Cuando nació mi hijo me adentré en un universo paralelo. Solamente me importaba su vida. Era un padre que acompañaba a su mujer en el nacimiento de nuestro primer hijo, para el que solo quería lo mejor. Quería que fuera un bebé sano; es decir, era un padre exactamente calcado al resto de progenitores primerizos. En la sala de maternidad, muchos padres no suelen percatarse de lo que ocurre al otro lado de la barrera. Escuchamos, esperamos, imaginamos. Y, de repente, ahí lo tienes: te encuentras por primera vez en tu vida con tu bebé.

Esta aventura comenzó por pura casualidad. Una semana después del nacimiento de mi hijo conocí al Doctor Jean-François Morienval, facultativo en el hospital donde había venido al mundo mi pequeño. Morienval resultó ser un amante de la fotografía y como sabía que yo trabajaba con la imagen comenzamos a charlar sobre cámaras y encuadres. La conversación derivó a la obstetricía, la rama en la que el doctor estaba especializado, área que se ocupa precisamente de la gestación y el parto.

Poco a poco, cogimos confianza mutua y seis meses después Morienval me preguntaba si me gustaría fotografiar lo que ocurría dentro del quirófano cuando un bebé era alumbrado por medio de una operación de cesárea. Le respondí inmediatamente que me encantaría, pero, curiosamente, me tomé seis meses hasta que me puse a disparar las primeras fotografías.

Durante ese medio año no perdí el tiempo: lo dediqué a preparar mi ‘aterrizaje’ en medio de un equipo médico que asiste en los partos por cesárea. Había que pedir permiso para sacar esas fotografías en la clínica donde haríamos el trabajo y, a su vez, había que conseguir la autorización de una serie de madres que quisieran participar en el proyecto. Además, no menos importante era mi preparación mental para el trabajo que iba a acometer.

Y llegó el momento. Una tarde, el Doctor Morienval me llamó para decirme que todo estaba en orden para que debutara en una cesárea que se practicaría al día siguiente. Tenía que presentarme en el hospital a las ocho en punto de la mañana: dormí realmente mal aquella noche. De buena mañana, no obstante, estaba listo. Tuve la impresión de retroceder un año en el tiempo. Regresaba sin quererlo al nacimiento de mi hijo. Al llegar a la clínica, el equipo médico estaba al completo y preparado para comenzar a operar. Él –Morienval, quién si no– me miraba por el rabillo del ojo para cerciorarse de que no iba a huir del quirófano. Realmente, no iba desencaminado el doctor; allí en medio yo no sabía dónde meterme. Así que me escondí detrás de mi cámara y me puse a hacer mi trabajo.

Todo ocurrió muy rápido. Lo que vi allí fue una bofetada en toda la cara. Fotografié durante todo el tiempo que duró la cirugía. Cuando la operación hubo acabado, me marché a casa.

Me veo bebiendo café como un loco y meditando durante varios días sobre el parto al que había asistido. De lo único que estaba seguro es de que no volvería a ver la vida de la misma forma.

Para rematar el proyecto, volví a meterme en quirófano cuatro veces más. Una vez entregadas las fotos que el doctor me había pedido, pensé que aquel trabajo había finalizado. Sin embargo, tiempo después me dio por recuperar las imágenes de los cinco bebés a los que había retratado con mi cámara. ¿Qué ocurría? Simplemente, mi fascinación por aquellas imágenes no había desaparecido lo más mínimo. Ese es el momento en el que decido desarrollar más aquella historia y profundizar en una serie temática donde el primer plano lo ocupan unos recién nacidos a los que creí que podía extraer todo su potencial artístico. Aquellos bebés se habían convertido en unos modelos en miniatura. Contacté de nuevo con el Doctor Morienval y con su clínica y volvimos a dar con varias madres dispuestas a que yo captara en imágenes el nacimiento de sus criaturas. El proyecto CESAR acababa de nacer y, a día de hoy, ya he fotografiado a más de 40 niños.

El punto de vista que tenía del nacimiento de una persona ha cambiado. He descubierto los peligros que encierra nuestra venida al mundo. Esa es la razón que me lleva a enseñar los primeros momentos de vida del ser humano, los segundos iniciales de su existencia. De hecho, me interesan apenas esos primeros segundos. Solamente. Esos instantes son los que me siguen alucinando. Los nacimientos humanos son como un motor que nunca se apaga. A cada instante que pasa, una madre alumbra a un niño. A lo ancho y largo del mundo, a cada instante, alguien está naciendo. Los nacimientos nunca se detienen.

Actualmente, no solo sigo ahondando en esta temática, sino que estoy retratando también partos de animales. Nacer es un concepto universal. Igual que la muerte. Porque la muerte acaba llegando. Y, sin embargo, cuando alguien muere no deja de sentirse amor.

He conocido a gente que ha calificado mi trabajo como «poco apropiado» o «desagradable a la vista». Son las mismas personas que me han dicho que no tengo derecho a mostrar en imágenes a niños que nacen ensangrentados a consecuencia de la cesárea. Incluso algunos críticos han llegado a afirmar que mis fotos no son reales, insinuando que se trata de montajes. Su planteamiento es absurdo: los niños no nacen entre algodón y rosas.

A aquellas personas a las que sí les fascina mi trabajo les doy la oportunidad de observar con todo lujo de detalles la violencia que conlleva el nacimiento de una persona. Dentro de este grupo, algunos –entre los que debo incluir a mi mujer– me han empujado a seguir desarrollando esta temática porque desvela la belleza que encierra el parto de un bebé.

Pido perdón por no haber sido suficientemente claro. Soy consciente de todo lo que se podría explicar sobre este proyecto, pero no quiero redactar todas las sensaciones que encierra: prefiero que lo veas con tus propios ojos y tú mismo seas quien se cree una opinión al respecto de mis fotografías.

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Christian Berthelot nació en 1976 en la región de Bretaña (Francia), lugar en el que reside y trabaja en la actualidad. En 2002, concluyó su formación como fotógrafo y comenzó a trabajar en el mundo de las artes escénicas, retratando a compañías de teatro y danza. En 2012, después de que su camino se cruzara con el del Doctor Morienval, descubrió que el nacimiento de un bebé podía ser la mejor de las obras teatrales que se podía fotografiar. Acababa de nacer el proyecto CESAR.

Más información de Christian Berthelot en su web personal.

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