Fotografía: Mario Ayala

Es imposible ponerle fronteras a Ignacio Benedetti (Caracas, 1977) cuando abre la boca. La paleta de aficiones de este periodista venezolano es tan amplia que una hora de conversación con él emprende caminos eclécticos donde la música, la política, el fútbol (Latinoamérica, Europa, los Estados Unidos) se cruzan sin remedio. Sin embargo, Benedetti, que comenta partidos de fútbol en canales venezolanos como Telearagua, escribe en revistas como El Estímulo o Perarnau Magazine, y ha presentado diversos magazines deportivos en las emisoras de radio de su país natal, no atropella los conceptos. Las ideas, algo sagrado para él (siempre que naden en libertad) se van desgranando con orden y concierto. Una a una van desplegándose sobre la mesa del Café Molar, en La Latina, hilándose y tejiendo un discurso donde le gusta situarse en el medio de las tesis absolutas. Por eso no se definirá como chavista o antichavista y atizará a Maduro y Capriles cuando se le pregunte por la situación política de la República Bolivariana. Bastante se escribe y se discute sobre Venezuela en la España mediática de estos días, pero pocos destripan los intríngulis del país caribeño con la flema de Benedetti, de paso por Madrid y Barcelona «en busca de inspiración». Ese es el estímulo que mueve sus «vacaciones laborales» por Europa.

–Eres hijo de una compositora de música clásica.

–Y mi gran frustración fue no tener oído. Era un desastre tocando la guitarra, pero con catorce años lo que quería era ser punk. Cogía la guitarra y hacía sonar unos acordes horribles usando tres dedos. Era la época en la que Sex Pistols o los Ramones eran dioses. A los 17, te das cuenta de que nunca serás un joven guitarrista de éxito. Los neurólogos explican que todos podemos lograr hacer algo, pero no todos podemos ser Paco de Lucía tocando la guitarra. Fue duro aceptarlo: si tu madre es reconocida en la música y tú no llegas a componer tres canciones con la guitarra… Tuve dos agrupaciones. Una de ellas se llamaba Transtorno e, imagina, íbamos a salvar el rock, íbamos a ser un grupo muy punk. Con los años te das cuenta, a su vez, que para ser punk no hace falta tocar en un grupo o no bañarte. Ser punk es una actitud.

–Eso escribías hace unos días en el Facebook, incitando a los punks a pensar en lugar de abandonar su higiene.

–Eso lo pensé cuando indagué en la biografía de Henry Rollins, uno de los tipos más menospreciados de la cultura contemporánea pese a que ha sido actor, escribe y ha ejercido de frontman en bandas extraordinarias. «En el 83 me dejé el pelo largo y los punks me criticaban», comentaba Rollins, «el sentimiento punk no es llevar una estética determinada, sino hacértelo tú mismo, revelarte contra ciertas normas establecidas». Escribí esa frase en el Facebook porque vi la pretendida actitud de unos jóvenes que me recordaron mucho a mí a su edad y que pensaban que por no bañarse y ponerle mala cara al mundo ya estaban siendo punks.

–¿Cómo llega tu madre a la composición? Ese sigue siendo un mundo bastante machista y, en su época, estaba casi vetado a las mujeres.

Mi madre toca el piano desde los tres años. Ella tiene oído absoluto, pero le tocó lidiar con una familia muy convencional. Su padre no quería que ella fuera músico, sino que fuera «a la universidad». En aquel momento, estudiar música se consideraba una ocupación menor frente a acudir a las clases que se daban en las facultades.

–El piano era el complemento que debía convertirla en una señorita ideal.

–Y para ser señorita ideal tenía, además, que jugar a tenis; pero ella siguió estudiando música y se vino a vivir a Europa, un año a París y otro a Londres, con su abuelo. Allí siguió estudiando piano y con 21 años, cuando tuvo que hacer una elección de vida, se casó con mi padre, que, a pesar de llevarle bastante edad y de estar más cerca de su suegro que de su esposa, le dijo: «Haz lo que tú quieras». Ella siguió su camino, que era hacer música para orquesta.

–¿Qué es lo más atípico que sonaba en tu casa cuando eras pequeño?

–Los Beatles. Era la música de la juventud de mi madre. Cuando uno habla de mi madre piensa en Mozart, Beethoven o Chopin, pero era alucinante ver cómo lo combinaba después con bandas como los Beatles. Para un chaval de trece años que se obsesiona por el punk es un rompecabezas comprender por qué a su madre compositora le gustan los Beatles si suenan tan diferente a Chaikovski. Mi padre tuvo una educación musical totalmente distinta: a él le gusta el viejo son, desde Bola de Nieve hasta Ismael Rivera, Daniel Santos… Es caribeño cien por cien. Estas influencias tan raras las entiendo cuando escucho a Manu Chao hablar de sus referencias de adolescencia y pienso que su infancia transcurrió poco tiempo antes que la mía. Te pueden gustar o no las posturas que toma Manu Chao, pero esa mezcla presente en sus discos me parece extraordinaria.

