Escena 1 – Decenas de diputados del Frente Parlamentar Evangélico interrumpen una votación en el congreso, se dan las manos, rezan el Padrenuestro y al final del el acto gritan «¡Viva Jesús Cristo!».

Escena 2 – En un vídeo de YouTube grabado durante un culto evangélico, cientos de jóvenes uniformados marchan, hacen saludos militares y gritan que “están listos para la batalla”. El ejército paramilitar se autodefine como Gladiadores do Altar.

Escena 3 – El presidente de la Comisión de los Derechos Humanos del Congreso de Diputados de Brasil, miembro del Frente Parlamentar Evangélico, defiende proyecto de ley conocido como “Cura Gay”, que permite a los psicólogos promover tratamientos con el objetivo de curar la homosexualidad.

Escena 4 – 24 horas después de la votación que rechazó la reducción de la edad penal de 18 a 16 años, durante la madrugada, el presidente del congreso, miembro del Frente Parlamentar Evangélico, convoca una nueva votación en que la reducción es finalmente aprobada.

Escena 5 – El Frente Parlamentar Evangélico de diputados prepara una ley que ofrece a las iglesias la autoridad a cuestionar las decisiones del Tribunal Supremo, pudiéndolas declarar inconstitucionales.

Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia, todas las situaciones mencionadas tratan de hechos recientes en Brasil.

La presencia y el fervor de la religión en el territorio brasileño siempre se han manifestado en todas las esferas de la vida social, visible en los símbolos religiosos de las plazas públicas, en la organización de los calendarios oficiales y en las publicidades vistas en los coches y emisoras de radio y televisión. Pero hoy en día se puede notar una creciente tensión en la relación entre el ámbito político y el religioso, dado el actual antagonismo entre la expansión de la Iglesia Evangélica y ciertos valores republicanos, como la laicidad del estado y la defensa de la libertad e igualdad de los ciudadanos. En éste escenario se encuentra en juego la representación política brasileña, aquí lo que vemos es una democracia en peligro.

Las relaciones entre religión y política son constantes lo largo de la Historia, siendo difícil demarcar fronteras entre una dimensión y otra de la vida social. Como explica Geertz, la religión es una fuente de concepciones generales que ultrapasan el contexto puramente religioso y dan sentido a las experiencias sociales. La realidad brasileña no es excepción. País históricamente construido como católico, con sus herencias indígenas y religiosamente marcado por la presencia de los pueblos africanos, en Brasil conviven desde el inicio del proceso colonial hasta los días de hoy, diversas doctrinas y creencias. Pese a tal sincretismo religioso, la herencia de la religión católica fue la que dejó mayor huella. Marcado por los esfuerzos de catequización de los jesuitas portugueses, siglos después, Brasil aún se presenta como la nación con el mayor número de católicos del mundo. Sin embargo, hoy se notan fuertes cambios en el panorama religioso brasileño.

Las estadísticas recientes reflejan variaciones en las creencias de los brasileños: mientras en 1970 el 92 por ciento de la población se declaraba católica (según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas), treinta años después, en el 2010, el número de católicos se encuentra por debajo del 64 por ciento. La pérdida de fieles de la Iglesia Católica contrasta con el aumento estable de creyentes a la religión evangélica. La estimativa actual es que en 2030 el número de evangélicos sea igual que el de católicos. ¿Qué factores podrían explicar este cambio de doctrinas, y que impactos esta transformación significaría en la actualidad brasileña?

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Para comprender la expansión de la doctrina evangélica en Brasil, es importante recular en el pasado. Con sus orígenes en el pentecostalismo americano, el movimiento evangélico encontró en un país cristiano y desigual un terreno fértil para propagarse. Es sabido que la explotación colonialista dejó marcas profundas en Brasil, relegando el país a la situación de subdesarrollo. Las circunstancias favorecieron que una minoría opulenta controlara los medios de producción mientras que la inmensa mayoría de la población viviera en situación de precariedad o absoluta miseria. En éste contexto, la doctrina católica ejercía el papel de mantener el orden y la cohesión social, controlando las formas de vida y ofreciendo una concepción que se ajustaba a la extrema desigualdad social: el destino de cada uno se interpretaba como algo dado por la fuerza divina, una fuerza que no controlamos, que escapa a nuestro gobierno. Según esta concepción, no hay lugar a la casualidad o a cuestionar la situación vigente, dios explicaría toda la naturaleza. Ésta aceptación ayudaría a aliviar la trágica condición de los miserables, a la vez que justificaría el status quo de los más privilegiados. El éxito o el fracaso se deberían al azar, una vez que el destino de cada uno sería elegido por dios.

