Fotografía: Carlos Onetti
El sol pega con fuerza en Vallecas. Se nota que ha comenzado la cuenta atrás para el verano. Pamela Palenciano también se prepara para ello. Después de llevar seis meses representando intensamente por toda España el monólogo No sólo duelen los golpes necesita descansar. Tanta energía pasa factura. “Lo más importante es el cuidado”, nos repetirá varias veces durante la entrevista.
Pamela tiene una historia que contar. Fue maltratada por su primer novio desde los 12 hasta los 18 años aunque durante mucho tiempo no se identificó como mujer maltratada. Sin embargo, años después, un fuerte enfado (con portazo incluido) del novio de una compañera accionó el engranaje. En estado de shock comenzó a relatar experiencias con su ex novio Antonio. Sus amigas llamaron al centro de la mujer maltratada y, allí, lo primero que le enseñaron es que no sólo duelen los golpes.
Hoy, Pamela denuncia la violencia machista en un brutal monólogo que pretende concienciar sobre la desigualdad estructural a la vez que tumba los mitos y las mentiras del “amor romántico”. Las cifras son escalofriantes. En 2015, 57 mujeres perdieron la vida en España a causa de la violencia de género. A través del humor y de ejemplos como Crepúsculo o Tres metros sobre el cielo, recorre institutos para concienciar de que hay abrazos que pueden llegar a asfixiar.
–¿Qué es No sólo duelen los golpes?
–Es una apuesta para ir de lo personal a lo político. Empezó como un proceso personal de terapia cuando la psicóloga me dijo que no sólo duelen los golpes. Yo no me identificaba como mujer que había sido maltratada. Al final, a través de una exposición de fotografía, logré sacar todo lo que tenía dentro. Luego la exposición se convirtió en un taller y, ahora, es un monólogo sobre la violencia machista. Cuando era taller estaba centrado en la prevención de la violencia de género pero el proyecto ha ido cambiando según he crecido yo y el discurso no es el mismo.
–¿Cómo decidiste saltar de la exposición al monólogo?
–Comencé a hacer teatro en El Salvador [Pamela vivió ocho años en el país centroamericano] y, un día, el compañero que me ayudaba a pasar las fotografías en el taller me dijo que sobraban. Ya no las necesitaba porque ya podía contarlo: la gente ya me miraba, tenía la capacidad teatral de poder comunicar, de que la gente se imaginase la escena sin mirar las fotografías. El teatro me ayudó mucho a entrar y salir del recuerdo. Ahora, además, estoy más empoderada y las fotografías no hablan igual que habla el monólogo.
–¿Cómo canalizas todo ese dolor en un monólogo? ¿Cuánto te exige?
–Gracias a la terapia y al teatro soy capaz de entrar y salir del recuerdo. Lo que me está empezando a agotar es todo lo que mueve el monólogo: cómo la gente despierta enfrente de mí, me buscan y hablamos. Creo que es normal. Cuando alguien se abre contigo tú también te quieres abrir y, como yo no soy psicóloga, no sé poner distancia. Me implico con la gente y tengo el WhatsApp a reventar de mensajes de mujeres que consiguen mi teléfono. Me duele lo que me encuentro: mujeres que se reconocen víctimas y hombres –sobre todo chicos jóvenes– que se reconocen como victimarios y agresores. Me lo demuestran de muchas formas: retorciéndose en la silla, muy cabreados conmigo o con miradas prepotentes. Luego hay otros que lo aceptan y me preguntan: “¿Ahora qué hago si me has desmontado mi manera de ser hombre?, ¿cómo puedo amar de otra manera?” Eso es lo que a mí me duele. Yo venía de El Salvador con otra idea de mi país. Venía con la idea de que aquí había habido un poco de avance. Lo que he notado en este avance es que hay un discurso más sutil y perverso. El monstruo se hace más perverso.
–¿Por qué el humor para tratar este tema?
–Hay que reírse. En teatro es mucho más difícil hacer reír a la gente que llorar. A través del humor es como consigo que los adolescentes, entre risa y risa, se den cuenta de lo que se está hablando.
–¿Te has sentido juzgada o ignorada por el monólogo?
