Guillermo Fesser Pérez de Petinto. Detrás de este nombre al que acompañan dos rimbombantes apellidos se esconde un cincuentón madrileño que hace reír sin pretenderlo. No se considera un humorista, pese a que lleva más de tres décadas cultivando humor en libros, cine, televisión y, especialmente, en la radio. Es un periodista y siempre lo será. Para él, la información no está reñida con la risa. Esa es la esencia de Gomaespuma, un concepto que creó con Juan Luis Cano y otros tres compañeros de carrera en la Complutense a finales de los 70. Desde entonces, como ave curiosa que afirma ser, ha picoteado de varios cuencos. Gomaespuma lleva un tiempo alejada de la radio, pero Guillermo Fesser no se frena: acaba de escribir una novela infantil sobre una niña que va en silla de ruedas, da clases en una universidad de Estados Unidos –donde vive con Sarah, su mujer, la norteamericana que le ha llevado a Rhinebeck, un pueblo «a cien millas de Manhattan»–, colabora en Onda Cero hablando del país de los yanquis y, cuando vuelve a España, se sube a un escenario para interpretar junto a su inseparable Juan Luis el espectáculo Nadie sabe nada, producido por El Terrat. Andreu Buenafuente apostó por ellos: dos periodistas que sacan punta a las cosas insignificantes y restan importancia a los temas trascendentales. Apuesta segura.
De todo y eso –y de viajes, mestizaje, solidaridad, de rebajar el ego, de la marca España…– habló Fesser con Negra Tinta. Lo hizo desde Nueva York. Bendito sea el Skype.
Foto principal: Ricardo G. Zubiaurre
–¿Cómo es vivir sin radio?
–La gracia de tener un programa de radio como el que teníamos nosotros es que te da la posibilidad de conocer a gente muy interesante y diversa a la que no tendrías acceso si no tuvieras un programa de radio. Nos movemos por los círculos de la familia, los amigos y el trabajo y, así, es difícil que se crucen García Márquez o Mark Knopfler por tu camino. Eso ha abierto mi panorama de curiosidad. Porque he conectado con gente del cine, me he metido a hacer cine. Porque he conectado con gente de la música, me he metido a hacer festivales. En ese aspecto debería estar echando de menos la radio. Lo que pasa es que la radio también me ha enseñado que absolutamente todos los seres humanos tienen una biografía igual de interesante que las de Gandhi, la madre Teresa, Obama o la que tú quieras. Lo único que falta es escuchar, prestar atención y luego saber contar la historia de esa persona con pasión.
–Cuando tienes a alguna persona dentro del estudio a la que admiras, ¿es difícil ser crítico a la hora de entrevistar?
–Yo creo que en la vida no hay que ser crítico, hay que escuchar. El gran problema de la Humanidad es que no escuchamos, en general. Muchas veces porque no entendemos: hablan en otro idioma o porque el lenguaje que hablan no lo sabemos procesar porque es complejo, musical o matemático. En general, aunque entendamos el mensaje, la gente tiende a hablar. Venimos con unas ideas aquí [se señala la frente] y buscamos el hueco posible para soltarlas. No tenemos la capacidad para estar callados un rato, ver lo que pasa y elaborar ese pensamiento que teníamos. A lo mejor cuando lo soltemos va a ser distinto del que traíamos en la cabeza. Simplemente, es más divertido. Yo creo que es muy aburrida la vida del que solo cuenta lo suyo. No aprende nada. Estoy dando clases en universidades de Estados Unidos y lo mejor no es lo que enseño, es lo que aprendo de mis estudiantes. En la vida hay dos cosas interesantes: pasarlo bien y aprender.
–Esos dos verbos no van unidos para muchos.
–Si consigues aprender pasándolo bien, entonces has hecho bingo. Por eso no echo de menos la radio: estoy en un mundo diferente en el que se habla otro idioma y en el que hay una variedad de culturas alucinante. Vivo en la costa Este y, si quiero, estoy en China; si quiero, en Irán; si quiero, en Perú, en Libia… Cualquier lugar del universo está a mi alcance. Esto es como un bar de La Guerra de las Galaxias…
–¿Tu relación con Estados Unidos fue un amor a fuego lento o un flechazo?
–A fuego lento. Flechazo fue con mi mujer, que es de Estados Unidos y es la razón por la que estoy aquí. Si yo hubiera estado casado con una chica de Tomelloso, probablemente ahora estaría allí alucinado con los atardeceres de La Mancha…
–Y dando clases en la universidad de Albacete.
–Efectivamente, porque, como digo, el sitio es lo de menos: al final, son las personas. Date cuenta: yo soy de una generación que ha crecido con la idea de que Estados Unidos era el enemigo y el imperio. Hay dos Estados Unidos. El de dentro, que es donde estoy, y el de fuera, el de la política exterior, que sigue sin gustarme nada. Tradicionalmente, sus políticas con Latinoamérica han sido desastrosas durante todo el siglo XX. Eso crea una animosidad. En España hay una ideología preconcebida con Estados Unidos, que tiene que ver en lo cultural con una imagen muy chula porque hay películas y cantantes que están muy bien, algún filósofo por ahí que dice cosas interesantes… Luego, la realidad es horrible porque todos los niños son gordos, tienen una pistola y disparan a su profesora de Manualidades entre las cejas en cuanto pueden.
