Toda esta energía concentrada en el hedonismo, en el hashtag efímero, en la inmediatez. Aquí me hallo. Una cuenta en el multitudinario y variopinto collar de los festivales veraniegos. Cómo podría canalizarse una parte de este torrente hacia el altruismo o la cooperación. Por qué no se protesta ante las tropelías de Israel aprovechando estas masificaciones, integrando en los diálogos la guerra y la fiesta. Pero no, la masa ansía desinhibirse. Obviar la realidad. Alcanzar el frenesí. Cuán profundo es el letargo de nuestras conciencias.
Un trovador galego profiere que el equilibrio es imposible. Lo más auténtico que se escucha en cuatro días, su voz trémula incide directamente en los que fueron adolescentes en los noventa. En efecto, no ha lugar al equilibrio cuando los tanques son apedreados. Y sigo devanándome por saber cómo se podría encender el estímulo para que los jóvenes ideáramos un mundo diferente al que se nos deja en herencia. En Woodstock, hoy, se encenderían miles de pantallas en vez de mecheros al cielo. Y la nube de fuego sigue lloviendo sobre Palestina. Avanza la noche y este tipo de paralelismos me siguen asaltando aleatoriamente.
Cuando al amanecer unos soldados bajo máscaras antigás -con rostro de elefante-, han disparado las últimas salvas, la resonancia de los beats se confundía en mi ritmo cardíaco con el eco de los estallidos al otro lado del mar, cerca de Tierra Santa.