Cuando la gente ve a un cómico cree que es un payaso. Cuando digo payaso me refiero a la palabra en su forma más despectiva. La que se utiliza para desprestigiar a alguien cuando no se le toma en serio. Me lo he encontrado muchas veces cuando he sido presentado y durante la conversación ha salido el tema de las profesiones. Cuando digo que soy cómico (a tiempo parcial, pero no lo digo) se hace el silencio y tras un momento de sorpresa alguien se envalentona erróneamente y me pide que cuente algo gracioso. Pues tú hazme un chequeo médico. Se hace el silencio. ¿No habías dicho que eras médico? Silencio de todos los comensales; les he cortado el rollo de tal manera que puedo notar que si llevaran corbata se aflojarían el nudo como acto reflejo. Sonrío. Se destensa la situación y todos lo entienden perfectamente. No creo que los futbolistas vayan por la calle demostrando su calidad con balones que les tira la gente; un respeto por favor, hacer reír no es tan sencillo.
Les parece gracioso pero han entendido que no soy un muñeco que cuenta chistes cada vez que pulsan un botón. No está de más por mi parte remarcar que no me gustan los chistes ni cuento chistes; eso se lo dejo a los engañadores. Los que venden una sucesión de chistes como monólogos. Los monologuistas somos storytellers (contadores de historias, somos la versión moderna de los cuentacuentos de la época medieval). Solo Eugenio podía permitirse contar un chiste tras otro con tanto arte y profundidad. Cualquiera puede contar un chiste, solo hay que memorizarlo, pero los monologuistas hacemos más que eso: contamos historias, hacemos pensar. Quien vaya a un show con el único objetivo de reír es mejor que se quede en casa viendo alguna serie de Antena 3 o Telecinco. Se ahorrará los míseros 10 euros que puede costar presenciar un monólogo.
Mi intención no es provocar la risa por la risa, hay un trasfondo en cada una de mis palabras. Hablo sobre temas que me preocupan, emocionan o inquietan. Pueden ser complejos o tan comunes que ni los apreciamos porque vivimos como autómatas sin tener consciencia de lo que hacemos cada día. Hay gente que vive como un borracho de vuelta a casa un domingo a las 6 de la mañana; ha llegado a casa pero no tiene ni pajolera idea de como ha llegado, ni que camino a cogido ni cómo abrió la puerta de casa. Se levantan por la mañana y se preguntan dónde dejaron el coche. Puede resultar gracioso pero a mí no me hace tanta gracia estar rodeado de autómatas. Este tipo de gente te puede arruinar la vida y arrastrarte a su terreno sin tan siquiera pretenderlo. Solo hay que ver cómo cruza la calle mucha gente, haz la prueba. Párate en un semáforo y observa cómo hay gente que no decide cuando cruza. Veo continuamente gente que cruza basándose en que otra persona que no va con ella ha cruzado y cuando se dan cuenta echan a correr al ver a los coches acercándose porque aún tienen el disco en verde.
Con el tema de los móviles se ha incrementado el número de autómatas por nuestras calles… ¡Incluso niños! No levantan la cabeza durante decenas de metros, eres tú quien les debe esquivar. La educación se perdió en el mal uso de los smartphones. El problema se agrava cuando los autómatas son los conductores, ¿quién no ha estado a punto de ser atropellado por un conductor distraído? O, ¿quién no ha tenido que dar un bocinazo al conductor de delante en un semáforo porque está ojeando el Whatsapp? No es más que un automatismo adquirido en los últimos años. ¿Recuerdas que en clase siempre había alguien al que le molestaba que cuando se borraba la pizarra no quedase ni un punto de tiza sin borrar? Se tenía que levantar a borrarlo porque no podía seguir la clase con esa raya en la pizarra. Pues hay conductores que no pueden continuar la ruta sin ojear el teléfono.
