Peco
Yo siempre fantaseé con la idea de dejarte. Y con la idea de que me dejaras. Lo hice durante años, cuando estaba solo en casa, y parecía que de nuevo, vivía en soledad. Me ponía canciones que nunca sonaban en tu presencia, cerraba las puertas de los armarios para no ver tu ropa. Durante unos minutos, te mataba. Con ello pensaba que de alguna manera, si me dejabas, estaría preparado.
Por eso, cuando me dejaste de verdad, pensé que sólo tenía que volver a cerrar los armarios y poner esa música. Volvería la calma, la sensación repetida. Además, tenía a Peco. Peco era el galgo que habíamos adoptado juntos. Fuimos a buscarlo a Santander un día de mucho calor. Peco, ya con nosotros, buscaba insistentemente el nuestro a pesar de la temperatura del exterior. Su corazón había estado helado. Peco fue nuestro motivo para hacer cosas juntos, cuando las cosas, intuyo, ya no iban tan bien. Era nuestro bicho de cristal, nuestra conexión con nuestra parte más humana. A veces, cuando me enfadaba contigo, me bastaba mirarte con él para recordar por qué te quería. Porque Peco te hacía más humana que nada y que nadie. Ni siquiera tu madre, o yo, habíamos conseguido desprenderte de ese barniz con el que a veces parecía que habías lacado tu corazón. Por eso, siempre pensaba, que si nos separábamos, Peco debería irse contigo. Porque tú lo necesitabas más que yo, y porque así, dejaría de ver la mejor versión de ti misma. En el fondo, egoístamente, te entregué a él más que lo entregué a ti.
Sucedió. Nos separamos, y como habíamos acordado, Peco se fue contigo. Se fueron sus patas de cristal y al silencio de la casa se le sumó la terrible ausencia de ese otro silencio, el que otorgan los galgos. Pensé que todo estaba bien, pasé los primeros días cocinando, leyendo, paseando. Me olvidé de la televisión. Un día la encendí de nuevo, y me sumí en una gran tristeza. A ese día siguieron otros, y la televisión siempre me hacía sentirme enfermo. Hasta que un día, soñé contigo. Recordé en sueños, algo que habíamos dicho. “esta televisión nos verá envejecer” Y es que tú eras anti-tecnología, y cuando compramos aquella tele enorme dijiste que sería la última.
Entendí que mirar aquella pantalla enorme, era contemplar mi fracaso en 42 pulgadas, o en un cine al aire libre, con parejas enamoradas demostrando su amor mientras suenan risas enlatadas a tu alrededor. Al apagarla, se veía mi imagen en la pantalla. A mi lado no había patas de cristal, ni estaban tus manos. La regalé. Hice un repaso mental a todas las cosas que compramos juntos, por si alguna otra encerraba un sortilegio, una mentira, una prueba de vida. Estaba dispuesto a quedarme sin nada, para liberarme de todo. También te pedí que me dejaras a Peco una temporada. Me preguntaste por qué. Te contesté que necesitaba también, volver a ser la mejor versión de mí mismo.
Todo fue bien hasta que llegaron las fiestas del barrio. Salí con Peco a dar un paseo. Evité las zonas con ruido y con gente, pero cerca de un descampado, nos encontramos de pronto con una muchedumbre que tiraba petardos. Peco salió huyendo despavorido. Lo busqué incansable durante toda la noche y no pude encontrarlo. Te llamé por teléfono a la mañana siguiente, lloramos juntos su desaparición y ante nuestros ojos apareció Santander, el calor y el recuerdo de unos años en los que todo parecía ir bien. En aquel momento pensé que el mar ya no sería nunca para mí un contar de olas, sino de ausencias.
Meses después, gracias a un policía que se tomó la desaparición de Peco como algo personal, lo encontraron. Lo encontraron en la casa de unos jóvenes, que lo habían maltratado. Los detuvieron y los llevaron a comisaría. Peco regresó conmigo a casa, herido pero con un amor infinito en la mirada. Cuando unas semanas después esos chicos regresaron al barrio, los dos fuimos a su casa. Lo que pasó allí queda entra tú y yo. Nos lo hemos repetido, como una especie de engaño o de disculpa. Al fin y al cabo, ya no éramos la mejor versión de nosotros mismos.
«Peco», de Laura Bordonaba Plou.
© Laura Bordonaba Plou.