Anda alborotado el gallinero andaluz. Corral que no se distingue, en justicia, por eso, vive Dios: lucen ahí cuatro décadas de hegemonía política socialista como cuatro soles germinales que lo corroboran. Anda alborotado, digo, el gallinero andaluz. La razón es Albert Rivera, o en propiedad, unas declaraciones suyas debidamente descontextualizadas por la jauría humana: juzguen, si no, este titular de eldiario.es: “Albert Rivera dice que van a enseñar a pescar en Andalucía, «no a repartir pescado”. El caso es que esta frase está sacada de su intervención en Málaga el pasado sábado, lugar donde respaldó al primer candidato a la Presidencia de la Junta de Andalucía del novísimo partido que preside Rivera. En seguida Alberto Garzón, candidato por Izquierda Unida a la Presidencia del Gobierno, pergeñó en un tuit su punto de vista sobre las palabras de Rivera: “Para un liberal es siempre demasiado fácil deslizar que la tasa de paro es culpa de los vagos que no emprendemos”. Para un liberal. En esa perífrasis se encierra toda una cosmovisión: la de gente como Garzón, capaz de reducir a unidad simbólica cualquier ente personal o intelectual, habilidad cultivada por los comunistas desde antiguo. El caso es que Rivera, en realidad, dijo más cosas:
…Y hablando de los datos que uno no se explica que contrastan con la realidad de esta tierra y de su gente, os diré una cosa. Nosotros cuando lleguemos al gobierno de la Junta de Andalucía, vamos a cambiar por completo la filosofía de la Junta… y lo voy a explicar con una metáfora que se entenderá en esta que es tierra de pescadores… Nosotros no vamos a repartir pescado, nosotros vamos a enseñar a pescar o a dejar que la gente tenga su caña de pescar. No vamos a repartir pescado y mucho menos quedarnos con parte del pescado que es lo que hacen algunos.
Traigo, a la sazón, otro titular de eldiario.es: “Albert Rivera ofrece el contexto de sus palabras y se disculpa con los andaluces en un tuit”. La cosa es, desde cierto prisma hermenéutico, hilarante. Es eldiario.es quien, en un arrebato oximorónico, deriva en el sujeto protagonista de la información la obligación de “contextualizar” –horrísono verbo– sus palabras; obligación cuyo compromiso liga al periodista, deontológicamente, con la meta suprema de su trabajo, que es la búsqueda de la verdad. Y la verdad, como es sabido, salta por la ventana cuando alguien cierra el obturador del objetivo fotográfico, reduciendo el campo visual y ofreciendo tan sólo un retazo de la imagen completa, obviando al resto de elementos de la composición. Ya saben, como aquella famosa foto que le valió el Pulitzer a Bauluz.
El gallinero andaluz, como decía al principio, anda alborotado. Soy andaluz, qué me van a contar. Convivo a diario con la información sesgada y particularmente corrosiva de la Radio Televisión de Andalucía, pantagruélico aparato de desinformación al servicio del establishment político oficial en Andalucía que lleva mucho tiempo conformando la forma en que el ciudadano andaluz medio observa la big picture. La cuestión es que, con Rivera, el encontronazo se preveía inevitable desde hacía mucho tiempo: un liberal, con toda la carga peyorativa que soporta ese término en España desde el siglo XIX, enfrentando la raíz de muchos asuntos.
Particularmente en Andalucía, el liberalismo es un cuerpo extraño y desconocido. Si uno suma todas las cantidades publicadas a lo largo de las distintas instrucciones judiciales de los diversos casos de corrupción que afectan a organismos, cargos y empresarios afines al Partido Socialista Obrero Español, titular del gobierno autonómico andaluz desde 1980, se podría rescatar otra vez al Estado griego; no obstante, lo que alborota el espíritu inflamado de endogamia sociológica del henchido y vanidoso andaluz medio es, ¡no podía ser de otro modo!, una frase descontextualizada aviesamente de un político (¡catalán, por más señas, para qué queremos más!) desconocido cuya impronta –de momento– confronta definitivamente con la joie de vivre singularísima de una ciudadanía sumida desde hace lustros en lo que Merejkovsky decía de Napoleón: “El sueño letárgico…”