–Juzgada, todo el tiempo. Lamentablemente, no por parte de las personas que mucha gente se esperaría. A veces me siento muy juzgada por los adultos que están con los adolescentes: profesores con actitudes muy desagradables que se han puesto incluso a hablar entre ellos como menospreciándome. Ignorada, no porque no creo que alguien puede ignorar un discurso tan fuerte. Yo sé que es un discurso muy radical porque supone ir a la raíz profunda de la violencia: desde cómo nacemos hasta cómo nos educan a mujeres y hombres.
–La violencia de género no es un problema personal, es político.
–“Lo personal es político” es una frase de Kate Millet, una feminista que empezó a cuestionar que lo que me pasa a mí, nos pasa a todas. Por supuesto cada una tiene su particularidad, pero hay un modelo de amor que a todos identifica. Es la raíz patriarcal de alguien que domina a otro ser. La violencia machista no entiende de historias personales, es una cuestión de Estado.
–Una de las causas de la violencia de género es el patriarcado. ¿Cómo puede cambiarse? ¿Igual que se aprende se puede desaprender?
–Creo que es un aprendizaje personal, de una revolución propia porque nadie nos va a enseñar cómo acabar con esto. Yo noto que en mi tribu (mi compañero de vida, mis tres hijos y mi madre) hago lo que puedo y ellos hacen lo que pueden para desmontar estas maneras de amor que nos han enseñado. No creo que vaya a haber una ley para acabar con esto. Creo que cada vez hay más mujeres y hombres que están metidos en esta historia y quieren cambiar el mundo y romper con el patriarcado. El problema es que el patriarcado es un monstruo muy grande que, además, está casado con el capitalismo. Destruirlo va a ser complicado. Yo asumí que me moriré y estará el patriarcado aunque espero que con otra forma. Avanzar sí que avanzamos, pero, ¿qué se vaya a acabar? Difícil lo veo. Soy realista, no pesimista.
–¿La educación es lo único que nos salvará?
–La educación en todos los sentidos, no sólo en el colegio. Educamos todos y todas. Es raro lo que te estoy diciendo pero cuando voy con mi hija por la calle me doy cuenta de que ella se está educando en un mundo que no sólo está en mi casa y en su colegio. Ella me pregunta por todo lo que hace el resto del mundo. Siento que todas las personas que estamos cerca de ella la estamos educando.
–También en el monólogo afirmas que “el amor es la revolución para cambiar esta mierda”. Un arma de doble filo al ser la causa y la solución a la violencia.
–El amor, no el amor romántico. El amor romántico es el modelo que nos han vendido para darlo todo a otra persona. El amor que yo propongo es un amor en el que te sientes libre, donde partes de la confianza porque si no hay confianza no hay amor. Eso requiere un curro personal fuerte.
–Te identificas como feminista. ¿Hay qué sentirse incómodos? ¿El feminismo tiene que incomodar?
–El feminismo incomoda porque estamos planteando una cosa muy radical: acabar con el patriarcado. El feminismo es para todos y para todas, busca una equidad. Yo no hablo de igualdad porque yo no quiero ser igual que un hombre ni quiero que un hombre sea igual que yo. Cosas como la equidad de poder acceder a un mismo trabajo, la equidad de oportunidades, que no me cuestionen si voy a quedarme embarazada o tener hijos. Quiero un mundo que esté lleno de equidad y de libertad para la gente.
–No sé si conoces una página que se llama Feminicidio.net. Su eslogan es: “Amamos lo que odia el patriarcado”
–¡Guao! Claro, nosotras amamos lo que el patriarcado no quiere. Queremos una libertad que el patriarcado no quiere, amamos una lucha revolucionaria para llegar a algo diferente. El patriarcado no quiere lucha, quiere que todo se quede como está. El patriarcado habla de una desigualdad desde que se nace, que es biológica y natural: las tías somos sensibles por naturaleza, los hombres son fuertes por naturaleza. Eso no es verdad. Si yo me creo desde pequeña que soy débil para subir a un árbol y la sociedad entera me lo dice, al final me lo acabaré creyendo. Yo, pariendo, me di cuenta de que las mujeres somos muy fuertes porque mi compañero me decía: “Yo no aguanto 27 horas de parto”. El patriarcado da las cosas por hecho.
–¿Cuáles consideras que son los retos inmediatos del feminismo?
