Murakami publicó su primera novela con 33 años. Hoy, con más de 66, es uno de los escritores más leídos, además de ser un experto en introducir gatos parlantes en sus novelas como algo habitual. Hay otros casos de escritores que empezaron a escribir a edades muy avanzadas; por ejemplo, Frank McCourt, uno de los autores que mejor me lo ha hecho pasar leyendo un libro. Es un caso paradigmático. McCourt no empezó a escribir hasta que se jubiló, tras años trabajando como profesor. Su primer libro se publicó cuando tenía 66 años y ganó un premio Pulitzer. Se trata de Las cenizas de Ángela, una novela autobiográfica en la que cuenta su infancia en Irlanda.
En otras profesiones o artes se dan casos similares de debutantes tardíos que han llegado al éxito. En cambio, en el mundo del fútbol, y del deporte en general, es casi imposible comenzar a una edad avanzada. Cuando digo avanzada no me refiero a los 50 años (que no es vejez). Me refiero a 17 ó 18 años, por ejemplo. Un jugador profesional, para llegar a donde ha llegado debe iniciarse a edades no más tardías de los 14; más tarde, es imposible llegar al profesionalismo. Más que un recorrido es una forma de vida como lo puede ser ir a la escuela, jugar en un tu barrio o visitar a la familia los domingos cuando se es niño.
Yo, al igual que millones de futbolistas que han podido jugar a cambio de dinero (o no), tengo esa misma trayectoria. Es una parte de mi vida, inseparable de mi persona. El hecho de haber ejercido una profesión tan admirada por millones de aficionados hace que, en la carta de presentación, ser ex futbolista sea una de las etiquetas más llamativas con la que muchos me identificarán de por vida. Con el tiempo quedará como una anécdota, que sonará igual que cuando se recuerda que Julio Iglesias fue portero del Real Madrid. En el caso de los jugadores con una trayectoria muy importante, esta etiqueta les acompañará de por vida como un cartel que producirá un efecto más positivo que negativo.
Aún caliente el recuerdo de mi tibio paso por el mundo del fútbol profesional, mis opiniones están ligadas a mi condición de ex futbolista, incluso cuando no estoy hablando de deporte. En algunas ocasiones me da la sensación de que mi discurso se pierde tras esa etiqueta que con orgullo recuerda que dediqué mi bendita niñez, adolescencia y parte de la juventud al balón de cuero.
En algunos temas, ser ex futbolista, me otorga una autoridad que no siempre se ajusta a mi conocimiento. El hecho de haber sido jugador no quiere decir que uno sepa todo acerca de lo que rodea al balompié. En realidad, uno conoce lo que ha vivido y poco más, que no es poco. Pero en otras ocasiones, especialmente hablando de fútbol, necesito desmarcarme de mi etiqueta de antiguo profesional para poder expresar con la libertad lo que opino como aficionado, como ciudadano, como espectador o como educador.
Hay muchas maneras de hablar sobre fútbol pero los aficionados esperan que los ex futbolistas lo hagamos con objetividad y precisión. Si hablásemos de matemáticas esto sería posible. Incluso reflexionar sobre boxeo puede conllevar precisión. Sin embargo, el fútbol tiene millones de puntos de vista y hay que aceptarlo. Los futbolistas y ex futbolistas, que dicen que es lo mismo, tenemos nuestras opiniones y no son para nada uniformes, ni aun tratándose de tipos que hayan vestido la misma camiseta.
De alguna manera, he tratado de reivindicarme como retirado de ex futbolista (definición que escribió un amigo en mi muro de Facebook). No me ha costado mucho darme por vencido y aceptar que soy futbolista de por vida, solo hay que ver como tengo las piernas y la rodilla izquierda. Otro contacto, que no amigo, porque un ídolo no puede ser tu amigo (y personalmente no nos conocemos), respondió a mi duda existencial: «Detesto ser visto como futbolista incluso después de retirado. Hago más cosas en la vida como para llevar una etiqueta del pasado”. O algo así. Con unas breves palabras, lo definía todo. “Muy fácil… pues no haber jugado”, le contestaron algunos. Otros comentarios iban por el mismo camino. Otra vez yo creyéndome contracorriente. Parezco un salmón negro.
Un día o dos después, estaba con mi mujer y mi hijo en la terracita de casa sin hacer nada en especial, (si no calificamos estar juntos como algo especial sino como vital). Me sorprendí a mí mismo –muchas veces me sorprendo a mí mismo– dándole vueltas a algún asunto mundano, relajado mientras pateaba una pelotita contra la pared. En ese instante vi claro que pienso con los pies, que los años de primera juventud están en mi persona y es algo que va conmigo. Hay gente que fuma, los hay que hacen garabatos en una hoja cualquiera, también están los que con el dedo índice van acariciando la pantalla del móvil para ver las “noticias” del muro… Pero yo no, yo le doy golpes a la pelota porque cuando en el parque de la Espanya Industrial no quedaba nadie porque todos empezaban a pisar las discotecas, yo estaba con mi hermano pegándole patadas a un balón. Y soñando con ser futbolistas.
En fin, es estúpido tratar de renunciar a lo que siempre soñé y palpé con la punta de los dedos… del pie.