José Guerrero es un tío que dice cosas como “cualquier humano común debería de escuchar a Pixies o Sonic Youth antes de morir. Tus razonamientos serán más fiables, los besos a tu pareja serán más intensos, tu vitalidad será más real y pluscuamperfecta”. Lo guapo es que no escribe esas cosas en Facebook y pone debajo una canción de Pixies o Sonic Youth y después cierra Facebook y sigue con la contabilidad en un cubículo minúsculo. Cree en cada palabra de esa frase. En serio. José Guerrero (San Isidro, Alicante, 1979) es un tío que dejó su curro para dedicarse a la música a tiempo completo. Ingeniero de telecomunicaciones, descubrió hace un par de años que lo suyo iba más de cuerdas que de teclas: “Trabajaba en una empresa informática que gestiona datos de grandes compañías, y algunos compañeros me decían que su sueño era trabajar en eso. Yo entendí que el mío no lo era, aquello no me gustaba. Yo quería hacer música y tocar todo el tiempo”. José se levantó de su sillón de piel y todavía no se ha sentado.
Cualquiera puede tocar una guitarra
Los Guerrero provienen de Andalucía. José dice que en casa siempre había música: Pink Floyd, El Último de la Fila o sevillanas en eventos familiares. Dice que recuerda que la música le hacía muy feliz. A los quince años encontró una guitarra española en casa. Empezó a tocar. La cosa se puso algo más seria tres años después: entró en la universidad y nació su primera banda. También se metió de lleno en el DIY: entendió que para tocar hay que buscarse la vida. “Tuvo mucho que ver el rollo de Ian Mackaye [fundador de Minor Threat y Fugazi, pope de la autoedición a principios de los 80] y Dischord Records [sello discográfico que Mackaye fundó en 1980]. Tú vas mirando a tu alrededor y ves a toda esa gente, que tiene una forma muy real de hacer las cosas. Valoro mucho esa ética. Toda ayuda es buena, claro, pero no a costa de bajarte los pantalones. Yo creo que esa ética tiene mucho que ver con lo que, en esencia, es crear música. Quizá esto suene pedante, pero si tú te centras en crear música y no tanto en el negocio, el resultado es este. Y es más bonito y más real”, concluye, casi como moraleja.
El tío habla de música con un entusiasmo silenciado, como si le hubieran dicho demasiadas veces que flipa mucho, que esa canción mola pero tampoco es para llorar o dar saltos eufóricos. Dice: “Además, esas bandas que te decía antes me emocionan mucho cuando le doy al play”. Entonces se calla unos segundos y después concede, tímido: “Y bueno… eso es lo que yo intento hacer cuando escribo canciones, emocionar”. Y tú te lo crees, porque escuchas su música y te das cuenta de que el único denominador común a todos sus proyectos –Zener, Rastrejo, Orquesta del Caballo Ganador, Betunizer, Jupiter Lion, Cuello y Segunda Persona– es la pasión. Joder, estoy seguro de que Guerrero es el tipo que coge la cabeza de su colega con las dos manos y le dice con ojos de loco que, precisamente, lo que mola de Fugazi es que Mackaye no pronuncia una mierda.
Estajanovismo musical
Como en una canción de Built to Spill, del aparente caos rutinario de Guerrero subyace un esquema férreo. Música, música y música, podría ser. Dice que cada día intenta ensayar con un par de bandas, pero que tres ya es demasiado para el oído. El resto del tiempo lo dedica a cerrar conciertos y giras –que organiza con tres o cuatro meses de antelación para poder combinar todos sus proyectos–, a administrar su sello, Discos Mascarpone, y a componer canciones para Cuello y Segunda Persona. “Eso lo hago a mi marcha. Escribo algo, paro un rato, mando unos mails. En realidad hago lo que me gusta, así que no me saturo nunca”, explica. Su jornada termina sobre las nueve de la noche. Entonces desconecta y solo se concentra en no dormirse con la peli que esté viendo.