–¿Se puede ser ecléctico y selectivo?

–Sí, todos acabamos eligiendo algo concreto. La ventaja de ser ecléctico es que puedes disfrutar de todo para acabar seleccionando aquello con lo que más te identifiques.

Para Juan Villoro, sobrevivir en América Latina supone un acto de fe y, en cambio, en Europa las preocupaciones son más banales.

–Diferir con Villoro es difícil. La fe de la que habla hay que entenderla desde el punto de vista religioso del latinoamericano. Situándolo en el contexto venezolano, hablo del tipo que se va a las 4.30 de la mañana a trabajar y lo primero que hace al salir de su casa es persignarse, pidiéndole a Dios que primero le permita llegar al trabajo y, después, regresar a su casa. En ese acto de fe involucra a su esposa y a sus hijos. Es muy dura Latinoamérica porque nuestros complejos nos han impedido entender cuál es el camino hacia el progreso. No me refiero a un progreso en el que seamos España o Francia. Tengamos en cuenta que cada contexto tiene sus particularidades, pero los obstáculos nos los hemos puesto nosotros mismos, así como en el pasado nos los pusieron otras sociedades. Tampoco podemos negar el interés de Estados Unidos o de varios países europeos para mantener colonias [económicas] tras las independencias del Imperio Español. En esta etapa global, el neocolonialismo ya no existe.

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–¿No hay neocolonialismo económico?

–¿Pero cómo lo entendemos? En Venezuela, el poder habla de antiimperialismo, pero le está vendiendo el petróleo a los Estados Unidos.

–Pero se lo vende el Estado venezolano, no una empresa extranjera que explota los recursos naturales del país.

–Claro, porque nosotros sacamos a la empresa extranjera que extraía los recursos naturales del país. Es decir, ese neocolonialismo económico se acabó. Sin embargo, en el delta del Orinoco, este gobierno que es tan antiimperialista permite que grandes petroleras trabajen en la zona. Eso nunca se va a publicitar cuando es una manera encubierta de reaplicar las prácticas que se criticaban. Me reafirmo: el neocolonialismo como tal no existe, son los propios países latinoamericanos los que se ponen la zancadilla.

–Aquí se habla muchísimo de Venezuela para bien –en medios o partidos políticos más pequeños o emergentes– y para mal –en los grandes medios de comunicación y en el seno de los partidos tradicionalmente hegemónicos–, pero hay una imagen que se analizó poco en su momento y que demuestra que la realidad latinoamericana no se puede interpretar con ojos europeos. El entierro de Hugo Chávez, con ceremonia religiosa y exaltación nacional incluida, sería más propio en este continente de un dictador de otra época. O de un presidente estadounidense. Latinoamérica tiene sus propios códigos.

–Nuestra Historia ha sido muy diferente. Cuando hablo de las contradicciones del chavismo no se las atribuyo como un rasgo exclusivo. En Latinoamérica vives con la sensación constante de que todo es contradictorio. Hugo Rafael Chávez Frías llega al poder en 1998 como un revulsivo ante la decadencia de los grandes partidos políticos: la democracia cristiana y la socialdemocracia, hermanada desde siempre con el PSOE de Felipe González. El bipartidismo había olvidado sus grandes postulados, que se resumen en una sola tarea: el cuidado de la gente. Recobrar las ayudas sociales es precisamente la gran baza que exhibe Chávez para alcanzar el poder. Y lo lleva a cabo. El problema es cruzar la línea divisoria entre las ayudas sociales y la dependencia. En Venezuela, esa frontera se ha cruzado frecuentemente. Al venezolano le ha gustado sentir que tiene algo seguro. Eso se basa en el razonamiento de que el Gobierno acabará dándome una prestación. Esas prestaciones se pregonan a los cuatro vientos y todo se renombra. Por ejemplo, el ‘vaso de leche escolar’ ahora se conoce como ‘simoncito’, porque allá todo es bolivariano. Ese caldo de cultivo ha ido creando unas contradicciones enormes. Chávez, durante toda su estadía, tuvo grandes enfrentamientos con la Iglesia católica, pero acaba siendo enterrado por los jerarcas eclesiásticos del país en una especie de mausoleo y con honores de padre de la patria. Venezuela se ha convertido en un país peronista y Chávez representa a Perón y Evita en una misma persona. Al Chávez político no lo quiero, pero como personaje histórico me parece extraordinario.