–Esos son los estereotipos que tenemos de los yanquis, ¿pero cómo es la vida diaria allí?
–Realmente no se conoce lo que es la vida diaria de Estados Unidos. La gente que viene de fuera se sorprende porque la gente es muy amable y hay cosas muy interesantes en este país. Un sitio, para ser un imperio, debe tener a gente muy interesante para conseguirlo. Que las personas que dirigen la política ya hagan otras cosas, es otra historia. Ha sido un amor a fuego lento porque llegué a Estados Unidos con unas ideas preconcebidas. Sigo pensando que hay aspectos que no me gustan, como me ocurre con mi país; pero eso son los gobiernos, no son los pueblos. El pueblo estadounidense tiene dos cosas que lo hacen fascinante. Es un pueblo que todavía se está formando. Nosotros tuvimos grandes inmigraciones, pero hace 2.000 años. Los fenicios, los griegos, los romanos… Pero se paró y ya todos parecemos Antonio Banderas, unos más sexies y otros más en garrafón. La naturaleza aquí es brutal todavía, como en la canción de Nino Bravo del paraíso. En España hay naturaleza, pero hay que hacer un esfuerzo para ir a ver esa maravilla.
–Allí te come.
–Exacto. En España, a los que somos de ciudad no nos influye tanto esa naturaleza. El hecho de estar tan en contacto con ella hace que el ser humano indirectamente piense que su vida tiene sentido: es parte del círculo de la vida, lo entiende, lo necesita, lo ve, lo vive. Eso es el truco de que América, el continente, desde Canadá a la punta de Chile, sea la zona con más energía y ganas de vivir. América es el continente más cercano al mono y al final somos putos monos. Es la felicidad, el dar abrazos, el ver a tu niño pequeñito y cogerlo en brazos, el tener relaciones sexuales, el lanzarle un anzuelo a una trucha y que lo enganche. Eso es la felicidad. Aquí se produce muy a diario.
–¿Cuál fue el primer mito que se te cayó cuando llegaste a Estados Unidos?
–Se me cayeron mitos positivos y negativos. Aquí he aprendido un idioma. Cuando no conoces un idioma tienes un complejo de inferioridad. Yo tendía a pensar que todos los que hablaban inglés eran listos. Yo quería, por fin, aprender inglés para estar con los listos. Encima, los americanos, por mi profesión –cine, periodismo–, son los que más saben. Yo tenía que llegar allí. Cuando he hablado un inglés suficiente como para entenderles y, sobre todo, para que me entiendan a mí, me he dado cuenta de que son igual de listos y gilipollas que nosotros. Además, hay gente muy lamentable. Marlon Brando, por ejemplo, es uno de los tipos más lamentables que he conocido en mi vida. Era un gran actor, pero era idiota. Porque hablara inglés y fuera actor no significaba que fuera listo: era un gran estúpido. Cuando fui a estudiar cine a una universidad del sur de California, tuve un profesor que era el director de fotografía en ese momento de las películas de Eddy Murphy. Aprendí mucho con él, pero me di cuenta de que no era mucho más listo que Josep Civit, que se encargó de la fotografía de Cándida. Es posible mirarles a los ojos y competir. Supongo que ese complejo de inferioridad se me fue como se le ha ido a Banderas, Gasol, Penélope Cruz o Javier Bardem. Donde sí son especiales es que mantienen ese networking [red de trabajo] con los inmigrantes que nosotros hemos perdido un poco. Si son iguales y encima te echan un cable, pues bingo.
–Tenemos a los estadounidenses tan presentes que las referencias a su cultura se han convertido en un filón a la hora de hacer humor en España.
–Dos cosas sobre eso. El humor de Estados Unidos está basado en el anglosajón, en el británico. En estereotipos, ¿cuál es la gran diferencia? Hay que diferenciar entre tener sentido del humor y ser gracioso. Ser gracioso es algo innato, como el que canta o nada bien. Se es gracioso o no se es gracioso. En España, normalmente la gente se dedica profesionalmente a ser graciosa. Tener sentido del humor significa tener una actitud ante la vida, normalmente de modestia. Reírte de ti mismo. ¿Con qué motivo? Para estar en una habitación con siete y reírte de ti mismo lo suficiente para ponerte, como mínimo, al nivel del más pequeñito de esos siete. Así, nadie se siente a disgusto porque no hay nadie sobresaliendo. El humor español es más de actuación, de ir con el gracioso. Gente que cuenta chistes, ja ja ja ja ja… ¿y ahora cómo interactúas? No puedes. Tiene que venir otro más gracioso, que hable más fuerte. Si tú eres tímido, en España lo tienes jodido. Hablamos en estereotipos, ojo. El humor anglosajón es más participativo: yo te tomo a ti el pelo porque te has dejado esa perilla y tú me lo tomas a mí porque no te has duchado todavía si sabías que tenías que hablar conmigo por Skype.
–¿Gomaespuma habría tenido más éxito si hubierais sido anglosajones y no latinos?