A cada tres o cuatro ideas, Guerrero dice: “Es que esto lo hago por pasión”, consciente de que esa frase le mete una paliza a cualquier barrera. La pronuncia con especial vehemencia cuando le pregunto por Discos Mascarpone, el sello que fundó en 2013 y que gestiona junto a su novia. “Bueno, soy una persona de la música, y me gusta estar relacionado con todo lo que tenga que ver con ella. Me atraía la idea de tener un catálogo con los discos que me gustan, pero es muy por amor al arte”, confiesa. “Mira –continúa– yo tengo un Excel con gastos e ingresos, y hace dos semanas me ponía +5€. Y el sello tiene dos años. De esto no vives. Por ahora no me cuesta dinero, que ya es bastante”. Calla otros cuatro o cinco segundos y recuerda que el sello es de largo recorrido y que él quiere dedicarse a esto toda la vida. Remata: “No hay que tirar la toalla. Y mira que es fácil tirarla, porque esto es muy jodido”.
Hablando de jodido –de joder, en fin–, una de las cosas que más jode a Guerrero es el poco respeto al oficio de músico en España: “Aquí, o eres famoso, o ser músico no está bien visto. Eres un flipao que quiere ser una estrella. No lo ven como un oficio como cualquier otro. Parece que para ser músico tienes que ganar un millón de euros al año, ¿no puedes ser músico sacando 800 euros al mes?” Habla de algo profundo: “No se trata de dos o tres medidas de un determinado gobierno. Es un tema de educación. En España no hay cultura de apoyar una escena, de apoyar conciertos, ni siquiera en la gente de izquierdas”. Dice que echa de menos un circuito underground más establecido: “Hay un circuito muy pequeño, puedes ir a tocar a Pontevedra o aquí en La Residencia de Valencia, o en las ciudades más grandes, ¿pero por qué no lo hay en Albacete o en Guadalajara? Seguro que hay gente a la que le interesa ese tipo de cultura, gente que se habrá ido ya, harta, a estudiar o a currar a otro lado”.
Habla de un modelo estancado: “Creo que se tiende mucho a montar una banda con el objetivo de tocar en todos los festivales que hay en España. Festivales que son todos muy parecidos, montados por las propias agencias de management. Que es muy respetable, pero te encuentras con que hay muy poco apoyo a las bandas pequeñas y que, una vez que eres algo más grande, tienes que pasar por el aro de estos festivales. Creo que debería haber más caminos”.
Reconforta conversar con Guerrero del tema: por cada dos hostias, te da tres razones para seguir adelante: “Creo que se trata de que, por ejemplo, la gente joven se acostumbre a que la música esté en su vida. Ya sea que los conciertos sean gratis hasta los 20 años o que los sellos hicieran tiradas especiales para esas edades”. Como para demostrarme que esta idea lleva tiempo en su cabeza, me hace los cálculos: “Ahora mismo, con 600 euros sacas mil cedés. Sale a 60 céntimos cada cd. Ese dinero es mucho para gente como yo, que lo tendría que dedicar arreglar la furgoneta, por ejemplo, pero si un sello con más recorrido lo hiciera, sería una buena forma de enganchar a gente y empezar a cambiar las cosas”.
Le imagino guardando la guitarra a las nueve de la noche y llegando a casa exhausto. Un currante. “Al final, si quieres dedicarte a esto, tienes que echarle horas. Muchas. No va a funcionar de repente por que seas muy guapo. Igual, en vez de irte de cervezas, te quedas en casa tocando horas y horas. Yo cada vez salgo menos, y no porque no me apetezca. Tengo muy claro que, para seguir ahí, para vivir de esto, no puedo bajar el listón por la parte del curro”. Dice que no va a esperar sentado a que le vengan los conciertos, que va a ir a buscarlos. Entonces le digo que tome un poco de distancia y mire al futuro. Ríe, relajado: “Me gustaría seguir haciendo esto toda la vida, pero creo que es mejor ir día a día. Desde fuera puede parecer muy agobiante, pero desde dentro no lo es tanto. Y luego, si das muchas vueltas y te agobias y ves solo lo negativo, no vas a ningún lado. Lo dejas todo. Hay que ser un poco positivo”. Parece que lleva años sudando para cambiar el no future por algo así como si no hay futuro, no será por mí.
