Fotografías: Ismael Llopis (Momo-mag)

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Erika Irusta (Euskadi, 1983) no ha escrito un libro sobre mujeres y para mujeres, ha escrito todo un compendio, un diccionario, una enciclopedia de vida. Diario de un cuerpo (Catedral Books) es un organismo vivo, animal sangrante y vulnerable, que habla desde el cuerpo no normativo. Un cuerpo que llora, que se transforma, que avanza y retrocede, que se retuerce en la premenstrual y que florece en la ovulatoria. Erika Irusta consigue ofrecer palabras allí donde antes hubo muecas de dolor, encogimiento de hombros y silencios. Diario de un cuerpo ha venido a romper los tabúes que durante siglos se han formado alrededor de la mujer menstruante. No somos una, somos cuatro.

El embrión de este libro es elcaminorubi.com. ¿Cómo das el salto a la literatura?

Yo soy pedagoga de formación, estudié en Deusto. Cuando llegué a Barcelona y trabajé de lo mío, vi que eso no era lo que yo quería. Me estuve formando como doula y empecé a trabajar con una comadrona en 2009. Montamos un espacio para acompañar a embarazadas. Durante este tiempo, yo tuve el deseo de la maternidad y me quedé embarazada, pero perdí el bebé. Ahí me empecé a obsesionar, quería ser madre a toda costa. Es gracioso, porque yo en aquel momento tenía 25 años y los médicos me decían que era demasiado joven, ahora que tengo 33, tampoco es el momento.

Si quieres ser madre a los 25 eres muy joven, no sabes qué haces. A los 30 estás en plena carrera profesional, estás loca, a los 37 te dicen que ya se te ha pasado el arroz, que eres vieja para quedarte embarazada.

Tienes razón. A raíz de querer quedarme embarazada, empecé a investigar acerca del ciclo menstrual, la ovulación. Esto, juntamente con mi trabajo con la comadrona acompañando a las embarazadas, me hizo darme cuenta de que las mujeres sólo prestábamos atención a nuestro cuerpo cuando teníamos una barriga gigante y un bebé dentro. Me di cuenta de que las mujeres no sabemos cómo funciona nuestro cuerpo antes del embarazo, es decir, antes de la reproducción. Buscamos el embarazo o lo evitamos, con pastillas y otros métodos anticonceptivos, pero nunca investigamos qué pasa con nuestro cuerpo.

Bueno, de los efectos secundarios de las pastillas anticonceptivas se habla más bien poco.

De hecho, hay mujeres que nunca han sido conscientes de su propio ciclo hormonal, que queda regulado con estas pastillas. Poco a poco me di cuenta de que existía una desconexión entre el cuerpo de la mujer, de cuello para abajo, y su cerebro. Veía mujeres que querían un parto natural y que acababan con una cesárea. Veía como yo intentaba quedarme embarazada y no dejaba de tener la regla. Siempre digo que soy una mujer lombriz porque de la mierda hago abono, así que empecé a fijarme en mi menstruación y en lo que le estaba pasando a mi cuerpo antes de ser madre. Tras darle algunas vueltas y hablarlo con diferentes personas, me di cuenta de que lo que me apetecía hacer era trasladar toda esa información a las adolescentes, para que conociesen su cuerpo. En 2010 empecé a hacer algunos talleres pedagógicos y a desarrollar un verdadero programa pedagógico alrededor de la menstruación. Con las adolescentes fue un fracaso, así que comencé a trabajar con mujeres adultas. Al fin y al cabo, es la madre la que te enseña el proceso de tu menstruación. Y ahí nació elcaminorubi.com, con una voluntad totalmente pedagógica. Debo decir que, en el momento de concebir el proyecto, nunca fui consciente de estar actuando como pedagoga, me consideraba una tallerista. Luego me cercioré de que el planteamiento era pedagógico y que siempre había estado ejerciendo como pedagoga. Al principio me centré en un enfoque más antropológico y simbólico, pero pronto lo abandoné porque no quería meterme en lo místico y lo esotérico, eso no me interesaba. Imagina que llega una testigo de Jehová a tu puerta y te empieza a explicar la menstruación a través de la palabra de Dios… Tenía que tener cuidado con eso. Quería una pedagogía menstrual que todas las mujeres pudiesen entender y que, después, cada una la condimentase a su manera. Fue mucho más tarde cuando me di cuenta de que estaba generando un espacio educativo que no existía en nuestra sociedad. Ahí fue cuando nació el término pedagogía menstrual.

Las cosas no existen hasta que alguien la nombra, decía George Steiner, ¿no?

Claro. A veces me han identificado como la única pedagoga menstrual del mundo, no sé si soy la única, pero sí le he puesto un nombre. Desde la educación hay muchas mujeres maestras y profesoras que educan en estos términos. De hecho, la educación menstrual existe en otros países. Sin embargo, es diferente ser educadora menstrual que ser pedagoga menstrual, porque lo último implica trazar un plan pedagógico y elaborar contenidos.