–El feminismo que queremos debe tener la conciencia de que nosotras no odiamos a los hombres sino que odiamos el patriarcado. Creo que la mirada hay que ponerla en los hombres ya que las mujeres nos estamos empoderando cada vez más. El problema es que hay un modelo de masculinidad hegemónico que no se transforma. No hay un modelo de masculinidad diferente: los tíos no pueden mirarse en otro espejo que no sea el del macho alfa. Las mujeres sí que miramos identidades distintas de ser mujer. Nuestro reto ahora no sé si es hacer un feminismo más amable. Yo parto de un feminismo más radical… [Reflexiona con el cigarro en la boca. Se hace visible en el antebrazo un tatuaje con el nombre de sus hijos ]. Quizás un feminismo más amigable y más cercano, pero con una postura que parta de la raíz.
–Hace pocos días denunciabas en tu cuenta de Facebook que ciertas entrevistas concedidas a cadenas como TVE, La Sexta o la SER no habían sido emitidas
–Una periodista de la SER me dijo que no iba a salir nunca en antena porque hablaba de patriarcado, capitalismo y feminismo.
–¿Hay rechazo en los medios de comunicación a analizar la información desde una perspectiva de género?
–Parece que sí. Me entrevistaron e hice un reportaje muy bonito para TVE. Me dijeron que lo emitirían en marzo y estamos en abril. Otra periodista de Antena 3 vino a mi casa con prisas para que saliera una entrevista en marzo, ya que se celebraba el Día de la Mujer, y no ha salido nada. Para el programa de Jordi Évole –Cuidado que el machismo mata– me llamaron de La Sexta para decirme que querían entrevistarme y que dónde podían ver el monólogo. Yo les dije que en internet, lo vieron y no me llamaron. Luego vi el programa y estaba claro que mi discurso en prime time no encajaba. Dudo mucho que las feministas podamos tener espacio porque la sociedad piensa de nosotras que somos antihombres, que estamos locas, histéricas o malfolladas.
–Hay patriarcado en los medios de comunicación.
–Claro, porque hay capitalismo. La chica de la Cadena SER me dijo que no me grababan porque el discurso era muy fuerte.
–¿En las instituciones que deben velar por la igualdad también hay patriarcado?
–Claro, el patriarcado está en las mismas instituciones. Hecha la ley, hecha la trampa. Si tú me pones un 016 a mí, yo te lo agradezco mucho. Pero cuando mi novio me llama 25 veces, no se lo cojo y se piensa que estoy con otro tío en la cama, creo que el problema lo tiene él, no lo tengo yo. ¿Por qué no ponen un 016 para que él arregle sus problemas de raíz? Hay muchas feministas trabajando en las instituciones que se están dejando la vida, pero es que el monstruo es muy grande.
–De hecho, muchas de estas instituciones te han marginado e incluso ignorado, ¿no?
–Ahora mismo me siento muy ignorada. A mí me dijo el otro día una amiga que me reconocen más fuera de Madrid que en la capital. Me extraña mucho que el Ayuntamiento de Madrid, con la nueva postura política que ha parecido adoptar con el movimiento feminista, no cuente con una idea real de cambio. Por ejemplo: he llegado varias veces a lugares públicos a hacer el monólogo y no he tenido a nadie que me recibiera. Esa falta de cuidado es fundamental. El cuidado para mí es el centro del feminismo porque el capitalismo y el patriarcado tienen un modelo que es masculino hegemónico. Aquí el éxito es: cuánto más hagas, mejor. Por eso estoy así de salud. El cuidado parte de estar contigo y respirar. Esta parte también la tienen los hombres pero no es valioso porque es lento, es trabajoso y es costoso. El modelo de éxito que impone el capitalismo es muy claro: competir a ver quién tiene más.
–¿Cuál es la alternativa a denunciar, a las leyes?
–Necesitamos a gente en las instituciones que se lo crea desde las tripas. La ley integral del 2004 de Violencia de Género la propusieron las feministas, no se la inventó ninguna institución. Pero claro, ¿quién la está aplicando? Las feministas, no. Hay pocas abogadas, juezas o jueces que se crean esto desde las tripas. Hay una ley, ¿pero quién la aplica? Con todo lo que estoy conociendo de torturas a mujeres con hijos que tras denunciar pierden la custodia, pienso: ¿esto qué es? Me apetecería hacer un monólogo buenísimo basado en la campaña Hay salida del 016. Se llamaría Si tienes hijos hay salida al infierno. Pero yo no veo salida si me van a recibir de esa forma las instituciones.