–No lo sé, no tengo ni idea. Lo que sé es que en el mundo en el que estoy [Estados Unidos], Gomaespuma hubiera funcionado muy bien. Gomaespuma se parecía, sí, más al segundo concepto. No eran dos tíos contando chistes todo el rato. Eran dos tíos haciendo bromas sobre la vida todo el rato. Eso se parece mucho al estilo de aquí. El humor que se hacía en España antes de la Guerra Civil era muy parecido a eso que te estoy contando. Aún no lo hemos recuperado.
–¿Qué cambió?
–Pasamos de Mihura, del doctor Marañón, de grandes escritores y personas que tenían esa capacidad de reírse de sí mismos, a cómicos, gente que actuaba. La Guerra Civil fue una gran ruptura. Sin darnos cuenta, nosotros, con otra gente, lo hemos ido recuperando. Creo que eso es lo bueno. Centrarte en el sentido del humor más que en el hecho de ser gracioso. Con las series americanas ha pasado eso: son más exportables. Traducir un chiste es más complicado. ¿Cómo traduces lo que dice Rompetechos al alemán? Las sensaciones sí se pueden traducir: lo esencial es tomarte el pelo, ya sea por las gafas o por el bigote. Si eres un traductor al alemán y lo de las gafas no te rima, coges las patillas y ya está. En cambio, si hablamos en un chiste de un señor de Córdoba y calvo, si ya no es de Córdoba ni es calvo no tiene gracia. Estados Unidos, al ser tan diverso, tiene más opciones que en España. Es más fácil hacer un sitcom aquí. ¿Porque son mejores? No. Porque tienen más lugares en los que fijarse. Las historias son siempre las mismas. Me quiere o no me quiere. Varían los personajes. Coges a Romeo y Julieta y a ella la haces cajera del Pryca y a el, presidente de Telefónica. El problema es que en España todos celebramos la Pascua al mismo tiempo, nos vamos de vacaciones en el mismo mes y tenemos una abuelita que es muy parecida a la de los demás. Quieres hacer una serie con una abuela rockera y en España no pega. Aquí hay más variedad. En eso nos llevan ventaja, no en lo técnico.
–¿Cuando rodaste ‘Cándida’ quisiste romper con esos estereotipos de la comedia española?
–Cándida no tenía ninguna pretensión, solamente quería hacerle un homenaje a ella y a todas esas mujeres que fueron el motor del cambio en España. El país venía en blanco y negro y hubo un montón de mujeres que decidieron no tener vida propia para darle una España en alta definición y pantalla de plasma a la generación que venía detrás. Son personas que han currado como perros, pero siempre con una sonrisa en los labios. Es una película pequeña en lo cinematográfico: fue mi primera y, posiblemente, la última porque hago una peli cada 45 años. A los 90 haré la segunda. No me lo planteé ni como una película. Fue tan solo un homenaje.
–¿Has visto las películas de Paco León?
–No. He visto los carteles y he leído sobre ellas, sobre el homenaje que le hizo a su madre. Me gustaría empezar a conocer su trabajo porque tiene buena pinta.
–Vienen a abrir una especie de género, ‘Cándida’ y ‘Carmina’. Tienen paralelismos y nadie había hecho un formato así antes.
–Me costó mucho rodar Cándida. Sobre todo porque en un momento determinado tuve la posibilidad de que Lina Morgan fuera Cándida: hubiera sido el retorno de Lina Morgan al cine como lo fue el de Tony Leblanc con Torrente. Los productores se frotaban las manos porque significaba un bombazo en la taquilla. Yo solo sugerí a Lina Morgan cuando no sabía si Cándida sería capaz de hacerlo. Mientras Lina Morgan se decidía, Cándida me demostró que podía interpretarse a ella misma. Aunque económicamente no iba a tener el mismo resultado, me pareció que éticamente tenía que dejar que ella interpretara su propio personaje. Para mí fue una actriz espectacular.
–¿Cómo se convence a una señora de 75 años que nunca se ha puesto delante de una cámara para que protagonice una película? No es lo mismo que hablar en la radio.
–A ella le sobraba desparpajo y eso no le costaba. Lo difícil era explicarle que eso era una película basada en su vida, pero no era su vida. En la vida real, tenía ocho hijos, en la peli, tres, etcétera. Lo que me costaba era transmitirle qué estábamos haciendo y que separase realidad de ficción. Cándida no sabe leer: tiene que aprenderse un guión de memoria. Ella quería contar su historia, pero un guión no es un libro, es un manual de instrucciones. Dura lo que dura y tienes que ponerte donde tienes que ponerte. Si no te pones donde han iluminado los técnicos, sales negro. Es muy complicado. Lo entendió cuando leímos el guión juntos un par de veces: le gustó la historia y la memorizó. Cándida tiene una inteligencia privilegiada. No ha tenido la oportunidad de desarrollarla en la escuela: hay gente que ha tenido muchas oportunidades y no es nada brillante y hay gente que lo es sin haber tenido ninguna oportunidad. Cándida es de las segundas.
–¿Parir una película es como tener un hijo?