–Su vida daría para un biopic de larga duración, sin duda.

Oliver Stone hizo un documental –Al sur de la frontera– donde conversa con varios mandatarios del Cono Sur, pero me resulta muy pobre porque no creo que explore en la complejidad de personajes como Chávez. Los venezolanos, en general, no somos muy amantes de la complejidad. He conversado con muchos europeos –obviamente, no con los dueños de las grandes empresas, sino con la gente que camina por la calle– y la riqueza se entiende como poder vivir bien: tener tres comidas al día, rentar un apartamento y contar con las cosas mínimas. El venezolano, en cambio, asocia riqueza a tener el mejor móvil del mercado y un nuevo auto. Educación o vivienda no son sinónimos de riqueza y bienestar en Venezuela. Es fácil encontrarse con venezolanos que prefieren hacer una comida al día para poder adquirir el móvil de Apple más caro. Otros, prefieren dar la mitad de su salario en cuestiones de fe, sobre todo los que forman parte de la Iglesia evangélica o acuden a los brujos. Ahí vuelvo a Villoro: claro que sobrevivir es una cuestión de fe; Dios nos va a proteger. En eso nos parecemos mucho a los brasileros, los mexicanos o los habitantes de las islas del Caribe.

–El argumento más poderoso que utilizan los chavistas para defender la política del antecesor de Maduro es que fue el primer político venezolano en partirse la cara por los pobres y en preocuparse por un sector de la población eternamente marginado. El mismo discurso se utiliza en Brasil para defender la labor del lulismo. En ambos países han crecido las tasas de alfabetización a la vez que se reducía la pobreza.

–La Educación es un tema complejo. Los chavistas crearon la Universidad Bolivariana. Estoy totalmente de acuerdo con la creación de universidades porque amplías las posibilidades de la gente, pero, ¿cómo entiendes tú que un gobierno modifique los planes de estudio para que los médicos se licencien en cuatro años cuando necesitan diez de formación entre graduado y pasantía? Estamos formando en la mediocridad. Respecto a la alfabetización, hay todo un discurso creado en torno a que antes no había nada. Antes hubo. ¡Claro que hubo! Con errores y virtudes. No creo que las mejoras sociales del chavismo hayan funcionado. Por mi trabajo tengo que recorrer bastantes barrios de Caracas y veo mucha más pobreza. Ahora bien, que el vecino de la villa miseria tenga un aparato de televisión de 75 pulgadas… Si eso se entiende como riqueza, sí la hay. Si me preguntas si esa persona tiene mejores servicios públicos, llámense transportes, hospitales, agua, seguridad, escuelas o electricidad… ya te digo que no es más rico. He vivido 37 de mis 38 años en Venezuela y te puedo corroborar que nunca habíamos sufrido los cortes eléctricos que se están dando actualmente. En las sequías que sufría el país nunca se había recomendado a la población que nos abstuviéramos de bañarnos. No es que no se hayan construido nuevas represas. El problema es que los nuevos concesionarios de la industria hidráulica no están dando los resultados esperados.

–¿Entiendes el grandísimo interés que existe en los medios de comunicación españoles por lo que ocurre en Venezuela?

–Sí, porque tienen un miedo tremendo por lo que pueda pasar aquí. El problema es que ninguno va al fondo de la cuestión. Sé que Antena 3 retransmitió un documental hace poco más de un mes (no lo he visto, no puedo hablar de él), pero no puede ser que, exceptuando este espacio extraordinario de largo formato, el retrato más claro lo haya pintado un tipo como Bertín Osborne. No tengo nada en contra de él, pero no creo que sea la persona más apropiada para explicar la complejidad. Él lo vive en carne propia porque su esposa es venezolana y su familia política vive allí. Los medios en España son superficiales. Ven que Podemos estuvo muy relacionado con el chavismo y les produce un temor entendible que el auge político de este partido lleve de la mano los desastres venezolanos. Muy bien, ¿pero qué han hecho para documentarse sobre lo que pasa en Venezuela?

–¿Entre el blanco y el negro, nos falta gris cuando se habla de Venezuela?