Yo hago hincapié en aspectos tan cotidianos como el mencionado. Son asuntos que en boca de un psicólogo suenan tremendistas; en cambio si lo digo con la etiqueta de humorista, seré escuchado con más atención que la que puede conseguir un profesional del comportamiento humano. Yo no invento nada, solo cuento lo que he escuchado a otros que saben más que yo en diferentes asuntos. Cosas que creo útiles de explicar a la sociedad porque les hace pensar y reflexionar. No me molestaría que nadie se ría en una de mis actuaciones (por llamarlo de alguna manera), me conformo con que me escuchen. De antemano les digo que pueden hacer fotos y grabar lo que les de la gana pero –porque siempre hay un pero– que preferiría que no lo hicieran porque es interesante que pongan todos sus sentidos en lo que va a ocurrir entre el público y yo. Aunque ellos no tengan la palabra, conversan conmigo, únicamente escuchando. No es la misma comunicación unidireccional que ofrece la tele porque yo, a diferencia la caja tonta, les miro a los ojos.
Normalmente no acostumbro a reír en cada frase que digo porque no me sale de dentro. Depende de lo que diga puede hacer perder trascendencia a la idea principal. Sé que lo pinto como un sermón pero hacer humor es algo muy serio. Hacer buen humor solo es posible con una inquietud intelectual constante. Solo los tipos serios pueden hacer humor y después no ser tratados como payasos fuera del escenario. Eugenio no se reía nunca a pesar de hacer reír hasta la saciedad al respetable. Puede ser catalogado como un cuenta chistes pero para mí era un genio capaz de contar microrrelatos durante más de una hora.
A mí me gusta el estilo de George Carlin, que bien podría ser un tipo que cuenta historias en bar a sus amigos. Lois CK se ha ganado el puesto de heredero de Carlin; su autoridad es tal sobre el escenario, que puede permitirse hacer bromas sobre judíos y negros sin que estos no se sientan ofendidos… Bueno, los judíos pueden acusarle de antisemita, pero es un acto reflejo. Son los estilos que mejor me definen. Que yo me sienta satisfecho tras una actuación no depende de las risas del público; me basta con que nadie se duerma durante la actuación. Los aplausos tampoco son un medidor porque muchas veces se lo pongo tan crudo al público que, al acabar, están más pendientes de mis últimas palabras que de aplaudir.
Al igual que me sería muy fácil soltar una vulgaridad sin sentido como último recurso si el público parece de madera. Para ser honesto he de decir que cuando me animé a esto de los monólogos, mi idea era más chistosa pero fui cambiando mi discurso y mi estilo al ver que me encontraba más cómodo en la ironía y el sarcasmo. Lo que de verdad me sorprendió fue, al acabar una actuación, mirándome frente al espejo del vestuario, que a pesar de la satisfacción del público, yo no me había reído ni una sola vez. Además, físicamente estaba menos cansado que cuando hacía esfuerzos enormes por hacer reír al público. Todo había sido más natural de lo habitual, más yo y menos el personaje. También me resultó curiosamente impactante que podía recordar las caras de muchos asistentes sonriendo, mirando escuchando o asintiendo con la cabeza como si estuviese diciendo cosas que ellos tenían dentro y no habían sabido expresar. Sus pensamientos en la punta de la lengua se hacían visibles a través de mi voz. No se puede llamar genialidad porque no me cuesta ningún esfuerzo extra comentar en un escenario lo que hablo con mis amigos, ya sea en redes sociales o en persona. Me alimento de un montón de personas pero al final las conclusiones son propias (eso creo). Soy una especie de vampiro con alma de Robin Hood; todo lo que aprendo por un lado lo comparto por otro. Solo los hombres serios pueden hacer reír y pensar a propósito. He rechazado el papel de bufón muchas veces a pesar de no ir sobrado de dinero. Lo que sí me sobra es autoestima, y eso es innegociable. No leo chistes de otros ni acepto temas que no me interesen en absoluto. Creo que no me ha ido mal para estar en una ciudad donde ser monologuista es algo para gente exageradamente extrovertida. Todo lo contrario a lo que soy yo.
