Como ya hemos dicho en la introducción, el tema sobre el canibalismo entre los aztecas es algo controvertido y el debate no está cerrado. Hay autores, como W. Arens, que niegan la realidad de éste. También hay los que lo afirman. Entre estos, el principal problema ha sido explicar porque una sociedad estatalizada como la azteca mantuvo el canibalismo, cuando en la mayoría de los casos, esta práctica tiende a suprimirse en el paso que va de la tribu al estado. Hay cierta variedad de explicaciones para justificarlo: puede ser por un tema religioso, por la falta de alimentos en Mesoamérica antes de la introducción de los animales europeos, etc.
La teoría del canibalismo como un método de mejorar la alimentación en Mesoamérica la propuso Michael Harner (ya desfasada y superada). Para este autor, la guerra entre los aztecas sería una forma de caza organizada para conseguir carne humana, ya que, estos carecían en un grado extraordinario de alimentos de origen animal. Pero el antropólogo Ortiz de Montellano, consiguió rebatir esta idea mediante la elaboración de una larga lista de alimentos substitutivos, que existían en esta zona antes de la llegada de los españoles y que cubría de sobra las necesidades proteínicas de los aztecas. Además, como nos explica Fiedel, según los informes españoles, el privilegio de participar en el reparto de la carne de las víctimas se reservaba a los sacerdotes, nobles y guerreros destacados, por tanto, la gran mayoría de la población azteca estaba excluida de esta práctica. Otra refutación más simple nos la ofrece Manuel Moros de la Peña; según los cálculos de este autor, para alimentar a los 250.000 ciudadanos de Tenochtitlán y los 2.000.000 del Valle de México, harían falta tal cantidad de sacrificios que es simplemente imposible. Se dice que sacrificaban a unos 20.000 hombres al año. Con esto, según Moros de la Peña no daba ni para el equivalente de una hamburguesa por persona.
Marvin Harris en Bueno para comer, dice que el canibalismo no era algo esencial pero que, la escasez de alimentos de origen animal restaba peso a las ventajas políticas de suprimir el canibalismo. Dice que, la carne humana, sería una recompensa para los guerreros que sostenían el estado y un estímulo para alentar a las clases bajas a pelear. Tampoco este autor es muy respetado en los círculos de estudios aztecas.
Pero estos dos autores dejan sin contestar la pregunta básica, ¿por qué todo el complejo ritual del sacrificio, sí de lo único que se trataba era de alimentarse?
La respuesta sería que el canibalismo era una práctica más del complejo ritual azteca, algo que acompañaba al sacrificio.
Durante el sacrificio, los sacerdotes consagraban el cuerpo de la víctima que pasaba a ser visto como a un Dios. Por tanto, mediante el consumo de la carne del dios, se transfería su espíritu mientras todavía estaba sano y fuerte a un sucesor joven y vigoroso, preservándolo de esta forma del debilitamiento y de la vejez. Esta teoría se refuerza por lo que dijo el fraile Diego Durán en el siglo XVI: “La tenían verdaderamente por carne consagrada y bendita y la comían con tanta reverencia y con tantas ceremonias y melindres como si fuera alguna cosa celestial”.
Parece que esto es lo que pasó en el sitio de Zultépec-Tecoaque. Hay evidencias indirectas que nos hacen pensar que así fue. La primera de estas, sería la toponímica del sitio. Como nos informa Luis Pancorbo, en náhuatl, Tecoaque o Tecuaque, significan “donde se comieron a la gente”. Pero esto resulta a toda vista insuficiente para llegar a ninguna conclusión, como sí llega el autor citado.
Martínez Vargas, el director de la excavación, nos dice que los sacrificios practicados en el sitio de Zultépec-Tecoaque tuvieron, entre otros, un motivo religioso. Los indígenas, mediante el sacrificio tenían la voluntad de devolver el equilibrio anterior a la llegada de los españoles. Pero Martínez Vargas, en ningún momento habla de canibalismo.
Creemos que hay unas cuantas evidencias, que posiblemente pudiera significar que si se practicó el canibalismo en este caso concreto. Primero, el 99,8% de los huesos encontrados en Tecoaque, muestran que fueron cocidos y desmembrados. No es una afirmación definitiva, pues los cuerpos podrían haber sido cocidos para despellejarlos luego. Bernal Díaz nos explica que Gonzalo de Sandoval se encontró “dos caras que habían desollado, y adobado los cueros como pellejos de guantes, y las tenían con las barbas puestas y ofrecidas en unos de sus altares” 3, es decir, en el Tzompantli. Esto último podría explicar la necesidad del desmembramiento, al menos de la cabeza con respecto al cuerpo.
Manuel Moros Peña nos explica que “brazos y piernas se cocinaban con pimientos, tomates y flores de calabaza. Después eran devorados por los parientes del guerrero que había capturado al desdichado. Siempre se reservaba un muslo de cada víctima para el emperador Moctezuma. La palma de la mano se consideraba un bocado exquisito. El tronco y las vísceras, según algunas crónicas, eran arrojados a los animales del zoológico real y las cabezas ensartadas en el Tzompantli”.
