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Dice Manuel Arroyo-Stephens que las cosas solo suceden a quien sabe contarlas.

Lunes

Tres jóvenes caminan por la acera y un mendigo les sale al paso:

-Por favor, una ayudita- suplica.

-¿No querrás dinero para drogarte?- inquiere uno de ellos.

-Es para comer, jefe.

-Ah, entonces nada. Yo te iba a dar unos eurillos para que te metieras un buen chute, campeón, pero como veo que no los quieres para eso…

Me acordé de un trolleo semejante que contó Manuel Alcántara una vez. Una mujer pedía con su hijo en la calle y en un momento dado el hijo le suelta tan ancho: “Mamá, te prometo que un día voy a ser tan rico que solo vas a tener que pedir para ti”.

Jueves

Un hombre intenta colarse en una discoteca y el portero lo saca a empellones. Más teatrero que los jugadores del Barça, que ya es decir, el aspirante a intruso empieza a revolcarse por el suelo. A continuación, se levanta con aire desgarbado y afectación maldita para tantear a San Pedro y negociar su entrada en el Cielo:

-Oye, a los hemipléjicos les cobraréis la mitad de la entrada, ¿no?- se le dibuja media sonrisa en el rostro, ladino.

-Chaval, ¿tú estás loco?- el portero flipa en colores.

-Eh, yo no estoy loco. Y ojo, que no lo digo yo, lo dicen las voces que oigo en mi cabeza.

Viernes

Puede sonar pretencioso, pero mi amiga Belén y yo hemos reinventado el concepto de Walk of Shame. Tras una noche de juerga, en esas ambiguas horas que mezclan al borracho y al madrugador (cuando aún es pronto para el deseo y muy tarde para el amor) paseamos nuestra lozanía por el núcleo urbano, en un acto desesperado por lavar la mala imagen de la generación nini (que no se diga que no madrugamos). Nos dejamos ver por la ciudad, qué sé yo, ir al supermercado a hacer la compra de la semana, ayudar a las viejecitas a cruzar la calle. Lo típico.

A lo que iba; en el camino de regreso nos topamos con un control de tráfico.

-Quería felicitarla por su excelente conducción, señorita. Qué elegancia, qué control del vehículo, qué técnica más depurada- un policía pasándose de frenada.

-¿Pero es que no ve usted que no llevo puesto el cinturón?- se hace el harakiri mi amiga.

-Tendrá algún tipo de alergia al poliéster- sugiere el agente.

-Pues hace dos kilómetros rebasamos el límite de velocidad y nos pilló el radar- haciendo honor a su nombre, parece empeñada en montar un belén.

-Seguro que en la foto le han sacado su perfil bueno- continúa desvariando el ma(ja)dero.

Belén perdió los estribos que nunca tuvo:

-¿Me ha pedido usted que abra el maletero? Me ha parecido escucharle decir…- y acto seguido sale del coche.

– No hace falta que abra nada, mujer- escurre el bulto el ma(ja)dero.

-Mire, mire. ¡Dos kilos de cocaína!- rebusca entre las bolsas de la compra y raja los paquetes de harina. Inmediatamente comienza a esparcirla por el arcén de la carretera. Está fuera de sí.

El tipo resultó ser su padre y la escena esquizofrénica la achacaban al reciente divorcio por el que estaba pasando la familia.

Sábado

Quedo con mi primo Adrián y dos conocidas suyas para ir a la playa. Por lo visto, a María le gusta Adrián y a Adrián le gusta Julia. A Julia le gusta mirar a las musarañas. Y a mí me gustaría saber qué coño hacía yo allí.

Desde el principio, mi primo y María se traían un rollo clandestino acojonante. Parecían hablar en clave, en el tono suspicaz propio de una guerra fría. Tenía cierta gracia porque hablaban en tercera persona en referencia clara a ellos mismos y los dardos envenenados los tiraban a dar. “Hay gente que manda señales, deja la puerta abierta, manifiesta reciprocidad y crea falsas esperanzas” decía María. “Pues yo creo que esa gente confunde la simpatía con el ligoteo” defendía Adrián.

“Por ejemplo: a mí me gusta un chico y a este chico le gusta una amiga mía, si yo lo vi primero lo justo sería que no se enrollaran”, quemó las naves María.

María, con los ojos inyectados en sangre, me exigía con la mirada que me posicionara. O con ella o contra ella.

Julia seguía con sus musarañas y bien que hacía.

Mi primo, con sus cuitas de joven Werther, descubrió que iba a ser cierto eso de que la necesidad agudiza el ingenio. Taimado como él solo, le dio la vuelta a la tortilla: “Pues mi amigo Mario quería salir con Adriana pero a Adriana le gustaba Julio. Y fíjate, fue generoso y no le molestó que ellos salieran juntos siendo amigos como eran”.

Cambiando María por Mario, Adrián por Adriana y Julio por Julia, jugó la baza feminista al tiempo que le tiraba la caña descaradamente a Julia que, por cierto, no se daba por aludida.

Estuve  a un tris de coger el móvil y llamar a una de esas empresas de publicidad aérea para que mandaran una avioneta con un cartelito colgante donde pudiera leerse en letras bien grandes: JULIA, ESTÁN HABLANDO DE TI, CARAJO!!

Mi referente en los triángulos amorosos siempre fue Picasso. Se follaba a las novias de sus amigos no porque les resultaran atractivas, sino como medida preventiva: no fueran a pensar los amigos, ofendidos, que sus novias eran feas a ojos del pintor. Genio y figura.

Fotografía: Leonardo Aguiar (Flickr)

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