«A mi me habían intentado captar los comunistas, me dijeron que tenía que ir a seminarios durante no sé cuanto tiempo; y yo, que por aquel entonces me había leído todo lo que se puede leer; y andaba sumergido en Unamuno, no quería seminarios, sólo luchar».

Txiki Benegas, explicando con claridad que la traición al socialismo en la Transición no fue del PSOE sino del propio PCE.

Un Txiki Benegas; que por cierto, a mi siempre me pareció una especie de senador romano. Ni con la locura intolerante y heroica de un San Pablo de Tarso ni con el «he venido a la política para forrarme» zaplaniano. Sino un amante de la política a la manera de la picaresca, el ingenio y la negociación delante de una buena mariscada. Todo ello a pesar de vivir 38 años con dos guardaespaldas. «ETA actuó muy poco en el franquismo. Lo hizo sobre todo en la Transición. Nosotros editábamos un boletín clandestino llamado La lucha de clases. Escribí artículos contra el asesinato de Carrero y llevé fatal esta situación de nadar contracorriente en medio de la Transición, porque yo sabía que los de ETA siempre fueron los hijos del PNV y nacen de las Juventudes del PNV. Los hijos descarriados, les llamaban. En 1978 como Consejero de Interior tuve que ir a todos los funerales de compañeros, uno cada tres o cinco días. Yo era una persona muy alegre y me convertí ya para siempre en un joven triste, marcado, melancólico y solitario», afirmaba.

No sería aventurado afirmar que ese mismo amor por la política fue el que lo llevó al ostracismo por parte del felipismo tecnócrata oficial. Al ponerse de parte de Guerra en el 91, a pesar de los cantos de sirena de Felipe González, a diferencia de presuntos guerristas que se pasaron al bando felipista tecnócrata, ese bando que se adentró en la fase terminal de privatizaciones y concesiones a los caciques autonómicos.

Benegas, sin embargo, había llegado a su línea roja. A pesar de ser toda su vida un ganador, ¡ganó la lehendakaritza al PNV en el Pais Vasco en el 86!, tenía sus líneas rojas. Benegas podía renunciar al verdadero socialismo de Lenin en pos del «socialismo democrático», (que yo me arriesgaría a llamar democristiano, por lo que tiene de martirio de dialogar con gente que no quiere dialogar, pongamos Arzalluz) pero eso sí, a lo que no podía renunciar es a la política clásica romana a la manera de Guerra o Monedero, la de bon vivants al pie del cañón; en pos del marketing político sajón actual, esa inagotable fábrica de pijitos y mal vivants puritanos al estilo Pedro Sánchez.

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