Sábado por la tarde, un día tan nublado y gris, como el panorama internacional actual. Son tres el número de pestañas abiertas, con los últimos acontecimientos de la semana. Voy sintetizando contenidos y cuestionándome si es verdad todo lo que nos ofrecen como noticia. En algunos casos deseo con fervor que la respuesta sea que no.
En este mes de marzo, para algunos el más trágico de todo cúmulo de cuatro semanas, en lo que va de año, ha sido noticia indiscutible el terror, aquel que congela cualquier cronología a golpe de disparos, el que mina la esperanza de los sueños por creencias de fe, el infundado desde el santuario gubernamental que impone con temeridad y sale victorioso; el horror de ver que las cosas en vez de cambiar, solamente empeoran. Atentados, homicidios egoístas, resultados electorales que difuminan la luz al final del túnel…
Con ello, uno cree percibir el apocalipsis final a la vuelta de la esquina, pero todo lleva tiempo sucediendo. Hablamos, entre otros, del triste atentado en Túnez, un acto cruel como cientos que lamentablemente ocurren en distintas partes del mundo, casi a diario, pero cuya lejanía terrenal solo permite que nos lleguen meros ecos de lo sucedido. Un museo, turistas inocentes, la barbarie. En cuestión de días, son otros los componentes y las posibles futuras víctimas.
Con la pólvora todavía humeante, reparo en la siguiente noticia, publicada por un periódico nacional, que no consigue otra cosa más que aumentar mi desconcierto:
“Turquía permitirá abrir fuego sobre los manifestantes en caso de disturbios”
Después de varias sesiones legislativas, el gobierno Turco pretende aprobar una ley de orden público, que permita el uso de armas de fuego, para aplacar manifestaciones consideradas como violentas, es decir: oprimir con violencia. Ahora tras ese titular, es otro el tipo de terror, uno con base política. Una clara exhibición de poder irracional y fuerza desmedida, que concibe esta “forma de control” como legítima. Mi pregunta es simple y directa, y es: ¿Acaso no es dicho proyecto de ley, en lo conceptual una forma de terrorismo? (“Dominación por terror”, según nuestra venerada R.A.E).
En las manifestaciones, y creo no equivocarme mucho, no hablamos de bandas criminales con un histórico de violencia que haya que refrenar, ni de fuerzas paramilitares sublevadas o guerrillas. Hablamos de personas que deciden utilizar como única arma su derecho a protestar, a manifestarse contra lo que consideran injusto o una amenaza a su presente y futuro. Hacen uso de esos derechos, que algunos intentan criminalizar desde el otro lado del muro. Y aún así, por mucho desgraciado arrojando cocteles molotov, por mucho pávido encapuchado que violente con insultos, nada justificaría jamás semejante medida.
Son conscientes de que las balas no conocen más dirección que la que dicte el empuñador, que no entienden de nombres, ni causas, solo de objetivos a alcanzar y del recorrido a seguir hasta verse frenado su trayecto. Abrir fuego, no es como apagar el interruptor de la luz, un gesto cuyo resultado puede revertirse. Si esas balas alcanzan una vida como ya lo hicieron en las protestas del 2014, no hay marcha atrás, ¿dónde pondrán el límite?, ¿a quién considerarán una amenaza? Con ello lograrán efectivamente, que los turcos se lo piensen dos veces, antes de participar en una protesta y aquel que ose, podrá ser neutralizado y sin que nadie sea incriminado por ello. Objetivo conseguido.
Viejas letanías me llevan a recordar con tristeza el incidente de Marikana (2012), en el que al menos 34 mineros fueron abatidos por la policía Sudafricana durante una manifestación, así de simple. Y no quiera nuestro sino que el día de mañana la “Ley mordaza” cambie en esencia o se acerque en base a medidas de este calibre. Hace tiempo que deje de buscarle sentido lógico a este tipo de arrojos, muchas veces la respuesta está en el sinsentido o simplemente no la hay. Llegados a este punto, sepamos que siempre habrá quienes sigan esforzándose por dejar claro, que cualquier justificación es válida para legitimar lo impensable.