A pocas semanas del comienzo de la liga de baloncesto más prestigiosa del planeta, tras una intensa pretemporada a la cual precedió uno de los veranos más prolíficos en movimientos de agentes libres, en el cual Cleveland parece haberse llevado el ‘Gordo’ incorporando a Lebron James, Kevin Love y una gran batería de veteranos cumplidores de roles fundamentales en un equipo que aspira a lo máximo, sería muy sencillo hablar del curso 2014-2015 que está a punto de iniciarse en la NBA. No obstante y aprovechando el ligero tirón mediático del que gozó el reciente Mundial de Baloncesto Femenino celebrado recientemente en Turquía, en el cual la Selección Española, en una gran demostración de solidaridad, sacrificio y pundonor, logró la mejor clasificación de su historia siendo derrotada por el todopoderoso, aunque mermado, USA Basketball Women’s Team, se puede aprovechar la ocasión para analizar el campeonato en el que compiten las integrantes de tan impresionante equipo: la WNBA –Women National Basketball Association–. O como se le suele llamar: «La otra NBA».
Fundada en 1996 (sí, hace menos de 20 años), la WNBA surgió como alternativa a diversas ligas de menor entidad que venían disputándose de forma regular en el baloncesto femenino americano. La principal intención era asentar en el repleto calendario deportivo del país un campeonato de gran nivel para mujeres que permitiera un desarrollo profesional de la canasta femenina. Durante mucho tiempo, ese talento se había perdido y dispersado tras la etapa universitaria de las jugadoras. Así, la nueva WNBA se estructuró bajo un formato organizativo (tope salarial, normativa de jugadores, sistema de draft, etc) y competitivo similar al de su versión masculina, es decir una liga dividida en dos conferencias –Este y Oeste– formadas por seis equipos cada una. Estas doce escuadras compiten en una temporada regular de 34 partidos (todos contra todos) disputados en tres meses, tras los cuales los cuatro mejores equipos de cada Conferencia disputan unas Semifinales y Finales de Conferencia al mejor de tres partidos. Esa es la antesala de la gran final disputada por el Campeón del Este y el del Oeste al mejor de cinco duelos.
El aficionado español de la NBA que nada sepa de la WNBA no tardará en darse cuenta de una de las características más especiales de esta liga femenina. La gran mayoría de equipos, salvo la franquicias de Tulsa Shock y Conneticut Sun, pertenecen a ciudades en las cuales ya existen o han existido franquicias NBA y, en su gran mayoría, disputan sus partidos en los mismos pabellones.
Sin embargo, esta competición ha sabido volar sola. La WNBA a nivel organizativo destaca por ser una liga que goza de una cercanía notable con sus aficionados. A sabiendas de la dificultad de competir con la excelente gestión de marca/imagen, posición global y mediática de su versión masculina, la WNBA busca constantemente formas de diferenciarse como «producto» intentando crear eventos muy participativos durante la temporada para involucrar a los aficionados lo máximo posible. Uno de los principales hechos derivados de esa búsqueda de diferenciación lo encontramos en el calendario de la Liga que se disputa entre los meses de mayo y septiembre coincidiendo con no sólo las vacaciones escolares. No es capricho del destino. Los rectores de esa competición aprovechan las vacaciones para atraer a familias enteras a sus pabellones y se ahorran la competencia de su ‘hermano mayor’. El fin de temporada de la NBA acontece antes de la llegada del verano, produciendo un vacío competitivo en el que echan una mano otras ligas masculinas influyentes del deporte norteamericano como la NFL (hockey hielo) o la NHL (fútbol americano), en esos momentos en fase de pretemporada.
De esta forma, la MLS –la Major League Soccer, el retiro dorado de futbolistas como Beckham, Henry y ahora Raúl González, que toma el relevo de Pelé en el Cosmos neoyorquino– como rival mediático de peso a nivel de audiencia televisiva, hecho que ayuda a la WNBA a gozar de buena visibilidad y un nivel de audiencia más que correcto. Sin duda, mucho mayor proporcionalmente que el magro seguimiento mediático del que disfruta la Liga Femenina española. Por esta razón, no es extraño que en la WNBA se cuide hasta el último detalle. Es un negocio deportivo que se precia por su profesionalidad y no escatima esfuerzos en demostrar esas virtudes. Es destacable el alto nivel de implicación con el que obsequia a sus aficionados, a los que hace participar constantemente de sus actividades. No es raro ver en la pretemporada de los equipos a las jugadoras invitar a aficionados a bailar con ellas en los primeros entrenamientos del curso. Tampoco son raros los casi inacabables carruseles de fotos a las que las jugadoras se someten con los hinchas después de cada encuentro o las diversas campañas para promover comunidades locales de las ciudades en las que los equipos desarrollan su actividad. O ideas como la «Noche Latina» (en la cual la base catalana de las New York Liberty Anna Cruz se convirtió prácticamente en protagonista de la jornada). Fieles al ideario yanqui de la caridad, la liga goza también del programa WNBA CARES, que desarrolla diversas actividades con comunidades desfavorecidas y el público infantil.Paso a paso, esos guiños al seguidor, derivados de esa filosofía de cercanía que la WNBA pretender hacer valer, van haciendo camino.
