad e inconformismo. Arriba, en cursiva, Invierno 1947-’48. Viaje en autoestop Julio-Octubre. Era el comienzo de En el Camino, el comienzo de Jack Kerouac (Lowell, Massachussetts, 1922 – St Petersburg, Florida, 1969), tal y como le conocemos.
Inició su viaje únicamente acompañado por una camiseta de algodón, un pantalón caqui y una cantimplora que, en innumerables ocasiones, tuvo función de petaca. A eso hay que sumarle un excepcional catolicismo. A pesar de su biografía, recogida en decenas de libros, poemas y canciones, Kerouac fue un católico devoto. En el cortometraje Pull my Daisy se pregunta y repregunta sobre lo sagrado. “¿Qué es sagrado?, ¿sagrado, sagrado, sagrado?”. Kerouac es el guionista y sus colegas de generación, Robert Frank y Alfred Leslie, los directores. Amigos o, como el mismo escritor describiría, “ese grupo de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, beatíficos y hermosos”. Eran la Generación Beat, una salvaje subcultura que acabaría convirtiéndose en unos de los principales movimientos culturales del siglo pasado. Una poética alternativa a un mundo que sufría los estragos de la depresión económica fruto de la Segunda Guerra Mundial.
Jack Kerouac era también Sal Paradise, el inconfundible compañero de Dean Moriarty (Neal Cassady) en En el camino, la obra que catapultó a este americano de Massachusetts a una aventura en carretera por todo el continente americano pero también a un viaje moral. Paradise se preguntaba por la felicidad, por los entresijos de la vida en un ambiente de misticismo, de veneración por las culturas lejanas y de consumo de drogas. El jazz, los Cadillacs fiados, el sexo, el bebop, los Dodge, la marihuana, los kilómetros de asfalto, las gasolineras desvencijadas. Además, a Kerouac le preocupaba desmedidamente la trascendencia. “¿Que le pides a la vida?, le pregunté, y solía preguntárselo a todas las chicas”, escribiría el autor.
La novela fue rechazada por muchas editoriales. El libro era demasiado atrevido, experimental y frenético en una sociedad que se agarraba con fuerza a los clásicos valores e ideales americanos, el denominado American Way of Life. Viking Press aceptó la obra años más tarde, en 1957, e indudablemente acertó. Sin embargo, aquello se convertiría en su perdición. Esos delirios de libertad y aventuras quedaron catapultados por la fama. Jack Kerouac había escrito En el camino como una huida, como una búsqueda de oxígeno y lo que encontró fue una cárcel. Dean Moriarty se presentó en casa de Sal Paradise con un “Hola, tú. ¿Te acuerdas de mí? ¿Dean Moriarty? He venido a que me enseñes a escribir”. Efectivamente Kerouac enseño al mundo un nuevo y espontáneo método de escritura y vida pero este le devolvió una muerte prematura a los 47 años a causa del alcoholismo.
Jack Kerouac era también Jack Duluoz, protagonista de la amarga Big Sur. La novela discurre entre Carmel y Piedras Blancas, uno de los enclaves más salvaje de la costa oeste de Estados Unidos. Escabrosos acantilados, bosques de pinos e inaccesibles playas son el refugio de Jack, un atormentado escritor incapaz de manejar la fama. Una reflexión profunda de la soledad y el alcoholismo, un espejo de la propia decadencia del autor. “Mira al mundo, éste le está sacando la lengua y cuando retira esa máscara el mundo le observa con grandes ojos vacíos y enrojecidos como sus propios ojos”. Big Sur rescata también a Dean Moriarty diez años después, pero esta vez bajo el nombre de Cody Pomeray. Jack Kerouac y Neil Cassady tenían una energía tan fascinante y potente que se iban encontrado en casi todas las novelas del autor. Poseían un imán bizarro, una gallarda amistad.
La historia continua, la Generación Beat sigue avanzando. Mexico City Blues, Tristessa, Los subterráneos, Ángeles de desolación, El viajero solitario. Estos son algunos de los títulos de la extensa prosa de Kerouac. Títulos indicadores de los desvelos y tormentos de este prolífico escritor. Un viaje vital en el que recorrerá el desierto mexicano con sus arenas tan cálidas, tan brillantes y tan desoladas, en el que mostrará el desamparo de Los Ángeles, el inefable estilo bohemio de San Francisco y expondrá la agitación de Nueva York y su cultura underground. Jack Kerouac fue todo: un místico, un loco, un tipo santo, un visionario.