En esta profesión hay muchos momentos de dudas; la primera es saber cuanto va a durar la racha trabajando con cierta regularidad: casi pagamos por trabajar. A veces 50, 70, 100 euros ó nada; como dicen algunos “para que te promociones”. Yo traeré unos amigos a beber gratis para promocionarte el local, figura. No siempre que uno sale a escena ha tenido el mejor día de su vida, pero ayuda mucho salir a hacer reír a la gente. Los hay más jodidos que yo, siempre los hay aunque creamos que nuestras preocupaciones sean las más graves del mundo. Me trago una cantidad de televisión que me va a volver loco, pero tengo que hacerlo si quiero tener material para hacer los monólogos. A la gente hay que hablarle de la cultura que consume, si no lo haces así te quedas solo. Cuando no me conocen me centro en los temas de moda en la televisión pero dando mi punto de vista. Siempre funciona: Telecinco es líder de audiencia. No son mis mejores monólogos pero es lo que me piden en algunas salas o bares. El cliente tiene la razón y si pide un plato de mierda con patatas se lo tenemos que poner.
De todos modos espero generar una buena cartera de locales para poder ir dejando mi puesto en Correos o pedir una excedencia mientras me dedico a esto y a viajar. En Correos nadie sabe que soy monologuista. Ni tan siquiera lo pueden intuir. Hablo poco ahí. Mis compañeros y compañeras no tienen nada en común conmigo, así que prefiero no profundizar en ningún tema y participar en pocas tertulias. Allí estamos para trabajar y aunque me parezca gente muy maja tengo otras prioridades. Sé que hay un músico en nuestro sector pero apenas hemos cruzado unas palabras. Le he visto tocando en el metro pero me he hecho el loco. Creo que él también me ha reconocido, pero no creo que pararme a saludarle sirva de algo. Si apenas hablamos en el curro ¿por qué voy a hacerlo en el metro? Con el asco que me da pasar más tiempo del necesario en las cloacas dela ciudad. Ni tengo coche ni cojo taxis, ni Uber, solo falta que me lleve un tarado con ganas de conversación.
¿Alguna vez has sentido que lo que haces no vale nada? Pues a mí me ocurre de forma habitual cuando trato de crear un monólogo nuevo y no consigo enlazar temas que a su vez tengan la dosis de humor y la base crítica para tener un cierto empaque y mantenga en el público la constante sensación de estar escuchando obviedades que ellos podían haber dicho, pero nunca lo han hecho. Ese es el momento clave que engancha al público. Todo esto lo he aprendido escuchando a los viejos en los bares diciendo genialidades acerca de la actualidad que, sin ellos darse cuenta, resultan ser análisis sintetizados de tal manera que si no estás atento no lo captas.
Suelo ir a algún bar donde se juntan los abuelos a jugar al dominó mientras cuentan batallitas o comentan lo que va apareciendo en la televisión del bar. Mi café, mi diario y mi libreta. Ese es mi atuendo de espía. Puedo pasar dos horas y no escuchar nada interesante pero vale la pena cuando de repente una frase sale de la monótona partida de dominó para convertirse en la semilla de mi próximo monólogo. Los niños también ayudan pero no los aguanto y ellos me temen. Me ven tan serio que creen que estoy enfadado o soy un gruñón. En cierto modo me va bien para estar protegido de esos terroríficos seres. Es broma, solo que me intimidan con sus miradas hacia arriba preparando una pregunta que posiblemente yo no sepa contestar. Siempre lo hacen. Saben cómo hacernos sentir vulnerables. Con los adultos es más fácil porque se sientan y esperan que yo les entretenga. Están abiertos a no pensar por unos minutos pero cuando se dan cuenta, a mitad de carcajada se dicen a si mismo: «Si yo soy así…» Me encanta ese momento cuando se ríen porque se dan por aludidos. Ocurre con los monólogos que no tratan de estereotipos como los andaluces, los perdedores, los vagos, etc. Escuchado uno escuchados todos pero es una fórmula que funciona porque a nadie le gusta las novedades, solo hay que ver cuales son las películas más taquilleras. O también basta con asomarse a las redes sociales: cuando reponen Pretty Woman es líder de audiencia.
