Pocos escritores de la antigua Unión Soviética como Vasili Grossman (Berdychiv, Ucrania, 1905, Moscú, 1964) han tenido esa capacidad para hacer del Periodismo y la Literatura instrumentos de denuncia de los excesos de la clase política del PCUS. De padre simpatizante de Kerenski y sus mencheviques y madre profesora de francés, apoyó la Revolución rusa. Tras licenciarse en Ingeniería Química en Moscú, siguiendo los pasos de su progenitor, desempeñó su oficio en la región de Donbás, en su Ucrania natal, en los sectores del carbón y la metalurgia –los cuales inspirarían sus primeras obras como Gluckaüf (1934) o Stepan Kolchuguin, publicada en 1940– hasta que abandonó definitivamente su trabajo en el año 1934 para seguir escribiendo relatos e ingresar en la Unión Oficial de Escritores Soviéticos en el año 1937.
Sin embargo, las purgas en la década de los treinta –que hizo estragos entre sus seres más queridos– y su condición de judío asimilado, impidieron que el ucraniano ganara el premio Stalin y prosperara mecido por las manos del PCUS –el propio Stalin no creía en la teoría de la conspiración judía que le inculcaron durante su formación académica hasta que Trotski y Zinoviev, que sí tenían orígenes judíos, se perfilaron como rivales suyos en la sucesión de Lenin, depurándolos en atención a su procedencia, entre otras cosas–. Pero, aun así, ya era tenido en cuenta por los próceres de las letras soviéticas. Y el estallido de la Segunda Guerra Mundial y sus crónicas sobre la guerra en el Frente Oriental no hicieron sino confirmar el enorme talento narrativo que atesoraba el ucraniano.
Vida y destino: el retrato de una generación
Exento del servicio militar debido a su precario estado de salud, Grossman viajó hacia Ucrania en 1942 como periodista del diario ‘Estrella Roja’ para de hacer la cobertura de la guerra en el Este. Aprovecharía su estancia en Kiev y en Stalingrado para lanzar por entregas su visión sobre el conflicto en el libro ‘El pueblo es inmortal’ (1942), con el que pretendía alentar a un Ejército Rojo que iba a librar ante las fuerzas alemanas una contienda que cambiaría el curso de la guerra, y que serviría de boceto para una de sus grandes obras como ‘Vida y destino’ (1959): el pináculo creativo de un autor que quería explicar la gran cruzada política y moral de la Unión Soviética contra el nazismo.
A través de una prosa que difumina las fronteras entre literatura y periodismo, la novela narra las historias de todos aquellos soldados y ciudadanos que empeñaron su sangre por un régimen que los despreció en vida, así como el cinismo de la intelligentsia de Stalin y sus correligionarios, que vieron en la guerra la excusa perfecta para desviar la atención del terror que habían instaurado en el país y, sobre todo, el inteligente paralelismo que el propio autor hace del nazismo y comunismo: dos ideologías opuestas que convergían en su desprecio por los judíos, en la creación de una policía secreta, o en la cohesión de un partido único que integrara a las masas en el Estado.
El desencanto con la Unión Soviética
Sin embargo, el manuscrito de Vida y destino fue requisado por el KGB a instancias del Comité Central del Partido, que lo requisaría por la propaganda antisoviética que para ellos contenía la obra –recordemos que el propio Grossman trabajó entre 1945 y 1946 en El libro negro del comunismo (1997) junto con Ilyá Ehrenburg para ofrecer un testimonio del Holocausto, contando con el beneplácito de Stalin, en un principio, para que luego éste cambiara de criterio y volviera al antisemitismo, silenciando el colaboracionismo de los nacionalistas ucranianos en Centroeuropa y Europa del Este con los nazis, y la consiguiente disolución del Comité Judío Antifascista–. Un decomiso que dejó al descubierto las fallas que contenía el discurso de la ‘desestalinizacion’ pronunciado por Kruschev en el XX Congreso del Partido Comunista: un intento torticero por parte de las élites de presentar a Stalin como problema cuando, en realidad era la propia organización del partido la principal responsable de los males de una Unión Soviética, que pretendía continuar con sus prebendas, introduciendo reformas en la burocracia y evitar así una revolución desde la clase obrera.
Grossman seguiría explotando estas contradicciones –como Solzhenitsyn en ‘Archipiélago Gulag’– en ‘Todo fluye’ (1970), analizando de forma exhaustiva esa red de espionaje y terror en una Unión Soviética, en la cual la delación, el espionaje o el sometimiento al disidente, representados por el NKVD, el KGB y los gulags, fueron fundamentales para mantener el orden interno. En la novela, Grossman acota la distancia con el lector, haciéndolo partícipe de ese tour de forcé emocional que supuso para él la elaboración del libro, reflejando la servidumbre impuesta en todos los aspectos por la Unión Soviética. Influenciado por el flagelo de la guerra y la opresión, el escritor ucraniano centró su creación en aquellos ciudadanos que se convirtieron en protagonistas involuntarios del implacable curso de la Historia, librando su batalla desde el anonimato.
Su narrativa mostró que el Periodismo podía redimir el dolor y encontrar el refugio en la verdad. “Es duro vivir con una verdad encogida. Una verdad parcial no es una verdad. Digamos toda la verdad, sin restricciones”, escribiría. Y su muerte en 1964 así como la publicación de citada ‘Vida y destino’ en (1980), fue un triunfo a posteriori sobre Stalin y Kruschev por el impacto que su obra tuvo en la Rusia de Gorbachov y su glásnost. El desencanto con el centralismo y el nacionalismo institucionalizado de Stalin y sus sucesores que se alejó del espíritu de la Revolución y de los objetivos emancipadores de la clase obrera son fundamentales para entender su trayectoria literaria. La historia del hombre, para él, era la de la libertad, y combatió infatigablemente contra esa condición humana que impedía que éste fuese incapaz de zafarse de las cadenas del oprobio. Y ése ha sido, sin lugar a dudas, su mayor legado.