–Para describir las pirámides de Egipto no me puedo servir de internet, tengo que ir a verlas y sentirlas. La próxima semana iré a la Capilla Sixtina por primera vez en mi vida porque quiero sentirla. Da igual que la haya visto millones de veces en la televisión o en la computadora. Entiendo el miedo, pero no se ha informado bien por las dos partes. A mí no me encontrarás ni en la acera del chavismo ni en la del antichavismo. A los 18 tuve mi primer auto –porque el transporte caraqueño siempre ha sido insuficiente y anárquico–, pero no quería votar. Mi padre, que es un demócrata de pe a pa, me recriminaba que no votar era la mayor irresponsabilidad que podía cometer en mi vida. Si yo pago impuestos y la Autoridad no cumple con su mandato, el perjudicado acabas siendo tú. No tuve la oportunidad de ir a escuelas u hospitales públicos porque eran totalmente deficientes. Entonces me pregunto, ¿de qué sirve la herramienta del voto si, después, elija a quien elija, el que mande se dedicará a favorecer a sus amigos?

No estoy en contra de la democracia, ojo; pero transportar modelos no es bueno per se. En Venezuela ocurrió eso. Trasladamos la democracia, pero no profundizamos y no contextualizamos. Chávez, en algún momento dado, le dio la ilusión a la gente de que iba a contextualizar: «Hagamos una democracia a lo venezolano, con nuestras virtudes y nuestras carencias». No lo llevó a cabo por algo que es muy problemático, pero también muy popular desde que somos seres humanos: el poder te jode. Cuando eres poderoso, la ayuda que le quieres dar a tu madre enferma no es la misma que cuando estás fuera. Todo se magnifica. Si no contextualizamos nuestro modelo de gobierno, esté Chávez o quien sea, todo será una pantomima.

–¿Rafael Correa, Evo Morales o Pepe Mujica han sabido contextualizar correctamente sus democracias?

Mujica. El único ha sido él. Es todo un personaje.

–¿Por sus cualidades como político o por el tipo de país que le ha tocado gobernar?

–Por la cultura de Uruguay, que sufrió una dictadura horrorosa. Mujica fue torturado y preso por aquel régimen militar. La idiosincrasia de los uruguayos les ha llevado a no buscar revancha después de lo que ocurrió. Puede aparecer un tipo como él, un ex guerrillero, y no ir en contra de nadie cuando alcanza el poder. En su faceta de estadista entiende que está elegido para trabajar para el pueblo, no para sus amigos. Ese alguien son las minorías. Cuidarlas es la verdadera función de las democracias. ¿Qué sucede? Mujica acaba siendo un tipo entrañable que se dejó algunas materias pendientes. Estoy completamente a favor con la legalización de la marihuana y con la ley que permite el matrimonio homosexual. Quizás fueron avances que no supo explicar de la mejor manera, pero Mujica permite saber cómo es un político que se comporta de la misma manera delante y detrás de las cámaras.

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–Ya que sacas el tema, otra de las contradicciones que cierta izquierda europea no ha sabido explicar nunca es la represión de la homosexualidad que ha practicado tradicionalmente la Revolución Cubana.

–Es un trato de extrema derecha el que se ha dado a los homosexuales en Cuba. Pero ponte a ver: ¿Cuántos negros ha tenido el Gobierno cubano? Fidel Castro no viene del pueblo. Hay una leyenda que dice que si eres bueno vienes del pueblo y si lo haces de escuelas católicas eres malo. Pues bien, los Castro vienen de una familia pudiente, con una gran educación. Eso no los convierte en buenos o malos: son sus hechos los que lo determinarán. Por eso, es alucinante que se haya intentado vender a Castro como un faro del progresismo cuando ha sido racista y contrario a la homosexualidad. En Venezuela tengo un jefe abiertamente homosexual. Una vez le pregunté: «Siendo tú chavista, ¿cómo me explicas que en tu corriente política no se haya discutido en el Congreso el matrimonio homosexual». No voy a envolver a todo el continente en el mismo saco, pero sí puedo decir que Venezuela es una contradicción permanente. ¿Qué era la izquierda normalmente? Las ideas de progreso y apertura intelectual. Mi país se ha convertido en el paraíso de la represión, en la cerrazón ante los cambios sociales.

–Chávez, Morales y Correa son indígenas o mestizos. ¿No han roto barreras raciales?

–El único indio es Evo. Pero te vas a Bolivia y ves que están entrando multinacionales. No puedes ir de frente contra la corriente dominante. La rebelión no es chocar de frente, no. Los grandes boxeadores de la Historia fueron tipos que supieron defenderse por encima de todas las cosas. A Cassius Clay o Mohamed Alí lo conocemos por ser un gran noqueador. ¡Mentira! Era un tipo que se adaptaba a cada uno de los combates y sabía esquivar. Eso es lo que está haciendo Evo Morales y lo que ha hecho Correa, que entró en un país dolarizado y sigue gobernando un país dolarizado. Correa ha sabido que una cosa es la retórica y otra, el Estado. Un estadista le da mayores beneficios a su población, que no es precisamente comprar el mejor auto. Dejemos el materialismo a un lado, pensemos en tener mayores opciones de ser felices en la vida. ¿Qué es eso? Poder caminar a las siete de la tarde por tu ciudad, ir a un hospital público porque te duele una muela y que no te cobren como si te estuviesen poniendo un diente de oro. Correa y Morales han sido más inteligentes que el chavismo. Una cosa es ir a la ONU y otra gestionar un país.

