Las puertas del templo se abren. El resquebrajar de la madera antiquísima es el preludio a los rayos del sol. Esta descripción, que bien pudiera ser la de la estampa de cualquier Domingo de Ramos, no es más que la enésima vez que se repite en Andalucía. Y no es Semana Santa. Probablemente ocurra tan sólo una vez cada cuatro años. Probablemente, incluso, hasta pase cada día. Andalucía y letargo tienen una relación de nula simbiosis. Ser o no ser, esa no es la cuestión.
El adelanto electoral para el próximo 22 de marzo es un excelente ingreso mediático. En realidad, no es más que una constante repetida vez tras otra históricamente en esta tierra. Una tierra fracturada, dormida y orgullosa hasta del sangrado de sus heridas. No porque no se quiera ver, una realidad deja de ser realidad. Andalucía está llamada al fracaso porque los andaluces así lo queremos. Torpemente nos embaucaron y nos han sometido desde otros lares, con suma facilidad e inexistente resistencia. Nos convertimos en el hazmerreír de España y no sólo no nos ha importado, sino que nos hemos jactado de ello. El andaluz que lea esto puede mirar a otro lado, o retratarme como le venga en gana –entiéndase, no positivamente. La vida es muy puta cuando te sacan de tu colchón de comodidad. Andalucía lleva encerrada en él siglos.
El mayor mal de Andalucía somos los propios andaluces. Los balones fuera ahora no interesan. Somos la comunidad autónoma con más recursos de todo el país. La más grande y la más poblada. Tenemos un clima envidiado por el resto de España, una agricultura diversa que no tiene parangón en todo el panorama nacional, una flora y una fauna únicas, propias de un ecosistema de gran riqueza, el mayor número de mano de obra e infraestructuras –reales y potenciales– para ser cabeza y ejemplo de otros. A Sierra Nevada y el desierto de Tabernas les separan 150 kilómetros. Del todo a la nada. Somos capaces de rezar por las calles durante una semana y, en apenas 15 días, pasar de oraciones al jolgorio en un recinto ferial en pleno mes de abril. De un extremo a otro. Tenemos el compendio de raíces que ninguna otra tierra puede presumir. ¿Qué civilización no pasó por Andalucía? Hasta los vikingos… Una riqueza cultural y unas costumbres que son icono mundial. En resumen, somos la cabeza potencial de España. Más resumido, somos la cola en todo. Y a los andaluces no nos preocupa. Nos enorgullecemos de tal indiferencia.
“Andalucía es así, con nuestras cosas buenas y nuestras cosas malas”, podría ser la declaración de un andaluz/a. Se equivoca. Ser el último de la fila, desaprovechar las oportunidades y privilegios que nos ofrece esta tierra no es un defecto de ser andaluz. Nos podrán acusar de ser demasiado abiertos y extrovertidos, de que nos encante hacer vida en la calle –y con esto no justifico que lo hagan, porque no hay razón–, y esos rasgos sí son propios de los andaluces. Pero el retraso y la desidia que sufre Andalucía no es el precio a pagar por ser andaluces. Hasta ahí podía llegar la cosa. Crecer, progresar y mejorar no nos hará menos andaluces. Todo lo contrario, nos hará honrar a eso que nos corre por las venas y aquellos que salieron de nuestra comunidad por falta de oportunidades. ¿Por qué fuimos capaces de levantar Catalunya, Balears, Aragón y otras comunidades autónomas? ¿Y por qué demonios no somos capaces de levantar a nuestra propia Andalucía? Reflexionen.
Nuestro acento no es motivo de risa, sino el más vivo legado de nuestra habla. El centralismo es un problema, pero escudarse en él es otro aún mayor. No toleremos más humillaciones, y no seamos más cómplices de ellas. Dejemos de ser una mansedumbre con excedente de indiferencias. El lugar más fácil para dar un mitin es Andalucía, sólo así se entiende que quieran enseñarnos a pescar o que simplemente necesiten nuestro duende como aportación nacional. ¿Verdad Albert Rivera y Pablo Iglesias? Y, por favor, no confundamos con buenos y malos por el simple hecho de que nos doren o no la píldora. La Andalucía complaciente y consentida es aquella incapaz de verse sus vergüenzas y esconderse en piropos estereotipados. Hemos dado la razón a aquellos que han tratado a los andaluces como tontos. Construyeron una imagen de Andalucía y nosotros la hemos edificado. Nunca aquél que abre las calles es el protagonista de la historia.
