Para un español menor de 30 años recién llegado a Brasil encender la televisión supone volver a la infancia. Los programas de la mayor parte de las cadenas que se sintonizan en Río de Janeiro retrotraen al espectador ibérico a los tiempos en los que Tele 5 daba sus primeros pasos con el productor búlgaro Valerio Lazarov como cerebro pensante. El colorido de los decorados, el tono de los presentadores, la temática ligera de muchos de los programas, el gusto por la sobre actuación en la narración de los sucesos… Algún experto televisivo podría analizar con detenimiento las características comunes entre la televisión brasileña actual y la que comenzó a emitirse a través de los canales privados en la España de principios de los 90. Sin embargo, en medio de esta materia de estudio, se cuelan excepciones. En O Globo Esportes, el programa deportivo del gigante mediático que precede al informativo del mediodía, organizaron el pasado martes una tertulia futbolera que mereció llevar el nombre de tertulia. No hubo gritos ni insultos ni presuntas exclusivas impactantes. El quinteto de participantes se dedicó a comparar dos de las selecciones que mejor fútbol han practicado en la historia de los Mundiales: la brasileña que acudió al campeonato de España’82 y la española que conquistó el trofeo hace cuatro años en Sudáfrica.
Zico, Sócrates, Falcâo, Cerezo, Eder y Júnior son algo más que siete nombres de futbolistas para la torcida verdeamarela. Son siete magníficos que se retiraron sin haber logrado el objetivo con el que sueña todo minino, todo pequeñajo que empiece a pelotear en las calles de Brasil. Esa generación magnífica no pudo ganar el Mundial y, sin embargo, eso no es óbice para que sean recordados a la altura de otros futbolistas que sí lo consiguieron como Pelé, Garrincha, Jairzinho, Romário, Bebeto, Ronaldo o Rivaldo. La diferencia entre uno y otro grupo es sustancial. Mientras que los primeros eran centrocampistas –porque hasta Júnior podía jugar en la zona ancha y, de hecho, se sumaba a la medular desde el lateral durante todo el partido–, los segundos fueron delanteros. El septeto maravilloso que encabezaba Zico fue, para muchos, la quintaesencia del jogo bonito, la marca con la que se exporta el fútbol brasileño pese a que hace casi 30 años que no se practica en su concepción más pura en el seleccionado nacional. El juego de aquel Brasil en aquella España de 1982, de Naranjito y Leopoldo Calvo-Sotelo, era sublime y, además, goleaba. Le ganaron 2-1 a la URSS y arrasaron a Escocia y Nueva Zelanda para cerrar la primera fase.
Eran candidatos a reeditar las glorias de Pelé, condición que reafirmaron ganando 3-1 a la Argentina de un bisoño Diego Armando Maradona, que tomaría nota para convertirse en campeón del Mundo cuatro años más tarde. Solo tenían que plantarle cara a Italia, rascar un empate y plantarse en semifinales, donde esperaba la Polonia de Boniek. En Youtube están disponibles íntegros y comentados en varios idiomas los duelos contra argentinos e italianos. Se sudaban camisetas ajustadas y pantalones demasiado cortos para la estética reciente: eran los 80. Sobre el césped del desaparecido Sarrià, los brasileños regalaron dos odas al buen juego. Contra Argentina todo fue perfecto, pero ante Italia se estrellaron contra un delantero que haría historia en aquel verano español: Paolo Rossi, quien pasó en unos meses de estar suspendido por participar en apuestas ilegales a ser el máximo goleador de aquel Mundial marcando seis goles en sus tres últimos encuentros. Los primeros tres, ante Brasil.
“Aquella seleçâo tenía un problema muy importante: sus transiciones defensa-medio campo eran lentas y defectuosas. Se perdían muchos balones”, comentó uno de los tertulianos en el programa de O Globo mientras la pantalla mostraba los tres tantos que Rossi endosó a los brasileños ese 5 de julio, 32 veranos atrás. Aquel Brasil fue maravilloso gracias a la fábula de unos centrocampistas que robaban, tocaban, corrían, combinaban, regateaban y sorprendían al público con mil recursos técnicos antes de golear. Esas características también se le podrían aplicar a los hombres de la selección española y el FC Barcelona, los grandes dominadores del fútbol entre 2008 y 2012. ¿Por qué unos ganaron tanto y otros tan poco? ¿Por qué Zico se retiró sin una Copa del Mundo cuando lo logró todo con el Flamengo, paliza al Liverpool en la Intercontinental incluida?
