Pasan las doce de la noche en Times Square y una banda de percusionistas hace las delicias de los turistas que todavía pasean en esa ciudad que nunca duerme. De repente, aparece Michael Keaton, una celebridad venida a menos pero una celebridad, en paños menores con un operador, un foquista y un técnico de imagen digital detrás. El actor, haciendo marcha, busca la entrada al teatro Saint James, mientras saluda a los que le van reconociendo, el tiempo apremia, todo está dispuesto para que su pase de la obra ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? de Raymond Carver finalice con una escena suya que se va retrasando en la tarima por la ausencia del actor. Keaton abandona la calle, que ya le ha reconocido, y vuelve al plano teatral, todo ello dentro de la misma película.
Esta es una célebre escena de la película Birdman, del cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu. Obviamente en lo que finalmente se vio en pantalla no aparecen el cámara, el foquista y el técnico de imagen digital, ni siquiera la gente de Times Square se podía hacer una idea de que la orquestra de percusión que animaba el ambiente había sido contratada por el director para entretener a la gente mientras el actor campaba en calzones por la plaza más concurrida de Nueva York. Todo eso forma parte del cómo se hizo, un cómo se hizo que es el tema estelar de las principales favoritas al Oscar de este 2015.
La forma por encima del contenido
El domingo el teatro Dolby de Hollywood albergará la edición número 87 de los Oscar, una gala que espera coronar a dos películas que muestran el cómo antes del qué. Boyhood (2014) de Richard Linklater y Birdman (2014) del mencionado Iñárritu son las grandes favoritas para hacerse con las principales estatuillas, sobre todo la de Mejor Película, y en ambas se puede observar lo que hay detrás de una acción. En los making of (cómo se hizo) se nos suele reproducir todo aquello que sucede tras la cámara en una película, lo que sucede entre bambalinas, en los vestidores, entre escenas o en la misma escena y mucho de making of hay en esas dos obras que aspiran a hacerse con el galardón más preciado que se otorga cada año en el mundo del cine. Mientras Birdman directamente no oculta nada y va directamente a los actores y cómo preparan y viven sus días previos a una obra; Boyhood nos hace un making of no ya de una, sino de una vida. En la profundidad de ambos casos está lo interesante de la propuesta: Birdman nos acerca a los miedos, ambiciones y la técnica de los actores, y Boyhood nos muestra el día a día, los momentos que nos hacen evolucionar y los que nos hacen crecer como persona, el making of en su mayor esencia.
Posiblemente no sean los únicos en estos Oscar que han buscado el contar el cómo antes del qué, pero seguramente sí hayan sido los que mejor lo han logrado. Películas como Selma (Ava Duvernay) pueden mostrar cómo un personaje como Martin Luther King hizo lo que hizo (Construcción de un personaje); otras como The Imitation Game (Mortem Tyldum) enseñan cómo se consiguió descubrir el encriptado de las comunicaciones nazis (construcción de una trama); en algunas nos enseñan cómo se construye una personalidad como en Whiplash (Damien Chazelle) o cómo alcanza el amor una de las personas más inteligentes del mundo (La teoría del todo –James Marsh-); de hecho, no hay película nominada en estos Oscar que no tenga un cómo, posiblemente Hotel Budapest (Wes Anderson) sea la historia que más se acerque al qué de todas las nominadas. Sin embargo, hay dos candidatas que han hecho del cómo su razón de ser de dos maneras muy especiales, sobre todo por lo visual.
Birdman y Boyhood han sido el colofón de unos Oscar que han premiado la forma por encima del contenido. Sus argumentos no dejan de ser muy simples, una es la historia de un famoso venido a menos que busca a través de una obra de teatro reivindicarse y la otra es la historia de una adolescencia y de una madurez a través del tiempo por medio de la visualización de los momentos clave de su vida. Los rivales tampoco lucen con argumentos de gran complejidad, a excepción de The Imitation Game, y por ello la forma toma peso.
Retos de grabación: plano secuencia vs 12 años de rodaje
Richard Linklater y Alejandro Iñárritu no son dos directores del montón. Ambos, pese a posiblemente no ser todavía de la máxima élite del séptimo arte, son del género curioso e innovador, cada uno a su manera a demostrado antes de este film que les puede encumbrar que el cine estándar no va con ellos. Directores de autor, han querido dejar su firma en la gran pantalla con la manera de contar historias.
