Fotografía: PP de Madrid
Una de las formas más efectivas para viralizar un tuit o un post es encontrar una nueva vuelta de tuerca de un tópico. Normalmente, los tópicos se gastan con el paso del tiempo y de las uñas, pero algunos satisfacen de tal forma ciertas irracionalidades que resultan inagotables. A los pocos días de las últimas elecciones, el periodista de Cadena SER y eldiario.es, Iker Armentia, propinó un rodillazo en la boca del estómago a muchos votantes de izquierdas. En su columna contaba cómo había recibido en el móvil memes y chistes cuyo objetivo era calificar a los votantes del PP como subnormales, gagás o gilipollas. Y decía: “Cierta izquierda en España sigue pecando de un clasismo que la aleja de las clases populares”.
Los comentarios que recibió el artículo confirmaban la intuición del autor. Los lectores se investían de razones para afirmar el tópico de que los votantes del PP son idiotas, ignorantes, seniles, cómplices, malos… La idea triunfa por varios factores. El principal es que ayuda a procesar el sentimiento de humillación por haber perdido las elecciones a través de generar una sensación de triunfo, de superioridad intelectual y moral. Hay mofas que sirven para expandir la mente porque que revelan un desequilibrio de la realidad. Y otras que actúan a la manera de un descongestivo nasal: para librarnos de las flemas que nos tienen irritados y abotargados.
El crítico, escritor y militante de izquierdas italiano Alberto Asor Rosa, en una entrevista de Enric González, hablaba claro: “Puede decirse que la cultura de la izquierda es más elitista que la cultura conservadora”. La izquierda, en su origen, enfrenta la realidad desde una perspectiva que se aleja del sentido común, que lo cuestiona, y necesita crear otro lenguaje con el que estructurar su crítica. De ahí puede derivar la tendencia al elitismo. Pero el argumento de que los votantes del PP son gilipollas no procede sólo de quienes militan en las agrupaciones de la izquierda, de los que se podría pensar que viven imbuidos en una lógica propia, en una suerte de sanedrín ideológico; en realidad, el descrédito de los votantes conservadores proviene también de los electores no militantes.
En general, en España, hay una tendencia a considerar un error que alguien vote a una opción contraria a la tuya y, siguiendo esa lógica, acabamos creyendo que podemos decodificar las razones por las que el otro cae en la supuesta trampa, y qué casualidad, estos caminos argumentales siempre llevan a afirmar, a probar, que detrás de las papeletas hay una alienación, un secuestro de la inteligencia.
¿Tan difícil es asimilar que ciertas personas de clase media o baja tienen una preferencia ideológica cercana al PP?
Uno de los argumentos más cotizados es el que vincula el consumo de televisión basura con los resultados electorales. “¿Qué vamos a esperar si Sálvame o Gran Hermano tienen tanta audiencia?”, “los españoles no leen, son unos ignorantes, normal que voten al PP”. Lo que resulta algo ininteligible para el votante de izquierdas es que hay tontos en todas las opciones ideológicas. No suena verosímil que todos los espectadores de Sálvame fueran votantes del PP.
Las presunciones elitistas de la izquierda no corresponden únicamente a los veteranos comunistas alimentados de doctrina, muchos jóvenes se han sumado a la altivez, pero por la vía de lo hípster, de la exclusividad estética y cultural. En el fondo, como han teorizado muchos analistas del gafapastismo, esta tribu es la máquina más difuminada y eficaz de consolidar y acrecentar la sociedad de consumo. O sea, que muchos votantes de izquierdas hacen el juego al capitalismo, eso sí, desde una parafernalia postural la mar de alternativa. Lo hípster, por ejemplo, es hablar de Kerouac o a Bukowski sin, por supuesto, haberlo leído.
El ansia de ubicar la estulticia en un campo político ha llegado a la ciencia. La periodista Aurora Ferrer firmó un reportaje en ElPlural.com en el que recorría varias investigaciones. Los de izquierdas ganan en inteligencia según la Universidad de Nueva York porque demuestran más actividad neuronal en una cosa llamada cingulado anterior. En resumen, según distintos estudios, las personas de derechas son más agresivas y más propensas a usar el miedo como argumento, mientras que los de izquierdas detectan conflictos sociales con más habilidad y usan la empatía para abordar los problemas desde varios enfoques. De manera que quienes, ante la victoria electoral del PP, se montan en el razonamiento de que sus votantes son ineptos o incapaces están demostrando una absoluta falta de empatía y de capacidad digresiva y, por lo tanto, se están enmarcando en una estructura mental más de derechas.
Lo interesante de estos estudios es que, en realidad, comparan a personas liberales con conservadoras; estos parámetros son más útiles que nuestra derecha e izquierda si de lo que se trata es de medir psicológicamente a los electores. Se supone que las personas menos listas temen alejarse de planteamientos muy asentados y de su zona de confort. Según esto, pertenecer a una tribu o un partido y cumplir fielmente sus códigos y sus razonamientos se revela como un rasgo del cerebro conservador. No importa que se llame PP, Podemos, PSOE o Ciudadanos.
La cosa de la tontuna derechosa se enlaza también con el tema de la corrupción, de que nos están robando, que es verdad, de que se están riendo en nuestra cara, que también es cierto. Al votante medio le importa la corrupción del otro, no la propia. Esto es un tópico, pero es real, y sirve para demostrar que, en lo que toca a la crítica de la corrupción, lo que late bajo la opción política de la mayoría de los electores no es la honestidad intelectual, sino algo más cercano al partidismo. Uno siempre cree que su opción ideológica es la mejor y que la contraria es cicuta pura. Por lo tanto, mejor que sean corruptos los tuyos y no los otros.
Si muchos votantes de izquierdas (así como todos) hacen memoria con sinceridad, recordarán cómo en algún momento han asentido a las palabras del líder de su partido sin entender bien a qué se referían. O cómo antes de una comida con gente de derechas en la que suele abrirse debate, se han empapado de la postura de su partido a través de las últimas declaraciones de los líderes, atendiendo sólo al argumentario… Si eres sincero, descubrirás que hay un filtrado previo antes de posicionarte ante un dilema y que escuchas a los tuyos entusiasmado de antemano, y a los contrarios, desconfiado y harto. ¿Es una forma de actuar inteligente?