Pese a que muchos puedan expresar su desacuerdo, quizá el atractivo más importante de la WNBA es su alto nivel técnico, que muchos expertos baloncestísticos (Aíto García Reneses ya lo comentó en Negra Tinta) consideran ligeramente superior al de sus homólogos masculinos (que exhiben un juego más fundamentado en sus condiciones atléticas). Esa línea está refutada por lo que se aprecia en las competiciones en las que compiten la Selección Femenina de Estados Unidos. La causa principal de dicha excelencia técnica se debe al menor volumen económico que genera el deporte femenino en Estados Unidos, que prácticamente obliga a las jugadores a completar su ciclo universitario de cuatro años (requisito imprescindible para poder ser elegible para el draft, a diferencia de la NBA: ¡qué tiempos aquellos los de Michael Jordan!). En la competición femenina se consigue evitar el salto prematuro de jugadoras a la liga profesional. Los resultados son palpables: esa paciencia permite un mejor desarrollo técnico y táctico de las jugadoras, además de fomentar mucho más el espíritu de equipo y, por consiguiente controlar los grandes egos. Equipos masculinos como Los Angeles Clippers de principio de siglo XXI, con Darius Miles a la cabeza, estarían en las antípodas de este sistema femenino que podría recibir el apelativo de «sostenible».
Debido al formato de la WNBA y a su atípico calendario, la mayoría de las jugadoras de la liga se ven obligadas a no perder su ritmo competitivo durante el año, un hecho que provoca que muchas de ellas compitan en equipos europeos o asiáticos de primerísimo nivel durante gran parte de la temporada lo cual les proporciona un mejor entendimiento y adaptación al baloncesto FIBA que a la postre las hace mucho más competitivas. El diálogo en el baloncesto de mujeres es mucho más bilateral que en el masculino, si exceptuamos a técnicos de ida y vuelta como George Karl o Mike d’Antoni, a viejas estrellas yanquis que vinieron a retirarse a Europa –Bob McAdoo o Dominique Wilkins– y a exóticas infancias con un pie en cada continente –Tony Parker o Kobe Bryant.
Cualquier deporte, cualquier competición, vive de sus estrellas. En sus ya casi 17 años de historia, la WNBA ha visto pasar auténticas leyendas del baloncesto como Lisa Leslie, Sheryl Swoopes, Cynthia Cooper, Becky Hamon (actual entrenadora asistente de Greg Poppovich en los San Antonio Spurs), Sylvia Crawley etc. El nivel baloncestístico de la liga mejora temporada tras temporada con la llegada de nuevos talentos y la consolidación de las estrellas actuales. Miles y miles son los nombres a retener entre las grandes jugadoras con carreras en activo. Maya Moore, MVP de la WNBA, del pasado Mundial y primer fichaje femenino de la marca Jordan, una alero de la que se dice que podría jugar en la NBA. Diana Taurasi, explosiva escolta de Phoenix Mercury, competitiva y ganadora compulsiva, prácticamente imparable de cara al aro. Tamika Catchings, veterana incansable y leyenda de la liga que demuestra su enorme calidad en cada acción. Brittney Griner, imponente e intimidadora pívot de 2,03 metros, capaz de machacar el aro agresivamente. Tina Charles, elegante, incansable y efectiva pívot de las New York Liberty, toda una dominadora del juego. Lindsey Whalen, base con una visión de juego fuera de lo común. Elena Delle Done, fina, técnica e imparable ala-pívot de las Chicago Sky. Candace Parker, polivalente y competitiva pívot de Los Angeles Sparks. Angel McCoughtry, la polémica (nunca viene mal un carácter fuerte para agitar la competición), luchadora y potente alero de Atlanta Dream. Sue Bird, líder, gran tiradora y capitana del Team USA. Candice Dupree, (la gran debilidad del que escribe), ala-pívot, y también del equipo ‘hermano’ de los Suns, los Phoenix de Mercury, una jugadora que disfruta de enorme inteligencia y talento para aportar trabajo e intangibles al equipo sin mostrar emoción alguna. Además de Skylar Diggins, espectacular e imparable base de las Tulsa Shock, se podría enumerar un larguísimo etcétera de jugadoras que garantizan un alto nivel de competitividad noche tras noche.
Con esos ingredientes, la WNBA es, sin lugar a dudas una competición interesante y atractiva para quienes gusten del baloncesto competitivo y técnico, para aquellos que no pretendan solamente ver juego por encima del aro en cada posesión. Mezclando excelencia con el balón naranja y buen hacer en los negocios y el marketing (la principal tara de los deportes minoritarios en España, categoría que ya engloba a todas las disciplinas ajenas al fútbol de Primera), la WNBA se ha ganado un hueco por derecho propio en la parrilla deportiva yanqui. Es orgullo y una de las mejores representaciones de la grandeza del deporte femenino que en tantas ocasiones, por desgracia, suele ser relegado a un segundo plano.