Este libro fue una sorpresa bastante agradable. Al principio estuve a punto de dejarlo, porque la caracterización de Freud es totalmente penosa (un vienés de principios del siglo XX que habla como un americano del siglo XXI) y porque Jung se presenta dentro del grupo de psicoanalistas como una especie de Judas al que se le ve a la legua que va a vender a su maestro. Pero quien sepa hacer de tripas corazón y obviar estos disparates, se va a encontrar después con una novela negra de lectura compulsiva, con una buena trama y un retrato muy instructivo de la ciudad de Nueva York en el año 1900. Y a quien le guste el psicoanálisis y las ideas de Freud va a disfrutar mucho con los casos de pacientes que se van contando sobre la marcha.
La gran protagonista del libro es la ciudad de Nueva York en el año 1909, dan unas ganas terribles de retroceder cien años en el tiempo y visitar lo que tuvo que ser esa metrópolis en aquellos años, con rascacielos que por aquel entonces debían de ser realmente impresionantes, el lujo desmesurado de unos pocos conseguido mediante la explotación inhumana del resto, los primeros automóviles compitiendo en las calles con los coches de caballos… La recreación del ambiente de la época es uno de los grandes atractivos de la novela, y es justamente esto lo que ha llevado al autor a cometer los peores anacronismos: en su afán de realismo histórico, no ha dudado en trasladar a 1909 acontecimientos e ideas que tuvieron lugar algunos o muchos años más tarde. Que el personaje de Jung haga apología de la raza aria en 1909 (Jung era suizo, por cierto) y que el antisemitismo sea tan marcado en las relaciones entre los personajes, me parece poco creíble. El autor hace gala al final de la novela de su rigor histórico, ufanándose de que todas las opiniones que los personajes de Freud y Jung expresan en el libro, están sacadas de escritos reales de estas dos figuras. Pero poner en boca de Jung en 1909 opiniones que escribió en los años 20 ó 30 es absurdo, teniendo en cuenta la convulsa historia europea de aquellas décadas y las evoluciones tan dramáticas en el pensamiento y en la sociedad que tuvieron lugar en una treintena de años.
A pesar de todo esto, la conclusión es muy positiva: la intriga criminal es bastante flojita y la resolución digna de lo peorcito de Agatha Christie, pero quien no busque alta literatura sino pasar un buen rato con un libro y se lo sepa tomar con humor, como el propio autor hace en algunos pasajes, va a encontrar aquí una lectura muy satisfactoria.