Con admiración y cariño infinito a Raúl H. Lugo, guía y hermano:
No fue obra de la casualidad el que ese día con olor a tierra mojada llegara a casa de doña Rosario. Ciertos lugares, ciertas gentes, ciertas palabras me llevaron a “la casa de la doña que todo lo sabe; y lo que no, lo inventa”. Una vez allí le oí con atención similar a la de un nieto escuchando historias de abuelos. De ojos borrados, mientras postraba un florero vacío sobre un escritorio de vetusta madera, su perfil se anteponía a una tenue nube de polvo flotante dentro de su biblioteca olor a naftalina. La lectura de tomos y más tomos de Ciencia Política, Filosofía e Historia exigía el uso de una lupa con armazón de carey que la vieja mujer guardaba, perenne, entre sus añejas manos amarillas de tanto fumar. No sentía la luz oblicua que atravesaba el cristal de la ventana y se concentraba, tenaz, en un doblez de su vestido a cuadros, inmaculadamente alisado: yo sí observé cada detalle de esta figura de antaño, que parecía tener toda la historia del país entre sus arrugas, y que me decía con afligida voz: “Nos amolaron compañero, la izquierda institucional ya no existe”.
Y tiene razón, la izquierda partidista murió. Aunque sobrevivió la caída de El Muro, a las funestas maquinaciones de Salinas de Gortari, a las víboras prietas de Fox, a los “haiga sido como haiga sido” de Calderón, a la indiferencia de las masas… no pudo resistir a su propia ponzoña. Mordió su cola y se envenenó. A la izquierda en este país la enredaron con las mismas ligas de Bejarano y Ahumada, lo enrollaron en amores de a mentiritas de la Robles, la liaron con guantes de formas cadavéricas del comandante Zero en motocicleta, la enclaustraron con traiciones de Los Chuchos, la maniataron los gorilas de Mancera quienes la lanzaron al fondo del mar donde ningún pejelagarto podrá salvarla.
A la izquierda mexicana la mató también su inamovilidad. No supo comprender que la gran batalla que debía librar no era en las urnas o en los canales de televisión: abandonó la lucha social y ello le lapidó. La izquierda no comprendió, o no quiso comprender, que la reyerta que este país demanda tiene que ver con la justicia social, oponerse a una jerarquía político-económica que se ha adueñado de prácticamente todo. La izquierda no favoreció una redistribución de los recursos de todos y sucumbió ante las mieles del poder, mismo que ha convencido a millones de mexicanos que el escenario de pobreza y marginación es responsabilidad de cada uno y no un efecto en el que todos debemos participar.
Así, un régimen de ignominia nos asedia sin una izquierda que lo señale. Huérfanos de ella, no se alcanza a ver en el horizonte político quién rete sensatamente a la nomenclatura política que excluye a las mayorías. La izquierda se despreocupó por ofrecer una alternativa de gobierno que fuera la tara del que hoy tenemos. No quiso enfrentar sino hacer de la concertacesión su moneda de cambio. La izquierda tapó el sol azteca con un dedo. No fue capaz de imaginar un país donde los cargos públicos no sean una panacea familiar sino puestos de servicio y representación política. Una nación donde la valía de las personas no esté ligada al lugar en el que se nace, se estudia, se cría, se trabaja: una patria que fuera para todos.
Nos amolaron compañero, la izquierda institucional ya no existe.
Posdata en botella de mar
Nada ocurre sin un pasado:
*En la imagen, Andrés Andrés Manuel López Obrador, el Peje, histórico mandatario de la izquierda mexicana.