–Es una sensación muy… [se frena] Cándida es una película muy personal. Realmente no estoy contando su vida, sino intentando distanciarme para contar la relación que yo tengo con ella, para explicar cómo la he ido apreciando, dejándola de ver como una asistenta para verla como una persona. Esta película tiene mucho trabajo detrás, de producción. El rodaje de una película es un agotamiento porque tienes a 15 personajes que te preguntan algo para lo que tú se supone que tienes una respuesta. Estás ensimismado en rodar un plano exterior de una carretera y te preguntan: “Oye, ¿dentro de tres días, cuando sale Cándida en la cocina se le ven las piernas?” ¡Yo que sé si se le ven las piernas! Tuve la suerte de rodearme de un equipo muy interesante, con los que cogí gran confianza.
–¿Y cuando se acaba la película qué se siente?
–Física y emocionalmente es un gran esfuerzo. Cuando acabas la película te quedas vacío. Desnudo delante del mundo. Has dedicado tres años de tu vida a eso, esa es la media de cada filme. Lo tengo comprobado por las que he hecho con mi hermano Javier: es un año de escribir, otro de preparar y otro de rodar, editar y distribuir.
–Tiempo suficiente para plantearse muchas cosas.
–Lo mejor es que te quedas ahí, pendiente de si te dan palmadas en la espalda o te apalean. Es una sensación extraña.
–¿Cuánto tiempo pasó entre el final del rodaje y el estreno de ‘Cándida’?
–Más de un año. Terminamos de grabar en otoño de 2005, en octubre, y estrenamos en las Navidades del siguiente año.
–¿Es el momento en el que peor se pasa?
–A mí me encanta la edición. Creo que es la parte que más me gusta. En la radio, cuando hemos podido grabar y cortar y pegar, también. En los libros, cuando repasas y cortas, lo mismo. No hay mayor satisfacción que dar con una escena en la que has perdido tres semanas de tu vida, has invertido un montón de pasta, has estado sin dormir tres noches, que es la escena que todo el mundo va a recordar… y cuando estás en la edición dices: ¿Sabes qué? Esto aquí no pega. A tomar por saco. No es cargarte cosas que tienen esfuerzo detrás. Es muy bonito el ejercicio de darte cuenta de qué es importante y qué no es importante en una película, igual que es interesante el ejercicio de ver qué es importante y qué no es importante en la vida. Nunca es lo que tú creías que iba a ser.
–¿Eres de los que piensan que al cine español le falta más apoyo?
–No [piensa unos segundos]. Yo soy de los que piensan que falta más apoyo entre la gente del cine español. Primero, no creo en el cine español o en el cine chino. Creo en el cine, hay películas buenas y películas malas en todos los lados. Sí creo en la industria del cine español. En España hay un libro que nos determina, que es El Quijote y que creo que se ha leído mal. Se le ha dado demasiada importancia a don Quijote. Sin don Quijote, no se hubiera vendido tanto: un libro sobre un tipo al que no le pasa nada vende menos que el de un tipo loco que lucha con molinos. Lo hemos leído mal porque se ha decidido que todos tenemos que ser quijotes e individualistas, anárquicos. Todos tenemos que hacer nuestra cosa y que le den por culo al de al lado. El personaje clave de ese libro es Sancho Panza, un tío que curra, honesto, capaz de entablar relaciones con la gente que le rodea. Hay que explicar El Quijote desde el punto de vista de Sancho Panza. Nos iría a todos mucho mejor. Almodóvar hace un cine cojonudo, pero hace su cine. Y sálvese quien pueda. Amenábar, lo mismo. Y así sucesivamente.
–¿Falta el ‘networking’ que ves en los Estados Unidos?
–Falta creerse de verdad que el cine español es bueno. Que el público no se lo crea es un poco triste, pero que la gente del propio cine español no se crea que los demás también hacen cosas buenas ya es dramático. Hay que crear industria, pero eso pasa porque la gente del cine asuma que el hecho de que a una película le vaya bien también le va a beneficiar a él. La competencia es buena. Aquí cada uno piensa que tiene que triunfar. Si no hay equipo, macho… Si no hay selección no se gana el Mundial. Prima la furia esa que tenía la selección española (y que no metía un gol en la vida) por encima de la técnica, el networking y el equipo.
–¿Eso lo has vivido de cerca con tu hermano Javier?
–He tenido la suerte de currar con mi hermano, que es un genio del mundo de la imagen. Hay gente que dirige desde un punto de vista más estético, narrativo o técnico. Javier tiene un poco de todo. Sabe exactamente a qué temperatura está la luz, conoce las lentes de la cámara, los movimientos de los aparatos, está al tanto de todo el rollo tecnológico… pero también posee una gran capacidad narrativa. Cuando lo junta le salen películas como Camino, que me parece una barbaridad. Binta, una gran idea, es otro hallazgo. En general, he tenido la suerte de no tener que trabajar solo muchas veces. En la radio he trabajado con Juan Luis [Cano]; en el cine, con Javier; en otras chapuzas, con otra gente. Siempre es más agradecido, más que por los éxitos, que son muy individuales, por los fracasos: si no son compartidos no hay manera de llevarlos.
–¿Cómo era el ambiente en la casa en la que os criasteis?
