Algo llamado racismo sacude los medios deportivos cuando un futbolista de élite se convierte en la víctima. Los aficionados muestran su consternación solo cuando el Alves de turno se come un plátano en respuesta a un muchacho que, por lo que parece, se deja el cerebro en el colgador de llaves cuando va a ver su Villarreal. Esa no sería su primera vez.
He jugado varios años a fútbol y no recuerdo que en ningún campo alguien gritara “rubio de mierda”. Bien podrían hacerlo todos aquellos que no se tiñen el pelo de rubio. En cambio cuando hay algún jugador negro, árabe o latinoamericano si que he escuchado “mono”, “moro mierda” o “machupichu”. Es curioso que quien lo dice, posiblemente, en verano se estire en una toalla en la playa para oscurecer su tono de piel consiguiendo acercarse al mono, el moro y el machupichu.
No me costaría nada encontrar a diez personas que hayan sido insultadas por su color de piel en algún campo de fútbol. Indiferentemente de la categoría. Tengo la sensación de que está todo permitido en los campos de fútbol. En las gradas y en el césped. Mientras dentro del campo se te acerca un rival a susurrarte que eres un mono de mierda y un puto negro, en la grada te lo dice el imbécil de turno a grito pelado. Por suerte no son mayoría pero, ¿los espectadores que se encuentran al lado no se sienten agredidos por el lunático? El fútbol es un submundo en el cual la ética no es necesaria.
No hablo de boquilla. He sido insultado por toda una grada al grito de mono en varios campos, pero una anécdota me dejó marcado allá por 2004. Fui como jugador del Alavés B a un campo que no creo conveniente nombrar. La grada encontró un objetivo al que desestabilizar con sus insultos. A mí. Cometieron el error de no saber que provocaban en mí el efecto contrario. A mí no me dolía que me insultarán porque contaba si las cosas se ponían feas para el equipo rival. El mal trago de la situación fue que mi pareja estaba en la grada con mi hermana, rodeadas de energúmenos llamándome de todo. A pesar de haber una niña negra no se cortaron de seguir con el paupérrimo espectáculo.
Al finalizar el partido me encontraba en compañía de mi pareja y mi hermanita cuando un señor con dos niños se acercó a decirme: “Todo lo que tienes de cabrón lo tienes de bueno”. Mi novia alucinaba porque resulta que ese tarado estaba cerca de ella diciéndome de todo. Estaba muy enfadada porque no se esperaba ese ambiente y mucho menos que el mismo tipo me diera la mano como si nada hubiese pasado.
El señor me dio lástima en diferido tras escuchar a mi novia. Aún recuerdo la situación y veo a un pobre diablo que no ha entendido el juego. Su principal objetivo, por encima de animar a su equipo era desestabilizar al rival. Ese hombre no era diferente a muchos de los aficionados que acuden a los estadios del fútbol de élite. La diferencia entre Primera División y el fútbol modesto es que en los estadios con poco público sí oyes todos los insultos racistas y ves todas las caras. Si un jugador decide revelarse contra esos racistas circunstanciales no recibe el apoyo de casi nadie. Se le suele decir que pase de ellos y que siga jugando. La cuestión es que cuando llevas pasando desde los 14 años llegas a un punto en que no pasas ni una más.
Es más grave cuando se es jugador y ves como los rivales se dirigen al árbitro llamándote “el negro este de mierda”, “al negro le voy a matar” o simplemente “¡¡¡negro!!!”, entre otras lindezas. El árbitro no les amonesta porque está tan aceptado en el fútbol ese lenguaje que aún sabiendo que es ofensivo se pasa por alto y s e le pide al negro de mierda que se calme.
La lucha contra la discriminación es un producto de moda que causa impacto con hechos puntuales, pero tras dos semanas todo sigue igual y los únicos que seguimos peleando en nuestro día a día somos nosotros, los que la sufrimos. Podría escribir miles de palabras respecto a este tema pero estoy seguro que siempre habrá gente dispuesta a encontrar algún motivo para ofender a otros que tengan una diferencia con ellas.