En los años 90, Linklater saltó a la fama por una obsesión: el tiempo. Sus tres grandes obras antes de Boyhood (Antes del amanecer –1995–, Antes del atardecer –2004– y Antes de media noche –2013–) podrían ser parte de esta última, en ellas el tiempo marca la acción y Boyhood ha sido la culminación a toda esa obsesión: no es una historia del porqué vivimos, sino del cómo lo hacemos. Boyhood es una película única en su concepción: es un proceso de 12 años, una película que narra la adolescencia de Mason (Ellar Coltrane) y Samantha (Lorelei Linklater) y la madurez de sus padres (Patricia Arquette y Ethan Hawke). Su rodaje en esa docena de años marca la diferencia con cualquier otra película antes vista, los actores envejecen entre secuencia y secuencia marcando el ritmo temporal de la película. Ethan Hawke no lo podía definir mejor en una charla con su director Richard Linklater: “Los jóvenes crecen y nosotros envejecemos (refiriéndose al papel de padres del propio Hawke y Patricia Arquette»).
La manera de rodarla provocó que el set de actores se comportara como una familia de esas que se ven para fechas muy señaladas; no es de extrañar por tanto que el rodaje no pasara de una semana por año. En palabras del propio director, la clave estaba más en la estructura que en la trama, en el cómo rellenar los huecos de una vida y el crecimiento personal de los personajes. El premio iba a llegar solo con paciencia porque cuando el resultado está tan alejado en el tiempo, el disfrute se queda en el proceso. Boyhood deja de ser una simple película para convertirse en una experiencia vital cinematografiada:
“Creo que en el mundo del cine hay mucho sitio para la exploración. Aún puede hacerse. Es lo que siempre me ha gustado del cine. Porque hay muchas maneras diferentes de contar historias y para expresar lo que quería, debía crear nuevas maneras de hacerlo”.
Palabra de Richard Linklater.
Por su parte, Iñárritu también es un director sospechoso de vivir obsesionado con el tiempo; sin embargo, para el mexicano el tiempo es solo un arma para guiar o distraer a la audiencia. Mientras que Linklater busca implicación y emoción en su manera de mostrar el tiempo, Iñárritu intenta alcanzar la compresión de la historia en el espectador a partir de cómo usa las secuencias temporales, los puntos de vista son el gran punto fuerte de un director que no le importa contar una historia cuatro veces si esa historia la puede contar desde cuatro puntos de vista diferentes, al final el público alcanzará el conocimiento suficiente para comprender el desenlace de sus películas.
Después de Biutiful (2010), la película que peor crítica recibió el mexicano, Iñárritu necesitaba un reto. En alguna ocasión había llegado a reconocer estar deprimido tras el fracaso de la película que rodó junto a Javier Bardem, así que cogió su biografía basada en juegos temporales como Amores Perros (2000), 21 gramos (2003) o Babel (2006) y se lanzó a buscar una película donde pudiera reencontrarse con el gran cine, con la técnica por encima de todo lo demás, una película para su ego, y también una película que hablara de eso. “Habla de la necesidad de reconocimiento, de confundir la admiración con el amor”, él mismo lo reconocía.
El ritmo es un arma con la que el mexicano se mueve como pez en el agua y por ello, Iñárritu pudo hacer del plano-secuencia, una manera bastante agobiante y opresiva de ver el cine, una herramienta para su éxito. Ese plano-secuencia es una de las maneras más complicadas de hacer una película, no deja de ser una forma de dar continuidad a la acción durante toda la acción e Iñárritu lo consigue durante toda la película, trampea el plano-secuencia metiendo varios personajes y tramas que dan un respiro al verdadero protagonista de la historia, Birdman, y nos hacen comprender mejor todo su contexto en tan solo tres o cuatro días en los que ocurre la acción en la película.