–Era una casa no excesivamente grande y éramos nueve hermanos. Más dos padres, once. Más una señora de Galicia que vivía con nosotros para intentar cuidarnos. Doce personas en un sitio no muy grande hace que en una habitación vivan cinco. Era mucho lío, como el camarote de los hermanos Marx. Siempre ibas al baño y había cola. O te querías dormir y había un tío fumando a tu lado o estudiando con la luz del flexo encendida. ¿Qué significa? Aprendes a ser más tolerante, a concentrarte con ruido alrededor o a mangarle el jersey a tu hermano sin que se dé cuenta. Son cosas útiles para la vida. Me pregunto cómo cambiará radicalmente nuestro país ahora que van a llevar las riendas gente que son hijos únicos, gente que no ha compartido nada con nadie y que se molesta porque le cambien los cedés de sitio. Va a ser una experiencia curiosa ver qué cambia con la España de hijos únicos.
–¿Esa cooperativa de hermanos reducía mucho el ego?
–Totalmente. No tienes capacidad de ego ni de nada.
–Siempre había alguien más jodido que tú.
–Y si te ponías a protestar ya se habían comido la sopa todos y te habías quedado sin cena. Pero estaba muy bien: has tenido muchas actividades compartidas. En casa hacíamos olimpiadas en el pasillo tirándonos en un colchón. Tenías que inventarte grandes cosas. Todo lo que el mundo digital sustituye, porque ahora puedes hacer competiciones olímpicas en un teléfono, nosotros teníamos que hacerlo manual.
–¿Todas esas historietas empaparon después a Gomaespuma? ¿Las trasladaste?
–Sí. Y también, con Javier, a El milagro de P. Tinto [donde hizo de guionista].
–Paradójicamente, los protagonistas son un matrimonio mayor que no ha sido capaz de tener hijos.
–¡No! Nosotros somos los marcianitos. En ellos está reflejada nuestra infancia. El ovni de P. Tinto es el [Seat] 600 donde íbamos metidos como sardinas, los marcianos juegan a las familias, que era a lo que jugábamos nosotros: “Te cambio padre chino por madre gitana”. Hacíamos variaciones. Me acuerdo que escribí una tontería que era “full de chinos negros”. La música de la película la busqué en los archivos de la SER. Son melodías un poco anteriores a nosotros, pero con un saborcito de esa época.
–¿En qué barrio vivíais?
–En Salamanca, cerca de la Puerta de Alcalá. Goya era una delimitación muy grande. Hacia allá era un barrio muy facha y hacia acá, de clases medias y personas que practicaban profesiones liberales. En mi clase tenía a mi lado a Tomás Alarcón, que era el hijo del portero, pero detrás tenía a Botella y Llusiá, que era el hijo de un médico súper famoso. Esa mezcla era buenísima. O jugábamos en la carbonería o íbamos a casa de un tío que vivía que ni te lo creías. Jugábamos en la calle porque no había prácticamente coches, pero los Portillo tenían un Dodge Dart impresionante. La España de los 60 era muy escasa, pero esto es como arrancar un hierbajo de una huerta para favorecer a la zanahoria que tienes al lado. Le va a venir bien, pero si arrancas sin cuidado te vas a llevar unos minerales que también le iban a venir a la zanahoria cojonudamente para que no crezca de lado. En España se ha mejorado, gracias a Dios, pero me da la impresión de que se han quitado algunos minerales de la tierra.
–Dame un ejemplo.
–Una de ellas era la comunicación entre la gente. Antes era todo más casual. Había más tiempo para las relaciones humanas.
–Hablando de relaciones humanas. ¿Te acuerdas de la primera vez que viste a Juan Luis Cano?
–¡Sí! Nos encontramos el primer día de clase en la Facultad de Periodismo [de la Complutense]. Alguien había dicho que había una amenaza de bomba. Vamos, que no había clase. Me fui al bar y, allí, comentando lo que pasaba conocí a Juan Luis, a Santiago Alcanda, Jaime Barella y a un tipo, que luego se fue a Córdoba, Pepe Luis Blasco. Fuimos los amigos durante toda la facultad. Los cuatro primero empezamos haciendo El Flexo en la SER y de ahí salió la posibilidad de ir a Antena 3 Radio. Jaime tenía muy buen trabajo en la SER y se quedó. De allí, Santi, al que le encanta la música, se dedicó a ese campo y ya nos quedamos Juan Luis y yo.
–Se os ve muy diferentes.
–La primera vez que vi a Juan Luis me pareció un tipo bastante estúpido.
–¿Por qué?
–Era un poco macarra. De estos que hablan muy alto para hacerse los graciosos. A mí no me llamó la atención especialmente; pero a lo largo del tiempo, el hecho de que seamos tan distintos es lo que nos ha unido y ha hecho que nos queramos tanto. Así, Gomaespuma ha sido lo que ha sido. En el fondo, como personas tenemos muy claro los valores que apoyamos. Coincidimos en lo ético, en la manera de ver los problemas que tiene el mundo, aunque nuestras soluciones sean diferentes porque nuestros orígenes también lo son. Él es más artista. Es un tío que canta de maravilla. Yo soy más reflexivo y periodista. Eso ha hecho una mezcla muy buena. Al principio, cuando ves a alguien muy diferente, lo normal es decir: ¿este quién es?
–¿Uno ha sido Quijote y otro Sancho?