El tiempo fue transformando el territorio brasileño. De país principalmente rural, Brasil transita hacía un proceso de urbanización acelerado y caótico a finales del siglo XIX. A partir de ahí el paisaje urbano brasileño pasa a revelar sus fracturas y la desigualdad social evidencia la ausencia de estado en el espacio público. En éste horizonte la Iglesia Católica sigue ocupando el centro del ambiente colectivo; sea el centro del poder político y social, con el poder de tomar decisiones transcendentes y reprimir hábitos alternativos, como el centro mismo de las ciudades, dónde en cada plaza se localiza una catedral, parroquia o capilla. Pero la formación de los centros urbanos también provocó la simultánea configuración de periferias, es aquí donde surgen las favelas, lugares donde el estado brilla por su ausencia y la Iglesia Católica tampoco marca territorio.

En los suburbios se hará más evidente la omisión del poder público y la falta será una constante: falta de saneamiento, educación, transporte y salud pública, entre otras. En estas circunstancias empieza a surgir la expansión de la religiosidad evangélica en Brasil. Tras la imposición del cristianismo, esta nueva doctrina se integra poco a poco en las zonas más pobres. La instalación de iglesias evangélicas de diferentes corrientes y la participación activa en la vida comunitaria impulsan la conquista de fieles. En muchos casos la presencia de las iglesias evangélicas viene a asumir el papel del estado omiso, llegando a alfabetizar sus adeptos, a sustituir médicos y psiquiatras, y a ofrecer el sentimiento de pertenencia a una red de sociabilidad y ayuda mutua entre los fieles. Según afirma la investigadora Regina Reyes Novaes, aunque el neo pentecostalismo en Brasil no es exclusivo a las capas más populares, siendo más bien un movimiento heterogéneo que incluye entre sus fieles gente de clase media; es en las zonas más pobres que las iglesias neo pentecostales se propagan.

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A diferencia de la Iglesia Católica con su liturgia solemne y tradicional, las diversas ramas de la Iglesia Evangélica han sabido adaptarse mejor al espíritu de la época. A través de cultos con fuerte presencia de música y aprovechando los medios de comunicación para conquistar adeptos, el vínculo entre la comunidad religiosa se fortalece. Con la escucha atenta de los testimonios individuales entre los “hermanos” durante los cultos, el dolor y la euforia alcanzan un punto de entrega absoluto. En los rituales es frecuente observar estados de transe o catarsis entre los fieles, expresados por los aplausos, gritos enérgicos, hablas en lenguas desconocidas y movimientos corporales singulares. Además de promesas de cura de una infinitud de enfermedades del cuerpo y del alma (incluyendo la ceguera, la tetraplejia y el alcoholismo), en algunas iglesias también se celebran exorcismos e incluso llegan a ofrecer la resurrección como servicio.

La expansión evangélica en Brasil ganará mayor visibilidad durante la década de los 90, coincidiendo con los primeros pasos de la democracia brasileña después de una larga dictadura (de 1964 a 1985, con las primeras elecciones generales celebradas en 1989). La fase de redemocratización también coincide con el auge de la cultura de masas. Herederos de la tradición pentecostal de origen en Estados Unidos y del fuerte sentido de marketing americano, los representantes de la Iglesia Evangélica hacen un uso ingenioso de los medios de comunicación, generando una red integrada de códigos con la creación de un mercado gospel: ropas, música, televisión y radio expanden el templo e incrementan el prestigio de la iglesia. Pese a que en Brasil las concesiones de radio y tv sean gestionadas por el gobierno, 25 por ciento de las emisoras de radio de todo el país son evangélicas y la cantidad de emisoras de televisión de trasfondo religioso crece cada año. En sus canales, las iglesias promueven verdaderos espectáculos de masa, transmitiendo su doctrina y publicitando sus productos, entre ellos, agencias de turismo, compañías de seguro y editoras de discos y libros. También es frecuente la difusión de cursos de formación de pastor, los anuncios informan que cualquier persona puede hacerse ministro evangélico, hombres o mujeres.

El aprendizaje básico de un pastor evangélico tiene una duración de 3 meses y su horizonte profesional es vasto. Desde la posibilidad de recibir un salario inicial de 1.500 reales (equivalente a poco menos de 400 euros), hasta un salario de 22.000 reales (cerca de 6.000 euros) al mes para los más exitosos, incluyendo la garantía de residencia y seguro de salud, además de la expectativa de fundar su propia iglesia. La búsqueda por la prosperidad es estimulada por las iglesias y muchos fieles no esconden que su oficio es un medio de ascensión social. Al adoptar la teología de la prosperidad y valorizar la riqueza material, el movimiento neo pentecostal promete el éxito aquí y ahora, siendo la conquista material una prueba de la elección de dios. Cabe mencionar que en Brasil las iglesias (de cualquier doctrina) son libres de impuestos sobre sus rendimientos, lo que permite que las iglesias evangélicas recauden millones de reales a través de las ventas de sus productos y del cobro del diezmo a sus fieles.