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La educación sexual / menstrual siempre se ha abordado desde un punto de vista reproductivo, nunca se ha abordado desde un punto de vista cultural o filosófico, por ejemplo.

Tampoco se ha hecho ninguna crítica política a la educación menstrual que recibimos. Por eso yo me empeño en llamar a lo que yo hago pedagogía, y no educación, porque el término educación se queda corto. Es difícil comprender el trabajo de un pedagogo, que es un teórico de la educación. Yo me dedico a generar pensamiento y a crear sitios nuevos, abrir brechas, para que la menstruación se pueda enfocar desde otra perspectiva. Yo en mis talleres, hago de educadora, pero educo en base al conocimiento que he ido generando como pedagoga. Mi tarea consiste en hacer una reflexión filosófica de lo que supone el ciclo menstrual en la cultura. El problema de la menstruación no reside en su origen fisiológico, sino en la percepción cultural que existe de ello en la sociedad.

¿Podría esta educación/pedagogía menstrual extenderse a los hombres?

Esta es una pregunta que siempre intento responder con mucho cuidado. En primer lugar, mi pedagogía tiene como objetivo que las mujeres adultas aprendan a habitar su cuerpo. Hablo de mujeres adultas porque son ellas las transmisoras, las que generan espacios de conversación. Esos espacios de conversación, con las adolescentes, por ejemplo, deben ser coherentes: la teoría con la práctica. Las adolescentes se suelen quedar con que las adultas decimos una cosa y luego hacemos otra. Eso no sirve de nada: genera conceptos que no se pueden aplicar. Además, eso nos hace perder la autoridad. La primera fase de mi pedagogía consiste en trabajar con las adultas: bajar al cuerpo y okuparlo, con k. Hay que okupar el cuerpo. A partir de ahí, cada mujer debe diseñar sus fases y estrategias para que realmente esto suponga un cambio social. Tenemos que llegar a una verdadera cultura menstrual, que no es más que una cultura de cuidados. Una vez hayamos conseguido esto, se podrá trabajar con las niñas y las adolescentes, y también los niños. Los hijos e hijas tienen que darse cuenta, saber, que su madre es cíclica. Y luego está la fase de contárselo a los hombres que habitan en nuestro entorno. Pero son las mujeres las que lo tenemos que hacer, no sirve de nada que una educadora como yo se lo explique, ya que entonces todo se reduce a “la experta dice que…” y eso no crea conciencia. Esto, además, puede ser peligroso, ya que puede llevar a una usurpación del fenómeno menstrual. Ya existe una aplicación que se llama iCasanova que sirve para ver cuándo ovulan tus chatis o para saber cuándo no quedar con ellas, por ejemplo, en premenstrual porque no nos aguanta ni Dios.

No tenía ni idea.

Esto fomenta el concepto de mujer cosificada. Es una aplicación para saber cómo funciona el juguetito mujer. Es por esto que primero necesitamos manejar la información nosotras, no ellos. Debemos generar conocimiento y trabajar como agentes sociales con y hacia nuestro entorno masculino, pero no cederles la información a las primeras de cambio.

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¿Cómo encaja tu pedagogía con el discurso feminista de la igualdad?

La igualdad no existe. La igualdad que nos ofrecen es asimilarnos al cuerpo masculino. Eso no es igualdad, es un engaño, que además está orientado a la producción. La igualdad que algunos proponen supone una amputación. El hombre siempre ha representado lo espiritual, la perfección. Nosotras somos la materia, lo falible, lo mortal, el animal de segunda. La mujer, a día de hoy y en muchos ámbitos, no deja de ser un objeto que te da hijos, es un contenido. A lo largo de la Historia, se han hecho diferentes estrategias de marketing hacia la mujer, pero la concepción fundamental hacia las mujeres no ha cambiado. La igualdad tendría sentido cuando los cuerpos masculinos leídos como hombres entendiesen y comprendiesen que también son seres cíclicos, hormonales y químicos como nosotras. La igualdad no va de que nosotras nos amputemos hacia la asimilación del amo, sino a reducir esa concepción del hombre-dios y volverlo a tratar de lo que es: un animal más. Yo soy antiespecista y reivindico que todos somos animales, eso es un hecho. Y como animales, tenemos cambios químicos, porque somos química en relación con un entorno. Esto es una realidad biológica. Sin embargo, la base de nuestro consumo cultural es la aspiración a Dios. En definitiva, la igualdad pasa porque el hombre comprenda que él también es un ser hormonal, químico, cíclico y animal. Ahí es cuando podremos empezar a hablar de igualdad, que por otra parte, es una quimera muy dolorosa, ya que siempre nos han hecho creer que si hacíamos ciertas cosas, podríamos llegar a formar parte del “club de los chicos”. Y eso es una mentira. La mujer menstruante nunca va a poder entrar en ese club, porque no tiene el cuerpo normativo y eso es una puta quimera dolorosa que hace que nos amputemos para asimilarnos al amo.