Década perdida es un libro del historiador brasileño Marco Antonio Villa donde se traza un retrato pormenorizado de las falacias y corruptelas del Partido dos Trabalhadores, hegemónico en Brasil desde 2002. Villa explica que Lula da Silva visitó una media de tres países extranjeros al mes durante su primera legislatura para ganarse el afecto de la comunidad internacional mientras incumplía en casa las promesas electorales.

–Mira, esa política es común en todos los líderes de izquierdas que llegaron al poder en Latinoamérica entre finales de los 90 y la actualidad. Chávez practicó ese peregrinaje internacional y Evo ha tenido muchas simpatías en grandes partes del globo porque se le ha considerado frecuentemente como un personaje pintoresco, un pequeño indio lleno de ternura. Otra vez chocamos contra los prejuicios.

–A Mujica han tenido que ir a su rancho a verlo.

–¿Qué te encuentras cuando estudias la Historia latinoamericana? Regímenes militares, dictadores, modelos de Estado para enriquecer a unos pocos. Mucha corrupción y perversión humana hasta que aparece Pepe Mujica, que es el mismo cuando entra y cuando sale de la política. No hay un solo escándalo en su curriculum. Vayamos a Chile y fijémonos en Bachelet. En su primera estadía como presidenta gobierna gracias a una concertación de partidos. Ahora, en su segundo paso por la presidencia, como dirigente del Partido Comunista, lo primero que hace es favorecer al hijo. ¿Izquierda o derecha? ¡Si no existen! Al único analista político venezolano que leo es un tipo veterano que se reunió mucho con Hugo Chávez, el candidato y Hugo Chávez, el presidente. Nunca se ha dejado guiar por las bajas pasiones de ser chavista o antichavista. Se llama Rafael Poleo y hoy vive en el exilio. Chávez, en su última etapa, la más delirante, lo mandó detener. Poleo defiende que no hay izquierdas ni derechas. Al fin y al cabo, la izquierda demostró que le gusta tanto el dinero como a la derecha. Volvamos a mi país: Venezuela es la nación con más reservas de petróleo del mundo, por no hablar de las de gas, apenas explotadas. Tú vienes de la extrema pobreza y del día a la mañana te encuentras manejando presupuestos de 100.000 millones de dólares. Debes tener un espíritu muy fuerte, con unos principios muy duros, para no caer en la tentación.

–¿Qué es un dólar para un latinoamericano?

–La ambición más grande de todas. ¡El latinoamericano piensa en dólares, quiere dólares! Miami es la quintaesencia de ese sueño.

–¿Cómo percibes tú a Estados Unidos? ¿También con contradicciones?

–No soy ni pro ni contra. Me cuesta ver la vida como una película de vaqueros y de indios. En los matices está justamente lo que nos llena. Hace ocho años estaba en un lugar de la costa venezolana llamado Chorroni, un sitio espectacular donde se juntan selva, montaña y playa. Me encontré a un señor de 60 años, un pescador curtido por el sol, cargando un carro en el que transportaba la compra que había hecho en el pueblo cercano. Lucía una camisa roja, muy chavista, donde se leía ‘No al imperialismo yanqui’. Yo soy muy mala persona, te lo admito. Paré el auto y le pregunté: «Señor, ¿qué es el imperialismo yanqui?» Cuando te opones tan de frente a algo, me imagino que sabes qué. La respuesta fue: «Lo que el Comandante dice». Eso te da a pensar hasta dónde llega el nivel intelectual de los seguidores de ciertas doctrinas.

–Llevas una década trabajando en radio y televisión. Aquí en España, muchos locutores deportivos o políticos son líderes absolutos de opinión. La audiencia les sintoniza buscando certezas. Lo que dicen, va a misa. ¿Has sentido miedo de sentar cátedra con tus opiniones?

