Hirtshals se encuentra en la punta del glande de esa península fálica que es Dinamarca, por lo que es lógico que de allí zarpen ferrys en dirección norte, hacia arriba, con destino a Noruega. Los ferrys llegan Kristiansand, la barbilla de ese amago de rostro melancólico que es la península escandinava.

Muy gráfica y sugerente mi llegada en moto a Noruega. Fue sin embargo todo el sexo del que disfruté en aquel viaje, a pesar de que un compañero de trabajo con mucho mundo me advirtió de algo… Soy de brazos peludos, demasiado, y en Escandinavia no es frecuente: somos seres exóticos, bichos raros, animales sexuales para las escandinavas. “Te las vas a tener que sacar a hostias de encima”. Falso.

En Noruega, desde Dinamarca, te plantas por mar sin darte cuenta. Cuatrocientos kilómetros a velocidad más de fueraborda que de crucero. El tránsito de personas que van o vienen es tal que hay que darse prisa para que suba el siguiente.

Para que el trayecto se te haga aún más corto, en el ferry encuentras incluso un casino. Los escandinavos son especímenes que se lo pasan bomba gastando sin complejos parte de la semanada en los juegos de azar (en aguas internacionales durante el trayecto, aunque en otro viaje, en un supermercado finlandés, junto a la salida y tras pasar por caja, conté hasta cuatro tragaperras). Más vicios de altamar: alcohol y tabaco, que compras libres de impuestos y que de regreso a Dinamarca tienen incluso más éxito ya que muchos europeos, con tal de no cambiar por euros, una vez en casa, las coronas que no han gastado en Noruega, las invierten en estos otros vicios.

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El noruego es raro. Esta no ha de ser necesariamente una apreciación negativa, por supuesto. Seguro que nosotros para ellos también somos raros; los respectivos puntos de vista nos condicionan, no nos avalan. Ellos marcan distancias por sistema, no empatizan contigo fácilmente, y su semblante podría parecernos incluso desconfiado. Pero si se enciende la mecha de la sintonía, se van soltando como si cada comentario jocoso que les haces fuese un chupito de tequila que se van bebiendo, llegando incluso a explotar en carcajadas contigo, como si tanta y tan repentina efusividad respondiese a un trauma reprimido.

En temas de civismo y respeto nos restriegan la mano por la cara cuando quieren. A las afueras de Tostad me alojé en un recogido camping a los pies de una montaña gestionado por un señor que tendría que haberse jubilado hacía tiempo. Me comentó que tenían lavadora y secadora, y no podía desaprovecharlo. En el cuartito, encima de la secadora, una caja con una inscripción : “15 coronas”. Nada de vigilantes ni cámaras. Solos la caja, la lavadora, la secadora, tu ropa limpia, tu honestidad y tú ¿Qué hacer?

Otro día, en una carretera de montaña que casi acariciaba un inmenso fiordo, nueva muestra de civismo. En las curvas despejadas suele haber pequeñas zonas de descanso y allí quien sea monta un tenderete con mantel y unos cuantos envases de plástico hasta arriba de cerezas del tamaño de albaricoques. Aquí también hay caja e inscripción, a pesar de que la confianza en el prójimo pasa en este terreno a ser ya un deporte de aventura porque si quieres llevarte la caja, las cerezas y hasta el tenderete, no se va a enterar nadie.

Ese civismo escandinavo es envidiable, loable, encomiable y todo lo que termine en ‘–able’ y sea positivo, pero a los latinos -sin generalizar aunque en un tanto por ciento muy elevado-, por cultura, por avaricia o por la escasez y la austeridad que hemos pasado en otras épocas, no se nos puede tentar de esta manera. Somos más débiles que cívicos, y que Dios nos perdone.

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