Corría el año 1994. Miguel Indurain lograba su cuarto Tour de Francia aunque la fuga más recordada tuvo como protagonista a Luis Roldán dejando atrás al pelotón policial. Fue el año en el que el mundo conoció al subcomandante Marcos, el año en el que asesinaron a Andrés Escobar días después de meterse un gol en propia puerta en el Mundial de EE UU, el año del genocidio ruandés, de la muerte de Kurt Cobain. Y al mismo tiempo aprendimos con el cine: con Timón y Pumba entendimos que ningún problema debe hacerte sufrir, lo más fácil es saber decir Hakuna Matata; gracias a Forrest Gump nos enteramos de que tonto es el que hace tonterías; y Tarantino nos recordó en Pulp Fiction la importancia de la humildad.
Aquel año ganó Conchita Martínez en Wimbledon. Un lustro después del triunfo de Arantxa Sánchez Vicario en Roland Garros, otra tenista española conseguía llegar a lo más alto. Fue el 2 de julio cuando con solo 22 años Conchita Martínez se convertía en la primera jugadora española en ganar en la hierba londinense. 6-4, 3-6, 6-3. Y venciendo en la final nada menos que a una de las mejoras jugadoras de todos los tiempos, Martina Navratilova, que por entonces tenía 38 años. En aquella final, la reina de la pista londinense buscaba su décimo título en el All England Club. Pero había una aragonesa dispuesta a impedírselo.
Por aquel entonces la hierba era un escenario complicado para las tenistas españolas, pero la semifinal alcanzada por Conchita el año anterior había cambiado la mentalidad con la que afrontar el reto. Se podía ganar. Además, aquel año el torneo había comenzado con una sorpresa descomunal: Steffi Graff, su verdugo en el torneo anterior, había sido eliminada en primera ronda. Las posibilidades se multiplicaban. La española venía de ganar a Navratilova en la final de Roma. Aunque fuera en tierra batida, esa victoria suponía un plus de confianza. La checa, nacionalizada estadounidense, era muy buena, la mejor en hierba. Pero no era invencible.
La final duró dos horas. Conchita Martínez había ganado a otras dos estadounidenses: Lindsay Davenport en cuartos de final y Lori McNeill (verdugo de Steffi Graff en primera ronda), con quien jugó un épico tercer set que acabó con 10-8 a favor de la española. Pero Conchita no permitió que el cansancio acumulado le pesara en las piernas el día de la final. Era su día. Era su final. Y estuvo a la altura.
Ganó el primer juego en blanco. Sabía que tenía que hacer correr a Navratilova, que tenía que impedir que subiera a la red, donde la checa era una auténtica maestra. Y lo consiguió durante buena parte del partido. Logró imponer su ritmo, que Navratilova estuviese incómoda. Y ello a pesar de unos pequeños problemas físicos que tuvo la española en el segundo set. Pero a base de coraje y de un revés que funcionó a la perfección, Conchita llegó al último punto con la confianza por las nubes. Era el momento. Enfrente tenía a su ídolo de pequeña. No importaba. Mejor aún. Sacaba Navratilova. 15-40. Dos oportunidades por delante para poner el broche. Punto largo. Intercambio de golpes. Ninguna quiere arriesgar. Parece que la bola de Navratilova se queda en la red. Pero pasa, aunque se queda corta, a media pista. Conchita no lo duda, devuelve de revés y sube a la red, dispuesta para la volea de su vida. Pero no fue necesaria. La bola de la checa no superó la red. Raqueta al aire y manos a la cabeza. Los padres de Conchita se besan en la grada con efusividad. Navratilova había caído.