Somos el colchón para la frustración de los demás. La almohada que comprime los golpes que viene de fuera. La diana fácil para dardos sin argumentos. Como enunciaba antes, el lugar más sencillo al que dirigir la mirada perversa o para pegar la patada de una bola caliente. Son andaluces, estarán pendientes de las charlas del bar –con el PER, de perezosos–, con la copla en la boca o con lágrimas al ver una figura de madera. Sólo cuando nos tocan algo de nuestro folklore los mordiscos salen disparados de Despeñaperros para arriba. Cuando nos ningunean con que estamos de juerga siempre, que no trabajamos y no estudiamos, y que somos unos vagos, permitimos que el discurso cale sin ninguna voz alzada. Tomarse una cerveza porque pega el sol al salir de trabajar es un delito en la España castiza. De ahí a todo lo expuesto antes hay un trecho. Un trecho solventado con el estereotipo burdo y absurdo.
Todas estas palabras vienen a colación de lo que Andalucía vivirá el próximo 22 de marzo. Desde aquí digo que los comicios serán un acto banal y artificial. Ni Susana Díaz, ni Juan Manuel Moreno, ni Antonio Maíllo, ni Teresa Rodríguez, ni Ciudadanos, ni el Partido Andalucista, ni nadie de los que concurren a las papeletas bajo un discurso inexistente levantarán Andalucía. Hablan de cambio, piden el cambio, se autoproclaman el cambio. Los andaluces hemos pasado por esto una y otra vez. Y siempre nos fallamos a nosotros mismos.
El cambio no está en un voto. Ni en cuatro millones. El cambio está en todos los andaluces. Nadie va a defender la tierra andaluza como sus legítimos dueños y soberanos, los andaluces. Reaccionen y despierten. Cuando se rían de nuestro acento luchemos para que algún día salga en televisión y no sea la característica del cateto y el gracioso de la serie. Si un periodista informa desde Córdoba para una televisión estatal y no esconde su procedencia habremos logrado un gran triunfo. Cuando difamen con la mentira de que no trabajamos, grabémonos para demostrar que hay quienes cuyo despertador suena a las seis menos cuarto de la madrugada para abrir las calles. Quitémonos a los garrulos andaluces que sólo fuman y beben en un banco. A la nobleza cortijera que se anuncia como señorío de nuestras tierras. Actuemos contra nuestros “paisanos” que destrozan nuestros monumentos por una estúpida aceptación social de adolescentes. O la fastidiosa costumbre de no respetar a los que están a nuestro lado porque aquí la única norma es que sólo vale ser más listo que nadie. Si nuestra tierra se desangra, no punjamos en la herida. Maduremos como pueblo. No hagamos que nuestros mayores talentos sientan complejo de su tierra por más que la amen.
Echar balones fuera es lo que permite que políticos catalanes difamen sobre nuestros niños y su inteligibilidad, o que el PP extremeño hiera a Andalucía con vídeos propagandísticos para quedar impunes mientras nuestros “líderes” sólo son capaces de condenar mediante la palabrería. Echar balones fuera permite que haya quien para defender lo suyo ataque a Andalucía. Nadie ataja de raíz estas innecesarias embestidas. Los andaluces tenemos un problema si el CIS dice que ganará con solvencia un partido que posee la mayor trama de corrupción de la historia de España. Y que su líder, con el andalucismo de pacotilla por bandera, cómplice de tal masacre a la tierra con la que tanto se le llena la boca sea su esperanza. Éste que escribe tiene la esperanza perdida porque, su esperanza, se hallaba en el pueblo andaluz.
Andalucía, que estás callada y dormida, que estás maltratada y malherida, levántese que ya lo dijo Blas Infante, aunque caiga en el típico tópico que incluso exhibo en esa expresión. Nadie les dijo que no pudiera hacer esta tierra grande y vestirse de traje de chaqueta el Domingo de Ramos aunque el resto del año no pisaran ni un solo templo. Templo que abre sus puertas mientras se resquebraja el sonido de la madera. Esa estampa que tan presente tenemos, pero de la que nos olvidamos si la extrapolamos a nuestra penitencia. No asesinemos a Andalucía cada cuatro años. Despertémosla cada día.