¿Es posible enamorarse de una canción? Podría hacer una definición del elemento básico de esta ecuación para resolver la frase –¿a qué nos referimos con la palabra ‘amor’?– pero para eso ya está Raymond Carver y su libro De qué hablamos cuando hablamos de amor en nuestra mesita cogiendo polvo. Para hablar sobre esta cuestión, necesitamos apartar la propia concesión del amor y visualizarlo como un mero mecanismo neurológico. Las alteraciones producidas por un elevado número de endorfinas en el cerebro dan lugar a un proceso químico que activa nuestros sensores y los eleva así hasta el nivel máximo haciendo que se manifiesten acciones involuntarias también denominadas sentimientos. Vox populi.

Teniendo en cuenta esta ecuación, la respuesta resulta más plausible. Desde tiempos a los que la memoria no es capaz de llegar, el conjunto de sonidos armónicos que posteriormente dieron lugar a la música formaron un elemento vital para algunos tan necesario como la acción de respirar. Dicho esto, es hora de ponernos en situación, ¿qué experimenta tu cerebro cuando suena esa canción o melodía a la que tienes especial cariño? ¿Por qué el cuerpo se contrae y eriza la epidermis en esos minutos en los que el sonido recorre tu sistema nervioso? ¿Significa eso que estamos experimentando un breve proceso parecido al que ocurre cuando nos enamoramos? Si no es así, ¿cómo lo podemos definir? ¿Exaltación, euforia, felicidad? Benditas sean las palabras y la ambigüedad que las acompañan. Desde mi posición conservo la duda de que alguien tenga la respuesta exacta, así que mientras tanto seguiremos conspirando.

Nos asusta la simple idea de enamorarnos de algo inerte, sin cuerpo y carente de personificación, pero seamos realistas y tomemos como ejemplo la acción deliberada que realiza nuestro cerebro cuando libera endorfinas a todo nuestro cuerpo, nos enamoramos más veces de las que somos conscientes y llegamos a ver. Amores efímeros, posiblemente pero amores al fin y al cabo. John Lennon, ese gran desconocido que se enamoró de una voz tan dulce como la de Yoko Ono. Jimmy Hendrix proclamando su profundo amor a esa guitarra que tantos ojos hipnotizó, o el rebelde Kurt Cobain enamorándose de la eterna fama y arrastrándonos con él a su particular Nirvana.

Si cuando suena esa canción a la que habéis dado un puesto específico, una importancia descomunal y os atrevéis a dotarla de un favoritismo respecto a los millones de sonidos que han recorrido vuestros tímpanos, ¿no os sentís enamorados? Tres minutos, cuatro, cinco. Cuando el cerebro está haciendo su particular baile de euforia y el vello de los brazos se alza, eso que sentimos, ¿es amor? No somos expertos, a diferencia de los profesionales, y nadie jamás podrá dar una definición exacta de lo que el amor significa. Y en mi opinión, nadie debería ostentar ese cargo, la veracidad de un sentimiento solamente cobra sentido cuando se experimenta, uno a uno, con sus propias alteraciones. Con lo cual y asumiendo el riesgo de extrapolar los míos, he de concluir con un firme sí como respuesta a la cuestión principal. ¿Es posible enamorarse de una canción? Sí y en repetidas ocasiones. Salgan a enamorarse.

Fotografía: Wiki Commons

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