Si mi hermano me pega una hostia, me viste de torero. No usé ni entendí esa expresión hasta hace un par de años. Estábamos en la playa del Mojón. Mi hermano se quitó la camiseta y miré a otro lado. Entonces me topé con esas cinco torres de viviendas que el gobierno del Partido Popular permitió edificar en primerísima línea de playa y que provocan que llore sangre cada vez que las veo. Volví a mirar a mi hermano. Pensé: «Joder, si me pega una hostia, me viste de torero». No estoy muy seguro de interpretar correctamente la expresión. Para mí, esa frase significa: si mi hermano me pega una hostia, se produciría un desorden tan gordo en mi organismo que, quizá, vestirme de torero se convirtiera en una convicción moral desde entonces. Un desorden tan gordo que, quizá, estructurase mi nueva vida de parapléjico a partir de esa convicción moral.
Pero mi hermano jamás me pegaría una hostia. Desde hace un tiempo, me habla con una serenidad acojonante. Y casi nunca nos peleamos. Pelea gorda gorda, solo recuerdo una. Creo que fue el día en que me di cuenta de que si me pega una hostia, me viste de torero. Hablábamos de música. Le dije que tenía que escuchar a Ty Segall. Me preguntó qué rollo llevaba. Empecé a balbucear y a decir gilipolleces tipo:
–Es como garaje-punk, pero a la vez tiene un corazón pop y no se olvida de quién fue Marc Bolan.
Cuando digo esas gilipolleces, mi hermano me suele decir que deje de decir gilipolleces y le ponga algo. Mi hermano es el tipo que llega a la conclusión a partir de la acción. Me ha contado mil veces la que lió cuando murió Kurt Cobain: en una radio local, rajó de los pijos que iban de punks y aprendían a tocar la guitarra que su papá les había comprado e imitaban a Kurt Cobain. Le dolía en el alma. Después suele hacer una pausa dramática. Sonríe y dice: «Al día siguiente, no me habló ni dios en el instituto».
Con estos precedentes, imagina la que se montó cuando dejé de decir gilipolleces y le escupí:
–Mira, Ty Segall es el último Kurt Cobain.
Cuando a Ty Segall le preguntaron por qué había tardado catorce meses en escribir y grabar Manipulator, contestó rápido. Dijo: “Es la primera vez que tengo el dinero suficiente para estar un año escribiendo canciones y un mes entero en un estudio”. En ese momento, Ty Segall tenía 27 años y había grabado el mismo número de discos que muchos músicos a los 85. En 2014, este rubio que sería un sexy symbol si eso le importara lo más mínimo, había publicado 20 discos sin contar singles. Haz cuentas. No, no. Primero siéntate. Ahora. Haz cuentas.
Lo flipante es que eso es lo de menos.
En 2008, Ty Segall solo era un tío que se había ido a San Francisco porque había prometido a sus padres adoptivos que estudiaría allí una carrera pero en realidad lo que quería era vivir la escena de garaje-rock que se formó allí a finales de los 90 –The Mummies, The Numbers, Coachwhips- y que cuando llegó se encontró a mil Devendra Banharts y dijo: «¿Dónde está el rock n’roll? ¿Adónde se fue?» Y que ya había formado de una banda en Laguna Beach, Epsilons, y que formó parte de otra, The Traditional Fools, en San Francisco y que se movía en la escena de la ciudad.
The Traditional Fools era un trío formado por Segall y dos compañeros de clase: Andrew Luttrell y David Fox. John Dwyer, patriarca del sonido de San Francisco primero como miembro de Pink and Brown, Coachwhips, Thee Oh Sees y mil bandas más y luego como fundador del sello City Slang, dice que flipó con la banda. Especialmente con el despliegue de energía del batería, que tocaba con el brazo roto. Poco después, el batería concretó un concierto para la banda sin consultar con los otros dos miembros. Y a los otros dos miembros las fechas no les cuadraban. Así que el batería decidió tocar y cantar sus canciones. El batería, sí, era Segall. Y Dwyer estaba allí. El fundador de Thee Oh Sees le ofreció al joven la grabación de un disco. Segall aceptó. Poco después salió a la luz Ty Segall, el bello y asqueroso debut en solitario del rubio de Laguna Beach. Ty Segall huele a «hey, chicos, vamos a pasarlo bien», pero deja entrever talento. Tres años más tarde, a la palabra talento se le une la palabra descomunal: talento descomunal.