Ya lo ves, mi boca mola
En lo que va de 2015, José Guerrero ha publicado dos discos y un single. Es posible que cuando acabe de escribir esta frase haya publicado otro álbum. Su ritmo se entiende mejor si se escucha su música que si se habla con él. La meditación y la prudencia de su charla se convierten en un grito que uno siempre imagina acompañado de unos ojos a punto de saltar de su cara. Su banda más incendiaria es Betunizer, el triángulo abrasivo que dibuja junto a Marcos Junquera y Joaquín Peiró, dos habituales del underground valenciano. Su cuarto disco acaba de salir y se llama Enciende tu lomo (Bcore). Guerrero me explica que el proceso de composición se basa en largas improvisaciones. Y luego sale lo que sale. Betunizer suena a empleado hasta los huevos que se ríe en la cara del jefe cuando el jefe le dice que no está dando la talla: mala hostia, ritmos machacones, bajos kraut, post-hardcore y cervicales a punto de quebrarse. En Cuello –que acaba de publicar Trae tu cara (Bcore), su tercer disco–, él compone las canciones y después las lleva al local de ensayo. El resultado huele al mismo post-hardcore de Betunizer, pero desde una óptica diferente: la voz gana protagonismo y se sacrifica algo de contundencia en favor de la melodía. Y qué melodías, amigo. Para salir a la calle en pelotas y aullarlas mientras interrumpes el tráfico o te atropellan. De algunas canciones que compuso y no encajaban en Cuello nació Segunda Persona, su proyecto acústico. “La idea con Segunda Persona es hacer algo igual de intenso pero solo con una guitarra acústica, lo que me permite tocar en cualquier sitio”, cuenta. Dice que a principios de 2016 publicará disco con este proyecto, “porque tampoco hay que saturar”.
Betunizer, Cuello y Segunda Persona. También Jupiter Lion, que publicó disco el año pasado, y proyectos que no da por muertos, como Rastrejo o La Orquesta del Caballo Ganador. Podría parecer que Guerrero ha montado una red de seguridad que le permita no morir de inanición si una banda se va a la mierda. Pero no. La respuesta tiene que ver con algo estrictamente musical, claro: “Lo que más me atrae de tocar en muchas bandas es precisamente eso: tocar en muchas bandas. Hacer cosas diferentes: algo más melódico con Cuello, más psicodélico con Jupiter Lion… es que, ¿para qué vas a estar siempre haciendo lo mismo?” Pues sí, ¿para qué?
Yo solo quiero expandirme bien
En uno de los capítulos finales de Chap, chap hay una ilustración en la que aparece Kiko Amat recostado, diciendo algo rollo: “Bueno, al final todo saldrá bien”. Imagino a Guerrero en esa ilustración. Me dice que nota que sus bandas se están consolidando, pero que lo ve como algo natural porque ha currado muchísimo: “Cualquier banda que saque cuatro discos y se mate a tocar estaría en esa posición, es normal que cada vez nos conozca más gente”. Le pregunto si le compensa haber dejado su curro y su sueldo. Que si es feliz. Dice: “Esto está de puta madre. Soy mi jefe y hago lo que me gusta. Tengo mucha inseguridad económica, tengo que gastar poco, tener un alquiler barato…y no podría plantearme tener un hijo ahora, por ejemplo. Pero soy optimista, veo que las bandas van cada vez un poquito mejor. Creo que las cosas irán a mejor”.
Entonces, sin que se lo sugiera, vuelve a hace dos años. Quizá consciente de que tiene que propagar un mensaje: “Joder, yo soy músico, es un trabajo inestable, y más con lo que hago yo. Me di cuenta de que esto es lo que mejor hago. En ningún otro trabajo, por mucho que cobrara, estaría tan dedicado y comprometido como en este. Yo conseguía trabajos que me dieran pasta para vivir, porque eso es lo que nos han dicho que tenemos que hacer: trabajar, tener casa, tener coche y tener una familia. Se supone que tienes que hacer lo que te gusta, pero nunca te atreves. Nadie te dice: ‘¿cuál es tu pasión? ¿Tu pasión es ser informático?’ Pues hazlo ‘¿Tu pasión es ser músico?’ Pues hazlo”. Pues eso. Hazlo. Cierra este texto y las quince pestañas que tienes abiertas. Y hazlo.
Fotografías cortesía de José Guerrero