–Sí, pero no me importa. Leí la entrevista que le hicisteis a Martí Perarnau. Estoy de acuerdo con él: la batalla está perdida. «¿Por qué sigues luchando?», me preguntó hace unas semanas un estudiante de Periodismo venezolano en una charla que di en la universidad sobre la censura. Pues, mira, porque soy un egoísta. Hago esto porque me gusta, no porque crea que vaya a cambiar algo en el mundo. Hay gente que te sigue, es inevitable, pero me reconforta mucho más que discutan –en el sentido de debatir– a partir de lo que digo. Si piensas en la gente que cree que tu trabajo vale la pena te estás cargando de una presión innecesaria a la hora de trabajar.

–Aunque eso ocurra.

–Pero no me importa. No me interesa que me sigan. No es despectivo. Agradezco enormemente al que pierde cinco minutos en leer las tonterías que escribo, me hace un favor y le doy el alma, pero la cifra de audiencia no marca el cariño que le pongo al trabajo. Lo hago igual en mi blog que cuando he estado en un medio de comunicación masivo. La pasión es la misma: es egoísmo, es descarga de adrenalina, es mostrarle al poder constituido, en este caso, que yo no soy lo que ellos hacen, lo que ellos quieren que yo sea. La única manera que tengo de demostrárselo es quejarme.

–¿El atractivo del periodismo que más te cautivó fue…

–Que no entendía una mierda de lo que decían los tipos que escuchaba en televisión y radio, pareciéndome altamente sospechoso que el tipo que estaba narrando en la tele dijera lo mismo que el tipo que estaba en la radio.

–Oposición y no devoción.

–Lo mío ha sido ir a la contra desde chiquito. Con la familia y los amigos, también. Eso traerá como consecuencia que me moriré antes de lo que se muere la gente normal porque esa actitud te genera mucha rabia. Yo estudiaba Derecho, iba camino de ser el peor abogado de todos los tiempos, y abandoné para irme a Argentina y estudiar Periodismo Deportivo en la academia de una de las figuras de las que, curiosamente, más pudiera distanciarme a la hora de trabajar: Fernando Niembro, un comunicador que tiene una manera de concebir el fútbol muy diferente de la mía. Salí allí con la convicción de que se podía hacer periodismo deportivo distinto. No mejor, distinto. Es decir, vamos a dejar de hablar de las mismas tonterías de siempre y pasemos a hablar de lo que de verdad importa: el juego. Intento contar las cosas que me parecen sin buscar la verdad absoluta y tratando de enfrentar siempre a la posición dominante, la que ocupa el poder.

–¿Cuándo debe utilizar la primera persona un periodista?

–No tengo problema con eso. Si vas a contar una historia que viviste en carne propia, ¿por qué te vas a esconder? Ahí entran en juego tus sensaciones. Hablar en primera persona es asumir responsabilidades. No me puedo quejar de una situación escondiéndome.

–¿Qué hay de cierto y de mito en el periodismo literario que ha sobrevivido en Latinoamérica mientras se extinguía en España?

–Sobrevive quien quiere sobrevivir. El que se queja y no hace nada no sobrevivirá, se llame periodismo literario, televisión o radio. Te doy un ejemplo: ¿Cómo llegué a escribir para España? Llegué frustrado a casa una noche del canal de televisión donde trabajaba. Quería comprar un dominio web y me abrí un blog donde escribía tonterías e idioteces. Apareció un chico que me había leído, Iñaki García, y al que no conocía de nada que me preguntó si quería escribir para su web: Masliga. Me negué a que la frustración me ganara. Recuerdo un tema de Gogol Bordello, una formación muy interesante de origen balcánico, en el que se dice que «hay que transformar la frustración en inspiración». A mí eso me quedó grabado. De las limitaciones laborales que me he encontrado en Venezuela han nacido los viajes que he hecho a España en busca de inspiración. El periodismo literario no va a morir nunca porque cuenta historias que las otras facetas del periodismo no te permiten explicar. El tema peliagudo es saber que vas a fracasar mil veces emprendiendo ese camino pero que cada fracaso te servirá en tu aprendizaje.

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–¿Los que apostamos por ese tipo de periodismo hemos perdido a las grandes audiencias?

–Totalmente. ¡Claro que es una batalla perdida!

–¿Tuvimos al gran público alguna vez de nuestra parte?

–Reviso mucha hemeroteca histórica del periodismo deportivo latinoamericano. Una de mis grandes referencias fue un periodista deportivo argentino que se llamaba Dante Panzieri y que murió en 1974. Panzieri tuvo su audiencia y todavía se mantiene vigente, sus libros se han reeditado recientemente en España. Sí hay audiencia, pero la batalla está perdida hace rato. La ventaja con la que contamos es que hoy en día se lee más y, así, hay más opciones de que el lector acabe yendo a los clásicos. Creo que hoy hay más gente que nunca que conoce la existencia de Heráclito, por ejemplo. Otra cosa es si lo entienden y cómo lo interpretan.

