Francia vive arrinconada, en la ansiedad y en el miedo. Vivir con miedo no es vida. En cualquier apartamento, en cualquier rincón, aparcamiento, bar o calle puede estar la amenaza. No es una difusión alarmista, sino real. Esto mismo ocurre en Siria todos los días, y no desde el viernes 13 de noviembre, sino desde hace ya varios años. En el asalto al apartamento del barrio parisino de Saint-Dennis ha muerto una policía, aunque no ocupará portadas ni funerales de Estado. Apenas cuenta con siete años, y las leyes no le protegían como al resto de sus compañeros. Ella puede tener familiares abandonados y maltratados en las calles. El Estado no hará nada por defenderlo. Esta agente ha dado la vida por un pueblo francés que, en algunos casos, a sus semejantes, les humilla, les banaliza y los considera una pieza menor dentro del gran puzzle nacional. Esta agente ha muerto, pero su legado alguien debería recordarlo.

Entró la primera por las puertas del apartamento. No tuvo miedo, y si lo tuvo, no le importó ni dejó que le amedrentara. Entró para darles a sus compañeros una idea del posicionamiento del adversario para que estos llevaran con éxito el resto de la operación, cuando sus constancias vitales ya habían desaparecido. Mientras se sucedían los disparos, gritos y asaltos, ella yacía en el suelo con el deber cumplido (y con la vida entregada por la patria, también). Se le delegó la tarea más importante de todas, era casi una especie de cebo para los terroristas. Sus mandos ya sabían que moriría nada más cruzar la puerta. Desde que se bajó del vehículo policial tenía ya sus minutos de su vida contados. Una vida en la que defendió la patria francesa, la integridad de la supuesta civilización, cuando esa civilización no defendió la patria del reino animal.

Con el paso de los años, el triunfo consistirá en que tu recuerdo sea perpetuo y nadie te olvide, agente. Que tu nombre aparezca como el de cualquier policía caído en combate y estés entre las víctimas del fundamentalismo religioso, sea cual sea el dios al que se venere. No son 129 los muertos en París, ya son 130. El mejor monumento que le se puede hacer a tu memoria es el respeto por todos los seres vivos. Y que ese monumento, intangible pero capital, se inaugure en la fecha de tu muerte, un 18 de noviembre de 2015.

Y que todo aquel que piense que tú y los tuyos merecéis menos consideración, que sean juzgados por su fundamentalismo humano. Desde los comentarios cotidianos hasta los que hoy critican que se te homenajee ya sea con palabras escritas, actos corporativos o simplemente con el recuerdo. No hace falta acudir al viernes negro de París o a los miles de días oscuros que vive Siria. La desgracia del ser humano, creada por sí mismo, es diaria y transcurre frente a nuestros ojos. Todos ellos no merecían que hoy dieses la vida por su seguridad. Pero tu profesionalidad, tu orgullo y tu nobleza estaban por delante. El mundo es un vertedero de desagradecidos.

Gracias, Diesel. Y disculpa que un servidor contenga las lágrimas para que no le vean llorar mientras le arreglan el termo. Te lloro, y mucho, por dentro. Es un honor haber compartido mundo contigo. Sólo por gestos como el tuyo merece la pena haber vivido. Cabeza alta, mi peluda amiga sin conocernos. Hasta siempre, agente.

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