Por la pronta recuperación de Manuel Camacho Solís
Sigue desinflándose el mito del presidente estadista y eficaz. Bien pronto naufraga el intento de Enrique Peña Nieto de poner punto final a la tragedia de Ayotzinapa. El país flota en el firmamento de los imponderables.
Considero innecesario abundar en la archicomentada comparecencia del procurador Jesús Murillo Karam en la cual anunció, el 27 de enero, que el gobierno federal ya tenía la “verdad histórica de los hechos” de Ayotzinapa cuando lo que nos presentó es una verdad jurídica, que se usa para proceder legalmente contra los presuntos responsables.
La falta de rigor de Murillo Karam estuvo determinada por un anuncio hecho por el presidente Peña Nieto una hora antes en otro lugar. En un discurso sobre otro tema, el Presidente decretó que ha llegado la hora de superar el “dolor y [la] tristeza” por la “desaparición de [los] 43 jóvenes”. Después adoptó la entonación propia de quienes van por la vida motivando audiencias para exhortarnos a no “quedarnos… parados, paralizados y estancados”; la patria unida debe “seguir avanzando y caminando”. Puso nudo al argumento anunciando, de pasada, que “a la Procuraduría General de la República, corresponderá determinar con precisión lo ocurrido” con los normalistas.
Peña Nieto decretó el punto final en una alocución sobre educación superior y dedicó 78% de su tiempo a ese tema. Casi al final asignó 311 palabras a Iguala y desde aquel día no ha vuelto a tocar el tema. Es una majadería la escasa prioridad que le concede a un caso que ha sacudido al país y al mundo. Peña Nieto siguió el mismo guión con la corrupción y los conflictos de interés. El 18 de noviembre y al final de otro discurso pronunciado en Ecatepec, Estado de México, anunció que había “pedido a [su] esposa, que sea ella personalmente, siendo una propiedad de ella, quien esclarezca o quien aclare ante la sociedad mexicana, y ante la opinión pública, cómo fue que se hizo de esa propiedad y cómo fue que la construyó”. Para el Presidente con eso basta.
Delegar en otros las explicaciones no le está funcionando como blindaje de su imagen; basta ver su caída en las encuestas de opinión. Queda la percepción de un gobernante timorato que evita el abordaje de los temas incómodos escudándose tras otros, y adoptando aires de grandeza totalmente fuera de lugar hasta para un país con democracia tan mediocre como es el nuestro. Pedirnos que superemos el trauma de Ayotzinapa es olvidar que, como argumenta Tatiana Rincón Covelli, cuando un relato sobre atrocidades ignora a las víctimas no puede ser equiparado a una verdad histórica.
Y las víctimas salieron rápidamente a contradecirlos. A las pocas horas de los discursos los padres y madres de las víctimas respondieron señalando diversas lagunas; entre ellas, la ausencia de una explicación sobre el entorno de corrupción política que hizo posible la desaparición y que es indispensable para el deslinde de responsabilidades individuales e institucionales. Están castigando a algunos, no a “todos los responsables” como nos prometieron.
Por otro lado es infantil querer bajar la cortina una semana antes de que el gobierno de México exhibiera sus carencias en Ginebra, ante el Comité de la ONU sobre Desapariciones Forzadas y cuando en el escenario están las comisiones de derechos humanos nacional e interamericana (CNDH y CIDH) realizando investigaciones sobre el caso con recursos públicos. En suma, verdades así dictadas, jamás serán acatadas.
Desde una perspectiva más amplia, esos discursos forman parte de un reajuste en la estrategia de seguridad en Michoacán y Guerrero. En el primero, Los Pinos remueven a uno de los leales del Presidente para entregar el manejo de la seguridad al ejército; es el regreso triunfal de las instituciones. En Guerrero intentarán restaurar el orden confiando que Ayotzinapa se desinflará.
Decretar la verdad histórica y reajustar la estrategia de seguridad son disposiciones montadas en un razonamiento demasiado optimista. Vivimos una situación que me recuerda el diagnóstico presentado por Winston Churchill a la Cámara de los Comunes poco después de su reunión con Franklin D. Roosevelt y Iósif Stalin en Yalta (febrero de 1945): “estamos entrando al mundo de los imponderables […] es un error ver demasiado adelante. Sólo es posible manejar un eslabón de la cadena del destino a la vez”.
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Colaboró Maura Roldán Álvarez. Agradecimiento especial a Víctor Gerardo Hernández Ojeda que sugirió algunos materiales sobre verdad histórica.