–Hemos ido alternando papeles. Él siempre dice que le sorprendo porque soy muy surrealista. Quizás el humor de Juan Luis es más consistente, predecible en el buen sentido. Es decir, si va a cantar, sabes que cantará que te cagas. O si hace un personaje, sabes que va a bordar el acento. A mí quizás me gusta experimentar más. Con riesgo a no brillar tanto siempre. Me hace gracia sorprenderle a él también. Si no se ríe el que está a tu lado es muy difícil que haya química.
–Vuestra historia es la de un grupo de estudiantes de Periodismo que consigue llevar sus bromas de cafetería a un programa de radio de ámbito nacional. ¿Ese milagro se podría dar en la actualidad o es algo exclusivo de finales de los 70?
–Tampoco se podía dar cuando nosotros empezamos. Nos costó mucho convencer a una emisora de que podíamos hacer un programa de humor, pero contando cosas interesantes. Antes de Gomaespuma había muy poquitas cosas en ese sentido. O eras gracioso –chascarrillos, bromas, jiji, jujá– o eras informativo. Ser informativo y gracioso era como si ahora te digo que los párrocos van a llevar la casulla esponsorizada en las misas. ¿Publicidad en la casulla del párroco? Creo que no. Si algo bueno hemos hecho es abrir una puerta. Sin embargo, es difícil. En seguida, notas que la gente lo confunde y ve el humor como objetivo. Nosotros vemos el humor como vehículo para contar algo. Otra vez se vuelve hacia atrás: ¡programas graciosos! ¿Pero para qué?
–¿Conoces El Mundo Today?
–No. ¿Qué es?
–Es una página web que crearon dos antiguos estudiantes de Periodismo de la Autònoma de Barcelona en la que se publican en tono serio noticias absurdas y disparatadas.
–¡Alguna vez me mandan recortes y hay algo que me encanta, pero no sé si es El Mundo Today! De repente hablan de un desahuciado, o no sé qué, que se se va a liar a hostias…
–Recuerdo un titular muy bueno: “Un calvo se despide de su último pelo tras una emotiva ceremonia”.
–Deben ser ellos. Es sensacional. Ese tipo de humor me encanta. A mí me apasiona darle mucha importancia a cosas que no tienen ninguna o, al revés, no darle ninguna importancia a cosas que sí la tienen. Lo del medio me interesa menos. Esos dos extremos me fascinan. Eso de hacer noticia de la despedida de tu último pelo, me parece buenísimo. Eso enlaza más con el sentido del humor que hablábamos antes, el que se perdió con la generación española que se llevó la guerra. Gracias a Dios lo empezamos a recuperar otra vez. A España le faltaba la sonrisa. Carcajada ha tenido muchas, pero las carcajadas son del momento. La sonrisa es tener una actitud permanente, estar preparado para pasarlo bien.
–¿La carcajada tapa muchas miserias?
–No tengo nada en contra de ella, pero es más parecida a la borrachera que al saber beber socialmente.
–Disfrutar de una copa de vino en vez de beberse ocho cacharros y acabar como una cuba.
–Eso es.
–¿En España se hace buen humor en los medios de comunicación?
–Ni idea. No porque esté lejos, sino porque nunca lo he seguido con atención. Nosotros somos periodistas. Mucha gente dice que somos humoristas y me parece estupendo. Si la gente se ríe… Pero yo soy periodista. Las fuentes de las que he bebido no han sido humorísticas. No he ido a ver espectáculos de risa para ver qué pasa allí. No soy seguidor de gente que hace cosas de risa. Llevo muchos años leyendo a Gay Talese y sigo leyéndole. Mientras lo hago se me ocurren cosas que son graciosas. Voy a dar un paseo y viendo unos bichos con pinchos, se me ocurren ideas. La fuente de inspiración de Gomaespuma no ha sido nunca el humor. Eso no quiere decir que no conozca a gente del humor. Muchos me parecen estupendos. Aunque controlo poco, me da la impresión de que hay una tendencia grande hacia el monólogo, que es una técnica que me gusta: me parece terapéutica, sobre todo porque hablas de ti mismo. Volvemos al inicio: tienes la capacidad de reírte de ti mismo. Eso es muy necesario en España. Cuando uno tiene esa capacidad, que es ser modesto según el diccionario, se le desarrolla automáticamente la capacidad de alegrarse porque le vaya bien al vecino. Si conseguimos eso en España hemos terminado con el mal endémico del que se habla siempre: preocuparte porque te vaya mejor que al otro.
–¿Esa es la gran crisis española? ¿La envidia congénita?
–Envidiar es normal, forma parte del ser humano. Pero debería durar unos segundos, no permanecer. Nuestro problema es más la incapacidad de alegrarnos del bien del prójimo. Si te invitan a ver un piso que se ha comprado un amigo, que en lugar de estar pensando “qué cabrón, joder, a ver si me compro yo uno” pienses “joder, qué bien que se haya comprado un piso”. Tenemos la mala costumbre de llevar todo a nuestro terreno. Una de las grandes diferencias entre estar aquí [Estados Unidos] y estar allí [España] es la gran cantidad de veces que allí se oye la palabra “yo”. “Yo” y “a mí” se pronuncian mucho más en castellano que en inglés.
–Sin embargo, nos encanta colgarle a los yanquis la etiqueta de individualistas.
