¡Qué difícil es jugar a fútbol sin protestar! Se aprende desde niño. Jugar protestando está en el ambiente, en casa, en el campo, en el bar, todos sabemos con quien descargar nuestra frustración. Nadie está conforme con el árbitro porque en esas décimas de segundo cada cual ve una cosa distinta. Los de fuera protestan porque los  profesionales lo hacen; si no fíjate en la reacción del público cuando el árbitro sanciona la acción de un jugador y este la acata y se disculpa ante el colegiado de una manera apreciable (es curiosa esa costumbre de los jugadores al cometer una falta. Priorizan disculparse con el árbitro ignorando al jugador rival que han dejado tendido en el suelo. Es como si un tipo pega a su mujer, aparece la policía y solo pide disculpas a las fuerzas del orden y no a la mujer).

Lo gracioso del asunto es cuando escuchas el motivo de las protestas: te das cuenta del desconocimiento que tienen muchos jugadores del reglamento. De los aficionados no me sorprende porque ellos no tienen por qué conocerlo al detalle. Desde la grada o el sofá no pueden ser sancionados por el árbitro. Eso sí: cuando alguien admira algo, en este caso el fútbol, no está de más conocer un poquito mejor el motivo de su admiración, aunque solo sea para interpretar mejor muchas de las cosas que ocurren en el terreno de juego. En cambio, los jugadores deberían conocer el reglamento con la misma profundidad que un conductor las normas de circulación (es decir, el nivel de conocimiento justo).

El desconocimiento de una ley no te exime de cumplirla, dicen. Sin embargo, el futbolista adquiere una mecánica de auto convencimiento que roza la psicopatía. Recuerdo una anécdota con un compañero de equipo que define con acierto la actitud de muchos jugadores cuando reclaman una falta o la protestan. Ocurrió en un desplazamiento en el autocar del equipo para jugar un partido de liga. Estos viajes suelen durar una media de cuatro horas en una categoría como la Segunda B; dan para mucho y cada jugador elige cómo aprovechar o gastar el tiempo. Se suele hablar, jugar con las consolas; otros juegan al póquer; también se ven películas… Y, sobre todo, se dormía.

Este compañero estaba hablando con su novia por teléfono tranquilamente cuando la conversación comenzó a subir de tono. Cada vez le veía más alterado. Decía: «Te he llamado antes y no lo has cogido –de forma convincente exigía–; pues mira las perdidas, que no te enteras ni cómo va el móvil, te dije que a las 13h te llamaría y es lo que he hecho (…) Pues ponte un Whisper XL (…) A mí no me culpes si no te enteras de las llamadas que recibes…» Colgó y le pregunté si la había llamado y me respondió: “No, se me ha olvidado”. Soltó una risa.

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Dentro del campo de fútbol ocurre lo mismo con los jugadores. Yo también he sido de los que protestan porque al tener como característica la habilidad del regate me solía llevar muchos palos. A veces era simple frustración por no estar rindiendo como me gustaría. No me sorprendía ni me mosqueaba porque recibir faltas me daba confianza respecto a la capacidad de mi rival para pararme. Mi principal causa de enfado era que el árbitro me acusara de fingir y provocar al contrario. Mis protestas eran de ese estilo, era una forma de defenderme ante la pasividad de muchos árbitros que tratan mejor al maleducado que a quien les habla con corrección, que era mi caso en la mayoría de las veces aunque a veces abusaba de la ironía. Y eso les desquicia, algo incomprensible porque con lo que yo les decía al menos sus madres no salían mal paradas.

Una vez acabado el encuentro me centraba más en mis errores que en los del árbitro. Como la mayoría de jugadores, volvía sobre mis pasos hasta llegar a las acciones en las que no había estado acertado (buscaba el porqué de haber fallado pases sencillos o de haber tomado algunas decisiones precipitadas, aun a sabiendas de no poder cambiar nada de lo ocurrido). Horas después de haber jugado necesitaba unos minutos de tranquilidad para reflexionar y tratar de corregir los errores de cara al próximo entrenamiento. Lo de fallar ocasiones de gol nunca me preocupó en exceso porque sabía que crear ocasiones era síntoma de hacer las cosas bien; luego tocaba definir, pero no me obsesionaba con ello porque la finalización se puede practicar en el entrenamiento durante la semana.

