El político populista siempre recurre a lugares comunes cuando quiere atrapar la atención de la masa. Quien más, quien menos ha visto La lista de Schlinder y sabe dónde acabaron Ana Frank y su familia después de haber estado escondidos dos años en una casa de Amsterdam. Por lo tanto nazi es igual al peor de los villanos. En España, el uso de la palabra nazi es tan curioso como el de la palabra ETA. Desde hace varios años, vincular nacionalismo separatista con nazismo ha sido una costumbre habitual entre las lenguas más afiladas del Partido Popular y su corrillo mediático. Basta pasearse por la red y leer los comentarios de noticias que hablen de política, sociedad, economía o deporte para encontrar algún “español de pro” escribiendo “nazionalista” para referirse a personajes como el político Carod-Rovira o el actor Joel Joan. Cierto es que Hitler y sus correligionarios basaron la ideología de su partido en un nacionalismo exagerado. Esa fue la excusa para llevar a cabo el Holocausto que acabó con la vida con 6 millones de judíos, gitanos, homosexuales, comunistas, socialistas y otros demócratas. Pero de ahí a vincular cualquier tipo de nacionalismo al pensamiento hitleriano hay un abismo desagradable y desaconsejable. Un abismo paradójico, para más escarnio, porque la acusación la lanza otro nacionalista, en este caso un político del PP o una persona afín a un partido que se ha caracteriza por imponer su idea de España por encima de todas las cosas.

En el último año los independentistas tienen competencia. “Nazis” son también los ciudadanos indignados que salen a la calle para manifestarse contra los recortes que han dinamitado el Estado del Bienestar. “Nazi” es la ciudadanía que rodea el Congreso de los Diputados pacíficamente para exigir soluciones porque está cabreada con un bipartidismo convertido en casta. Es “nazi” también la Plataforma de Afectados por la Hipoteca cuando detiene un desahucio perpetrado por los bancos que financian a los grandes partidos y que se enriquecieron firmando hipotecas abusivas gracias a la especulación de la vivienda que impulsó el PP y consintió el PSOE.

Y, por supuesto, lo más “nazi” que se ha inventado es el escrache. Según Cospedal o Floriano –y lo dicen sin pestañear, con el mismo tono grave que utilizan para recordar que, como tienen mayoría absoluta, no tienen que rendir cuentas a nadie– rodear a un político en la vía pública para pedirle, sin usar la violencia, que escuche al ciudadano y deje de esconderse es un acto de “nazismo”. Se acusa directamente a asociaciones como la PAH o a partidos políticos como Podemos de promover estas acciones, como si Ada Colau o Pablo Iglesias fuesen una especie de hitlers del siglo XXI y el escrache el hermano gemelo de la Noche de los Cristales Rotos, aquella madrugada en la que las juventudes nazis se dedicaron a destrozar e incendiar negocios judíos.

Para el PP, el 'escrache' es poco menos que una táctica digna de las SS.

Para el PP, el ‘escrache’ es poco menos que una táctica digna de las SS.

Orwell habló en 1984 del doblepensar: justificar tu acción diciendo que haces exactamente lo contrario a lo que realmente estás haciendo. En España esta manipulación del lenguaje no la inventó el Partido Popular. Hoy es 18 de julio, se cumplen 78 años del golpe de Estado con el que dio comienzo la Guerra Civil que liquidó la democracia de la II República. A estas mismas horas, hace ocho décadas, los militares que se habían rebelado contra un gobierno elegido en las urnas fusilaban a alcaldes, funcionarios, militares o afiliados a partidos políticos, gente de izquierdas y derechas, acusándolos de ¡¡¡rebelión!!! Un ejercicio de doblepensar en estado puro que se llevó miles de vidas por delante en unos pocos días donde los partidarios de Franco tenían una orden muy clara: sembrar el terror para evitar cualquier tipo de división entre los golpistas. Fue solo el preludio de lo que historiadores como Preston han bautizado como el “holocausto español”.

En la novela de Orwell también se explica cómo el Gran Hermano reescribe la historia a conveniencia. En un país, España, donde hablar de memoria histórica es “reabrir innecesariamente las heridas del pasado”, en cambio un exministro del Interior como Mayor-Oreja puede decir que “el Franquismo fue un período de extraordinaria placidez” para los españoles. Nada le va a pasar porque en España la apología de la dictadura no está contemplada expresamente como delito en el Código Penal. Por eso, a Franco se le maquilla y se le ensalza con dinero público: la Real Academia de la Historia rebajó su régimen de “totalitario” a “autoritario” y Carlos Fabra, cuando aún robaba a sus anchas desde la diputación de Castellón, financió con fondos provinciales la publicación de un libro en el que se ensalzaba la figura del dictador español.