–Una cosa es ser individualista en el sentido de los recursos sociales –me gusta más Europa a la hora de proteger a los demás–, el si me va bien a mí, a los demás que les den. El americano es individualista en el sentido de que no quiere que le digan todo el rato lo que tiene que hacer con su dinero o libertades. Eso conlleva a que socialmente haya grandes áreas descuidadas, que se intentan paliar con las fundaciones privadas. Al final, es un sistema absurdo. Sin embargo, en el otro sentido, el de cooperación, el americano es más de equipo. Sabe delegar y no le importa. Si hago un proyecto y necesito un ayudante voy a coger al tío más brillante del mundo, si es posible, más brillante que yo. No me gusta comparar, pero en España he visto a personas muy brillantes rodeándose de mediocres para que no les hagan sombra.
–Y mediocres trepando a puestos de responsabilidad.
–Será porque alguien les deja trepar. Normalmente, alguien con una gran inseguridad que no quiere que nadie le haga sombra. He visto presentadores de programas en la radio con un suplente que era un idiota. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que el día que tú no estás el programa sea una cagada? Pues, precisamente, para que se note que es una cagada. Eso me parece muy triste.
–No sé cómo sería en tu época, pero ahora cuando acabas la carrera de Periodismo o Comunicación Audiovisual vas directo al paro. ¿Está en peligro de extinción el periodista?
–Cuando nosotros acabábamos [a principios de los 80], ibas también al paro. No había trabajo entonces, por motivos distintos a los de ahora, pero no había nada. Hubo que inventárselo. De mi clase de la Complutense, que ejerzan el Periodismo en la actualidad somos muy poquitos. Luego vinieron otros tiempos: se abrieron muchos medios y mucha gente encontró trabajo. Ahora se produce el efecto contrario. Por un lado es una tragedia y un horror que la gente no tenga trabajo. Hemos creado un mundo en el que no queremos pagar por las cosas. Como nos lo hacen más barato o gratis no valoramos tener una fuente de información sólida. Nos da igual quién nos lo cuente. “Como en Internet las noticias son gratis…” ¿Pero quién te las escribe y con qué criterio? Eso habla de una sociedad mucho más superficial. Pero eso creo que va a cambiar: la gente tenderá a pagar por contenidos que le convenzan. En general, nuestra sociedad está mal porque prefiere pagar cinco euros menos por unas zapatillas para que se las haga un niño en Vietnam.
–¿La crisis crea más oportunidad o más oportunismo?
–Exige reinventarse. Si esto va así es porque no funciona como está, luego alguien tendrá que empezar a rediseñarlo. Si se vuelve a lo mismo y se crea empleo en los periódicos de siempre, no habremos avanzado nada. Es como el agua, que tarde o temprano busca el agujero para hacer la gotera. Por algún lado tendrá que salir. Nosotros lo hicimos con Gomaespuma, por la que no daba un duro nadie.
–Con 30 años de perspectiva, ¿te sientes revolucionario en tu trabajo?
–No. Me siento contento de haber sido fiel a mis instintos. Creíamos que por ese camino podíamos contar historias y que la gente nos escuchara. Después de que nos dijeran 45.000 veces que no, ha sido que sí. Es la filosofía de trabajo que tengo. Ahora estoy publicando un libro infantil que se llama Ruedas. El personaje es una niña que va en silla de ruedas. Me costó un año convencer a la editora de que iba a funcionar un personaje así. Me decían que daba mal rollo, que a los padres no les iba a gustar, que a los niños les iba a dar repelús, que no la pusiera en la portada. Para la segunda parte, hemos tenido tantas cartas de niños que querían una silla así para tirarse por las cuestas que en la portada hemos decidido quitar al detective Anizeto Calzeta y sacar solo a la niña. En la canción he visto a gente con mucho talento, pero que se vende por lo que sea. Como ahora va el pop, hacen pop. Como no funciona, el año que viene van al reggae, al rap, a lo que sea. Van detrás de los demás.
–Vender por vender.
–En este mundo siempre hay gente que va a comprar cosas. Eres un vendedor. Si te crees lo que estás vendiendo, vas a vender. Si tu objetivo es contar algo para ser famoso, mal rollo. Ser famoso es una consecuencia de contar algo interesante. Vives contigo mismo. Debes tener satisfacción en lo que haces tú. Si en vez de 20.000 han escuchado el programa de radio tres millones, pues mejor todavía. Por eso no me interesan las redes sociales. Siempre me importaron tres pepinos lo que piensen los demás.
–El Estado del Bienestar del que hablabas antes se ha recortado. ¿Es vuestra fundación más importante que nunca?
–La creamos con voluntad de no tener que ayudar a España. No somos ni el Banco Urquijo ni Telefónica. Con nuestros recursos poco podemos hacer en España, pero sí en otros países en vías de desarrollo, donde un dólar significa que alguien coma o no coma ese día. Nos hemos centrado en dos países, Sri Lanka y Nicaragua, y en educación infantil. Es cierto que estando en España nos hemos visto obligados, nos ha pedido el cuerpo por lo que hemos visto en los dos últimos años, a empezar proyectos en España. Hemos hecho proyectos con comedores sociales o en barriadas donde hay miseria y los niños no van a la escuela. Es un poco peligroso. Cuando las ONG se meten en un lugar que le corresponde a los gobiernos, estos pueden pensar que no hacían tanta falta. Lo nuestro es puntual, no puede ser continuado. Hay que presionar al Gobierno para que no deje de trabajar. Es alucinante que un gobierno se desentienda de lo fundamental: que no cuide a sus ciudadanos.
