Llegaba tardísimo. Se abrieron las puertas del tranvía y se abalanzó sobre el asfalto. Subió las escaleras de dos en dos, casi se marea al llegar al segundo piso. Giró a la derecha y siguió corriendo entre pasillos laberínticos. B105. Aula con piano. Entró. Encendió la luz. Se sentó. Le caía un goterón de sudor.
Mientras colocaba sobre el atril sus tres únicas partituras, se abrió la puerta.
–¿Has tenido tiempo de mirar alguna cosa?
–Sí… Bueno… He intentado aprenderme la segunda parte del ejercicio aquel de la impro, pero…
–¡Ah, sí! ¿ Y qué tal?
–Bueno, me ha costado un poco…
Sonrisa.
–Ahora lo miramos.
Calentamiento. Soplidos, resoplidos, tos. Agua. Carraspeo. Falsete. Escalas. Aire.
–Vamos a ver esa impro. Recuerda: marca el swing, mantén el compás, ya sabes que el pie te ayuda. Interioriza la melodía, el dibujo del tema. Bien clavado en la mente, y en la garganta. Y cuando abras la boca vocaliza. No mastiques. Ábrela mucho. Sin miedo. Quiero ver ese scat.
Ruido de silla. Mira el papel. La partitura ya no sirve, así que levanta la vista y mira al vacío.
–Un… Dos… Un, dos, tres…
–Sha ba du bi du hui hui…
Ba dum, du ya, ba du bi bi da da ha
Yiii, yiii, ha, du bi da ba hui dui
Sha, sha, dui bi duim ha ha
Ba dum, du dum, ba, ba ba…
–¡Otra vuelta!
El piano no calla.
–Ba dum, du ya, ba du bi bi da da ha
Ba dum, du dum, ba, ba ba
Hui ba du bi du hue, da hui, bi ba
Ba du bi ba, sha, sha bi, du hui, da bi
Yiiii ba ba ba bi, sha bi, da yiiii ba da
Sha, sha wa ba da ba da ba we…
Se ahoga. Raspa un poco al final, esas as, esas es, esas íes. Bebe agua.
Mirada triste. Levanta la cabeza lentamente. ¿Avergonzada..?
–Voy a enseñarte algo.
Se levantó y acercó su ordenador portátil. Escribió un nombre en el buscador de Google que ella no alcanzó a ver. Aparecieron muchas fotografías en blanco y negro. Puso una en grande.
–¿Sabes quién es?
Era una mujer negra. Joven, en aquella foto. Estaba de perfil, delante de un micrófono de esos antiguos, tan bonitos. Ella tenía los ojos cerrados y la boca abierta, sus labios carnosos mostrando unos brillantes dientes blancos. Sonríe. Mientras canta.
–No, no sé quién es.
Sonrisa.
–Escucha.
Abrió una pestaña nueva. Abrió Youtube. Escribió algo en el buscador. Eligió el primero de los vídeos que aparecieron.
–Ahora cierra los ojos.
Ella obedeció.Empezó a sonar algo instrumental. Y la batería dio paso a una voz inconfundiblemente negra. Vibrato. Arriba y abajo. Swing. I’m gonna go find my baby perseguida por los instrumentos. Y, de repente, sílabas.
Emes, alargadas, como un bostezo matinal. As. Enormes y desproporcionadas as. Habla, pero no se la entiende. Parece que la trompeta sí la entiende. Está hablando con una trompeta. Charlando. Como dos hombres en un café. Como dos mujeres en un bar. Como un grupo de colegiales en el parque.
Du bui da bui da bui dau…
Y la trompeta asiente.
Y ella sigue murmurando y el piano también la comprende, y le comenta su perspectiva al respecto del problema.
Du bi du , du dubi du du dubi du, du dubi du…
Lento, rápido. Arriba, abajo.
Todo se ralentiza… Ella sigue jugando. Ya ni la trompeta ni el piano osan interrumpir.
Y entonces…
Enorme crescendo. Se alza su voz por encima de la orquesta de Count Basie que toca sin Count Basie. Uno ya no sabe si dice “one of these days see you later, bye bye bye” o sigue hablando en el idioma de antes.
Bye bye bye bye bye bye
So slow long yeah
Lentamente se desprende del hechizo.
Baja la pantalla del ordenador portátil y la mira.
–No Count Blues, del álbum No Count Sarah. Eso es scat.
–¿Y esa era…?
–Esa era Sarah Vaughan.