Riggan Thompson, el protagonista de Birdman, se vuelve un espejo del director, un hombre que había tenido éxito y que tras un fracaso conoce la decepción y el reverso amargo de la fama, un hombre que se juega a una carta su vuelta a la cima: Para el protagonista de la película realizando una versión teatral de una obra de Raymond Carver y para el director de Birdman, darle una vuelta de tuerca a su carrera con otra manera de contar una historia.
Recuperando actores
Pero Riggan Thompson no es solo Iñárritu, también es Michael Keaton. Es la historia de un actor que consiguió el éxito con un superhéroe y que pese a no volver a estar en la cumbre del cine sigue siendo recordado por la gente por ese papel. Obviamente, Michael Keaton todavía es Batman, ahora también será Birdman. Y es que la película del hombre pájaro ha servido para recuperar la mejor versión de un actor que había pasado al olvido desde hace más de una década. Su carrera había pasado de superhéroe reconocido mundialmente a películas de caché bajo y voz en films de animación. Keaton necesitaba a Birdman para volver a ser Batman y bordó el papel, el papel de ser Michael Keaton en una película en la que hacía de un hombre llamado Riggan Thompson. Otro de esos actores que hicieron de sí mismos, o de su caricatura, fue Edward Norton ejerciendo del talentoso, individualista y arrogante Mike Shiner, un actor que nadie contrata por su carácter pese a su calidad a todas luces vista, algo similar a lo que se comenta de Edward Norton en los estudios de Hollywood.
Boyhood también ha servido para recuperar actores para la cabecera del cine mundial. Ethan Hawke no ha parado de hacer cine en treinta años, sin embargo, es evidente que sus mejores días parecían lejanos, los días de El Club de los Poetas Muertos (1989), Gattaca (1997) o Training Day (2001). Hawke se había convertido en carne de cine independiente y como tal con una película independiente ha vuelta al candelero, porque la película de Richard Linklater es posiblemente la película de cine independiente que mayor repercusión haya tenido nunca.
La taquilla y los premios
Los números están ahí: 43,5 millones de euros de recaudación mundial tenía Boyhood el pasado mes de enero. Unas cifras muy alejadas de los casi 500 millones que recaudó 12 años de esclavitud o los 250 millones que hizo Gravity el año pasado antes de los Oscar, pero que haciendo justicia con el presupuesto de la película no tiene nada que envidiarles. Boyhood costó apenas 2,4 millones de dólares por los más de 20 millones de 12 años de esclavitud o los casi 100 millones de euros de esa macroproducción espacial llamada Gravity.
En cambio, Birdman pese a haber superado ya la recaudación a su presupuesto, todavía no ha logrado unos beneficios notables. La producción del hombre pájaro presupuestó 18 millones de dólares y a finales de enero llevaba recaudados 34,4 millones, una cifra que se espera se amplíe sensiblemente tras la entrega de los Oscar, al igual que Boyhood.
En cuanto a premios, la historia rodada en 12 años parece que parte con ligera ventaja al haber dominado la gira de premios previos al Oscar consiguiendo ser la mejor película para los Bafta, el American Film Institute y los críticos de Boston, Chicago, Londres, Los Ángeles, San Francisco, Vancouver y Washington. Mientras que Birdman conseguía convencer a los sindicatos de productores (PGA) y el de directores (DGA), además de hacerse con el galardón de los Gotham. Los Globos de Oro este año no servirán de referencia de nada al haber premiado a ambos: Boyhood, mejor drama, y Birdman, mejor comedia.
¿Qué valorará más la crítica: una película rodada en 12 años o una que parece haber sido rodada en solo cuatro días? Curiosamente, a pesar de lo que es una diferencia abismal, entre ambos films hay solo diez días de diferencia entre los días totales de rodaje de una y otra. Boyhood, con su elaboración a lo largo de una docena de años, solamente tuvo 39 días de rodaje, diez días más de los que tuvo Birdman mientras hacia una obra sobre cómo hacer una obra.
Ethan Hawke en una de esas entrevistas que se hacen para promocionar la película parafraseaba a John Lennon diciendo que ”la vida es lo que pasa cuando estás ocupado haciendo planes”. Tanto Linklater como Iñárritu nos enseñaron esos planes en dos películas que pelearán por transcender una vida este domingo en el teatro Dolby de Hollywood, en una gala que tiene todo preparado para premiar el cómo al qué.