“Muchos de mis amigos músicos están muy metidos en riffs y golpear y machacar, y eso es genial, pero hay más en la vida que tocar muy fuerte. Es muy jodido hacer una canción clásica, una canción que, en diez años, siga siendo una buena canción. Ese disco es muy especial, es extremadamente personal. Uno de los momentos en que he sentido con más fuerza que lo estaba dando todo”. Segall hablaba de Goodye Bread (2011, Drag City), el disco que le habría encumbrado como figura mundial de la música si el rock siguiera siendo algo mayoritario, si yo viera la MTV ahora que tengo la edad que tenía mi hermano cuando la lio en la radio local el día después de que Cobain se pegara un tiro. Segall ya tenía un nombre como miembro de honor de la escena de garaje de San Francisco, pero aquello se le quedaba pequeño. En Goodbye Bread hay tanto de Neil Young como de Jay Reatard. Folk, psicodelia y punk. Y luego está My head explodes, la cara b de Lithium para los que en 1994 llorábamos porque queríamos un potito y no por el suicidio del ídolo de la camiseta de rayas.
Segall pasa de intelectualizar su música, pero hay algo que le obsesiona: “Yo no quiero ser famoso. No es divertido. La idea es hacer un disco clásico, que, dentro de diez años, la gente diga: ‘Oh, ¿ese disco? Oh, es ESE disco’ en lugar de otro. Molaría grabar algo que perdurara más de un año”. Se trata de un loco por la música. Se pasó la adolescencia con unos auriculares y, cuando le hablan de espiritualidad y religión, dice cosas así: “La música es lo único a lo que me he podido agarrar siempre. Siempre podía poner un disco y sentirme mejor. Estar en un sitio diferente. ¿Sabbath? Estoy en una iglesia satánica. ¿Ziggy Stardust? Estás en el espacio con Bowie pasado de coca y está bien y a nadie le importa. En el mundo de los discos hay otras reglas”.
Tampoco le gusta echarse flores. Si le dicen que cómo es que hace tantos discos, contesta que tampoco es para tanto, que los Stones hicieron trece discos del 64 al 72. Y que ese es su trabajo, que se levanta y se prepara un café y se pone a escribir canciones y que no puede parar porque tiene que pagar un alquiler. Y luego, que si es un bicho raro: “Me sorprende que la gente no piense que soy un bicho raro. Mis canciones pueden ser muy negativas. No me gusta hacer como que estoy lleno de problemas. No es divertido. Creo que todos intentamos ser normales, tener una vida tranquila. No sé si lidio con mis problemas de la forma correcta, pero lo intento. Hablas con Henry Rollins y es un buen tío. Un muy buen tío. Pero cuando él cantaba en Black Flag…ese tío estaba hasta los huevos”.
Quizá fuera necesario que muriera un Cobain para que el siguiente aprendiera algo.
Estamos ante el músico más postmoderno de lo que va de siglo, aunque llamar postmoderno a lo que hace el autor de Manipulator produzca lo mismo que ver esas cinco torres de viviendas que el gobierno del Partido Popular permitió edificar en primerísima línea de la playa del Mojón. Segall se ríe del tío amargado que te dice que lo que escuchas lo hicieron antes los grupos de su generación. Se tiende a pensar que este tipo de músicos –algo parecido pasaba con Nick Curran- podrían haber existido en cualquier otro tiempo, y, sin embargo, solo podrían existir en este. Jamás fue posible asimilar con tanta naturalidad, madurez y ausencia de prejuicios esas influencias. Segall ve el rock como una gran rueda en la que no hay jerarquías temporales. Para él, Nirvana, The Sonics, Sic Alps, Led Zeppelin, Jay Reatard, Neil Young, The Oh Sees, y The White Stripes caminan de la mano.
Y lo asimila con humor. Derriba tópicos. Se ríe de fatalismos. Se pinta un ojo y no menciona a Bowie. Toca en un telediario y no deja de gritar «¡¡CHICAGOOOOOO!!» y se parte el culo.
Así que presta atención a este tío, porque igual llegas a viejo y le puedes contar a tus nietos que viviste sus discos en directo. Y otra cosa. Reconozco que he escrito este artículo porque no tengo huevos a decirle a mi hermano mi conclusión sobre aquella conversación:
–Ty Segall es muchísimo más que el último Kurt Cobain. Es el primer Ty Segall.