En tu libro alertas de lo peligroso que puede resultar que el departamento de recursos humanos se introduzca en nuestras bragas. Por ejemplo: en pre ovulatoria somos más productivas. ¿Cómo nos puede afectar que esa información llegue a nuestros jefes?

Sí, eso es peligrosísimo. Imagina que tú trabajas en una empresa donde se dan cursos sobre el cuerpo cíclico y el departamento de recursos humanos te controla el ciclo: es decir, sabe cuándo vas a estar más productiva. Te darían fiesta los días que lo necesitases, por dolores premenstruales o menstruales, pero luego te exigirían el doble, porque estarías en pre ovulatoria, que es cuando estamos más productivas y más sociales. Se trataría, una vez más, de la cosificación del cuerpo de la mujer: hacerla un objeto del que se van acumulando datos para explotarlo más y mejor. Para ellos, no dejamos de ser un objeto. Si les damos las instrucciones, supondrá nuestra perdición.

Lo que hay que hacer es generar una cultura de cuidados: dejar de lado la cultura neoliberal de la producción y orientarla a una cultura de cuidados. Llevamos un tipo de vida similar al de las máquinas. En Estados Unidos, ya hay gente que toma pastillas para no dormir y poder trabajar más. Y es que dormir, dentro de poco, se va a convertir en un lujo. No podemos alejarnos de nuestra animalidad, que es lo que quiere el sistema capitalista para aumentar la productividad.

¿Cómo te relacionas tú con el mundo de la apariencia y el buenismo desatado? No digas palabrotas, no te cagues en todo, respeta y todas esas directrices que van asociadas al “traje mujer”.

Las palabrotas son geniales, pero el traje mujer-cultural que llevamos no las admite. En nuestra sociedad sólo las putas, las chonis, las verduleras, las vecinas cotillas, las analfabetas, las de la mala vida hablan así. Ellos no, ellos pueden usar las malas palabras que quieran siempre. Yo digo muchas palabrotas, como acto reivindicativo y porque es el lenguaje que se usa en la calle. Bárbara Ehrenreich tiene un libro: Sonríe o muere, trampa del pensamiento positivo en el que explica su relación con el cáncer que le diagnosticaron. Cuando le estaban poniendo la quimio y ella se cagaba en todos los muertos, las enfermeras le decían que con esa actitud no se iba a curar, que estaba desanimando a las demás pacientes y que la iban a sacar de la sala porque era una mala influencia. El hacernos pensar que todo está bien al sistema le viene de puta madre porque nos acerca a la robotización que se busca desde los mercados y el sistema capitalista. La cultura Mr. Wonderful está haciendo mucho daño.

Y encima te tienes que callar porque si no, eres una amargada.

A las mujeres siempre se nos ha negado la rabia porque en el traje de mujer no queda bien el enfadarse y enviar a la gente a tomar por el culo. Al final, siempre piensas que el problema es tuyo: soy una deslenguada, una histérica, una amargada, una macarra… Eso se ve muy claro durante nuestra fase premenstrual, que es cuando solemos tener esa actitud. Yo siempre digo que en esta sociedad hacen falta hordas de premenstruales dejando las cosas claras. El pensamiento positivo es el nuevo opio del pueblo. Ahora no tenemos Dios, somos pocos religiosos, para ello tenemos el pensamiento positivo. Mientras la gente crea que el problema es suyo, no criticará al sistema. El mundo va mal porque tú no sonríes lo suficiente, porque tú tienes una mala actitud ante la vida. Y eso no es así: el mundo va mal, hijo de puta, porque te lo estás cargando y nos estás explotando.

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Volvamos, para finalizar, a Diario de un cuerpo, libro en el que te desnudas. ¿No te da miedo manera exponerte y desangrarte, teniendo en cuenta que es un libro de no ficción?

Sí, da miedo. En el libro no hay ni una gota de ficción, al igual que en mi web, que siempre he escrito y construido desde mis tripas. No sé escribir de otra manera. Yo escribí este libro porque necesitaba entenderme. Era más la desesperación de no poder entender qué estaba pasando en mi familia que el miedo a la exposición. Yo empecé el diario por esa necesidad de comprender, y llegó el momento en el que tuve que asimilar que esto se iba a publicar. Siempre he hablado desde el cuerpo y de manera honesta conmigo misma, no lo podría hacer de otra manera.

¿Cómo se relaciona este libro con tu entorno?

Ni lo sé ni quiero saberlo, y el día que lo sepa, nunca lo voy a contar. El tiempo de después a esta exposición va a ser mío. Y ha habido suficientes tripas. Me merezco y deseo esa intimidad.

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