Pedro Sánchez ha dicho: cualquier pacto de gobierno en que tome parte el PSOE, será aprobado o no por la militancia. Eso ha dicho, este fin de semana. Todos en pie, todos muy contentos: democracia directa. Eso era lo que necesitábamos. Preguntarle a la gente. ¡La gente debe ser escuchada! ¡La gente siempre tiene la razón! Muack, muack, qué guapos somos. Somos muy demócratas. Cómo no se nos ha ocurrido antes. Bueno, Pdr, realmente la idea no es nuestra. Cállate, merluzo, y aplaude. Y sonríe. Vamos a quitarle al Sha de la Gente el monopolio también de la sonrisa. Nos deberían dar un premio. Qué geniazos estamos hechos. Democratississimo PSOE. Alborozo general.
Bien. No quisiera yo pensar, que la ocurrencia del candidato Sánchez no es más que una argucia con la que ganar tiempo. Bien pensado, ganar tiempo para qué. Vaya usted a saber. Las alternativas están meridianamente claras desde el 20 de diciembre por la noche. Sánchez tiene que aplacar el corral interno, afianzar su postura, legitimarse, palabra que lo configura todo, sobreponerse a todas esas cosas que tanto influyen en las decisiones finales, en las foto-finish. Las batallas por el poder orgánico dentro de los partidos, son más viejas que el hambre. Y que el hombre. Lo que ocurre es que casi nunca hasta hoy, se nos fueron contadas a tiempo real como ahora. Pero, y esto es cierto, consultar a la militancia es un golpe maestro.
En España hace fortuna la especie de que si uno consulta todo el tiempo, todas las cosas, a sus electores, militantes o ciudadanos de infantería en general, está más legitimado para gestionar la cosa pública: ¡no me veis, soy el más demócrata que hay! ¡Exudo democracia! La cosa es que precisamente, el sistema sirve para lo contrario. Teniendo en cuenta lo perezosos y abúlicos que somos, en general, los bípedos sapiens descendientes del australopiteco, todas estas consultas generales y abiertas y universales y pluridimensionales funcionan como un mecanismo de decantación extraordinario: sé que sólo va a ir a votar un «núcleo duro» de la militancia o de los convocados a las urnas, que son quienes naturalmente tienen su potaje en el fuego del partido. Así que sólo se trata de movilizar a los míos, a mi facción. De que los míos sean más que los de los otros, de que tengan más motivos y sobre todo, más claros, por los que ir a apoyarme De ese modo, la democracia directa sirve como envoltura de oropel: he ganado consultando a la gente pero grosso modo hemos guisado las lentejas entre unos cuantos. Se trata de una cuestión de incentivos, como todo en política.
Porque, no nos engañemos, en las democracias representativas uno vota a su diputado en Cortes, para que tome esas decisiones por él. La consulta es el propio sufragio. Y en el sistema parlamentario, como el español, el pacto, o la alianza con el otro (ya sea *ideológicamente* cercano, o no) va implícito. Se sobreentiende. Está en la médula del sistema. Convivo a diario con gente que no piensa como yo. En mi propia familia. En la calle. Todos lo hacemos. en el trabajo, en la escuela. Nos vemos obligados a respetar ecosistemas y sobre todo, aliarnos tácticamente para X o para Y cuestión. ¿Nadie entiende que el juego parlamentario consiste en eso, en acordar programas de máximos y de mínimos con El Otro? Porque si queremos elegir directamente quién va a ser nuestro Presidente, si queremos decidir exactamente con quién y de qué manera ha de gobernar, lo tenemos muy sencillo: ahora que todos hablan de estúpidas reformas constitucionales, de mezquinos procesos constituyentes, abramos uno. Modifiquemos nuestro sistema, quitemos a las Cortes la función básica de constituir el poder Ejecutivo, y establezcamos dos elecciones: unas a Cortes, y otras presidenciales. Sistema mayoritario, a doble vuelta. Pero, naturalmente, eso no es lo que queremos. Aquí hemos venido a inventar la democracia, Pdr. Muack, muack. Somos la hostia, chavales. Los mejores.
Fotografía: La Moncloa gobierno de España