En la edición española de la primera novela de esta serie debería aparecer una advertencia al lector: cualquier parecido con un policía cinematográfico nacional y casposo es una lamentable coincidencia. Porque quien empiece a leer estos libros de manera desprevenida, como me pasó a mí, corre el riesgo de que Torrente se materialice ante sus ojos en las primeras páginas de la novela. El comisario Kostas Jaritos se nos presenta como un policía gruñón y desaliñado que arremete sin corrección política alguna contra los inmigrantes albaneses, su mujer, sus compañeros de trabajo, la prensa, el tráfico, la comida y hasta el café griego ma non troppo. Por suerte todo queda en un susto, porque la trama enseguida cobra forma y el policía esperpéntico se nos revela como un investigador nato que va a ser tan implacable en sus acciones como en sus juicios de valor. Y su vida familiar irá condimentando de costumbrismo la trama detectivesca, su matrimonio poco tiene de tragedia griega y daría más bien para una serie televisiva de sobremesa. Petros Márkaris no siente reparo alguno en dibujar personajes poco agraciados, gente a la que en la vida real evitaríamos y que sin embargo en las novelas vamos a seguir con curiosidad, diversión y a la larga incluso hasta con cariño.
Es importante leer esta serie de novelas por orden de aparición. Aunque los casos son autoconclusivos la vida de Jaritos y su familia irá evolucionando de una novela a otra, igual que ocurrirá con Grecia y su situación económica y social. La inmigración albanesa, los juegos olímpicos de Atenas, la crisis económica, los recuerdos de la dictadura militar, todos los sucesos fundamentales de la historia reciente del país jugarán un papel en la trama y serán plasmados con una aguda capacidad analítica por parte del autor, cuya formación como economista y sus prolongadas estancias en el extranjero le han proporcionado una distancia de observación y un espíritu crítico que no consiguen esconder el profundo amor que siente por su patria. A Márkaris le duele Grecia y no es amigo de disfrazar la realidad pero tampoco va a caer en el catastrofismo. La ironía implacable de Aristófanes cruzada con el teatro épico de Brecht es mucho más su estilo y este cóctel da como resultado unas novelas comprometidas tanto con su época como con el lector, al que proporcionan un entretenimiento sustancioso que deja huella y da que pensar.