guddie

Esta no es una historia cualquiera, sino la historia de un chaval que debuta con la selección absoluta de su país sustituyendo nada más ni nada menos que a su propio padre. Es una tarde de 1996 y Eidur Gudjohnsen, que cuenta con apenas 17 años y lleva el dorsal ’13’ en la espalda, espera en la banda al lado de un cuarto árbitro FIFA vestido con un chandal Adidas que ahora podríamos encontrar perfectamente en alguna tienda de ropa vintage. Su padre, Arnór Gudjohnsen, un referente del futbol islandés de los ochenta que había hecho carrera en el Anderlecht, se acerca a él, le da un beso en la mejilla y se retira del campo camino del banquillo. Islandia gana ese partido contra Estonia por 0-3, pero nadie en ese momento, ni en Tallinn ni en ningún otro sitio, puede llegarse a imaginar que ese joven debutante acabará convirtiéndose en el jugador más importante de la historia del país.

Años más tarde, en el partido de vuelta de unos cuartos de final de la Champions League, Gudjohnsen marca el primero de los cuatro goles que servirán al Chelsea para eliminar al Barcelona de Ronaldinho, Deco o Eto’o. Han pasado casi diez años desde su debut y Guddy es un delantero atípico pero eficaz, un portento físico llegado del norte que tras varias campañas en Londres se ha ganado la confianza y el cariño de Stamford Bridge. Siempre haciendo su papel de actor secundario, el islandés ha conseguido lo que ni Hasselbaink ni Crespo ni Mutu han conseguido: permanecer en el galáctico Chelsea de Mourinho y Abramovich. Esa noche, antes de que los blues certifiquen el pase a semifinales, desde el banquillo rival Frank Rijkaard anota el nombre de ese bacalao rubio de metro noventa que sin ser Drogba, Lampard o Cech le ha jodido la eliminatoria. Un año después, con el Barça recién proclamado campeón de Europa ante el Arsenal en París, Henrik Larsson confirma su adiós del club azulgrana. Durante días la prensa deportiva catalana especula sobre quién será su sustituto y, por lo tanto, encima de quién recaerá la responsabilidad de ser el nuevo sacacorchos del equipo porque Larsson es un jugador que con sólo dos años en el Camp Nou se ha ganado el amor de los culés haciendo un papel de revulsivo en las segundas partes. Suena el nombre de Diego Forlán, por aquel entonces en el Villareal y suena, incluso, el del argentino Hernán Crespo. Es en esos días cuando Rijkaard, recordando aquel partido de la primavera de 2005 en Londres, acaba decidiéndose por Gudjohnsen. El entorno social del club parece no entender la situación, los periódicos publican titulares en los que se puede leer ¿Gunjon… qué? y los hinchas se preguntan si alguien nacido a medio camino entre Europa y el Polo Norte será capaz de aclimatarse a una ciudad como Barcelona.

En efecto, las peores profecías sobre nuestro amigo Eidur se cumplen en el transcurso de sus tres temporadas en Catalunya. El islandés no se adapta al rol por el que parecía haber llegado a Can Barça. En su primera temporada, una lesión de Eto’o le abre las puertas de la titularidad duranto casi cuatro meses, pero ante la sorpresa de todos, el nórdico acaba perdiendo el sitio y viendo desde el banquillo como incluso Saviola -el quinto delantero del equipo- le roba la titularidad. La temporada siguiente, con el fichaje de Henry y la explosión de Messi, Gudjohnsen juega aún menos y marca apenas cinco tantos en toda la campaña. Es el Barça en el que Ronaldinho ya no sonríe, en el que Deco ha perdido el compás del centro del campo y en el que un jovencísimo llamado Bojan, un chaval de la Masia con cara de adolescente angelical, pasa por delante de Eidur en los planes de Rijkaard y se acaba convirtiendo en el delantero con más minutos en el tercer tercio de temporada. Es entonces, ese verano, cuando la figura de Guardiola emerge del filial para sustituir al alicaído a Rijkaard y una nueva era empieza en el Camp Nou. La renovación de piezas en el vestuario culé es intensa, pero, otra vez, ante la sorpresa general, Gudjohnsen acaba quedándose. Dos meses más tarde, en un partido de las primeras jornadas ligueras ante el Betis, el nuevo Barça de Guardiola se encalla en un empate a dos que parece inamovible; en la segunda parte, el técnico catalán sustituye a Eto’o y pone en su sitio a Gudjohnsen, que pocos minutos después remata un centro de Dani Alves y marca el 3-2. Ese gol, uno de sus últimos como azulgrana, lo celebra corriendo locamente y golpeándose el pecho con la mano mientras parece gritar alguna frase en un idioma indescifrable para la mayoría de mortales. Es el gol de un delantero de los de antes, de alguien criado en un futbol vertical y físico, donde los atacantes corren, saltan y luchan cada balón aéreo y donde la posesión es algo menos importante que una tienda de parasoles en Reykjavik. Como si se tratase de un bacalao obligado a vivir en aguas dulces, esa celebración es la de alguien que en medio de ese futbol elegante y de toque, más próximo al arte que al deporte, parece querer decir “no sé bailar como vosotros, pero también existo”. Ese gol y esa celebración es uno de los últimos recuerdos de Gudjohnsen en Barcelona, en una época en la que acabó jugando de centrocampista defensivo como suplente de Busquets y Touré y que todo el mundo recuerda porque con un juego sublime se obtuvo el primer triplete de la historia del club. Pocos, en cambio, se acuerdan de que Guddy también estuvo allí. Después de aquello, un declive lento y poco doloroso pasando por equipos como el Monaco, el Tottenham, el AEK de Atenas, el fútbol chino o el Molde noruego, su equipo actual, esperaban a su testa rubio platino.

Esta es la historia, pues, de un jugador que debutó sustituyendo a su padre y que se acabaría convirtiendo en el primer islandés en ganar la Champions League. La historia de un delantero capaz de enamorar tanto a Mourinho que, cuando el volcán islandés Eyjafjallajökull entró en erupción, en 2010, el técnico luso lo denominó “volcán Gudjohnsen” debido a la difícil pronunciación del nombre original. La historia, en definitiva, de alguien que con 37 años y tras dos décadas en los terrenos de juego logra, por fin, debutar con su selección en una fase final de la Eurocopa. Y eso, tratándose de un país con la mitad de población que Zaragoza, sí que parece una historia de cuento más que una realidad.

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