A esta evidencia hay que sumarle otra. Los cuerpos del yacimiento están depositados en dos sitios distintos: catorce se encuentran cerca del templo de Quetzalcoatl y bien enterrados y el resto (170 esqueletos), en la plaza y amontonados de cualquier manera. Sí Fiedel tiene razón y el canibalismo sólo lo practicaban las clases altas, la separación de los cadáveres podría ser debido a esto. Podría ser que se hubiera seleccionado solo a una parte “especial” de los presos para ser comidos. Esto también cumpliría con el ritual religioso que hemos explicado antes, la ingestión como forma de adquirir el poder del dios. Las sobras de los cadáveres habrían sido para el resto de la población o los animales.
Pero esto ha de considerarse sólo como una hipótesis. El propio director de la excavación no afirma en ningún momento el canibalismo en sus artículos. Por otra parte, el libro de W. Arens, El mito del Canibalismo, nos ha sembrado de dudas con respecto a la realidad de esta práctica entre los aztecas.
En este libro se nos dice que “canibalismo y resistencia llegaron a ser sinónimos y además legitimaron las bárbaras reacciones de los españoles” 5. Es decir, que detrás de las crónicas españolas que nos hablan del canibalismo, se escondía una voluntad política de legitimación de la conquista. Es significativo que ni Diego Durán ni Bernardino de Sahagún vieran directamente esto y solo hablaran de oídas. Los propios protagonistas de la conquista, como Bernal Díaz o el Conquistador anónimo, escribieron sus memorias muchos años después con la intención de justificarse. Por eso, podrían haber magnificado la crueldad de los aztecas, con lo que relativizar sus asesinatos y violaciones y razonar la necesidad del dominio español.
Por otra parte había un interés religioso. Resulta que los aztecas hacían unas figuritas con masa de las deidades y también representaciones similares de víctimas sacrificiales humanas. Las ingerían como parte de un ritual que era muy parecido al de la comunión cristiana. Esto hizo pensar a Fray Diego Durán que los aztecas eran los descendientes de una de las diez tribus perdidas de Israel. Una manera de marcar distancias entre el cristianismo y la idolatría azteca, era convertir este canibalismo ritual en real.
La última evidencia en contra del canibalismo se haya en un hecho histórico. Durante el sitio de Tenochtitlán, los aztecas pasaban hambre y se arriesgaban a salir de la ciudad en busca de raíces y otros alimentos similares, ¿por qué no practicaron el canibalismo en ese momento? Hay autores que hablan de exocanibalismo. Es decir, que comían carne humana, pero siempre de enemigos y nunca de su propia gente. Otra tesis podría ser que simplemente, el canibalismo no se practicaba entre los mexicas.
Por tanto, no podemos concluir que el canibalismo fue practicado por los mexicas de Tecoaque, sobre las gentes de la caravana que venía de Veracruz. Hay evidencias que nos permiten plantear una tesis afirmativa de esto, pero también hay muchas dudas como para poder darla por definitiva en este sentido.
CONCLUSIÓN
Nuestro trabajo ha tratado de descifrar el significado de lo sucedido en Zultépec-Tecoaque. Hemos intentado a la par, aprovechar el trabajo para descubrir un mundo del cual éramos completamente ignorantes. No es que no supiéramos de la existencia de sacrificios humanos en el mundo azteca, pero nuestro conocimiento era muy vago, fruto más de películas que de un estudio riguroso.
Con este trabajo hemos intentado satisfacer nuestra curiosidad por el tema y aunque nuestras conclusiones no sean las correctas, nos damos por satisfechos del trabajo realizado.
En la Introducción dijimos que en esta parte final del trabajo intentaríamos dar respuesta a la pregunta del por qué del hecho histórico que hemos estudiado.
Los sucesos acaecidos entre junio de 1520 y enero de 1521 tienen una triple intencionalidad: venganza por la conquista, una intención religiosa y una de estrategia militar.
La primera y más inmediata es la venganza. Bernal Díaz del Castillo relata lo siguiente: “y que entonces los prendieron y mataron, y que los de Tezcuco los llevaron a su ciudad, y los repartieron con los mexicanos; y que aquello que hicieron, que fue en venganza del señor de Tezcuco, que se decía Cacamatzin, que Cortés tuvo preso y se había muerto en los puentes”. Por tanto, hay que enmarcar los sucesos de Tecoaque en la sublevación mexica contra los españoles durante la “Noche Triste” y el descalabro que supuso para los conquistadores.
El motivo religioso nos lo ofrece Enrique Martínez Vargas. Explica que el sacrificio posterior a la captura, tenía la intención de contentar a los dioses para que se restableciera el orden anterior, es decir para que expulsara a los españoles de sus tierras.
El mismo autor dice de Tecoaque que “al ser un sitio fronterizo, localizado frente al territorio de Tlaxcala, constituyó una oportunidad única para advertir a Cortés – que en ese momento se encontraba en Tlaxcala huyendo de Tenochtitlán – que eventualmente podrían hacerlo prisionero y sacrificarlo”. Al parecer esta estrategia militar defensiva tuvo efecto, pues Hernán Cortés evitó pasar por el lugar, en el momento en que se dirigió otra vez hacia la capital mexica para conquistarla definitivamente.