Fotografía: Daniel García Mata (Wikimedia Commons)
El término utopía aparece como la búsqueda incansable de la Humanidad desde el comienzo de los tiempos de un lugar o sociedad ideal y, a pesar de su carácter no real, permite reconocer los ideales de una comunidad en un momento concreto de su singladura histórica así como los obstáculos que impiden cristalizar su sueño idílico. La utopía sería el camino para alcanzar un sueño que llevaría implícito en su potencia la facultad de devenir en acto concreto (en el camino está la meta). Sin embargo, para alcanzar la utopía, es preciso transitar por la senda marcada por el pragmatismo político: “Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible y de repente estarás haciendo lo imposible”.
Así, la utopía factible en el Estado español tras las Elecciones del 20-D hubiera sido la formación de un Gobierno de cambio PSOE-Ciudadanos-Podemos como alternativa al régimen autocrático del PP de Rajoy, un Ejecutivo que diera prioridad a la implementación del llamado Estado social y democrático de Derecho y a una regeneración democrática (mediante la extirpación del cáncer metastásico de la corrupción que habría fagocitado todos los estamentos institucionales) aunado con una reforma posibilista de la Constitución del 78. Ese intento falló debido al maximalismo político de un Pablo Iglesias obsesionado con asaltar los cielos y finiquitar el Régimen del 78.
Reforma versus ruptura
El puzzle inconexo del caos ordenado puede esbozarse mediante la Teoría de las Catástrofes que acuñó el científico francés René Thom y que se basaría en dos conceptos antinómicos para intentar “comprender el orden jerárquico de la complejidad biológica”. Así, el concepto de estabilidad o equilibrio se refiere a un sistema que permanece estable aunque registre un cambio, principio que trasladado a la esfera política se traduciría en la reforma del Régimen del 78 sin alterar sus principios esenciales (monárquico, jacobino y neoliberal), tesis que defenderían los partidos del establishment dominante: PP, PSOE y Ciudadanos.
En la orilla antónima, encontramos el concepto de cambio cualitativo o discontinuidad, que se produce cuando simples cambios cuantitativos pasan a ser otra cosa diferente y el sistema se transforma internamente de modo radical en una nueva realidad. El equilibrio enterno se modifica y se crea una situación nueva, un nuevo régimen. Esa tesis la defienden tan sólo Podemos y los grupos independentistas de izquierdas (EH Bildu y CUP). Según el aparato mediático del sistema dominante (los mass media) ese camino está relacionado directamente con el advenimiento del caos.
El PP y la manipulación del miedo
El estadounidense Harold Lasswell (uno de los pioneros de la mass comunicación research), estudió después de la I Guerra Mundial las técnicas de propaganda e identificó una forma de manipular a las masas. La bautizó como la Teoría de la bala mágica, basada en “inyectar en la población una idea concreta con ayuda de los medios de comunicación de masas para dirigir la opinión pública en beneficio propio y que permite conseguir la adhesión de los individuos a su ideario político sin tener que recurrir a la violencia”. Es decir, el manido «que viene Podemos».
Según Edward L. Bernays, sobrino de Sigmund Freud y uno de pioneros en el estudio de la psicología de masas, “la mente del grupo no piensa, en el sentido estricto de la palabra. En lugar de pensamientos tiene impulsos, hábitos y emociones y a la hora de decidir su primer impulso es normalmente seguir el ejemplo de un líder en quien confía». Por eso, la propaganda del PP no estuvo dirigida al sujeto individual sino al grupo en el que la personalidad del individuo unidimensional se diluye y queda envuelta en retazos de falsas expectativas creadas y anhelos comunes que lo sustentan. Esa táctica se sirve de la dictadura invisible del temor al caos que generaría la llegada al poder de Podemos y que tendría su plasmación en el caos económico de Grecia y Venezuela.
El sueño imposible de Pablo Iglesias
El sociólogo y filósofo alemán Herbert Marcuse, en su libro El hombre unidimensional (1964), explica que “la función básica de los medios es desarrollar pseudonecesidades de bienes y servicios fabricados por las corporaciones gigantes, atando a los individuos al carro del consumo y la pasividad política”. Así, la estrategia electoral del PP se basó en el mantra de la recuperación económica edulcorada con sibilinas promesas de aumento del techo de gasto autonómico, subidas salariales a funcionarios y jubilados así como reducciones fiscales al estar la sociedad española integrada por individuos unidimensionales que no dudaron en primar el panem et circenses frente al vértigo que suscitaba la utopía de un Nuevo Régimen propugnada por Podemos (“El cielo no se toma por consenso sino por asalto”).
En consecuencia, el cielo deberá esperar. Tras las recientes elecciones de junio, la formación de Pablo Iglesias (considerado por EE UU como de “filiación chavista”) se verá relegado a la oposición tras la previsible formación de un gobierno reformista PP-Ciudadanos, que contará con la abstención del PSOE, y que mediante una reforma edulcorada de la actual Constitución vigente implementará un Estado monárquico, jacobino y eurocéntrico, siguiendo la máxima del gatopardismo: “Cambiar todo para que nada cambie”.