–¿Qué es lo que más te duele?
–Cuando vives en el extranjero me doy cuenta de lo mucho que le gusta a la gente España en general. Se tiene una imagen impecable por muchas cosas. Obviamente, por el deporte. Barcelona, desde las Olimpiadas, está en el mapa como destino de Europa. El Guggenheim de Bilbao. Los viñedos de La Rioja. La gente conoce cosas que le interesan. La Alhambra es, posiblemente, el monumento más adorado en las facultades de Arquitectura de Estados Unidos. Lo que más me preocupa es que los españoles no sabemos venderlo. No hay marketing.
–Ese déficit es histórico. Los italianos se siguen llevando el aceite a granel de Jaén para venderlo en Nueva York con etiquetas de Italia.
–¡Es que hemos leído mal El Quijote! Podríamos ponernos de acuerdo con las cosas positivas de España y venderlas sabiendo que debajo de un paraguas común nos va a ir mejor a todos que si vamos cada uno por nuestro lado. Aquí por un lado se vende el vino, por otro las almendras y por otro el aceite.
–La marca España, entonces, no existe, según tu opinión.
–Estamos hablando de cosas ahí en el cielo con lo de la marca España y es algo tan concreto… Haría falta reunirnos y decir: ¿Qué mola de España? Veo que de Estados Unidos se copian las cosas que yo no copiaría en mi vida. Nunca importaría Starbacks. Nos estamos cargando los cafés españoles, que son infinitamente superiores al Starbacks. Aquí matarían por tener el Café Gijón. Le metes una wi fi y ya está. Si exportamos la capacidad para alegrarse porque le vaya bien a tu vecino, explotamos. Tenemos los elementos y nuestros científicos maravillan al mundo. El tren de alta velocidad se exporta. Las tuneladoras españolas amplían el metro de Nueva York. Las energías renovables son un ejemplo. El Silicon Valley está lleno de españoles…
–Para que vendan fuera, esas propuestas tendrán que funcionar en España primero.
–Tristemente, la crisis está creando por primera vez una comunidad española importante en Estados Unidos. La hubo hace mucho tiempo, pero se diluyó. Empieza a haber un Little Spain en Manhattan. Nuestra mentalidad y su marketing van a funcionar. El proceso se hará al revés de como has dicho. Creo que esa fusión se podrá exportar a España y que sirva de ejemplo, no solo para nosotros, sino para otros países. Sería cojonudo que viéramos que juntos se va mejor que separados.
–Podrías darle esa receta a algún político.
–Ellos piensan en el día a día, no en el largo plazo. Esto no es cosa de “me viene bien a mí o a mi partido ahora mismo”. De los políticos no espero grandes avances. Ellos y el largo plazo son incompatibles. El mundo es más complejo que la política. Antiguamente votabas a una gente que tomaba decisiones y ahora no son ellos los que las toman. Esa es la mala noticia. La buena es que se puede influir desde fuera de la política. Por ejemplo, no te imaginas el movimiento que hay en varias universidades norteamericanas para que los centros no inviertan en hidrocarburos. Stanford ya ha vendido todas sus acciones. Harvard tiene un fondo de 35.000 millones de dólares: si las retiras del mundo de los hidrocarburos, estás mandándole un mensaje a la industria muy potente. Esto es un lío y hay que organizarlo.
–Punto final: ¿Volverá Gomaespuma algún día a las ondas?
–Tiene que volver porque Juan Luis se dejó las gafas en el estudio. Gomaespuma sigue funcionando en píldoras pequeñitas, sin compromisos permanentes. Ahora no lo veo posible. La vida no es eterna y hay otras cosas que nos gusta hacer: Gomaespuma ya lo hemos hecho. Sería ridículo negar que es una cosa estupenda y olvidarte de ella. Ahora estamos de gira con El Terrat [con el espectáculo Nadie sabe nada: actúan en Bilbao el viernes 6 y el sábado 7].
–¿Cómo fue subir a un escenario después de tantos años en el anonimato del micrófono radiofónico?
–¡Es que es muy parecido! Hemos hecho radio con mucha gente delante. Lo que hacemos es lo mismo, pero sin entrevistar a nadie. Es una charla de una hora y media sobre las noticias del día. Un toma y daca improvisado.
–¿Andreu Buenfuente está más cerca de ser un ‘cuentachistes’ o un periodista?
–Está con los periodistas. No lo es, pero tiene inquietudes sociales más parecidas a las que tenemos nosotros. Hemos utilizado el humor para hablar de temas que en el periodismo formal no caben. No somos de titulares de primera página, somos de página social, de las cosas pequeñas que nos afectan e importan. Buenafuente es eso también, pero con otro rollo y en solitario, que me parece más complejo que ir acompañado. Él tiene un compromiso social muy claro. Para nosotros. Para los demás, ni idea. No es nuestro trabajo explicarlo. Habrá gente que le parezca horrible Gomaespuma y viceversa. Eso es lo de menos.