No me apena la derrota de Maduro, siempre me pareció un político torpe, por no decir un bestia, la opción más delirante y menos sosegada para suceder a un régimen que ya pecaba de iracundia y megalomanía.
Pero me es imposible sentir alegría por la victoria de una oposición sin propuestas que ondea banderas estadounidenses y que es celebrada descaradamente por toda la prensa neoliberal y manipulatoria del mundo. Cabría preguntarse: ¿No era Venezuela una dictadura? Y en caso afirmativo: ¿Desde cuándo las dictaduras pierden las elecciones?
La derecha avanza sin frenos en Latinoamérica. Nada que objetar después de casi dos décadas de chavismo y de doce años de kirchnerismo. Perpetuarse en el poder eternamente nunca fue bueno, de acuerdo. Pero que no nos vendan la moto: la victoria de la derecha no es la del pueblo, ni la de la democracia, sino la de los medios de comunicación feudatarios de la gran empresa. No es la propuesta de una oposición conservadora y liberal lo que ha triunfado, sino la gran campaña antiizquierdista de todos los poderes económicos.
Ellos son quienes han vencido a Maduro, al igual que vencieron al kirchnerismo. Ellos vencieron en Guatemala y siguen venciendo en México a pesar de la atroz realidad cotidiana. Ellos avanzan en Europa y arrasan en una Francia que ya roza el fascismo. Ellos, los de arriba (llámenme rojo, demagogo, maniqueo), son los que están saltando de alegría en estos momentos.
También lo están consiguiendo en España, donde, tras una oleada de mierda mediática vertida contra la izquierda, todo parece indicar que la derecha más rancia seguirá gobernando después de ocho años de corrupción e ignominia. Saltan de alegría en Venezuela y en Argentina, en la cúpula de los bancos y los grandes medios de comunicación. Saltan de alegría Rajoy, Rivera, Macri y Marine Le Pen.
¿Seguirán saltando en España la madrugada del 21 de diciembre? El futuro está en nuestras manos.
Fotografías: andresZPD