–Hablamos de la violencia machista. ¿Qué hay de la violencia femenina?
–Quisiera saber qué es la violencia femenina, quisiera conocerla porque yo la ejercí contra mi ex pareja, Lolo. Fui a hablar con él diciéndole que yo le había montado pollos, que le había roto móviles y que le había hasta maltratado. Él me dijo: “No te confundas, tú me has tratado mal puntualmente. Yo me he agobiado contigo, pero nunca he ido a terapia, nunca te he tenido miedo en la vida porque yo sigo siendo un tío”. ¿Qué está pasando con la violencia femenina? Pues que hace 20 años nos callábamos y ahora las mujeres reaccionamos. La violencia femenina que yo conozco es la que las mujeres ejercemos sobre otras mujeres y la que las mujeres ejercemos sobre nuestros hijos. En una relación que está construida sobre la desigualdad, ¿cómo puedo ser yo la que maltrata? ¿Cómo podemos hablar de violencia femenina? Hay un vídeo en YouTube en el que un hombre pega a una tía y todo el mundo se para y, cuando pasa al revés, la gente se ríe. Yo estoy en contra de todas las violencias, la que las mujeres ejercemos también. Como han dicho que las mujeres tenemos que ser iguales a los hombres, entendemos esa igualdad a través del modelo masculino y nos ponemos todas violentas. Las «Yolis” son el resultado del modelo de igualdad: tías de 15 años que van pegando hostias a todo el mundo.
–¿El objetivo es alcanzar la igualdad, pero cada uno a través de su modelo?
–La equidad.
–¿Qué diferencias encuentras cuando das tus monólogos en los institutos y en las sesiones al aire libre?
–En las sesiones públicas la gente es más mayor y viene porque quiere, lo que es muy bonito. Han visto el monólogo por YouTube, les ha gustado y hay una apertura brutal. Eso hace que cuente chistes nuevos porque es genial cuando te acompañan. En los institutos están obligados a unas charlas de mujeres maltratadas y no me conocen cuando llego así que la resistencia y el muro que ponen ante ti son enormes. Es curioso que, una vez que tengo a los adolescentes en el bolsillo, hay más facilidad para reconocer la violencia porque con los adultos hay más silencio, todo es más relativo. Aquí todo es “depende”. Nos han dado demasiado Jarabe de Palo. Aquí todos dicen: “Yo no soy machista, ayudo en mi casa”. El lenguaje es más perverso que antes. Es imposible no ser capitalista o machista en esta ciudad.
–Me llama mucho la atención que en tu monólogo hables de la “península histérica”. ¿Por qué?
–Porque cada vez que vengo aquí me pongo histérica. En otros países he sentido otro ritmo a la hora de trabajar este tema, con resistencia pero con más apertura en el fondo. Cuando llego a España noto que los discursos son muy perversos. Me decía mi hija mayor de 20 años en una visita que en Madrid todo es muy retorcido. Yo no me esperaba que en este país le quitaran a las mujeres las custodias a sus hijos. En El Salvador los hombres no están peleando por ser padres sino que prefieren que se quede la custodia ella porque es su obligación. Aquí hemos avanzado, hay un modelo de masculinidad distinto y ahora queremos ser padres para seguir jodiéndola a ella a través de sus hijos. Esto me parece histérico. Yo nunca he dicho que los hombres sean malos. He dicho que el patriarcado oprime a los hombres pero nos asfixia a las mujeres. Un hombre puede estar oprimido pero no asfixiado por un modelo de masculinidad hegemónica. Lamentablemente a nosotras nos oprime, nos pone todo el tiempo en jaque, tienes que ser perfecta en todo. ¡Madre mía, qué histeria!
–¿El problema es que somos muy hipócritas en España?
–Yo noto una hipocresía muy grande. Hay gente que se lo está currando, pero si tú te sales de esa gente maravillosa y ves España desde arriba… Así me ha ido como me ha ido: regular.