¿Qué novedad le vas a contar a la gente si todavía se informan viendo las noticias a la hora de comer? En media hora les pasan 50 “noticias” imposibles de digerir pero ellos ahí están porque es el formato informativo que conocen, es que cómo sus padres siempre lo han hecho así ellos continúan a pesar de vivir en otra época. Lo mejor es cuando alguien te cuenta algo y le rebates, te suelta que “lo han dicho en la tele… si ha salido en la tele no puede ser falso” Déjalo, hablemos de otra cosa –esa es mi actitud. Después, si necesitas más pruebas de cuanto rechazan la novedad es la afición al fútbol; a mí me gusta pero no me imagino como mi padre, que lleva 40 años viendo partidos del Barça.
¿Sabes cuántos partidos son esos? Dios mío papá, ¿no te cansas? Cada partido es diferente pero a la larga el guión es el mismo. Yo ahora veo bastante menos fútbol porque me satisfago viendo unos cuantos partidos seleccionados en lugar de ver lo que sea. Es como si viera cualquier película porque me gusta el cine ¡Coño, hay que seleccionar! Y mira que me gustan el cine y las series, considero que hay guionistas que son auténticos genios, pero como en todo no son estos los más populares porque la gran masa prefiere ver películas estandarizadas, cualquier otra cosa les resulta tedioso. Hay gente que dice que no le gusta pensar cuando ve una película. No les recomiendo mi show. Más de uno sale diciendo que “no tiene ni puta gracia”. Pues lo siento, no hay devolución. Aquí solo se acepta gente que entienda la ironía y no se tome nada como personal porque no lo es. Tan cruel no soy.
El humor está de moda pero no es el mejor humor de la historia, simplemente es el que llega más lejos gracias a Internet (por suerte tenemos la red). Eso no nos debe hacer perder la perspectiva de lo que es calidad y lo que no. No hay nadie que le pueda hacer sombra a Charles Chaplin, o los Hermanos Marx. Nadie. En cambio hay gente sin ninguna puta gracia con más de 1 millón de visualizaciones en Youtube. ¿Cómo se te queda el cuerpo? Es tan sencillo como hacer una llamada y meterse con alguien con la excusa de gastarle una broma. Vista una vistas todas, pero es lo que gusta: la “novedad”.
Para hacer humor hay que tener los cojones de Leo Bassi, el Gran Wyoming, Ricky Gervais o Chris Rock. Estos se mojan. El humor blando está bien para los niños pero quienes lo consumen son adultos infantiloides por decisión propia o por una baja voluntad intelectual a la hora de rechazar basura que se mete en sus cerebros. La mediocridad vende y la pelea es grande entre los mediocres que hacen humor para sacar pasta sin pensar en el arte de hacer reír. Hay muchos humoristas que tratan al público como niños. Tengo un hijo de cinco años y hacerle reír es muy sencillo porque no requiero de ingenio para ello, exactamente lo mismo que ocurre con gran parte del público consumidor de monólogos. Les gusta ser insultados. Uno de los monologuistas más exitosos basa su discurso en decir palabrotas, hablar de follar, de pollas y drogas. Nada más. Al público le encanta porque deben tener cierta represión en algunos aspectos de su vida que les hace admirar a un tipo que habla tan mal como quisieran hablar ellos pero no lo hacen porque tienen una imagen que mantener.
Y odio a la gente que tiene una imagen que mantener porque eso quiere decir que no muestran su verdadera cara. Alguien que no esconde nada no mantiene una imagen, la muestra. Y con esto no me refiero que uno deba de decir lo que piensa –los hay que sienten orgullo por decir todo lo que les pasa por la cabeza– hay que saber qué es necesario ser dicho y qué no. ¿Por qué le vas a decir a alguien que no te ha preguntado que no te gusta su camiseta? ¿Para qué? Ser honesto es otra cosa pero los estúpidos lo confunden constantemente con soltar basura por la boca creyendo que aportan algo. Hay mentiras que son más útiles que muchas verdades pero lo verdadero útil, la mayoría de veces que nuestras palabras van a solucionar nada, es el silencio. Que también hay que saber interpretarlo. Queda gracioso que yo, un parlanchín profesional, hable del silencio como un valor necesario, pero es que me quedó muy dentro una frase que un amigo director de orquesta: «La música empieza desde el silencio».
Solo nos queda el humor, a algunos.