La propagación evangélica en Brasil alcanza aún mayor vigor durante la primera década de los años 2000. Este crecimiento coincidirá con la llegada de Lula a la Presidencia de la República (2003-2010) y los resultados alcanzados por su gobierno. El mesiánico ex presidente establece como meta de su mandato la tarea de acabar con la miseria. Los resultados pueden considerarse exitosos: la estimativa es que durante su gobierno cerca de 40 millones de personas salieron de la pobreza. Entre otros factores, tal transformación socioeconómica impulsó el aumento del poder de consumo de las clases menos favorecidas. Circunstancia que indirectamente beneficiará la recaudación de las iglesias evangélicas, a través del incremento de la ganancia del diezmo y el aumento del consumo de productos gospel.

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El impacto de la doctrina evangélica también se extenderá al ámbito político y su presencia en la administración pública asumirá una influencia creciente desde la retomada democrática. El elevado número de votantes evangélicos y su característica fidelidad religiosa encontrarán en la democracia de voto obligatorio brasileña, las llaves para un provechoso “clientelismo religioso”. Los resultados electorales son contundentes: hoy en día el 15 por ciento de los diputados de todo el país pertenecen al Frente Parlamentar Evangélico, además de conquistar cargos de enorme poder como la Presidencia del Congreso de Diputados o la Presidencia de la Comisión de los Derechos Humanos en el Parlamento. La toma de poder evangélica asume una pauta fundamentalista y en su agenda política destaca la lucha contra el aborto, la homosexualidad, la legalización de las drogas y la defensa de la reducción de la mayoridad penal. El poder político se ve atrapado por tabús. Pese a que muchas organizaciones de la sociedad civil señalen el riesgo de graves consecuencias para los derechos humanos y instituciones democráticas, refutar las investidas fundamentalistas es un tema evitado por la mayor parte de la clase política, que prefiere asociarse a los dirigentes de las iglesias a arriesgarse a perder los votos de millones de fieles.

Dada la fragilidad de la institución democrática en Brasil, frecuentemente rehén de intereses económicos privados, Regina Reyes Novaes pregunta: “¿será el ´fundamentalismo´ evangélico el villano que está distanciándonos de la República de nuestros sueños?” No, es verdad que el régimen democrático brasileño nunca ha sido el cielo en la tierra, siempre manifestando la carencia de una fundación sólida. Además, una época de reducida esperanza política fomenta la supresión de la razón y de la libertad. El antropólogo Ronaldo Almeida recuerda que el Frente Evangélico es un reflejo de la sociedad brasileña: conservadora, violenta y desigual. Una sociedad que se declara incapaz de solucionar sus problemas por la vía social, política y económica, da lugar a que doctrinas como la evangélica asuman un poder casi sobrenatural.

En Brasil, la ficción se queda corta. Recientemente el líder de la Iglesia Evangélica Asembléia de Deus, Silas Malafaia, afirmó que el Estado laico debe garantizar su derecho a demonizar el otro. Su afirmación (no ausente de cinismo) revela la intolerancia y la rabia patentes en el discurso evangélico fundamentalista, muchas veces caracterizado por ataques racistas y homofóbicos. La incitación al odio impulsada por el fundamentalismo evangélico alerta a la incompatibilidad entre sus prácticas y ideales republicanos básicos, como la creencia de que es papel del estado defender la igualdad y libertad de los ciudadanos, y que la Iglesia y el Estado deben estar separados. En lugar de aspirar a un paraíso más allá, en el Estado de derecho se buscan realizaciones en el presente mundano, sustituyendo las leyes de dios por las leyes de la humanidad.

Las escenas mencionadas en el inicio de éste artículo advierten de la necesidad de defender el Estado de derecho. Caso contrario seremos testigos de la suspensión de un régimen democrático y, a consecuencia, la regresión de una serie de derechos logrados en el ámbito progresista. Aquí lo que se disputa es el deseo de armonía social, así como la posibilidad de los hombres de gobernarse a sí mismos y a su propia historia al margen de cualquier intervención providencial. Frente a la fatalidad de un destino segregante, debemos hacernos responsables y transformar la intolerancia en demandas sociales y políticas eficaces.

Fotografías: Wikicommons

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