–La audiencia no es necesaria para lanzarse a explicar una historia, pero sí para sobrevivir ejerciendo el periodismo.

Alejandro Molina dice que en la complejidad está el placer. Sin embargo, si al público no lo has educado en las escuelas para que por lo menos tengan curiosidad, la audiencia nunca entenderá lo que se les ofrece. En Francia quedan programas de televisión donde se habla sobre libros. ¿Por qué no poner ese programa en España o Latinoamérica un domingo a las nueve de la noche? Y probar, con un conductor que entienda la complejidad pero no confunda a la audiencia. Esas cosas se pueden hacer.

–Pero has metido el dedo en la llaga. No hay riesgo en la producción de programas. O películas. O discos y libros.

–Falta humildad. Parece que quien más sabe necesita esconderse tras un mensaje complejo para que no lo entienda nadie. Debería ocurrir todo lo contrario. Despertar la curiosidad de la gente pasa por hacerles entender parte de lo que está ocurriendo para que ellos caminen el resto. Tomar riesgos no solo es algo que falte en facetas culturales. Tampoco ocurre en el deporte. El que gana 1-0 y se refugia bajo su propio arco te está diciendo que tiene miedo. Si haces eso le estás entregando al rival tres cuartos del terreno de juego.

–Y la pelota.

–¿Qué quiere decir esto? Cuando quieras salir con una chica, nunca la propondrás nada. Esperarás a que sea ella la que tome la iniciativa. Pero eso no siempre es así. En la vida hay que arriesgarse. ¿Qué riesgos toman las casas de discos hoy en día? ¿En qué quedaron? Son distribuidoras que empacan a las figuras de siempre. De tanto en tanto, alguno les sale rana, como Kurt Cobain, que se pegó un tiro.

Diego Latorre sostiene que en Argentina se ha perdido la tertulia futbolística de café. ¿El mundo que conoces está enfermo porque no se habla?

–Es que nos dedicamos a gritarnos. Porque estamos apurados, no charlamos: intentamos imponer nuestras ideas. No hay conversación porque no se escucha al otro, se le abruma porque se dispone de tres minutos o de 140 caracteres para dar explicaciones. Comemos rápido, digerimos rápido y corremos cada vez más rápido. Creo que el running se ha puesto tan de moda porque es el símbolo perfecto de nuestra sociedad. ¿Para qué corremos 42 kilómetros? Casi nadie lo sabe. Alguna vez he tuiteado sobre fútbol mientras veía un partido y tenía la sensación de estar haciendo el ridículo. Eso no me preocupa lo más mínimo, lo que sí me preocupa es perder la batalla de la inmediatez. No quiero vivir en 140 caracteres.

–¿En el periodismo deportivo en castellano sobra análisis y faltan historias?

–Yo creo que ocurre al revés. Sobran historias. Vas a una librería y no encuentras libros de análisis entre las biografías de Neymar, Rakitic o del chico de 17 años que será una estrella próximamente pero aún es un adolescente. Ojo, las historias que se venden son comerciales porque los protagonistas se han negado a explicar las historias reales. Si Xavi no te cuenta lo que fue el Mundial de 2010, ¿quién lo va a hacer? Sobra la banalidad y falta profundidad. Si entendemos análisis como lo que se hace en Twitter, vamos sobrados. Pero análisis de fútbol no hay si lo entendemos como un ejercicio parecido al que realiza el médico, que primero te examina y saca conclusiones –que se saben temporales– tras hacerte una serie de pruebas. Ahora, saber comunicarte en 140 caracteres es casi una obligación. Lo considero un error. Cuando empecé a trabajar en un periódico venezolano, sufría cuando se me pedía que escribiera una nota de 1.500 palabras. Idílico es tener libertad para expresarte en un formato u otro. Por eso estoy tan a gusto escribiendo para Martí Perarnau porque lo mismo puedo redactar una historia larga o solventar una opinión en tres párrafos.

–Es la paradoja de internet. Por un lado, la opinión general y muchos gurús defienden que la gente en la red no lee historias largas. En cambio, una web es el único formato que permite escribir una crónica o una entrevista interminables. Y ese formato, a priori incómodo para leer en una pantalla más o menos grande, tiene su público.

–Acabo de publicar, por ejemplo, 18 páginas sobre Marcelo Bielsa en Perarnau Magazine. Creo que eso lo responde todo.

–¿Narrarás alguna vez un partido mundialista de Venezuela?

–Si llegara el caso, no me gustaría comentarlo.

–¿Preferirías estar en la grada?

