Una tragedia tras otra. Los primeros meses del año presentan una sobrecogedora actualidad, que congela tanto como la temperatura del mar. El lamento jamás será suficiente, ni tampoco las condenas en los medios, ni los edulcorados pésames de personalidades políticas, coincidiendo en sentenciar que es momento de actuar ante este tipo de desgracias. Resulta insultante que se haya estado mirando hacia otro lado, pues la cronología de este drama comenzó varios años atrás. Permitir que el Mediterráneo siga siendo lugar involuntario de descanso de quienes pretender buscar un futuro mejor es cuan menos un acto equiparable al delito por irresponsabilidad.
700 son ahora las historias vitales que han naufragado, convertidas en varios miles, si empezamos a contar: 400 en abril, 300 en febrero, más de 140 en 2014… Hombres mujeres y niños, cada cifra de ese número tiene que importar. No se trata de mercancía inerte, ni de embarcaciones vacías a la deriva, hablamos de vidas humanas con las que se comercia sin escrúpulos. Para muchos serán solo una cifra, tres caracteres en un titular, una noticia sobre un “puñado” de desconocidos que no despierta interés, ni conmoción en un conjunto apático de la sociedad, aquella que se niega a ver la gravedad del asunto. Pero lo más preocupante de estos sucesos es la asiduidad con la que ocurren, creando un permanente rumor entre los que asimilan la información pasivamente y causando que se perciba entre los que viven en los países de la Europa occidental como algo “normal”. Tan habitual como el hambre en África, las desapariciones de México, las ya periódicas ejecuciones del Estado Islámico o la corrupción en España. Esto, en cierto modo, nos hace más insensibles para bien o para mal y merma nuestra capacidad de asombro, el cual ya solo se ve despuntado cuanto mayor es la cifra.
Y somos varios los que vemos con desesperación la tardía reacción del Viejo Continente y sus gobernantes: palabras vacías, buenas intenciones, comités de urgencia, el resultado debe ser más tangible. ¿Qué esperan conseguir con sus infructíferas políticas de inmigración, su Tratado de Lisboa, sus frases de comparación entre la trata de personas y el terrorismo? El número de desaparecidos en el mar no ha hecho más que aumentar. Algo debe estar fallando, o quizás estemos simplemente mirando en la dirección equivocada. Tal vez las medidas se deban tomar más reciamente en los puntos de partida, desde aquellos países olvidados que permiten con indolencia estas fugas hacia ninguna parte. Puede que la respuesta se halle en el valor de ser más solidarios, en actuar en vez de compadecerse, en velar por la equidad universal, ayudando a los que más lo necesitan para evitar que tengan que buscar fuera lo que les falta dentro.
Pero lamentablemente son cientos los que seguirán embarcándose en esta encrucijada inútil y peligrosa para arriesgar aquello que pretenden mejorar, sus propias vidas. Europa, destino injustamente venerado por estos viajeros sin rumbo fijo, para algunos oasis de fatuas posibilidades. Ojalá se les pudiera persuadir con éxito para que no vinieran, convencerles que más vale seguir malviviendo que arriesgarse a no contarlo, todo porque no vuelva a darse semejante titular. Cuántas embarcaciones más tendrán que volcar hasta decir basta, cuántas miradas impasibles, hasta poder hallar la verdadera solución. Que en paz descansen.