La diferencia está en los extremos. Mientras Xavi, Iniesta, Silva, Cesc, Xabi Alonso, Busquets, Mata y, más recientemente, Jordi Alba (un Júnior a la española) han estado bien escoltados por grandes efectivos en portería, defensa y ataque, la banda de Zico y Sócrates adolecía de contundencia en ambos extremos del rectángulo. Serginho, el punta que alineaba Tele Santana en aquel Brasil del 82, era un tipo alto y desgarbado, que trabajaba mucho, pero veía poco gol: solo hizo dos de los 15 tantos brasileños en los seis partidos del Mundial’82, a una media de más de dos por encuentro. Sin embargo, era atrás donde más sufrían los sudamericanos y donde, por contra, más segura podía estar la España que fue a Sudáfrica.
“Supieron recuperarse tras perder el primer partido contra Suiza –apuntó otro periodista en O Globo– aunque tuvieron la fortuna de perder el partido que menos daño les podía hacer. El primero”. Tras la repetición del desafortunado gol encajado ante los helvéticos –uno de los dos recibidos en los siete compromisos del torneo, incluida la final–, la televisión encadenó las seis victorias españolas en Sudáfrica, cinco de ellas por la mínima. Toque, toque, toque. El espíritu del jogo bonito vestido de rojo. Loas de los periodistas a la manera de jugar de los de Vicente del Bosque. Por fin, el estilo Tele Santana saliendo campeón en una gran cita. El presentador decidió que había llegado el momento de decidir: ¿Zico o Iniesta? Zico contestaron todos. No es extraño: el Pelé blanco es estimado en su país hasta límites insospechados, especialmente en su Río natal, como si el cariño de la gente pudiera sustituir su infortunio en los Mundiales: no convocado en el 74 por demasiado joven, suplente en el 78 por no casar con el juego rancio del técnico, eliminado por los pelos en el 82 en pleno apogeo de carrera y facultades y mermado por una lesión rotuliana en el 86, donde falló un penalti que podría haber llevado a Brasil a las semifinales y haber eliminado a la Francia de Platini. Entonces, ya con 33 años, Zico estaba mayor. Toda su generación empezaba a estarlo. A España, en Brasil, con el mismo esqueleto que hace cuatro temporadas en África del Sur le puede pasar lo mismo, aunque su presión por ganar será diferente, casi nula: ya lo hicieron.
Volviendo a la televisión, en el programa todos dijeron “Zico”. Todos menos uno. Uno se atrevió a apostar por Iniesta y el presentador acabó dándole la razón a su planteamiento: “A pesar de que Zico ha sido y será más que Iniesta como jugador, Iniesta está casi a su altura. Y, además, metió un gol que vale un título. Estuvo donde había que estar”. “La hinchada del Flamengo no debe estar muy de acuerdo contigo”, le bromeó el presentador.
La imagen llevó a los telespectadores al Soccer City de Johannesburgo. Iniesta percutiendo ese match ball que no pudo atajar Stekelenburg en la interminable prórroga de la final del Mundial 2010. Gol y título, triunfo del juego bello, del sello brasileño vestido de traje español. Iniesta, ese centrocampista que apenas mete goles, pero que cuando los mete es porque esos goles valen para mucho, disfrazado de Zico, el ’10’ que gozaba en el área rival, posiblemente, junto a Cruyff y Di Stéfano, el fantasista más grande de todos los tiempos sin Mundial en su palmarés. El día que entre en Maracaná para jugar contra Chile el segundo partido de la primera ronda, Iniesta pasará a pocos metros de una pared, cercana a la estación de metro por terminar que se supone que va a dar servicio al estadio, donde está pintado Zico, de nombre Arthur Antunes Coimbra, vestido del granate y negro del Flamengo de sus amores.
Club y jugador son la pasión eterna de Río de Janeiro. Pensar en Zico es sentir nostalgia del jogo bonito. Tras su quinta llegaron centrocampistas mucho más físicos y torpes con la bola, como Dunga o Mauro Silva. La concepción del balompié cambió para levantar dos Mundiales más, pero el éxito no llegó a borrar la alarmante falta de un enganche como aquel mediapunta actual seleccionador de Irak. Precisamente, es un brasileño nacido en Italia, pero con pasaporte y sentimiento español, Thiago Alcantara, quien mejor representa ese perfil en el plantel de España. A sus 23 años, el futuro pasa por las botas de este hijo de Mazinho, que junto a Dunga y Mauro Silva, fue el tercer medio de Brasil en la conquista de la Copa del Mundo’94. Por mucho que los torcedores piensen en lograr el hexacampeonato en 2014 de la mano del rocoso Scolari, en Brasil saben que la estética sigue siendo la forma más ética para buscar el triunfo. Sobre todo si se derrocha el talento para ello. Y a Zico, como a Iniesta, le sobraba. Para los que no lo vieron siempre les quedarán los vídeos de Internet, aunque nada podrá compararse a esas tardes en Sarrià, en Barcelona.