Hoy se acabó su vida de artista, de cantante y letrista. Según un burdo rumor, el no tan famoso Javier Krahe ha muerto hoy a las cinco de la mañana de un ataque al corazón, y el sol ha salido como siempre en el valle de lágrimas. La dama de la guadaña ha llegado sin avisar, y aunque el bueno de Javier seguro la invitó a cortar el césped y quien sabe si a algo más, parece ser que ha tenido que enfrentar perspectivas eternas. La muerte le ha abrazado de un modo especial, lo que tampoco es paja.
Gracias a su conducta vagamente antisocial, no alegrará su efigie el censo de monumentos, ni vendrán las palomas a rociarle de excrementos. Y es una pena, la verdad. Parece que a pesar de su tozuda decisión existencial, va a gozar las honras funerales su alma pena, y van a venir los gusanos a tirar de la cadena. Y no, no se va ir ni al limbo ni al infierno, pero seguro que va a ser algo eterno gracias a sus canciones. Y aunque su muerte nos llene de tristeza, las flores que brotan de su cabeza algo nos dan de aroma.
Pues qué penita y qué dolor. España sin Javier Krahe es un país más oscuro, aún peor la comedia que nos asedia, y que da de entero salir por pies. Ya me comprende usted, qué le voy a explicar, si aquí en este redil juzgar es sojuzgar, y de eso sabrá usted un rato. Mientras, la democracia sigue como ausente, con nuestros políticos (más bien estúpidos), con los escaños marcados a ocultas de la gente, a la luz del lingote y del rosario. Los cuervos ingenuos se han quedado sin el cantor de los cantares. Todo sigue siendo vanidad, y el único consuelo, las zozobras completas de Javier.
Pues nada, hombre: Si su alma es algo más que un cromosoma, supongo que a estas alturas su nariz se estará asomando a las puertas de la gloria, donde le esperan Jacques Brel, Leo Ferré y su querido amigo George Brassens, y nada de Jesús, que siempre le dio repelús. Los de este lado nos quedaremos con más sed de belleza y más sed de tempestad, acarreando, acarreando. Habrá que hacerle un funeral, uno fuera de la grey, y con mucho ron de caña.
Tendrá que ser en campo abierto: hace falta espacio para tanta gente, ¿qué tal la costa suiza? Hará falta andar con pasos cerriles, pero en torno a su ataúd- al cual no podremos echarle el cierre- van a venir todas. La primera en llegar será la joven Salomé, seguida de la perversa Leonor en pijama, el cuerpo de Melibea, María Magdalena con su mejor perfume, Viridiana del convento, la tetona Catherine, Matilde Urbach, la madre de princesas, la cruel Genoveva, la primera parte de la Yeti, las chicas del Canadá, Melisanda con la blusa abierta, la Jacinta en el pilón, la loca actriz que es Beatriz, la Penélope que se hartó de esperar, la suicida del Nembutal, una bella mosquetera, la cientouna, Mariví o Maribel desde Tahití, y al final y siempre tarde, la maldita Marieta. Amores insólitos por lo singulares, amores de ida y amores de vuelta, del imperio ruso o del folklore celta.
Entre todos nos ocuparemos del mar, de la mandrágora, del imbécil país sin lluvia, de las malditas antípodas donde todo es idéntico. Sin sábanas de seda ni casas de fieras, con lucidez, ante el fracaso, llenaremos el vaso por sexta vez. Nos despedimos del maestro en la taberna de Platón, con nuestros vasos de sombra; y seguiremos con sed, sed y más sed, sed de canciones y sed de Krahe. Brindemos por él hoy, mañana es lunes y toca volver… a las paranoias de gilipollas como tú y yo.