–Sí, pero no como un hincha. Quisiera vivir ese partido histórico como un analista independiente. No me interesa ser un hincha. No quiero deberle nada a la Federación ni al cuerpo técnico de la Vinotinto. No quiero hablar bien de ciertas estrategias o acciones que me pudieran parecer malas.

–¿Y podrías desprenderte de tu condición de venezolano para analizar un partido desde la grada con el rigor necesario?

–Claro que sí. Es muy sencillo: yo no entiendo que la selección de fútbol represente a Venezuela. Ningún equipo nacional representa a su país. La Vinotinto es el combinado de la Federación Venezolana de Fútbol. No defiende a la patria. El deporte nunca defiende a la patria, por más que haya unos Juegos Olímpicos y se canten los himnos, para mí, la mayor pelotudez de las competencias deportivas. La patria se defiende pagando impuestos y siendo un buen ciudadano. El escudo que llevan las selecciones en el pecho es el de las federaciones, no el de los países. Entiendo que el periodismo ha llevado a esa identificación país-deporte para seguir vendiendo camisetas. En Venezuela se hacen antesalas de cuatro horas antes de cualquier partido donde los periodistas van vestidos con la camiseta de la selección.

–En España también ocurre.

–¡Pero si usted no juega! Usted no es patriota, le hace propaganda a la federación de turno.

–Latorre iba escandalizado durante el Mundial porque había escuchado pedir perdón a Iker Casillas después de la derrota contra Holanda.

–A ver, comprendo a Diego; ¿cómo vas a pedir perdón porque perdiste? Pide perdón si cometes un crimen. El problema, repito, es la banalización del deporte, sobre todo del fútbol, acometida desde el periodismo. Cuando veo a tipos que se ponen bufandas y su labor es construir un personaje que debe ser el más hincha estamos jodidos. La labor del periodista ha pasado de fiscalizar, analizar e interpretar a la de animar un equipo. Hemos creído que apoyar es una labor del periodismo. En Venezuela se está cambiando el formato de la Liga de fútbol, ampliando de 18 a 20 equipos la Primera División y aplicando alguna tontería más que no tiene ni pies ni cabeza. Los dueños de los equipos me recriminan en Twitter que les tengo que apoyar. ¿Qué carajo tengo que apoyar? Cuando hagan cosas buenas las resaltaré y cuando las hagan mal tengo que denunciarlo. El periodismo deportivo se ha convertido en una agencia de publicidad. Por eso una web como la de Perarnau tiene una décima parte de las visitas que acumulan los portales que nos muestran el nuevo peinado de Neymar.

–Tú prefieres escribir reportajes sobre cómo funciona el cerebro de Bielsa.

–¡Claro! [ríe] Revisa la última temporada. ¿Cuántas ruedas de prensa o acciones de Bielsa se hicieron mediáticas? Tres. La primera, cuando dijo que no le habían traído los refuerzos que había pedido. Se hacen notorias sus declaraciones porque se ha entrado en un área de conflicto. La segunda, cuando lo graban diciéndole a un futbolista que para ser el mejor hay que sacrificar cosas. La tercera, cuando en el vestuario le dice a sus jugadores: «Traguen veneno». El problema es que esos minutos de oro en los grandes medios no vienen acompañados de un análisis sobre la profundidad del discurso de Bielsa. ¿Se analizó el paso de Bielsa por Bilbao o nos interesó más que el tipo se autodenunciara con el tema de los jardineros? ¿O que Guardiola dijera que era el mejor técnico del mundo? La rueda de prensa tiene interés siempre que se pueda repreguntar y es lo que ocurre cuando Bielsa se pone delante de los micrófonos. En su etapa como seleccionador nacional argentino declinó dar entrevistas a cambio de alargar las ruedas de prensa. Se pasaba hasta tres y cuatro horas con los periodistas. Una vez, el jefe de prensa lo tuvo que levantar porque perdían un avión. Bielsa prefiere darte 20 oportunidades como periodista para que le preguntes lo que quieras en una conferencia. Las ruedas de prensa concebidas así me parecen extraordinarias porque desnudan al periodismo deportivo. Cuando el periodista no tiene preguntas más allá de cuál es la alineación de mañana o qué jugadores van convocados, sabes que no tiene vocación por saber y que va simplemente a la ciudad deportiva del club a cumplir un horario. ¿Dónde está el ansia de conocer? ¿Por qué no podemos discutir ideas? Los conceptos sin ideas no son nada. ¿O qué es el 4-3-3 del Barcelona? ¿Un número o una filosofía? Si nos dicen que es una filosofía, ¿por qué son tan pocos los que pierden el tiempo en explicarla?

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