Después de controlar A, B y C sabía que llegaría el punto D. Había compañeros que abiertamente depositaban sobre el árbitro el peso del resultado del partido cuando perdíamos. A muchos jugadores les resulta más cómodo hablar de un error ajeno que de decenas de fallos propios. Cuando un jugador quiere lograr su mejor rendimiento no puede basar el análisis postpartido en errores arbitrales. Uno debe estar por encima de la comodidad que da culpar a otros que pasan por tu vida en algún momento puntual. Bastante tenemos con nuestros demonios como para tratar de lidiar con los ajenos.

Sin embargo, como llegué a ver en muchos jugadores, la protesta es un elemento más de su juego. Para lograr la desestabilización del árbitro o el contrario, la protesta era un arma más. No han sido pocas las veces en las que me han señalado una falta a favor y el contrario ha protestado de manera insistente al árbitro. Pongamos un ejemplo real. Uno entre tantos. Una vez se dirige a mí para disculparse el infractor le digo: “Sabes que me has dado”. Y con una sonrisa me responde: “Ya lo sé, pero hay que meter presión al árbitro, ya sabes cómo es esto”. Ni corto ni perezoso le digo «que no sé cómo es esto», pero él sabrá lo que hace pero su estupidez a mí sólo me carga de insultos racistas por parte de sus aficionados ganándome una fama de simulador que no me merecía.

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Normalmente, en estos casos te suelen decir que no les comas el tarro, pero yo sé que hablar con educación desconcierta a los defensas más agresivos. Este tipo de jugador suele mostrar una pasión desmedida incluso para protestar jugadas que le quedan a kilómetros de distancia. En ocasiones, las quejas son una forma de quemar adrenalina pero en muchas otras se creen sus propias protestas porque desconocen el reglamento. Me hace gracia cuando un jugador ve una tarjeta amarilla por una entrada peligrosa en la que no acierta a dar al rival pero ha puesto en riesgo el físico de contrario. Eso es juego peligroso. Su argumento suele ser que “no le he tocado”. Desconocen profundamente que el reglamento dice que jugar de forma peligrosa no involucra necesariamente un contacto físico entre los jugadores; si se produce contacto físico, la acción pasa a ser una infracción sancionable con un tiro libre directo o un tiro penal, en donde el árbitro deberá considerar detenidamente la probabilidad de que se haya cometido igualmente un acto de conducta antideportiva y que ponga en peligro a alguien (incluso a sí mismo).

También tenemos a los que son amonestados tras una acción clara de sanción con tarjeta amarilla y para defenderse sueltan: “¡Es la primera que hago!» Un razonamiento bastante pueril cuando la acción merece ser castigada. En la misma categoría de infantilidad están los que dicen: “ ¡He ido a la bola!» Yo me pregunto: ¿Así que otras veces vas al jugador? Tener la intención de ir al balón debería ser una obligación y en caso de no llegar se debería aceptar la sanción y punto. A nadie le gusta que le agredan sin posibilidad de tocar el balón.

Por esta sucesión de acciones, sumadas a la caricaturización de los árbitros se  complican los partidos (muchas veces, con la ayuda de árbitros que quieren ser protagonistas a toda costa, ojo). Quien ha pisado un terreno de juego sabe que hay jugadores muy marrulleros que se dedican a embrutecer el partido y cuando el árbitro empieza a desvariar se acercan al contrario y exclaman: “Qué malo que es el árbitro, nos está perjudicando a los dos equipos”. Este tipo de jugador es tóxico. Encienden el fuego para decir que la culpa es de los bomberos porque son unos inútiles.

Conmigo no tenían la oportunidad de intercambiar comentarios. Estos jugadores suelen disfrutar en las ligas amateur creando el caos. Por desgracia es fácil intimidar al árbitro ya que las sanciones son de risa. El problema es que hay muchos matones que se dedican al fútbol sin importarles que una entrada suya a destiempo pueda afectar la vida laboral de quien la sufre. No debe ser cómodo tener que comunicar en la empresa que estás de baja porque un tipo que no se jugaba nada te ha reventado el tobillo. Muy bien en ese caso, campeón.

Fotografías: Wikicommons

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