Mientras Cospedal, Floriano y los portavoces de un presidente Rajoy cada vez más mudo gritan “nazi” a todo lo que se mueva en contra de sus intereses, entre las juventudes de su partido proliferan las fotos de jóvenes repeinados alzando el brazo diestro y mostrando con orgullo banderas de la dictadura. Son solo una muestra de los grupos nazis –¿qué diferencia hay entre presumir de aguilucho a fardar de esvástica?– que campan por España. Tienen librerías especializadas, partidos políticos que se presentan a las elecciones y sacan algunos concejales en localidades como Vinaròs o Alcalá de Henares, locales en los que se reúnen… Suelen infiltrarse con habilidad y sin muchos problemas en los clubes de fútbol –del más grande al más chico–, básicamente porque la mayoría de los presidentes les abren la puerta a gastos pagados. A quien se la cierra, como Joan Laporta cuando presidió el Barça, le amenazan de muerte. Este neonazismo vive a su aire en España porque no se destinan los suficientes medios para perseguirlo. Se le ve como algo folclórico, objetivo de un programa de Mercedes Milá o de un libro de Antonio Salas. Pero existe y la reciente agresión a un inmigrante en el metro de Barcelona es la prueba. La brutal demostración, en definitiva, de que quien llama “nazi” a todo aquel que se le oponga con métodos pacíficos y, en cambio, reduce a “chiquillada” el saludo fascista de sus cachorros es algo más que un simple encubridor.

Una de las primeras entrevistas publicadas en Negra Tinta fue una conversación con el historiador Ángel Viñas, uno de los mayores expertos en los años de la Guerra Civil española. “¿Es el PP franquista?”, le preguntamos.

Esperanza Aguirre dice burradas sobre la dictadura y nadie en su partido la desautoriza… Si en los 25 años de historia del Partido Popular no han podido formular una condena explícita del Franquismo como dictadura, ¿qué quiere que le diga? Si hay algo que habla como un caballo, se mueve como un caballo y tiene crin y cola… ¡Pues es un caballo!

Eso contestó el historiador. Alto y claro.

A menos de una hora de coche de Madrid está el Valle de los Caídos, un auténtico homenaje al golpe de Estado militar del 36. Lo tallaron en mitad de la montaña los republicanos que habían sobrevivido a la guerra. El Valle de los Caídos es una ofensa para los familiares de las personas que ahora mismo, ocho décadas atrás, recibían un tiro en la nuca por defender la democracia. El Valle de los Caídos forma parte del Patrimonio del Estado y ningún gobierno ha sido capaz –tampoco los que ha tenido el PSOE durante 21 de los 36 años de democracia constitucional– de reconvertirlo en un museo que recuerde un horror que no se puede repetir. La excusa para no ‘reciclar’ el Valle de los Caídos es que en el bando republicano también se cometieron atropellos. Cierto. Nadie olvida las checas ni las muertes causadas por estalinistas y por los anarquistas más radicales. ¡Que también esos crímenes formen parte del memorial de aquel episodio negrísimo de una historia no tan lejana! Quizás, si los libros de Historia de Secundaria incluyeran una frase en la que se leyese que el Gobierno Republicano “hizo todo lo posible para evitar los asesinatos y los ajustes de cuentas” en la zona que controlaba y, por contra, el mando sublevado “hizo todo lo posible para fusilar [a muchos sin juicio fraudulento, ni siquiera] a todo aquel que no respaldara sin dudas el alzamiento con el único fin de sembrar el terror” empezaríamos a acabar con eso de que la Guerra Civil fue un conflicto “en el que todos tuvieron la culpa”. Y a partir de ahí se podría analizar caso por caso, historia por historia.

A menos de una hora en coche de Berlín está el campo de exterminio de Sachsenhausen. Está casi todo intacto, macabramente vacío y silencioso. La enfermería en la que fanáticos como Mengele asesinaban a personas con la excusa de contribuir al “progreso humano” está a la vista, incluida la camilla de mármol sobre la que tumbaban al prisionero de turno para inyectarle un líquido mortal. Allí murieron muchos, pero fueron los menos. Solo de malnutrición perecieron 12.500. Los nazis fusilaron a 18.000 polacos y soviéticos a sangre fría. Además, 30.000 prisioneros acabaron sus días en Sachsenhausen en las cámaras de gas. Sus cuerpos se quemaron en unos hornos que mandaron sus cenizas al viento. Las cámaras y el horno también son visitables. Para que nadie olvide. Para que se marque a fuego el Holocausto más mediático de la historia del hombre, pero no el único ni el último. Hoy, de manera menos sistematizada y camuflada en una guerra, los judíos, que fueron víctimas, exterminan a los palestinos en Gaza. Y, tirando de doblepensar, lo llaman defensa.

Sachsensausen está a una hora de Berlín. Allí los nazis mataron a más de 50.000 personas.

Sachsenhausen está a una hora de Berlín. Allí los nazis mataron a más de 50.000 personas.

He visitado tanto el Valle de los Caídos y Sachsenhausen. No tengo dudas de qué pueblo se mira al espejo consciente de la maldad que puede llegar a generar. Por eso en el centro de la capital alemana un museo recuerda a las víctimas del régimen de Hitler, mientras que en el centro de muchas ciudades españolas aún aguantan muchas placas con yugos y flechas. Por eso, mostrar simpatía por el nazismo en Alemania te puede suponer una pena de prisión de tres años, mientras que en España el PP puede permitirse el lujo de llamar “nazi” a todo aquel que no comulgue con sus días. A Cospedal le han llegado cartas desde asociaciones de descendientes de españoles exterminados en los campos nazis pidiéndole que rectifique sus palabras. Recordándole que en otros países se considerarían delito. No hemos escuchado retractarse a la presidenta de Castilla La-Mancha. ¿No serán ellos realmente los nazis? Yo respondo a la pregunta con la ‘teoría del caballo’ de Ángel Viñas.

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