Cuando aprieta el calor, los paseos marítimos del Mediterráneo se alargan igual que gaviotas, blancos y llenos de ruido. Huele a borbollón de cerveza y en algún tenedor tiembla un trozo de sepia. El ojeo de nalga se adentra en sus días grandes (aún más grandes). Por todas partes, hay hombres retorciendo el cuello, girándose una y otra vez, sin dar abasto, agobiados.
De pronto, a partir de las técnicas de oteo de posadera y el desencaje mandibular, uno puede construir toda una sociología o una paleta cromática del ciudadano masculino.
1. El estratega despliega una técnica trabajada. Atesora años de experiencia. Posee una gran pericia ocular para detectar los recursos que le permitirán el mejor ángulo de observación con el menor riesgo de ser visto. Calibra estos términos como el mercado equilibra la oferta y la demanda. Por ejemplo, sabe perfectamente qué escaparate ofrecerá un reflejo más satisfactorio.
2. El previsor elimina el efecto delator del giro clásico, esto es, localiza al frente un objetivo con el que se cruzará y, desde ese instante, empieza a mirar a su espalda como si algo llamara poderosamente su atención, puede analizar una cornisa o un quiosco, no importa, el caso es que la chica entrará tarde o temprano en su encuadre de visión y él podrá salivar sin levantar sospechas.
3. Las manadas. Las integran adolescentes (ya sean de 15 o de 30 años). Arman jaleo, ocupan bancos o bordillos, se levantan, imitan conatos de peleas, se sientan, ronquean, hablan de los sábados de su vida que son siempre el mismo sábado. Dan pena, pero no lo saben porque el grupo es todo su marco de existencia, en él están todos los juicios posibles. Por eso, se permiten silbar, perseguir a las chicas, acangrejar los hombros. Luego lo celebran, “qué cabrón”, y se desternillan, o resoplan muy serios, como sobrepasados por el instinto. Cuando se ponen tiernos, creen que no hay poesía más allá de las palabras ‘princesa’ o ‘preciosa’. A todas las víctimas les brota en la cara el miedo o el rechazo.
4. El seductor camina sólo y guapeado. No se voltea para no desarmar su compostura. Su ropa nunca sobrepasa la fecha de caducidad. Sin embargo, cuando aparecen un par de mofletes sentadores a su gusto (lo siento, me quedo sin sinónimos), ralentiza el paso y les dedica una mirada reflexiva, de postal, como si sacara conclusiones de algún atardecer. En sus días canallescos, le gusta asentir, retocarse el pelo y enarcar la ceja, ideando cosas sofisticadas con un aire casi intelectual, aunque su cerebro esté sorbiendo babas como el resto. Hay un narcisismo ridículo en su postureo tommyjilfiguer.
5. El escaneador suele ir de la mano de su novia. La técnica requiere una compleja memoria fotográfica. Emplea apenas unas fracciones de segundo y un movimiento de ojos vertical para registra el cuerpo escogido. Después se queda pensativo y disfruta la imagen grabada en la retina. Antes o después, estos ejemplares consiguen unas gafas de sol efecto espejo.
6. El asustadizo, tal vez fase previa del escaneador, es bastante inofensivo. Sufre una inclinación al atontamiento, a la pérdida de conciencia en el oteo, que lo lleva a avergonzarse cuando se da cuenta de su hipnosis. Despierta, todo sofocado, y revisa las caras de quienes lo rodean. Lo hace medio riéndose o disculpándose, por si alguien lo reprende o lo secunda.
7. Luego hay uno al que le da todo igual. Este espécimen noctámbulo y sabatino merodea a veces bajo la luz del sol. Vagabundea por zonas de mucho taconeo, como Umbral por la Gran Vía, pero con más caspa. La mayoría de las personas, si intuyeran que se les ve, no husmearían en las piernas femeninas; quizás se busca sólo la erótica de la clandestinidad o la confirmación de lo mamífero… A este último personaje, en cambio, no le importa nada. Jadea, escupe, retuerce la cabeza para seguir a su presa, y si no tiene suficiente, se levanta y avanza un par de pasos. Sin problemas. Lleva la cadera adelantada, dice “ayy, mare meua” y paladea.
Puede que este individuo desvele el fondo del asunto, que sea la certeza desnuda de lo que otros disimulan: el último estertor de ciertos códigos de dominio, una inclinación por subvertir la artesanía de lo políticamente correcto. A saber…
El tío no para, ahora se encoña con una adolescente. Paladea como si quisiera cocinarla.
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